El cometa Piketty
Isabel Rauber
En este recorrido histórico pone de manifiesto que las recurrentes crisis identitarias y desigualitarias han estado siempre vinculadas con el régimen político imperante en -lo que define como- las sociedades propietarias.


A propósito del libro Capital e Ideología

Hace relativamente poco tiempo llegó a nuestro medio el texto Capital e ideología, con autoría de Thomas Piketty, muy conocido por su libro El capital en el siglo XXI.

Impresiona un poco cuando uno toma contacto con el volumen de papel poblado con letras al que deberá enfrentarse si desea conocer sus reflexiones, análisis, propuestas. Pero si realmente comienza a leerlo al llegar a casa y no lo pone como adorno en su biblioteca, rápidamente los temores se desvanecen. Se trata de un libro escrito en un lenguaje sencillo, llano y muy comprensible para los lectores, sean estos economistas o no. Mi apreciación es que Piketty no escribe para economistas; se ubica en la sociedad y a ella le habla, convencido como está que es la ciudadanía global, con su participación, la única que puede cambiar –para bien-, el estado de putrefacción actual del mundo generado por el capitalismo.

En el desarrollo histórico del capitalismo resultó predominante su vertiente neoliberal, cuyo irrefrenable afán de ganancias dio riendas sueltas a su componente especulativo; este creció y emergió como el genio que sale de la lámpara y desplegó su irracionalidad con una ferocidad y velocidad inusitada casi imperceptible para nosotros, salvo por sus consecuencias: guerras, saqueos, miserias, genocidios, predominio del lujo y el derroche, especulación financiera, apropiación de recursos naturales para lucrar con la vida. Esta dejó de ser un derecho inalienable de la humanidad para ser un activo financiero expuesto –como todos los activos- a los vaivenes del mercado y su sed de ganancias. Estamos viviendo –en otras palabras- en un mundo dominado por lo que Bauman llama capitalismo líquido, dentro del cual se desarrollan vidas líquidas en evaporación constante. Fricción y velocidad, son sus características desestabilizadoras. Nada permanece más allá del tiempo necesario para el mercado del capital y fuera de él, nada tiene valor.

La vida, preciado, único e irrepetible don que posee cada ser humano, se hace humo frente a las exigencias del mercado del capitalismo neoliberal. Es esta la primera y principal ferocidad irracional del capital que Piketty critica, analizando la producción ideológica de las justificaciones que el poder hace para mostrar como supuestamente “inevitable” y “natural” la existencia de las desigualdades sociales. a lo cual –obviamente- se opone.

Como salida positiva a esta situación, digamos, él elabora una propuesta alternativa que expone en Capital e ideología: “(…) es posible construir un relato más equilibrado y esbozar el contorno de un nuevo socialismo participativo para el siglo XXI. Es posible concebir un nuevo horizonte igualitario de alcance universal, una nueva ideología de la igualdad, de la propiedad social, de la educación, del conocimiento y del reparto del poder que sea más optimista con la naturaleza humana. Esa nueva ideología puede ser más precisa y convincente que los relatos precedentes, al estar mejor anclada en las lecciones de la historia global.” [2019: 14]

No recomiendo sacar conclusiones apresuradas de dicho enunciado. Para comprender su propuesta hay que recorrer los contenidos del libro. Allí aparecen las aristas que le suman interés y hacen más atrayente su lectura, particularmente todo lo referido a los mecanismos de producción ideológica del capital en aras de garantizar la naturalización-aceptación de las desigualdades sociales entre los seres humanos en cada tiempo histórico. “Toda sociedad humana necesita justificar sus desigualdades, y esas justificaciones guardan siempre una parte de verdad y de exageración, de imaginación y de bajeza moral, de idealismo y de egoísmo. Un régimen desigualitario, tal y como se define en este trabajo de investigación, se caracteriza por un conjunto de discursos y de mecanismos institucionales que buscan justificar y estructurar las desigualdades económicas, sociales y políticas de la sociedad en cuestión. (…)" [2019: 13]

“(…) las élites de las distintas sociedades, en cualquier época y en cualquier lugar, tienden a ‘naturalizar´ las desigualdades; es decir, a tratar de asociarlas con fundamentos naturales y objetivos, a explicar que las diferencias sociales son (como debe ser) beneficiosas para los más pobres y para la sociedad en su conjunto, que en cualquier caso su estructura presente es la única posible y que no puede ser modificada sin causar inmensas desgracias.” [2019: 19]

En virtud de ello -para evidenciar el desarrollo histórico de la ideologías de la desigualdad y para expresar que “los cambios son siempre posibles”-, el autor nos presenta un profuso panorama de la producción-justificación ideológica de las desigualdades desde la esclavitud hasta nuestros días. Y pone en juego dos categorías que considera centrales: las fronteras y la propiedad. “(…) todo régimen desigualitario, toda ideología desigualitaria, reposa sobre una teoría de las fronteras y una teoría de la propiedad.” [2019: 16] Las dimensiones de estas se definen claramente en interacción con los regímenes políticos de cada tiempo histórico, fogoneados por los intereses expansionistas del capital. Esto, a su vez, va interdefiniendo los alcances de cada dimensión y perfilando en función de ello, variaciones claras en lo que hace a derechos y desigualdades.

