Discepolín y la porteñidad sensiblera y burlona
Por: Eduardo Pérsico
Publicado: 27/03/2024



Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida
Y herida por un sable sin remaches...

Cambalache. Enrique Santos Discépolo (1934)


La intrepidez para vincular en un ‘cambalache’ a un valor ‘sagrado’ como la Biblia con un calefón, bien le serviría a Enrique Santos Discépolo al gritar ‘que el mundo fue y será una porquería’; uno más de sus anárquicos reclamos unido a una invocación celestial. Que tan bien perfilaría ese habitual estilo en sus escritos estimados muchas veces de contradictorios y al fin serían una referencia cultural de los argentinos. Es que al margen de tantos pensadores de trasnoche que lo endiosaran como ‘un pensador filosófico’, por su talento instintivo Discepolín sería diferente a los autores de su tiempo por abrevar en la ilustración de su hermano Armando; catorce años mayor y un serio intelectual que estableciera el Grotesco Teatral rioplatense con sus obras ‘Stéfano’, ‘Mateo’ y ‘Mustafá’, por mencionar tres. Ante ese bagaje de ‘espíritu crítico’, a Discepolín se lo exaltaría con desmesura al considerar profética y filosófica toda expresión reiterativa del sentido pesimista de los argentinos. Que al convertirse en ‘sentencias discepolianas’ más allá del universo tanguero, persisten en la entretela conceptual por ese misterio de la idolatría que existir, existe ...

Enrique Santos Discépolo, -marzo de 1901~diciembre 1951- fue hijo de don Santo, un músico napolitano radicado en Buenos Aires- y llamado Discepolín por su magra contextura se formaría junto a su hermano Armando, y bajo esa tutela atraído por las expresiones de la época se nutriría en el ambiente del tango, luego de intentar la autoría teatral y la propia actuación. Muy joven en 1917 debutó como actor al lado de Roberto Casaux, intento que él mismo calificaría de fracaso por más que luego insistiera con ‘El hombre solo’ y ‘El organito’, dos obras de intención social bosquejadas con su hermano. Luego actor de reparto en ‘Mustafá’ del mismo Armando y éxito por los años veinte, creció en el entusiasmo de una Argentina con Irigoyen, Gardel y el favor popular por el teatro y el tango. Tiempo en el que Discepolín entrara al ambiente nocturnal de Buenos Aires aunque ‘Bizcochito’, su primer tema y el revulsivo ‘Que vachaché’ de 1926, ‘fracaso epocal’ por cuanto una sacrílega mujer lo ‘piantaba’ al hombre que la mataba de hambre, serían relegados por los temas de Pascual Contursi y Celedonio Flores, dos fundacionales de la tanguedad. Hasta que en 1928 la cancionista Azucena Maizani cantara ‘Esta noche me emborracho’, un tema donde Discepolín le dedica renglones a un viejo amor que maltratara el tiempo, con cierta cargazón machista sobre la mujer que hoy sería primaria ante la realidad siglo veintiuno. Algo que reitera al cometer el imperdonable ‘Justo el 31’, brulote que grabara Tania, - su compañera desde 1928 hasta 1951- quien en 1932 lo grabara para el sello Columbia junto a ‘Yira Yira’, ‘Confesión’, ‘Sueño de Juventud’ y otros temas tan recordables como ciertas frases inmejorables que él acuñara. ‘Una canción es un traje que busca un cuerpo que le quede bien’. ‘La tristeza es el corazón que piensa’, ‘El tango es un pensamiento triste que se puede bailar’. ‘Los hombres de grandes ciudades no se detienen ni ante las lágrimas de un desengaño’. .

Luego del éxito de Tita Merello al retomar ‘Que vachaché’ y convertirlo en suceso, varios músicos argentinos en Europa lo difundirían y ya la fama no abandonarían a Discepolín. Con un prestigio constante por el éxito de sus temas y su tarea de charlista en Radio Municipal, donde por 1930 sería apreciado por su irónico desenfado de porteño sobrador y canchero, - por entonces nada frecuente en radio- tanto que por otras emisoras llegaron a repetir lo dicho por Discepolín ante la muerte de Luigi Pirandello, por ejemplo. Un gesto inusual del ambiente que también lo animara de modo paralelo en su tendencia a lo personal y anecdótico. Ese perpetuo perfil de Discepolín evidenciado al contar a gusto improbables situaciones y referencias suyas siempre airosas, por supuesto. Se diría que al menor descuido Discepolín se interpretaba según fuera un pintoresco de la noche dueño de su propio anecdotario y relatara, por ejemplo, su visita a un impreciso club de barrio porteño llamado ‘Lagrimas, Flores y Sonrisas’ y de paso referir un fantástico suceso que entre quienes lo trataran entonces, - el actor Osvaldo Miranda y el mismo Homero Manzi, sus dilectos amigos- entenderían un desafío a la ingenuidad del resto. Y cuando alguien le advertía su adicción a ese ‘libre macaneo’, Discepolín seriamente los corregía ‘ojo, que yo no invento mentiras ni macaneo. Lo mío es un ejercicio de imaginación’. Agudeza propia de quien ‘al fin se interpretaba a sí mismo’.

Con sólo dos dedos sobre el piano, Discepolín compuso letra y música sus temas y sus farragosas lecturas le abrírían aspectos de esa revulsiva época. Un perfil notorio en los primeros escritos de su personaje radial ‘Mordisquito’, sería el reflejo aporteñado del pesimismo canchero y sobrador de los argentinos, ahondado en la letra de su ‘Yira, yira’ al pintar el escepticismo vigente por 1930 en nuestro país. Sus temas además de ratificar al tango como un género cantable con argumento, harían reconocerlo por sus inquietudes teatrales y cinematográficas, a pesar de su despareja película ‘El Hincha’. Ese intento frustrado por la sobrecarga discepoleana del personaje central, que él mismo después admitiera entre amigos.

Enrique Santos Discépolo nació en el barrio porteño del Once, el 27 de marzo de 1901 y murió el 23 de diciembre de 1951. Fue autor de una treintena de temas cantables y no menos de la mitad fueron y son de consentida audiencia. Su compromiso con el peronismo y la adhesión a su personaje radial ‘Mordisquito’, que con mordacidad y certeza callejera bajaba la línea política del gobierno peronista, lo distanció de muchos ‘amigos’ de la farándula bohemia. ‘Gente muy simple, tan simple que no es peronista’ arguyó con tristeza un Discepolín muy enfermo al discontinuar sus charlas radiales. Que para final le escribirían Abel Santa Cruz y Miguel Coronato Paz, dos muy reconocidos autores, más quizá también Julio Porter, coautor con Discépolo de ‘Blum’, la obra teatral de 1948 y 1949 en Buenos Aires.

Sin duda y sobre el mismo Discepolín contradictorio y complejo, Enrique Santos Discépolo culminaría siendo un valor de inevitable importancia en la cultura popular de los argentinos, y dentro del escenario de los mejores. 

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