Lélia fue una intelectual, política, profesora y antropóloga brasileña. Nació el 1 de febrero de 1935 en Belo Horizonte, Minas Gerais, Brasil, y murió el 10 de julio de 1994 Río de Janeiro, Brasil. Fue la penúltima hija de una familia de 18 hermanos, su madre era originaria y el padre afroamericano, de profesión ferroviario.
Su figura fue determinante para los debates de cuestiones de raza, género y clase. Activista que formó parte de un esfuerzo colectivo de legitimación intelectual protagonizada por el movimiento negro y feminista, en el proceso de democratización de Brasil.
Lélia tuvo una formación universitaria, graduada en Historia y Filosofía. Realizó posgrados en Comunicación y Antropología, además de cursos libres en Sociología y Psicoanálisis.
Fue militante del movimiento negro, fundadora del Movimiento Negro Unificado, vicepresidente cultural del Instituto de pesquisa de culturas negras (IPCN), militante de lucha contra la discriminación de la mujer. Fue la primera negra electa como mujer del año por el consenso nacional de mujeres de Brasil. Tuvo la posibilidad de ser la primera negra en salir del país para divulgar la verdadera situación de la mujer afroamericana brasileña. Fue vicepresidente del primero y segundo seminario de la ONU sobre “La mujer y el Apartheid" (Montreal- Canadá y Helsinki- Finlandia, 1980).
Escribió artículos en Brasil y en el exterior, además de libros sobre las condiciones de explotación y opresión contra los negros y las mujeres. Ejerció como profesora de “Cultura popular brasileña” en escuelas y universidades.
Fue pionera en la crítica del feminismo hegemónico y reflexionó sobre los diferentes caminos de resistencia de las mujeres al patriarcado, demostrado por la historia de las mujeres afro e indígenas en Brasil, América Latina y el Caribe.
Su pensamiento también proponía la descolonización del conocimiento y la producción del mismo para actuar como “outsider” (observar desde fuera de las normas sociales establecidas por el sistema dominante).
Lélia González enfrentó el paradigma dominante y en algunos textos utilizó un lenguaje considerado al margen del modelo establecido para la producción de textos académicos, es decir, sin la obediencia a los requisitos y reglas de la gramática normativa, lo que reflejaba la herencia lingüística de culturas esclavizadas.
El pensamiento de Lélia González fue construido por el contacto con los hombres y las mujeres de otros lugares. Ella era una diáspora intelectual, con un pensamiento erigido por los intercambios emocionales y culturales a lo largo de la llamada del atlántico negro, con intelectuales, amigos y activistas de América del Norte, el Caribe y el Atlántico de África. En este diálogo con varios autores se realizaron las “Teorías de la política de la traducción¨ para desarrollar un pensamiento global y transnacional, con el objetivo, no sólo de explicar cómo se logró la dominación en América a través del racismo, sino también de introducir una lucha semántica en el academicismo".
Abordó el tema de la representación de las mulatas desnudando la construcción de los sectores dominantes donde la mulata es vista como un estereotipo representado por un cuerpo que se compone de grandes tetas y exuberantes culos (recordar la popular historieta de Clemente y la mulatona del dibujante Caloi en el diario Clarín), con una capacidad natural para moverse sensualmente al ritmo de sus caderas erotizadas que anuncian la invitación al sexo. Analiza Lélia González: “Los atributos de la mulata se pueden admitir sólo en un espacio determinado, que es el carnaval. El mulato se transformó en un objeto para ser consumido por la mirada del hombre blanco. La mulata despierta el deseo, la libertad sólo se manifiesta durante el carnaval, porque ese sentimiento es abierto por el espectáculo. Pero en la vida cotidiana, en las relaciones laborales y afectivas, el deseo da paso al rechazo y la discriminación.
Los estereotipos de las mujeres negras son utilizados como imágenes de control, en su intento de promover una definición de esas mujeres como “otros”, objetivados, deshumanizados. La deshumanización sirve para justificar los grupos de control. Las imágenes de control sirven para enmascarar el racismo, el sexismo, la pobreza y otras injusticias sociales, haciendo que se vea como parte natural, normal e inevitable de la vida cotidiana con el fin de legitimar el mantenimiento de las desigualdades sociales”.
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