En este recorrido histórico pone de manifiesto que las recurrentes crisis identitarias y desigualitarias han estado siempre vinculadas con el régimen político imperante en -lo que define como- las sociedades propietarias. En este sentido emerge el concepto de “régimen desigualitario”, “(…) que engloba tanto el concepto de régimen político como el régimen de propiedad (…)” y alrededor del cual se vertebra el estudio. [2019:17]

Dicho esto, Piketty va a dejar en claro -aunque así no lo busque ni exprese directamente-, que dentro de los regímenes desigualitarios de cualquier origen y proyecto, no es posible poner fin a la desigualdad y construir -lo que sería- un “régimen igualitario”, por ejemplo, según su propuesta, un socialismo participativo para el siglo XXI. Esto hay que desgranarlo un poco…

Destaca el estudio que hace el autor acerca de cómo se produce, reproduce y naturaliza ideológicamente la desigualdad, es decir, cómo se construye la ideología de la desigualdad que busca –y en cierta medida logra-, que los propios golpeados por ella lleguen a asumirse como responsables de esa su situación. “La desigualdad no es económica o tecnológica, -afirma-, es ideológica y política.”





Habitualmente se intenta aludir a este aspecto con los estudios sobre hegemonía, no voy a entrar aquí en debates sobre el tema, pero quiero subrayar el aporte de Piketty al explorar y exponer históricamente cómo se genera la ideología de la desigualdad en cada tiempo histórico y político, cuáles son los pilares que la sostienen en cada momento. Con ello permite enfocar desde otro ángulo los escenarios de las contiendas sociales, políticas y culturales por la igualdad y la justicia.

Ciertamente, queda expuesta también allí la ausencia de intersticios incontestables, aquellos que se configuran mediante la interrelación, interdefinición, interdependencia e interpenetración existente entre economía e ideología. Porque si bien es cierto que lo ideológico ocupa un lugar central en el sostén del régimen desigualitario a nivel global, concluir que lo ideológico tiene una autonomía absoluta (“verdadera autonomía”) respecto de lo económico (y de la propiedad que el mismo considera un factor central de la desigualdad), muestra el talón de Aquiles de su análisis y, por tanto, de sus conclusiones. La explicación del sostén y -hasta cierto punto- creación ideológica de las desigualdades no explica ni se propone modificar-eliminar la génesis de tales desigualdades.

Pese a ello, develar cómo la ideología ha actuado en el desarrollo histórico del capital buscando hundir sus tentáculos en el metabolismo social naturalizando las desigualdades crecientes por múltiples vías, es el aporte más sobresaliente de Capital e ideología. Para su autor, es la ideología la que hace al capital y no a la inversa. Afirmación polémica sin duda, pero no por ello, se resuelve con un sí o un no. Piketty llama a tomar decididamente en cuenta un aspecto, el ideológico, generalmente secundarizado por los economistas y por corrientes marxistas que se construyeron -y construyeron- una doctrina de pensamiento determinista, absoluta, mecanicista.

Esto, a su vez, “Significa que hay que tomarse en serio la diversidad ideológica e institucional de las sociedades humanas y desconfiar de todos los discursos que buscan banalizar las desigualdades y negar la existencia de alternativas.” [2019: 25]

En medio de una brutal guerra ideológica por el dominio de las mentes para naturalizar no solo la desigualdad sino también la ausencia de alternativas, Piketty sostiene que existen alternativas a este mundo de caos y muerte y, obviamente, con el desarrollo del estudio avanza sus bases, presupuestos y su forma de gobierno, cuando afirma que es posible lo que él define como “socialismo participativo”.

“Echando la vista atrás –explica-, se constata que siempre han existido y siempre existirán alternativas. Sea cual sea el estadío de desarrollo de una sociedad, existen múltiples formas de estructurar un sistema económico, social y político (…). Siempre existen diversas maneras de organizar una sociedad y las relaciones de poder y de propiedad que se dan en su seno.” [2019: 20]

El sistema de propiedad, de justicia y el sistema político articulados por la ideología y la educación, son pilares claves a atender para argumentar la propuesta alternativa. En ese empeño Piketty se apoya fundamentalmente en lo que él considera logros del “socialismo democrático” de Europa occidental en el siglo XX, socialdemocracia europea para nosotros. Así comienza a aclararse el horizonte de su socialismo participativo para el siglo XXI: una versión mejorada del socialismo democrático del siglo XX, es decir, un agiornamiento de la socialdemocracia europea con intenciones de universalización.

Esto de por sí no es condenable ni desechable, pero ciertamente, es notorio como -superando las 1100 páginas-, sus enfoques comienzan a tomar un cariz crecientemente idílico, al no considerar seriamente los intereses geopolíticos, geoeconómicos, geoespaciales… de los poderosos que los llevarán a enfrentar su propuesta. Con educación democrática sobre derechos, justicia, y participación el reparto económico será posible y el bienestar social podrá efectivamente superar el régimen desigualitario del capital, sostiene.

Pero, ¿qué pasa con el capital? ¿Por qué sus personeros se resignarían a los designios de las mayorías participantes y cederían sus privilegios y sus ganancias ante quienes han tenido por siglos subordinados y explotados para extraerles las riquezas? En realidad, la expropiación y redistribución de la riqueza sería un acto de justicia histórica, una devolución imprescindible para construir bases sólidas de justicia social. Pero llegado a este punto el planteo de Piketty queda incompleto, le falta sustento, sustancia… Piensa al margen de los intereses concretos de las clases y de las relaciones concretas de poder existentes, como si por llevar razón y ser mayoría, le dejarán hacer; no es lo que la historia enseña, precisamente.

Un concepto clave de su obra, el del capital, asumido y comprendido sesgadamente por él, le juega una mala pasada, no sólo al finalizar su estudio sino atravesando todo el desarrollo de sus análisis. El desconocimiento de los planteamientos y definiciones claves de Marx en El capital se hace evidente y golpea al lector cuando espera que el autor calce su análisis con sustentos de fondo, yendo más allá del capital (de Marx). Pero Piketty considera que el capital es riqueza, y eso condiciona y modifica todas las lecturas y conclusiones posibles de sus enfoques, concusiones y propuesta.

