Homero Nicolás Manzione Prestera, un artista monumental viviendo en compromiso siempre con el otro
Por: Acercándonos Ediciones
Publicado: 01/11/2024





El 1 de noviembre de 1907 nacía en Añatuya, Santiago del Estero, Homero Nicolás Manzione Prestera, letrista, político y director de cine, autor de varios tangos y milongas muy famosos, entre ellos Barrio de tango, Malena con música de Lucio Demare, Milonga sentimental, Romance de Barrio, y Sur con música de Aníbal Troilo.

Adhirió desde muy joven a la Unión Cívica Radical donde seria un claro exponente de la ideología yrigoyenista.

Vivió gran parte de su vida en el barrio de Nueva Pompeya que le sirvió de inspiración en muchos de sus tangos.

Hoy una calle lleva su nombre y hay una imagen en la plaza principal del barrio que recuerda su figura y su paso por FORJA.

 

El poeta que no fue ni oficialista ni opositor, sino un revolucionario

:::: Por Norberto Galasso

El autor de letras de tangos que se convirtieron en verdaderos himnos porteños, fue también un orador de barricada que se pronunció siempre a favor de los más humildes. En el arte y en la vida caminó por la vereda de lo popular.

Le tocó vivir un tiempo difícil de vasallaje y miseria popular, de artes exóticas y gobiernos reaccionarios, de banderas enfangadas y "próceres" traidores. Pero él supo encontrar las respuestas y erguirse junto a su pueblo para empujar, "de prepo", a esa historia nuestra, a veces remisa y reculadora.

Vino de su Añatuya callada y desvalida y se metió con su espíritu poblado de versos en un Boedo mistongo que se derramaba en cafetines, lustrabotas y mendigos hacia esa Chiclana amenazada siempre por la inundación. Allí caminoteó atardeceres con Cátulo Castillo, Julián Centeya y el "loco" Papa y allí resolvió en largas conversaciones con Jauretche su dilema shakesperiano trasladado al suburbio: "¿Ser hombre de letras o hacer letras para los hombres?". Allá estaba la Academia y el galardón literario, el premio municipal en la solapa y la cátedra momificada. Aquí, la fidelidad al Barrio de las Ranas, a las pibas de Alsina, a Pompeya con su farol "balanceado en la barrera" y "el codillo llenando el almacén", al Boedo legendario donde se mezclaban el caudillo radical Pedro Bidegain y aquel Eufemio Pizarro que "con vaivén de carro…/ cruzaba los ocasos / del barrio pobretón". Y Homero Nicolás Mancione desdeñó la fama oligárquica para grabar su perfil como Homero Manzi optando por el mundo de "las chatas entrando al corralón", chapaleando barro bajo el cielo de Pompeya herido de lonjas rojas, con sus gorriones y fabriqueras, con el eco de un bandoneón –"mariposa de alas negras"- brotando del último organito de una ciudad entristecida.

En ese camino, sus "versos para los hombres" acunaron a la Negra María, consolaron a la mulata abandonada, invocaron al Papá Baltasar en nombre de los chicos pobres, eternizaron al viejo ciego del violín y a aquella Malena "con voz de sombra", en el paisaje indeleble de un "Sur paredón y después". De este modo, estampó una radiografía carreguiana de personas y aconteceres de la realidad, tan humildes y por eso, precisamente, tan importantes.

Asimismo, en el terreno político, Homero también eligió la vereda popular, despreciando las canonjías que el ofrecía el radicalismo alvearizado, para lanzarse a la aventura de FORJA, aquel 29 de junio de 1935, porque sabía que "éramos una Argentina colonial" y ansiaba una "Argentina libre". La soberanía popular, la nacionalización de las empresas extranjeras y la reivindicación de los derechos de los trabajadores se hicieron punta, una y otra vez, en su vozarrón lanzado al viento en la tribuna esquinera –modesta tarima de cajoncitos de cerveza- donde chisporrotearon luminosas verdades en la sombría noche de la "Década infame".

Aquel que calificaba a la piel de una muchacha como "magnolia que mojó la luna", se transmutó entonces en orador de combate: "Nos quieren hacer creer que hay una cosa intocable en la economía: el gran capital… Nos quieren convencer que el ferrocarril apenas da ganancias a sus accionistas… Hay que crear mentalidades opuestas y nacionales que frente a esa lamentación digan sencillamente esto: ¡¡¡QUE SE VAYAN A LA PUTA QUE LOS PARIÓ ESOS ACCIONISTAS!!!".

Así batalla en la catacumba forjista, en esa época en que la tisis roe los pulmones de las mujeres que pedalean en la "Singer", cuando los rufianes controlan la calle Corrientes y las adolescentes desaparecen del conventillo atraídas por "las luces del centro". Y así se consustancia cada vez más con su pueblo. Por esa razón, en 1947, reencendiendo su vieja fe del auténtico irigoyenismo, brinda su apoyo a la caravana popular desde su perspectiva de "revolucionario", amigo del Pueblo, al que expresa en sus versos y a quien acompaña ahora en su nuevo camino jubiloso: "Quienes nos tildan de opositores se equivocan. Quienes nos tildan de oficialistas también. Nos somos oficialistas ni opositores. Somos revolucionarios… Perón es el reconstructor de la obra inconclusa de Hipólito Yrigoyen".

