Los acontecimientos desatados en Rusia que hicieron eclosión el 25 de octubre (7 de noviembre según el calendarios gregoriano) no son descifrables individualmente sino en su conjunto. La Revolución rusa es uno de los hechos más importantes, sino el más importante, del siglo pasado. En todo su proceso se puede observar a un pueblo que luchaba, desgarradoramente, por la paz y la libertad. Y en ese proceso no faltaron contradicciones ni excesos.
Pero uno en particular hizo peligrar todo lo que hasta allí se había logrado. Éste se registró el 30 de agosto de 1918 y bien pudo haber sido el fin de la experiencia de un pueblo por un horizonte nuevo.
Con las palabras de Víctor Serge* podremos ver en profundidad estos acontecimientos.
Del libro “El año 1 de la Revolución Rusa”
“…Vladimir Ilich Ulianov (“N. Lenin” es el viejo seudónimo del escritor que vive fuera de la ley) tiene cuarenta y ocho años. Es un hombre de mediana estatura, bastante ancho de espaldas, más bien corpulento, de andar rápido, de ademanes vivos. Pómulos pronunciados, nariz carnosa, frente muy ancha, alargada por la calvicie. Una barbilla, tirando a roja, alarga su ancho rostro, en el que unos ojos azules brillan con malicia. La impresión que da es de salud, de equilibrio de fuerza sin complicaciones. Tanta sencillez asombra en el hombre de genio. Ríe de buena gana, es de apariencia jovial y bonachona; cuando escucha, con la frente apoyada en la mano, toma a veces una expresión de astucia, a veces entorna los ojos, se endurecen sus facciones y adquiere, una terrible expresión de firmeza pensativa; pero una de sus expresiones habituales es abrir la boca en una sonrisa plena, divertida, aprobador como para decir: “¡Claro, eso es!” o sarcástico. Como orador no conoce el énfasis, es extraño a toda retórica, busca encarnizadamente convencer, demostrar, mediante una dialéctica rigurosa, de sentido común fundamental, y apoyada en terquedad; de ademanes, breves, francos, que de alguna manera materializan la argumentación. Orador y publicista, está dotado de un realismo poderoso que arrebata e impone el convencimiento. De origen burgués. Su vida: a partir de los veinte años, después de salir de la universidad (San Petersburgo), se dedica a la propaganda y a la agitación.
Recuerdos: el de un hermano, joven terrorista, que ha muerto en la horca. Un año de prisión, dos de destierro en Siberia, emigración a Munich, después a Londres; fundación del partido, las polémicas, las luchas incesantes, el estudio y la elaboración de un sistema de doctrina, la acción clandestina dentro de Rusia durante la revolución de 1905, los congresos internacionales, el trabajo cotidiano en Ginebra, París, Cracovia y Zurich durante la guerra.
El mismo esfuerzo perseverante cumplido durante quince años: organizar el partido, preparar la revolución. La misma existencia de una regularidad paradójica de revolucionario profesional, en Inglaterra, en Suiza, en Francia, en Galicia; mediocres habitaciones, bibliotecas, redacciones de pequeñas hojas clandestinas, reuniones; los camaradas, el té, los grandes paseos en bicicleta... No han faltado horas negras; pero jamás ha tenido un desfallecimiento, jamás ha conocido la duda. El sabio domina cuatro lenguas (ruso, inglés, alemán y francés), la sociología marxista, la historia del capitalismo y del movimiento obrero, la política rusa a fondo. Para refutar la tendencia idealista del partido, se dedica a la filosofía. El revolucionario que tiene la experiencia de tres revoluciones. El rasgo esencial de su carácter es la unidad de la acción, del pensamiento, de la palabra, de la vida individual y de la misión política. Lenin está tallado de una sola pieza, vive todo entero en tensión perpetua hacia su objetivo, que es también su misión y que se confunde con la misión del proletariado. Su prestigio de fundador del partido y de guía de la revolución es inmenso; sin embargo, dentro del partido que él ha formado nadie teme contradecirle, y eso le satisface.
