¿Cómo nos relacionamos con nuestro pasado? Podemos pensar tres actitudes: en la primera, la historia se olvida y es sepultada por el negacionismo, reduciendo el tiempo al presente; en la segunda, la historia se congela en una memoria reproductiva que busca identificaciones nítidas con el pasado, negando así la diferencia del presente; en tercer lugar, se puede hacer una síntesis, mezcla de olvido y memoria, la clave de esta actitud es la recreación del pasado en función del presente. Proponemos esta tercera actitud para comprender la relación de la Rusia del presente con su pasado soviético, y lo haremos desde tres puntos claves: el nacionalismo, el Estado y la democracia.
El abandono de la URSS
Durante los años 1990, Rusia se dedicó a abrirse a lo peor del Occidente liberal, con consecuencias económicas y sociales casi trágicas. La nueva Rusia reemplazó la confianza en la nomenklatura por la confianza en el mercado y los valores del neoliberalismo, hasta que, en 1998, la recién nacida economía de mercado colapsó. Entre 1991 y 1998 Rusia perdió el 30% de su PBI, el valor de la moneda se devaluó de 144 rublos por 1 dólar a 5000 por 1 dólar. La crisis terminó en un default de la deuda y un decrecimiento del 4 %. El propio gobierno ruso, en 1998, estimaba que el 40% de los negocios privados del país y el 60% de las compañías estatales estaban controlados por la mafia.
La llegada de Putin al gobierno en los comienzos de los 2000 marcó el inicio de cierta recuperación de estos índices a través de un modelo alternativo al neoliberalismo de los 1990. Las reformas políticas y económicas que Putin introdujo hicieron que Rusia empezara a crecer a una tasa del 7%, disminuyera el porcentaje de gente viviendo bajo la línea de la pobreza de un 34% en el 2000 a un 12% en el 2008, y recuperara los índices sociales de calidad de vida. Para ello, lo que en un momento había sido una política de ruptura con el pasado soviético, ante la necesidad de mostrarle a Occidente que el proyecto comunista estaba enterrado, empezó a ser una política de síntesis entre Rusia zarista y Rusia soviética.
Nacionalismo
Uno de los primeros elementos en ser recuperados fue el nacionalismo, que la URSS siempre había sostenido como telón de fondo de sus políticas socialistas. En su libro “Encrucijadas Rusas”, Yevgeny Primakov, antiguo ministro de relaciones exteriores y presidente del gobierno entre 1998 y 1999, promotor de la teoría del mundo policentrado, describe a Putin del siguiente modo: “Su patriotismo no estaba manchado por el chovinismo, evitaba inclinarse a la izquierda o a la derecha, y sus simpatías y antipatías políticas estaban determinadas por los intereses nacionales de Rusia”.
La recuperación de la victoria de la II Guerra Mundial, o la Gran Guerra, como se la conoce en Rusia, es uno de los pilares de este nuevo nacionalismo. Recientemente, Putin habló de “cerrarle la boca” a quienes quieren reinventar la historia al poner a EEUU y a la Europa Aliada como los responsables de la derrota alemana.
Antes de su visita a San Petersburo, para conmemorar el 75 aniversario del levantamiento del sitio de Leningrado, ya había declarado que quienes afirmaban que no debería haberse defendido la ciudad, sitiada por 900 días durante los cuales murieron más de 1.000.000 de personas, eran “estúpidos”. Lo que implica esta respuesta es que si no hubiese existido el sacrificio del pueblo soviético, ni la hermosa y sofisticada San Petersburgo actual, llena de mercados y negocios lujosos, ni la exitosa vida burguesa europea, existirían.
En cada plaza de cada ciudad, desde San Petersburgo a Irkutsk, en la corazón de la Siberia oriental, los viejos monumentos soviéticos levantados en honor a los héroes y al pueblo que venció a Hitler, se encuentran impecablemente mantenidos, cada uno con flores dejadas a modo de ofrenda. Putin recorre incesantemente algunos de ellos, recordando cada fecha histórica.
La invocación a la victoria de la URSS en la Gran Guerra resuena en un presente en el que Rusia se posiciona nuevamente como actor político. Este nacionalismo no se explica únicamente por razones internas (nacionalismo de derecha), que indudablemente existen, sino que también se debe a los lineamientos de la política internacional que persigue Putin (nacionalismo estratégico). Se trata de la fuerza que impulsa a Rusia a disputar poder con EEUU y Europa, tal como la URSS lo había hecho y logrado. En el mes de enero de este año, la canciller alemana Angela Merkel estuvo en Moscú dialogando con Putin sobre Libia que, desde el asesinato de Gadafi, favorecido por la OTAN, se encuentra fracturada en una guerra civil, una visita que es vivida en el país como un claro ejemplo de que EEUU ha dejado de ser el único interlocutor válido para resolver las cuestiones geopolíticas actuales. Como todo el mundo sabe, la entrada de Rusia en el conflicto de Siria, frenando lo que en su momento parecía ser una nueva intervención militar norteamericana, demostró el poder de negociación del país.