Al referirse críticamente a los modelos inspiradores de las democracias de cogestión obrero-empresarial “germánica y nórdica”, señala que hay –al menos- dos caminos que parecen interesantes para ir más allá: “Por una parte la desconcentración del capital a través de la fiscalidad progresiva, la dotación de capital y la circulación de bienes (…) puede facilitar que los empleados adquieran acciones de su empresa y resulten determinantes para conformar una mayoría (añadiendo los votos que le corresponderían como accionistas a la mitad que les corresponde como empleados). Por otra parte, las normas que vinculan las aportaciones de capital y los derechos de voto deben replantearse. (…) Si alguien invierte todos sus ahorros en un proyecto que le apasiona, no es absurdo que disponga de más votos que un empleado recién contratado que quizás incluso se dispone a ahorrar dinero para poner en marcha su propio proyecto.” [2019: 1153]

“La desconcentración del capital y la limitación de los derechos de voto de los grandes accionistas son las dos formas más naturales de ir más allá de la cogestión germánica y nórdica. Hay otras, como las propuestas recientemente en el Reino Unido, consistentes en que una parte de los administradores sean elegidos por asambleas mixtas de empleados y accionistas. Esto permitiría el desarrollo de nuevas formas de deliberación (…). No tendría ningún sentido zanjar este debate aquí y ahora (…). Lo que es seguro es que existen diferentes maneras de ir más allá de la cogestión y de superar el capitalismo a través de la propiedad social y el reparto del poder.” [2019: 1155]

Realmente es maravilloso leer esto. Por un lado porque pone de manifiesto una suerte de revival de la propuesta socialdemócrata europea de tiempos de la guerra fría cuando desarrolló estas formas de Estado de bienestar para competir con el socialismo esteeuropeo. Particularmente notorio fue el caso de Alemania, separada sólo por un muro del otro lado del mundo y su contrastante propuesta civilizatoria. Esto resulta muy llamativo porque -como la historia evidenció-, desaparecido el socialismo la propuesta de bienestar social capitalista se desmoronó; ya no había a quien seducir y la famosa cogestión resultó innecesaria para sostener el poder y se desinfló, si no, veamos la realidad del presente alemán y europeo en general…

Por otro lado, impresiona leer una propuesta supuestamente superadora del capitalismo que desconozca las previsibles reacciones de clase de los capitalistas, y proponga o espere que estos renuncien a sus intereses y a su poder anclado en las sociedades propietarias-desigualitarias por ellos construidas, en aras de dar paso a la participación de los trabajadores para repartir -mediante votos- sus bienes y ganancias en pos de un bienestar social, ajeno al mundo por ellos diseñados.

Posiblemente prevenido ante lo que podría apreciarse como una postura cándida, Piketty da un salto y plantea que esta es una vía –no la única-, para “superar el capitalismo”, no mediante la construcción de otra sociedad, ni por la toma del poder, sino “a través” de la propiedad social y el reparto del poder, es decir, atravesando la sociedad propietaria desigualitaria hacia la “propiedad social” y el “reparto del poder” mediante procesos participativos anclados a votaciones y a la descentralización (desmembramiento) del capital.

Esta sería una idea muy cercana al mundo de convivencia con justicia, equidad y equilibro entre los seres humanos y con la naturaleza, que buscamos y necesitamos. Pero siendo presentada como resultante de investigaciones que han buscado los fundamentos en la historia de las sociedades desigualitarias, resulta increíble que esa sea la propuesta conclusiva; como si la debacle de la civilización se resolviera con ensayos de formas y vías democráticas para descentralizar y distribuir el capital, su propiedad y su poder.

Cuando uno llega a este punto basta con levantar la mirada y atender a cualquier noticiero para comprender que tales propuestas no tienen nada que ver con la realidad concreta del mundo. En esto, su talón de Aquiles empañó toda su analítica histórica torciendo el curso de las investigaciones hacia conclusiones de este tipo, las cuales, reitero, ojalá fuesen viables; es lo que más desearíamos todos: construir una salida de convivencia social colectiva basada en el reparto de las riquezas, para la equidad y justicia sociales.

La propuesta de Piketty obviamente no pretende eliminar las desigualdades, sino poner límites a la impúdica diferenciación que existe hoy entre ricos e indigentes, para dar paso a un mundo intermedio donde solo existan clases medias, en un abanico de diferenciación entre la clase media baja hasta la alta, pero sin pobreza ni exclusiones. Hay que felicitar al autor por su empeño, pero hay que decir también con toda claridad que cuando su propuesta pasa de lo analítico a transformarse en política, las debilidades epistemológicas afloran y le juegan la mala pasada por haber construido todo con autonomía absoluta de lo económico y consiguientemente, haber considerado, por ejemplo, que el capital –una categoría central en sus estudios-, es una suma de dinero o riqueza, desconociendo que desde Marx está claro que es, ante todo, una relación social (de poder, de propiedad, de dominio/subordinación), que se constituye sobre la base de poner la riqueza inicial acumulada en movimiento y crecimiento a partir de la explotación del trabajo humano, para apropiarse del resultado del trabajo ajeno que explota y de la mayor parte de tiempo de trabajo invertido en su producción. Ha pasado más de un siglo desde esta definición profunda y no puede obviarse porque sí, aunque ciertamente habría que actualizarla, descubriendo y exponiendo todas las nuevas modalidades de obtención-apropiación de plusvalía con la que el capital saquea a la humanidad no ya solamente a la clase obrera.

