Wolker destacó por su personalidad, pero rechazaba todo individualismo. Siempre se sintió parte de una tendencia social —más allá de formas orgánicas de relacionarse entre sí-, de un destacamento de intelectuales revolucionarios, de la necesidad de poner el arte en función liberadora para los desposeídos, para los explotados del mundo.
Amó la vida, amó la belleza tanto como a la justicia, quizá porque veía la primera en la segunda. Tuvo amores en su corta vida, pero su concepto del amor rebasaba la relación de pareja sin restar a ésta toda su importancia. Estudió Derecho en Praga a instancias de su padre que era un trabajador bancario. En la gran ciudad entró en contacto con aquellos por y para quienes finalmente hizo su poesía.
Esa nueva ola de poetas revolucionarios no podía dedicarse solo a describir la realidad, sino que su misión principal era despertar el espíritu combativo para cambiarla. Incluyo en este libro la traducción del documento redactado por Wolker con el título Arte proletario que expresa el enorme entusiasmo comprometido y luchador de la joven intelectualidad checa de entonces de la cual era parte.