Hombre utilitario, que llega a veces a la brutalidad, no ha manchado jamás sus manos. En este momento es el jefe del partido y del gobierno. Traza los caminos y apunta al objetivo final. Es el cerebro de la revolución. “Lenin es una máquina de pensar asombrosa, un mecanismo voluntario y lógico de una precisión y de una fuerza increíbles que se ha hecho carne con el gran movimiento revolucionario, que se ha adaptado maravillosamente a él, que forma parte integrante de él, que es su motor…”
“…A la República sitiada, hambrienta y socavada por las conjuraciones, quedaba por asestarle un golpe decisivo. El papel de los auténticos jefes proletarios es precisamente grande porque son irremplazables. Valor personal, autoridad, influencia, son productos de la historia formados por la clase obrera con ayuda del tiempo y de los acontecimientos, cosa que nada puede suplir. Las clases dominantes, que han llegado a un alto grado de cultura, están en condiciones, durante los períodos de prosperidad, de formar en gran número los jefes que necesitan. A la clase obrera en su estado actual de opresión y de incultura, sólo le queda el recurso de suplir por medio de la organización política, la falta o la muerte de sus jefes. Éste es uno de los graves problemas que se plantean en las épocas de crisis. El movimiento obrero alemán no ha podido, al cabo de diez años, suplir la falta de Kart Liebknecht y de Rosa Luxemburgo**. Quedaba, pues, todavía el recurso de herir a la revolución en la persona de sus jefes. En este sentido, las tradiciones terroristas de los socialistas-revolucionarios de derecha suscitaban perseverantes iniciativas. Es cierto que el Comité Central socialista-revolucionario había declarado inadmisibles los atentados después de la caída de la autocracia; pero se había realizado un cambio profundo en la política y en la mentalidad del partido, a consecuencia de la disolución de la Asamblea Constituyente, de la paz de Brest-Litovsk y de la presión ejercida por los aliados. El VIII Consejo Nacional del partido socialista-revolucionario, que celebró sus sesiones del 7 al 14 de mayo, había aprobado solemnemente, en términos apenas matizados de hipocresía, el principio de la intervención extranjera en Rusia. “Considerando que la política del poder bolchevique amenaza la independencia misma de Rusia, el VIII Consejo Nacional del partido socialistarevolucionario es de opinión que este peligro sólo puede desaparecer mediante la liquidación inmediata del gobierno bolchevique y la trasmisión del poder a un gobierno legitimado por el sufragio universal... Este gobierno podría admitir, con fines puramente estratégicos, la entrada de tropas aliadas en territorio ruso, con la condición de que quedasen garantizadas la no intervención de las potencias extranjeras en los asuntos interiores de Rusia y la integridad territorial del país.” Esto equivalía a decir con bastante claridad, una vez más, que todos los medios eran buenos contra los bolcheviques. La browning del terrorista no se diferencia tanto como parece del avión checoslovaco.
Existía en Petrogrado una “organización de combate” socialista-revolucionaria, pequeño grupo terrorista sólidamente organizado. Obraba con bastante independencia del Comité Central, que se reservaba el derecho de desautorizarlo en caso necesario, vigilaba muy de cerca a Uritski y a Zinoviev, con el fin de suprimirlos, y había asesinado ya al tribuno Volodarski. Estaba dirigido por C. I. Semenov, quien, en 1921, se pasó al bolchevismo y puso en claro la actividad terrorista de su antiguo partido. Los terroristas - una docena- se reunieron en Moscú para preparar simultáneamente el asesinato de Lenin y Trotski. Dividieron Moscú en cuatro sectores; en cada uno situaron un observador y un ejecutante, asiduos concurrentes a los mítines en que Lenin tomaba la palabra los viernes y que acecharon la ocasión de hacer fuego sobre él. Esta vigilancia duró unas cinco semanas. Los ejecutores eran dos mujeres: Konopleva y Kaplan, y dos obreros: Usov y Kozlov. Estos dos últimos tuvieron sendas oportunidades de atacar a Lenin, pero desfallecieron. “Estaba indeciso -contó más adelante Usov-; había perdido la fe; tuve que abandonar la organización.” El 30 de agosto, al igual que los viernes procedentes, esperaban los terroristas a Lenin en todos los grandes mítines obreros. Un anciano obrero socialista-revolucionario, Novikov, apostado en los alrededores del establecimiento industrial Michelson, lo vio llegar; la terrorista Fanny Kaplan, antigua anarquista, se hallaba en la sala, armada con una pistola cuyas balas creyó haber envenenado el jefe del grupo, Semenov. Lenin llegó solo; no lo escoltaba nadie; nadie lo recibió. Al retirarse, lo rodearon algunos obreros un momento, a pocos pasos de su automóvil. En aquel momento hizo Fanny Kaplan tres disparos contra él, hiriéndole gravemente en la espalda y en el cuello. Conducido por su chofer al Kremlin, tuvo Lenin todavía fuerzas suficientes para subir en silencio las escaleras del segundo piso; luego el dolor lo abatió. Fue muy grande la ansiedad: era posible que la herida del cuello fuese de suma gravedad; se le creyó moribundo. Pero la fortaleza física del herido se sobrepuso. Lenin se levantó al cabo de unos diez días.