Pero esto no evita la complejidad actual de su existencia, al contrario, la profundiza: apropiarse del producto del trabajo humano (físico, intelectual, cultural, espiritual) y del tiempo de trabajo para producirlo, como fuente inagotable para el incremento de sus ganancias y su expansión. En consecuencia, pensar que los representantes del capital se sentarán en un foro y pondrán a disposición de la “sociedad democrática” sus riquezas y su maquinaria de producción y reproducción de ganancias -fuente de su poder-, para diluirse en una “propiedad social” renunciando agradablemente a lo que consideran que es de “su propiedad”, es cuando menos una ingenuidad supina. Y si lo es para los países “desarrollados”, en estas latitudes resulta una propuesta casi disparatada. Acá no reparten ni una estampita a la entrada de una iglesia; no hay derechos para educación, ni salud, ni vivienda, ni a trabajos con sueldos dignos, ni a las riquezas naturales… todo es derrumbado por los intereses del capital que es global y por su acción de saqueo y enriquecimiento que es también global. El endeudamiento y el crédito internacional son también parte de esos mecanismos de financiamiento espurio a través de los cuales nuestros pueblos transfieren sus riquezas al capital (maquinaria global de explotación puesta en función de obtener ganancias del trabajo, los bienes y recursos ajenos, no una suma de dinero).

A esto hay que agregar que el capital es a la vez ideología, o mejor dicho el sustrato material de las ideologías: la dominante y la de los dominados (quienes potencialmente buscarían su liberación), y toda la gama de producciones ideológicas que surgen y se multiplican interrelacionando ambos polos de una oposición interconstituida e interdependiente: burguesía y proletariado -para expresarlo con categorías históricas ampliamente reconocidas-, a sabiendas de que ellas señalan actualmente un profuso cuerpo social muy diverso en cada campo.

La supuesta autonomía absoluta entre ideología y economía, condición definida por Piketty desde el inicio de su obra, emerge con fuerza como limitación en su elaboración de las conclusiones que sustentan la alternativa, con gran anclaje en lo ideológico, cultural-educativo y político, y débil sustento en los económico, particularmente, en los intereses de clase (propiedad, poder político y geopolítico, poder judicial, medios de producción que hoy son cada vez más recursos para la vida).

En resumen, la propuesta de Piketty no va más allá de un intento de remozar la socialdemocracia europea, inyectándole participación ciudadana en todos los órdenes de la vida social, política, económica y cultural. Esto no invalida la importancia de sus análisis en lo referente al desbrozamiento de los mecanismos de dominación del capital (y la autosubordinación de los trabajadores) mediante la producción-irradiación de la ideología de la desigualdad para el sostén y reproducción de las sociedades propietarias desigualitarias y los mecanismos ideológicos desarrollados históricamente para su naturalización, conjugados con el sistema político, jurídico, económico…

Sin embargo, respecto a Indo-afro-latinoamérica el texto manifiesta debilidades, lagunas o insuficiencias marcadas. Se nota el vacío. Falta poner de manifiesto -en este caso-, el lugar y el papel de la ideología que naturalizó y naturaliza las injusticias sociales en la construcción colonial y colonialista de las desigualdades en la historia de la acumulación y crecimiento global constante del capital. En estas latitudes a los trabajadores no les bastaría, por ejemplo, con comprar acciones y participar de una asamblea de propietarios de la empresa, para regularla; de sobra hemos experimentado en el curso de la historia que -cuando el capital se encuentra amenazado-, apela a cualquier medio para poner fin a los derechos sociales y recuperar su “mando único” para continuar saqueando y destruyendo nuestras sociedades, sembrando más que desigualdades, exclusión social creciente. No basta tampoco con tener una capacidad de educación pública universal –aunque es indispensable. Es necesario tomar en cuenta también los mecanismos de interdependencia e interdefinición entre la riqueza de los países del Norte (desarrollados y colonialistas imperialistas) y la condición de empobrecimiento y desigualdad, ausencia de desarrollo, dependencia, colonización, saqueo y sometimiento creciente –y por múltiples vías-, de los países del Sur. Pero nada de eso es parte del recorrido conceptual del texto ni es parte, por tanto, de su propuesta conclusiva.

Pero ciertamente Piketty no “envuelve” con marañas teoricistas al lector; va desgranando y explicitando su hipótesis de trabajo y luego se aboca a justificarla, argumentarla. Expone sus objetivos y luego recorre un camino investigativo compartiendo los argumentos que justificarán-respaldarán sus conclusiones. Si a ello le sumamos que va exponiendo las fuentes consultadas paso a paso, tenemos ante nosotros un texto cuyo contenido no expresa solo “lo que dice Piketty”, sino también en qué se fundamenta y porqué. Ello, además de honestidad intelectual –categoría escasa en nuestro tiempo-, habla también de la convicción que manifiesta en sus conclusiones y su propuesta de socialismo participativo. Puede uno estar de acuerdo o no con ella, obviamente, pero en cualquier caso, encuentra en el texto los argumentos y las fuentes, facilitados por el autor, tanto para estar a favor, como para dudar, para estar en contra o simplemente para sostener otra postura.

Teniendo en cuenta que su metodología expositiva es clara, que brinda argumentos y fuentes, resulta –además de su contenido-, un texto elaborado y expuesto con una pedagogía que ayuda a pensar. Y esto hay también que agradecérselo al autor; es una cualidad rara entre intelectuales.

Por todo ello, considero que Capital e ideología es un texto valioso. Si puede acceder a él, mi sugerencia es que lo lea. Se aprende mucho aunque no se concuerde con el autor. Hay que tener presente además, que no es su responsabilidad si en algunos lugares es tratado poco menos que como el beatle de la economía. Esto evidencia –en todo caso-, la carencia de estudios sistemáticos sobre la realidad del capitalismo hoy en el mundo y acerca de sus justificantes ideológicos, los cuales –efectivamente- presentan como “natural” a la creciente, insoportable y destructiva desigualdad social, tema central estructurador no solo del libro sino de la propuesta alternativa de superación de las sociedades desigualitarias que Thomas Piketty nos comparte en este texto que invito cordialmente a recorrer.