Estado
La figura central de Putin y la tendencia a gobernar con un único partido fuerte es también otra herencia soviética. El partido al que pertenece Putin, Rusia Unida, posee 343 bancas en la Duma, mientras que las 107 restantes se reparten entre el Partido Comunista Ruso, el Liberal-Demócrata y Rusia Justa. Este protagonismo implica un modelo no completamente liberal de la democracia que se define más por las reformas sociales conquistadas que por el orden formal del multipartidismo.
Cuando Putin tuvo que poner en orden el Estado ruso, lo hizo reemplazando a la oligarquía, empresarios millonarios que vivieron la fiesta de los 1990, por funcionarios del servicio de inteligencia ruso, el FSB, que había reemplazado a la KGB, y del cual provenía el mismo Putin. Este cambio permitió al Estado ruso tener más control sobre su economía, esto es, sobre los recursos vitales del país: así fue el caso de Gazprom (la mayor compañía rusa que alimenta a Europa de gas), de Russian Railways, de Aeroflot, de Rosmoport (puertos marítimos), de Almaz-Antei (compañía que produce misiles), de Rosoboronexport (compañía que exporta armas), de Mobilcom-Centre (telefonía móbil) y de un largo etcétera. Quienes manejan las empresas son más políticos que empresarios.
Aunque nadie lo piense así, detrás de estos cargos está la idea anti-liberal, incluso marxista me atrevería a decir, que sostiene que la economía no es una esfera independiente, definida por sus propias reglas (libre mercado, la mano invisible, el Estado ausente), sino que siempre es política.
Democracia
Por último, la reelección presidencial, lo que nos llevará a mirarnos en el espejo-Rusia. A mediados de enero de este año, todo el gabinete del gobierno, incluido el primer ministro Dimitri Medvédev, renunció sorpresivamente. Un objetivo aparente es poder llevar adelante las reformas que Putin intenta realizar, entre las cuales está la de limitar la cantidad de reelecciones posibles de un presidente. Putin busca impedir una concentración de poder como la que él mismo ha acumulado, aunque acaba de declarar que Rusia no está lista para un sistema parlamentario y que, en cambio, “necesita de un presidente fuerte”.
Putin ha estado en el gobierno durante dos décadas, un período que sólo lo igualó Stalin en la Rusia soviética. ¿De dónde viene esta voluntad de continuar en el gobierno? Descartada la banal y malintencionada explicación que afirma que buscan “perpetuarse en el poder”, el citado caso de Merkel es un contra-ejemplo, podemos sostener que se trata de otro modelo de Estado y de democracia, tal como existía en la URSS. Sólo por comprender más cabalmente el problema, podemos citar a Rousseau, y no a Marx, cuando afirmaba que la forma de gobierno no era lo más importante para representar a la voluntad general sino las políticas llevadas a cabo por quien la representara.
Latinoamérica en el espejo de Rusia
Tal vez en este punto podamos encontrar en Rusia un espejo en el que mirarnos como latinoamericanos. Cada uno de estos puntos resuena en nuestras propias políticas: la defensa de los intereses nacionales, en nuestro caso, sólo debería entenderse en términos “regionales”. Desde Chávez recordamos qué quiere decir eso. En segundo lugar, Estados fuertes que permitan tener control y propiedad de los recursos vitales de cada país y de la región, es decir, que el Estado sea dueño de lo que produce valor en su país. El caso de Bolivia, con la nacionalización de los hidrocarburos y los proyectos de industrialización del litio, es otro ejemplo. Por último, nuestras democracias se deben un ajuste en el que el poder político no sea rehén de la democracia multipartidista. El desafío actual, tanto de la Rusia de Putin, como de los gobiernos latinoamericanos, es el de forzar los valores de la democracia liberal sin salirse de ella, sobre todo en relación al problema de la reelección. Rusia, la de la URSS y la de Putin, deberían inspirarnos.
¿Cómo nos relacionamos con nuestro pasado? Podemos pensar tres actitudes: en la primera, la historia se olvida y es sepultada por el negacionismo, reduciendo el tiempo al presente; en la segunda, la historia se congela en una memoria reproductiva que busca identificaciones nítidas con el pasado, negando así la diferencia del presente; en tercer lugar, se puede hacer una síntesis, mezcla de olvido y memoria, la clave de esta actitud es la recreación del pasado en función del presente. Proponemos esta tercera actitud para comprender la relación de la Rusia del presente con su pasado soviético, y lo haremos desde tres puntos claves: el nacionalismo, el Estado y la democracia. El abandono de la URSS Nacionalismo Estado Democracia Latinoamérica en el espejo de Rusia |
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