El Comité Central del partido socialista-revolucionario se declaraba, cinco días después, ajeno al atentado. (Con ocasión del asesinato de Volodarski había hecho una declaración análoga.) Esta desautorización, arrancada evidentemente por el temor de terribles represalias y por el sentimiento de la impopularidad -la tradición del partido consistía en reivindicar y en jactarse de los atentados cometidos por su organización de combate-, produjo en los terroristas una impresión de abatimiento abrumador. “¡íbamos a la muerte -dice uno de ellos- en nombre del Comité Central, y el Comité Central nos desautorizaba!” La duplicidad de los dirigentes de los socialistas-revolucionarios (Gotz y Donskoi) era tan grande, que en el momento mismo en que redactaban esta desautorización, en la noche del 6 de septiembre, sus hombres preparaban el descarrilamiento del tren de Trotski. Se creía que la desaparición del jefe del ejército rojo podría acarrear el desmoronamiento del frente. Habían establecido vigilancia sobre Trotski en los alrededores del Kremlin, de la Comisaría de Guerra y de las administraciones militares. Cinco ejecutores, encargados de volar el tren, seguían un curso técnico hecho por un terrorista experimentado. Trotski debía salir el día 6 para el frente. Dos ejecutores, uno de los cuales era una mujer, le esperaban en la estación; si escapaba a las balas, Elena Ivanova se encargaría de hacer volar su vagón. Pero le esperó inútilmente toda la noche en un punto de la línea de Kazán. Trotski había marchado por la línea de Nijni-Novgorod.
Se actuó en las dos capitales a la vez. El mismo día en que caía Lenin, en Moscú, era asesinado el presidente de la Checa de Petrogrado, Moisés Salomonovich Uritski, por Kaneguiser, un estudiante socialista-revolucionario que intentó refugiarse en el club inglés.
¿Guardaban estos atentados relación directa con la intervención extranjera? Pierre Pascal, que estaba encargado del servicio de claves en la misión militar francesa, ha dicho: “Yo mismo he descifrado un telegrama en el cual se trataba del empleo del terrorismo. Afirmo categóricamente que la misión militar francesa ha alentado los atentados que se han cometido en Rusia...” Pronto veremos cómo los agentes ingleses preparaban, por su parte, la desaparición de Lenin y de Trotski. Finalmente, Savinkov afirma que los agentes del Consejo Nacional checo, que le entregaron fondos, deseaban que los emplease en la organización de atentados terroristas…”
* Victor Lvovich Kibalchich (Bruselas, 1890-México DF, 1947), conocido como Victor Serge, fue un anarquista, revolucionario, fecundo escritor y activo participante del proceso revolucionario ruso a partir de su llegada a Petrogrado, en febrero de 1919, trabajando en el recién fundado Comintern como periodista, editor y traductor.
** Escrito entre 1925 y 1928, describe los acontecimientos y procesos principales que tuvieron lugar en Rusia durante los doce primeros meses que siguieron al triunfo bolchevique. La interpretación y análisis, así como el reconocido talento de escritor y narrador de Victor Serge, convierten a esta obra en uno de los frescos históricos más bellos de la epopeya del siglo xx.
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