A propósito del libro Capital e Ideología

Hace relativamente poco tiempo llegó a nuestro medio el texto Capital e ideología, con autoría de Thomas Piketty, muy conocido por su libro El capital en el siglo XXI.

Impresiona un poco cuando uno toma contacto con el volumen de papel poblado con letras al que deberá enfrentarse si desea conocer sus reflexiones, análisis, propuestas. Pero si realmente comienza a leerlo al llegar a casa y no lo pone como adorno en su biblioteca, rápidamente los temores se desvanecen. Se trata de un libro escrito en un lenguaje sencillo, llano y muy comprensible para los lectores, sean estos economistas o no. Mi apreciación es que Piketty no escribe para economistas; se ubica en la sociedad y a ella le habla, convencido como está que es la ciudadanía global, con su participación, la única que puede cambiar –para bien-, el estado de putrefacción actual del mundo generado por el capitalismo.

En el desarrollo histórico del capitalismo resultó predominante su vertiente neoliberal, cuyo irrefrenable afán de ganancias dio riendas sueltas a su componente especulativo; este creció y emergió como el genio que sale de la lámpara y desplegó su irracionalidad con una ferocidad y velocidad inusitada casi imperceptible para nosotros, salvo por sus consecuencias: guerras, saqueos, miserias, genocidios, predominio del lujo y el derroche, especulación financiera, apropiación de recursos naturales para lucrar con la vida. Esta dejó de ser un derecho inalienable de la humanidad para ser un activo financiero expuesto –como todos los activos- a los vaivenes del mercado y su sed de ganancias. Estamos viviendo –en otras palabras- en un mundo dominado por lo que Bauman llama capitalismo líquido, dentro del cual se desarrollan vidas líquidas en evaporación constante. Fricción y velocidad, son sus características desestabilizadoras. Nada permanece más allá del tiempo necesario para el mercado del capital y fuera de él, nada tiene valor.

La vida, preciado, único e irrepetible don que posee cada ser humano, se hace humo frente a las exigencias del mercado del capitalismo neoliberal. Es esta la primera y principal ferocidad irracional del capital que Piketty critica, analizando la producción ideológica de las justificaciones que el poder hace para mostrar como supuestamente “inevitable” y “natural” la existencia de las desigualdades sociales. a lo cual –obviamente- se opone.

Como salida positiva a esta situación, digamos, él elabora una propuesta alternativa que expone en Capital e ideología: “(…) es posible construir un relato más equilibrado y esbozar el contorno de un nuevo socialismo participativo para el siglo XXI. Es posible concebir un nuevo horizonte igualitario de alcance universal, una nueva ideología de la igualdad, de la propiedad social, de la educación, del conocimiento y del reparto del poder que sea más optimista con la naturaleza humana. Esa nueva ideología puede ser más precisa y convincente que los relatos precedentes, al estar mejor anclada en las lecciones de la historia global.” [2019: 14]

No recomiendo sacar conclusiones apresuradas de dicho enunciado. Para comprender su propuesta hay que recorrer los contenidos del libro. Allí aparecen las aristas que le suman interés y hacen más atrayente su lectura, particularmente todo lo referido a los mecanismos de producción ideológica del capital en aras de garantizar la naturalización-aceptación de las desigualdades sociales entre los seres humanos en cada tiempo histórico. “Toda sociedad humana necesita justificar sus desigualdades, y esas justificaciones guardan siempre una parte de verdad y de exageración, de imaginación y de bajeza moral, de idealismo y de egoísmo. Un régimen desigualitario, tal y como se define en este trabajo de investigación, se caracteriza por un conjunto de discursos y de mecanismos institucionales que buscan justificar y estructurar las desigualdades económicas, sociales y políticas de la sociedad en cuestión. (…)" [2019: 13]

“(…) las élites de las distintas sociedades, en cualquier época y en cualquier lugar, tienden a ‘naturalizar´ las desigualdades; es decir, a tratar de asociarlas con fundamentos naturales y objetivos, a explicar que las diferencias sociales son (como debe ser) beneficiosas para los más pobres y para la sociedad en su conjunto, que en cualquier caso su estructura presente es la única posible y que no puede ser modificada sin causar inmensas desgracias.” [2019: 19]

En virtud de ello -para evidenciar el desarrollo histórico de la ideologías de la desigualdad y para expresar que “los cambios son siempre posibles”-, el autor nos presenta un profuso panorama de la producción-justificación ideológica de las desigualdades desde la esclavitud hasta nuestros días. Y pone en juego dos categorías que considera centrales: las fronteras y la propiedad. “(…) todo régimen desigualitario, toda ideología desigualitaria, reposa sobre una teoría de las fronteras y una teoría de la propiedad.” [2019: 16] Las dimensiones de estas se definen claramente en interacción con los regímenes políticos de cada tiempo histórico, fogoneados por los intereses expansionistas del capital. Esto, a su vez, va interdefiniendo los alcances de cada dimensión y perfilando en función de ello, variaciones claras en lo que hace a derechos y desigualdades.

En este recorrido histórico pone de manifiesto que las recurrentes crisis identitarias y desigualitarias han estado siempre vinculadas con el régimen político imperante en -lo que define como- las sociedades propietarias. En este sentido emerge el concepto de “régimen desigualitario”, “(…) que engloba tanto el concepto de régimen político como el régimen de propiedad (…)” y alrededor del cual se vertebra el estudio. [2019:17]

Dicho esto, Piketty va a dejar en claro -aunque así no lo busque ni exprese directamente-, que dentro de los regímenes desigualitarios de cualquier origen y proyecto, no es posible poner fin a la desigualdad y construir -lo que sería- un “régimen igualitario”, por ejemplo, según su propuesta, un socialismo participativo para el siglo XXI. Esto hay que desgranarlo un poco…

Destaca el estudio que hace el autor acerca de cómo se produce, reproduce y naturaliza ideológicamente la desigualdad, es decir, cómo se construye la ideología de la desigualdad que busca –y en cierta medida logra-, que los propios golpeados por ella lleguen a asumirse como responsables de esa su situación. “La desigualdad no es económica o tecnológica, -afirma-, es ideológica y política.”