Poco después, la muerte le punguea el corazón en el sanatorio Costa Boero y se despide "lleno de luces y dolores… que integran mi cortejo final de despedida". Sin embargo, aún hoy, cuando en la radio en un tallercito del suburbio o en la disquería noctámbula de la calle Corrientes, florecen otra vez sus versos "con un perfume de yuyos y de alfalfa/ que nos llena de nuevo el corazón", parece como si el Homero indoblegable se pasease todavía con su cara redonda y sus ojos limpísimos de niño –esos por donde "su frente triste de pensar la vida, tiraba madrugadas por los ojos", como diría Cátulo Castillo- para mantener viva la canción y encendernos, de nuevo, la esperanza.

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Hombre

¿Eres cientos de vidas, o una vida?
¿Una sola infinita y dolorida?
¿Eres dueño del mundo en que transitas
o el mundo es una gruta donde habitas?
¿Andas entre flores y el paisaje
sin poner el perfume y el celaje?
¿Creaste una deidad omnipotente
para que manejara tu presente
y tu pasado y lo que nunca ha sido,
lo muerto, lo vital, lo presentido?
Cruzas frente al espejo de tu espejo
y no eres el reflejo de un reflejo.
Manejas tardes y también mañanas
y ríos y amapolas y ventanas
y lágrimas y sombras y canciones
y juncos y fatigas y emociones
y guerra y paz y prados y ciudades
y juventud y ancianidad y edades
y libros y banderas y armonías
y das luna a la noche y sol al día.
Mides los mundos que tú hiciste mundos
con teoremas exactos y profundos.
Trabajando en tu nada y en tu todo
pintas blanca la nieve y negro el lodo.
Prescribes lo moral y abres caminos
y ponderas valores y destinos.
Juzgas para esta vida y otra vida.
Ésta fugaz y la de allá dormida,
sobre un tiempo sin tiempo —fuego o nube—
y dices que el mal rueda y el bien sube.
Corres como un gigante desolado
con fuerzas que tú mismo has convocado
y de pronto, cortando tu carrera,
te blasfemas, te lloras, te veneras,
te conviertes en cientos de millones
que maldicen o rezan oraciones
y te cambias el rostro en cada suerte
y vuelves a la vida y a la muerte
con una vanidad empecinada
hecha de polvo, de ceniza y nada
y aguardas rosa de la mano amiga
y de la mano sin amor ortiga.
Pero sabes que todo está en tu sueño:
ortiga y rosa, soledad y leño.
Eres trágico así y eres culpable.
Si eterno, te defines deleznable.
Si santo, buscas torpes tentaciones.
Si valiente, te ensucias con pasiones.

Eres trágico así y eres absurdo
cuando te vistes con el gesto burdo
y abismas en fracaso abominable
el bien, de cuya norma eres culpable
y cuando hieres con tus propias manos
tu propio corazón en tus hermanos
y descargas la furia de tus brazos
sobre el propio dolor de tus pedazos
y destruyes los sueños de ti mismo,
lanzando lo que es tuyo hacia el abismo.
¿Cómo puedes herir a la criatura
que es una imitación de tu figura?
¿Cómo puedes gozar del cataclismo
si está hecho todo en carne de ti mismo?
¿Si el cielo, la perdiz y la cabaña
salieron desde el fondo de tu entraña?
¿Si la bestia que pace y los pastores
tienen tu amor y tienen tus dolores?
Hombre que todo lo soñaste un día,
no puedes solazarte en la agonía.
Y no puedes mentir que son mil vidas
ajenas a tus manos atrevidas.
Eres uno, el primero, el que hizo todo.
Blanca la nieve blanca y negro el lodo.
El que duerme en las hondas sepulturas
y despierta después en las criaturas.
El creador de sí mismo, el propio dueño.
El responsable de su enorme sueño.
Deja tu vanidad empecinada
hecha de polvo, de ceniza y nada,
y vuelve a ser el ángel legendario
que hizo la cruz y que labró el rosario.
No puedes ver morir con sorda calma
las cosas que pariste con el alma.
Nada menos que tú, que eres poeta
y fuiste tu factor y tu profeta.
Nada menos que tú, que de tan noble
trajiste hasta tu casa el pez y el roble.
Y que hiciste infinita la medida
para encoger tu imagen y tu vida.
Y que al solo fervor de tu mirada
dibujaste los cosmos en la nada.
Y que al solo temor de hacerte malo
nombraste un juez y le entregaste el palo.
¡Cómo puedes fraguar maldad y muerte
si hiciste a Dios para no ser tan fuerte...!





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