Hugo del Carril nació en el porteñísimo barrio de Flores, en la Capital Federal, con el nombre de Piero Bruno Hugo Fontana Bertani y ya desde muy joven comenzó en la radiofonía argentina, como locutor primero, alternando esta actividad con la de cantor, vocación que traía ya en el alma y que se nutriría, acrecentaría y afirmaría en la admiración por Carlos Gardel, y de la que terminó finalmente haciendo su profesión.
Escogido el camino de la canción popular, tomó lecciones con la soprano Elvira Colonese, cantante lírica que encauzó técnica y profesionalmente sus naturales condiciones, comenzando en 1929 a trabajar en Radio del Pueblo. Allí fue estribiliista de casi todas las orquestas que desfilaban por la emisora, presentándose ya con el nombre de Pierrot, Hugo Font o Carlos Cáceres. Antes había actuado en un cuarteto de voces junto a Emilio Castaing y Mario y Martín Podestá; luego integró el trío París, y posteriormente formó el dúo Acuña-Del Carril, ya definitivamente adoptado el seudónimo de Hugo del Carril; grabó por ese tiempo (mediados de la década del '30) una serie de composiciones con la orquesta de Edgardo Donato.
Después comenzó su carrera como solista, cuando el director Héctor Quesada lo llevó a Radio La Nación secundado por guitarristas (posteriormente el acompañamiento guitarrístico lo confió casi exclusivamente a los hermanos Puccio).
En 1936, grabó en discos Victor también como solista, con el marco de la orquesta de Tito Ribero, músico, arreglista y compositor que a partir de entonces se convertiría en su director y asesor musical.
A fines de ese mismo año intervino en la película Los Muchachos de Antes no Usaban Gomina, cantando el tango del director del film (Manuel Romero) con música de Francisco Canaro titulado "Tiempos viejos". Su estampa, su simpatía, su dicción, su sonrisa y su voz hacen que Manuel Romero lo inicie, a partir de esa fugaz aparición, en el cine nacional, actividad que le proporcionó fama y dinero, al mismo tiempo que le dieron a su nombre y a su figura dimensión de ídolo.
Títulos representativos y recordados del cine y de aquella época gloriosa de Hugo del Carril pueden ser, tratando de hacer una muy apretada síntesis, Madreselva, Gente Bien, El Astro del Tango, Vida de Carlos Gardel, La Piel del Zapa y, más adelante, La Cabalgata del Circo, La Cumparsita, El Último Payador, El Último Perro, El Negro que Tenía el Alma Blanca.
Paralelamente a esta actividad de actor se ha ido agigantando el cantor. Diversas radios, los más calificados escenarios porteños y las giras por el interior y América van extendiendo su éxito, su prestigio y su fama dentro y fuera del país, idolatría a la que ha contribuido enormemente el cine, tremenda estructura publicitaria que lo hace conocer en todas partes. El sello Odeon registra en sus placas todo ese bien escogido repertorio que la pantalla y el escenario difunden, y que afirman un estilo muy personal, muy gardeliano, de gran calidad y emotividad. Quedan, de esta manera, en el surco discográfico inmejorables versiones.
De una gruesa lista tomamos algunos títulos como ejemplo: "Nostalgias", "Nada más", "Betinotti", "Como aquella princesa", "Percal", "Sosiego en la noche", "Desaliento", "Igual que ayer", "Pobre mi madre querida", "Al compás del corazón", "Nubes de humo", "Buenos Aires", "Tres esquinas".
Sobre 1950, incursionó en el cine como director, otra de sus pasiones, iniciándose con Historia del 900; consiguió más adelante un justificado éxito con lo que sería su mejor trabajo: Las Aguas Bajan Turbias (basada en el libro El Río Oscuro, de Alfredo Varela). En toda esa década dirigió otros filmes: La Quintrala, Mas Allá del Olvido, Una Cita con la Vida, Las Tierras Blancas, Culpable, Esta Tierra es Mía, que no alcanzaron el nivel y la repercusión de Las Aguas Bajan Turbias.
Con respecto la actividad de Hugo del Carril como director, guionista o realizador, dice José Agustín Mahieu: «Hugo del Carril parece, en general, una víctima del medio que lo ha formado, incapaz de distinguir, por su incompleta formación cultural, los datos reales, no puede tampoco expresar sus intuiciones, insuficientemente claras para si mismo. Por eso su intención realista cae en la deformación melodramática o folletinesca.» (Breve Historia del Cine Argentino, de José Agustín Mahieu, Eudeba, 1966, pág. 44). Claro, Mahieu es un crítico y especialista. Sin embargo debemos aceptar que el gran público captó su intuición, su sensibilidad y su intención, y aplaudió sin retaceos su trabajo, como realizador, como director y como actor. Y este perfil de su multifacética actividad artística deja algo positivo. Al menos los dos trabajos nombrados primeramente.
Sus convicciones políticas lo acercaron al peronismo y provocaron un enfrentamiento con muchos sectores artísticos adversos a Perón, que por ese motivo le restaron importancia a su obra y lo aislaron en el afecto y en la amistad, máxime cuando grabó la popular marcha "Los muchachos peronistas", registro que con el tiempo quedaría como símbolo de ese movimiento político. Después de 1955 vivió un tiempo en México, prácticamente resistido en su patria y en lo que había sido su mundo del espectáculo.
Siguió cantando y filmando en los años '60, pero los tiempos del esplendor artístico habían pasado. Se presentó, aunque esporádicamente, en algunas temporadas teatrales, en alguna película.
Encaró diversos negocios al margen del espectáculo, en los que le fue mal, resintiéndose su situación económica, al punto de tener que retomar su actividad de cantante; hizo algún trabajo en televisión, grabó discos, pero sin el nivel de lo que había logrado en los años '40 y '50, aunque el público le siguió dispensando su aplauso y su cariño. Como cuando el jueves 6 de marzo de 1980, al debutar en Caño 14, debió cantar 57 minutos seguidos por imposición de un público enfervorizado.
Y otra inequívoca demostración de esa adhesión y afecto se la reiteró Buenos Aires unos años después, cuando, invitado por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de la Ciudad, ofreció un ciclo de recitales de canto en el Centro Cultural San Martín.
Hugo del Carril fue además un hombre de una corrección ejemplar. Mientras dispuso de medios acudió en ayuda de cuanto colega lo necesitó. Y su palabra, su amistad y su consejo estuvieron siempre al lado de los jóvenes, a quienes asistió con su experiencia y su solidaridad. Siempre puso el gesto amistoso y cordial por sobre las diferencias que en algún momento lo hirieron.
Esa hidalguía, unida a su simpatía y a su apostura (una especial mezcla de porteñidad y criollismo), más sus condiciones artísticas, contribuyeron para ratificar el adjetivo de ídolo popular que hemos elegido para esta nota como un merecido homenaje a su digna trayectoria.
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