Habitualmente se intenta aludir a este aspecto con los estudios sobre hegemonía, no voy a entrar aquí en debates sobre el tema, pero quiero subrayar el aporte de Piketty al explorar y exponer históricamente cómo se genera la ideología de la desigualdad en cada tiempo histórico y político, cuáles son los pilares que la sostienen en cada momento. Con ello permite enfocar desde otro ángulo los escenarios de las contiendas sociales, políticas y culturales por la igualdad y la justicia.

Ciertamente, queda expuesta también allí la ausencia de intersticios incontestables, aquellos que se configuran mediante la interrelación, interdefinición, interdependencia e interpenetración existente entre economía e ideología. Porque si bien es cierto que lo ideológico ocupa un lugar central en el sostén del régimen desigualitario a nivel global, concluir que lo ideológico tiene una autonomía absoluta (“verdadera autonomía”) respecto de lo económico (y de la propiedad que el mismo considera un factor central de la desigualdad), muestra el talón de Aquiles de su análisis y, por tanto, de sus conclusiones. La explicación del sostén y -hasta cierto punto- creación ideológica de las desigualdades no explica ni se propone modificar-eliminar la génesis de tales desigualdades.

Pese a ello, develar cómo la ideología ha actuado en el desarrollo histórico del capital buscando hundir sus tentáculos en el metabolismo social naturalizando las desigualdades crecientes por múltiples vías, es el aporte más sobresaliente de Capital e ideología. Para su autor, es la ideología la que hace al capital y no a la inversa. Afirmación polémica sin duda, pero no por ello, se resuelve con un sí o un no. Piketty llama a tomar decididamente en cuenta un aspecto, el ideológico, generalmente secundarizado por los economistas y por corrientes marxistas que se construyeron -y construyeron- una doctrina de pensamiento determinista, absoluta, mecanicista.

Esto, a su vez, “Significa que hay que tomarse en serio la diversidad ideológica e institucional de las sociedades humanas y desconfiar de todos los discursos que buscan banalizar las desigualdades y negar la existencia de alternativas.” [2019: 25]

En medio de una brutal guerra ideológica por el dominio de las mentes para naturalizar no solo la desigualdad sino también la ausencia de alternativas, Piketty sostiene que existen alternativas a este mundo de caos y muerte y, obviamente, con el desarrollo del estudio avanza sus bases, presupuestos y su forma de gobierno, cuando afirma que es posible lo que él define como “socialismo participativo”.

“Echando la vista atrás –explica-, se constata que siempre han existido y siempre existirán alternativas. Sea cual sea el estadío de desarrollo de una sociedad, existen múltiples formas de estructurar un sistema económico, social y político (…). Siempre existen diversas maneras de organizar una sociedad y las relaciones de poder y de propiedad que se dan en su seno.” [2019: 20]

El sistema de propiedad, de justicia y el sistema político articulados por la ideología y la educación, son pilares claves a atender para argumentar la propuesta alternativa. En ese empeño Piketty se apoya fundamentalmente en lo que él considera logros del “socialismo democrático” de Europa occidental en el siglo XX, socialdemocracia europea para nosotros. Así comienza a aclararse el horizonte de su socialismo participativo para el siglo XXI: una versión mejorada del socialismo democrático del siglo XX, es decir, un agiornamiento de la socialdemocracia europea con intenciones de universalización.

Esto de por sí no es condenable ni desechable, pero ciertamente, es notorio como -superando las 1100 páginas-, sus enfoques comienzan a tomar un cariz crecientemente idílico, al no considerar seriamente los intereses geopolíticos, geoeconómicos, geoespaciales… de los poderosos que los llevarán a enfrentar su propuesta. Con educación democrática sobre derechos, justicia, y participación el reparto económico será posible y el bienestar social podrá efectivamente superar el régimen desigualitario del capital, sostiene.

Pero, ¿qué pasa con el capital? ¿Por qué sus personeros se resignarían a los designios de las mayorías participantes y cederían sus privilegios y sus ganancias ante quienes han tenido por siglos subordinados y explotados para extraerles las riquezas? En realidad, la expropiación y redistribución de la riqueza sería un acto de justicia histórica, una devolución imprescindible para construir bases sólidas de justicia social. Pero llegado a este punto el planteo de Piketty queda incompleto, le falta sustento, sustancia… Piensa al margen de los intereses concretos de las clases y de las relaciones concretas de poder existentes, como si por llevar razón y ser mayoría, le dejarán hacer; no es lo que la historia enseña, precisamente.

Un concepto clave de su obra, el del capital, asumido y comprendido sesgadamente por él, le juega una mala pasada, no sólo al finalizar su estudio sino atravesando todo el desarrollo de sus análisis. El desconocimiento de los planteamientos y definiciones claves de Marx en El capital se hace evidente y golpea al lector cuando espera que el autor calce su análisis con sustentos de fondo, yendo más allá del capital (de Marx). Pero Piketty considera que el capital es riqueza, y eso condiciona y modifica todas las lecturas y conclusiones posibles de sus enfoques, concusiones y propuesta.

Al referirse críticamente a los modelos inspiradores de las democracias de cogestión obrero-empresarial “germánica y nórdica”, señala que hay –al menos- dos caminos que parecen interesantes para ir más allá: “Por una parte la desconcentración del capital a través de la fiscalidad progresiva, la dotación de capital y la circulación de bienes (…) puede facilitar que los empleados adquieran acciones de su empresa y resulten determinantes para conformar una mayoría (añadiendo los votos que le corresponderían como accionistas a la mitad que les corresponde como empleados). Por otra parte, las normas que vinculan las aportaciones de capital y los derechos de voto deben replantearse. (…) Si alguien invierte todos sus ahorros en un proyecto que le apasiona, no es absurdo que disponga de más votos que un empleado recién contratado que quizás incluso se dispone a ahorrar dinero para poner en marcha su propio proyecto.” [2019: 1153]

“La desconcentración del capital y la limitación de los derechos de voto de los grandes accionistas son las dos formas más naturales de ir más allá de la cogestión germánica y nórdica. Hay otras, como las propuestas recientemente en el Reino Unido, consistentes en que una parte de los administradores sean elegidos por asambleas mixtas de empleados y accionistas. Esto permitiría el desarrollo de nuevas formas de deliberación (…). No tendría ningún sentido zanjar este debate aquí y ahora (…). Lo que es seguro es que existen diferentes maneras de ir más allá de la cogestión y de superar el capitalismo a través de la propiedad social y el reparto del poder.” [2019: 1155]

Realmente es maravilloso leer esto. Por un lado porque pone de manifiesto una suerte de revival de la propuesta socialdemócrata europea de tiempos de la guerra fría cuando desarrolló estas formas de Estado de bienestar para competir con el socialismo esteeuropeo. Particularmente notorio fue el caso de Alemania, separada sólo por un muro del otro lado del mundo y su contrastante propuesta civilizatoria. Esto resulta muy llamativo porque -como la historia evidenció-, desaparecido el socialismo la propuesta de bienestar social capitalista se desmoronó; ya no había a quien seducir y la famosa cogestión resultó innecesaria para sostener el poder y se desinfló, si no, veamos la realidad del presente alemán y europeo en general…

Por otro lado, impresiona leer una propuesta supuestamente superadora del capitalismo que desconozca las previsibles reacciones de clase de los capitalistas, y proponga o espere que estos renuncien a sus intereses y a su poder anclado en las sociedades propietarias-desigualitarias por ellos construidas, en aras de dar paso a la participación de los trabajadores para repartir -mediante votos- sus bienes y ganancias en pos de un bienestar social, ajeno al mundo por ellos diseñados.

Posiblemente prevenido ante lo que podría apreciarse como una postura cándida, Piketty da un salto y plantea que esta es una vía –no la única-, para “superar el capitalismo”, no mediante la construcción de otra sociedad, ni por la toma del poder, sino “a través” de la propiedad social y el reparto del poder, es decir, atravesando la sociedad propietaria desigualitaria hacia la “propiedad social” y el “reparto del poder” mediante procesos participativos anclados a votaciones y a la descentralización (desmembramiento) del capital.

Esta sería una idea muy cercana al mundo de convivencia con justicia, equidad y equilibro entre los seres humanos y con la naturaleza, que buscamos y necesitamos. Pero siendo presentada como resultante de investigaciones que han buscado los fundamentos en la historia de las sociedades desigualitarias, resulta increíble que esa sea la propuesta conclusiva; como si la debacle de la civilización se resolviera con ensayos de formas y vías democráticas para descentralizar y distribuir el capital, su propiedad y su poder.

Cuando uno llega a este punto basta con levantar la mirada y atender a cualquier noticiero para comprender que tales propuestas no tienen nada que ver con la realidad concreta del mundo. En esto, su talón de Aquiles empañó toda su analítica histórica torciendo el curso de las investigaciones hacia conclusiones de este tipo, las cuales, reitero, ojalá fuesen viables; es lo que más desearíamos todos: construir una salida de convivencia social colectiva basada en el reparto de las riquezas, para la equidad y justicia sociales.

La propuesta de Piketty obviamente no pretende eliminar las desigualdades, sino poner límites a la impúdica diferenciación que existe hoy entre ricos e indigentes, para dar paso a un mundo intermedio donde solo existan clases medias, en un abanico de diferenciación entre la clase media baja hasta la alta, pero sin pobreza ni exclusiones. Hay que felicitar al autor por su empeño, pero hay que decir también con toda claridad que cuando su propuesta pasa de lo analítico a transformarse en política, las debilidades epistemológicas afloran y le juegan la mala pasada por haber construido todo con autonomía absoluta de lo económico y consiguientemente, haber considerado, por ejemplo, que el capital –una categoría central en sus estudios-, es una suma de dinero o riqueza, desconociendo que desde Marx está claro que es, ante todo, una relación social (de poder, de propiedad, de dominio/subordinación), que se constituye sobre la base de poner la riqueza inicial acumulada en movimiento y crecimiento a partir de la explotación del trabajo humano, para apropiarse del resultado del trabajo ajeno que explota y de la mayor parte de tiempo de trabajo invertido en su producción. Ha pasado más de un siglo desde esta definición profunda y no puede obviarse porque sí, aunque ciertamente habría que actualizarla, descubriendo y exponiendo todas las nuevas modalidades de obtención-apropiación de plusvalía con la que el capital saquea a la humanidad no ya solamente a la clase obrera.

Pero esto no evita la complejidad actual de su existencia, al contrario, la profundiza: apropiarse del producto del trabajo humano (físico, intelectual, cultural, espiritual) y del tiempo de trabajo para producirlo, como fuente inagotable para el incremento de sus ganancias y su expansión. En consecuencia, pensar que los representantes del capital se sentarán en un foro y pondrán a disposición de la “sociedad democrática” sus riquezas y su maquinaria de producción y reproducción de ganancias -fuente de su poder-, para diluirse en una “propiedad social” renunciando agradablemente a lo que consideran que es de “su propiedad”, es cuando menos una ingenuidad supina. Y si lo es para los países “desarrollados”, en estas latitudes resulta una propuesta casi disparatada. Acá no reparten ni una estampita a la entrada de una iglesia; no hay derechos para educación, ni salud, ni vivienda, ni a trabajos con sueldos dignos, ni a las riquezas naturales… todo es derrumbado por los intereses del capital que es global y por su acción de saqueo y enriquecimiento que es también global. El endeudamiento y el crédito internacional son también parte de esos mecanismos de financiamiento espurio a través de los cuales nuestros pueblos transfieren sus riquezas al capital (maquinaria global de explotación puesta en función de obtener ganancias del trabajo, los bienes y recursos ajenos, no una suma de dinero).

A esto hay que agregar que el capital es a la vez ideología, o mejor dicho el sustrato material de las ideologías: la dominante y la de los dominados (quienes potencialmente buscarían su liberación), y toda la gama de producciones ideológicas que surgen y se multiplican interrelacionando ambos polos de una oposición interconstituida e interdependiente: burguesía y proletariado -para expresarlo con categorías históricas ampliamente reconocidas-, a sabiendas de que ellas señalan actualmente un profuso cuerpo social muy diverso en cada campo.

La supuesta autonomía absoluta entre ideología y economía, condición definida por Piketty desde el inicio de su obra, emerge con fuerza como limitación en su elaboración de las conclusiones que sustentan la alternativa, con gran anclaje en lo ideológico, cultural-educativo y político, y débil sustento en los económico, particularmente, en los intereses de clase (propiedad, poder político y geopolítico, poder judicial, medios de producción que hoy son cada vez más recursos para la vida).

En resumen, la propuesta de Piketty no va más allá de un intento de remozar la socialdemocracia europea, inyectándole participación ciudadana en todos los órdenes de la vida social, política, económica y cultural. Esto no invalida la importancia de sus análisis en lo referente al desbrozamiento de los mecanismos de dominación del capital (y la autosubordinación de los trabajadores) mediante la producción-irradiación de la ideología de la desigualdad para el sostén y reproducción de las sociedades propietarias desigualitarias y los mecanismos ideológicos desarrollados históricamente para su naturalización, conjugados con el sistema político, jurídico, económico…

Sin embargo, respecto a Indo-afro-latinoamérica el texto manifiesta debilidades, lagunas o insuficiencias marcadas. Se nota el vacío. Falta poner de manifiesto -en este caso-, el lugar y el papel de la ideología que naturalizó y naturaliza las injusticias sociales en la construcción colonial y colonialista de las desigualdades en la historia de la acumulación y crecimiento global constante del capital. En estas latitudes a los trabajadores no les bastaría, por ejemplo, con comprar acciones y participar de una asamblea de propietarios de la empresa, para regularla; de sobra hemos experimentado en el curso de la historia que -cuando el capital se encuentra amenazado-, apela a cualquier medio para poner fin a los derechos sociales y recuperar su “mando único” para continuar saqueando y destruyendo nuestras sociedades, sembrando más que desigualdades, exclusión social creciente. No basta tampoco con tener una capacidad de educación pública universal –aunque es indispensable. Es necesario tomar en cuenta también los mecanismos de interdependencia e interdefinición entre la riqueza de los países del Norte (desarrollados y colonialistas imperialistas) y la condición de empobrecimiento y desigualdad, ausencia de desarrollo, dependencia, colonización, saqueo y sometimiento creciente –y por múltiples vías-, de los países del Sur. Pero nada de eso es parte del recorrido conceptual del texto ni es parte, por tanto, de su propuesta conclusiva.

Pero ciertamente Piketty no “envuelve” con marañas teoricistas al lector; va desgranando y explicitando su hipótesis de trabajo y luego se aboca a justificarla, argumentarla. Expone sus objetivos y luego recorre un camino investigativo compartiendo los argumentos que justificarán-respaldarán sus conclusiones. Si a ello le sumamos que va exponiendo las fuentes consultadas paso a paso, tenemos ante nosotros un texto cuyo contenido no expresa solo “lo que dice Piketty”, sino también en qué se fundamenta y porqué. Ello, además de honestidad intelectual –categoría escasa en nuestro tiempo-, habla también de la convicción que manifiesta en sus conclusiones y su propuesta de socialismo participativo. Puede uno estar de acuerdo o no con ella, obviamente, pero en cualquier caso, encuentra en el texto los argumentos y las fuentes, facilitados por el autor, tanto para estar a favor, como para dudar, para estar en contra o simplemente para sostener otra postura.

Teniendo en cuenta que su metodología expositiva es clara, que brinda argumentos y fuentes, resulta –además de su contenido-, un texto elaborado y expuesto con una pedagogía que ayuda a pensar. Y esto hay también que agradecérselo al autor; es una cualidad rara entre intelectuales.

Por todo ello, considero que Capital e ideología es un texto valioso. Si puede acceder a él, mi sugerencia es que lo lea. Se aprende mucho aunque no se concuerde con el autor. Hay que tener presente además, que no es su responsabilidad si en algunos lugares es tratado poco menos que como el beatle de la economía. Esto evidencia –en todo caso-, la carencia de estudios sistemáticos sobre la realidad del capitalismo hoy en el mundo y acerca de sus justificantes ideológicos, los cuales –efectivamente- presentan como “natural” a la creciente, insoportable y destructiva desigualdad social, tema central estructurador no solo del libro sino de la propuesta alternativa de superación de las sociedades desigualitarias que Thomas Piketty nos comparte en este texto que invito cordialmente a recorrer.


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