Nació el 17 de marzo de 1920 en Toay, La Pampa. Adoptó como apellido literario el de su madre; su padre, siciliano de Capo d' Orlando, se llamaba Carmelo Gugliotta; su madre era Cecilia Orozco, nacida en San Luis.
Del ambiente familiar guardaba entrañable memoria y constituyeron su recuerdo de la infancia. Sus primeros años transcurrieron entre aquella población y Buenos Aires. En 1928, la familia se trasladó a Bahía Blanca donde la niña se aficionó al mar. En 1936 se instaló en Buenos Aires donde se recibió de maestra.
Primeros pasos
En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires conoció a Daniel Devoto, Eduardo Jorge Bosco y, más tarde, a Alberto Girri, poetas y amigos muy queridos. Pronto trabó amistad con Norah Lange y Oliverio Girondo, animadores de un círculo literario y festivo en el cual se vivía y cultivaba el surrealismo.
En 1940 integró el grupo que colaboraba en Canto, una de las revistas de la generación del 40. En esta época, Olga hacía comentarios sobre teatro clásico español y argentino por Radio Municipal en un ciclo destinado a ese tipo de obras.
Formó parte de un grupo de radioteatro convirtiéndose, entre 1947 y 1954, en actriz radial con el personaje Mónica Videla. Trabajó también en Radio Splendid, en la compañía de Nidia Reynal y Héctor Coire. En los 60 fue redactora en la revista Claudia.
Labor literaria
Trabajó en el periodismo utilizando numerosos seudónimos, respondió a consultas sentimentales y a cálculos astrológicos, mientras se iban acumulando distinciones y homenajes.
Sus poemas, muchos de ellos recogidos por La Nación, atraían a poetas de las nuevas generaciones, que con frecuencia en homenajes y recitales rodeaban a Olga y la aclamaban, atraídos por sus textos, sin duda, pero también por su seductora personalidad y hasta por su sola presencia.
Leía inmejorablemente y, gracias a esa virtud, sus recitales resultaban espectáculos que encendían el entusiasmo del público. Emanaba de Olga Orozco una fuerza irresistible su poseía de una inteligencia sutil sabía explayarse con lirismo y ternura.
Tema de su obra
Toda su obra gira en torno del tema de la muerte y la soledad, que ha sabido expresar con una gran intensidad dramática. Lo más importante de su producción se encuentra en los poemarios.
En general, el uso del versículo le permite desplegar una imaginación visionaria, suntuosa de figuras, al servicio de una serie de temas constantes: la evocación idealizada del paisaje nativo (la llanura pampeana), la infancia en tanto paraíso perdido, la adolescencia como edad de los descubrimientos, la memoria como tesoro poético donde el tiempo puede recuperarse y solventar las asechanzas de la muerte.
La poesía francesa posterior al surrealismo y la poesía narrativa norteamericana le valen para organizar un lenguaje muy personal y un mundo cerrado, melancólico, sofocante y voluptuoso a la vez.
Vida privada
En lo 1990 muere su esposo, el arquitecto Valerio Peluffo (estuvieron unidos durante veinticinco años).
Después de la muerte de Peluffo, , le dedicó el poema En la brisa, un momento, que contiene los siguientes versos:
"Ah, si pudiera encontrar en las paredes blancas de la hora más cruel / esa larga fisura por donde te fuiste, / ese tajo que atravesó el pasado y cortó el porvenir, / acaso nos veríamos más desnudos que nunca, como después de nunca, / como después del paraíso que perdimos, / y hasta quizás podríamos nombrarnos con los últimos nombres, / esos que solamente Dios conoce, / y descubrir los pliegues ignorados de nuestra propia historia / cubriendo las respuestas que callamos, / incrustadas tal vez como piedras preciosas en el fondo del alma. "
Muerte
Falleció el 15 de agosto de 1999 a los 79 años como consecuencia de una afección circulatoria, sus restos se encuentran en un cementerio privado de Pilar, provincia de Buenos Aires.
Olga Orozco murió en el sanatorio Anchorena de la Capital Federal, donde había sido internada dos meses antes y sometida a varias operaciones. Siendo una de las principales exponentes de la poesía latinoamericana, la escritora siempre optó por un perfil bajo y prefirió que no trascendieran sus problemas de salud.
Homenajes
A poco de conocerse su fallecimiento, numerosos intelectuales la recordaron. Así, Horacio Armani subrayó su afán por "alejarse de la versificación tradicional". Por su parte, Cristina Piña dijo que su obra "trasciende influencias". Y Antonio Requeni se refirió a ella no sólo como a la poeta más importante del país, sino "del idioma español".
Aquí están tus recuerdos
Aquí están tus recuerdos:
este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
tu nombre,
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;
el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, tan cercana,
en el mismo jardín donde la hierba canta todavía
y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,
entre los matorrales de la sombra.
Todo siempre es igual.
Cuando otra vez llamamos como ahora en el lejano muro:
todo siempre es igual.
Aquí están tus dominios, pálido adolescente:
la húmeda llanura para tus pies furtivos,
la aspereza del cardo, la recordada escarcha del amanecer,
las antiguas leyendas,
la tierra en que nacimos con idéntica niebla sobre el llanto.
-¿Recuerdas la nevada? ¡Hace ya tanto tiempo!
¡Cómo han crecido desde entonces tus cabellos!
Sin embargo, llevas aún sus efímeras flores sobre el pecho
y tu frente se inclina bajo ese mismo cielo
tan deslumbrante y claro.
¿Por qué habrás de volver acompañado, como un dios a su mundo,
por algún paisaje que he querido?
¿Recuerdas todavía la nevada?
¡Qué sola estará hoy, detrás de las inútiles paredes,
tu morada de hierros y de flores!
Abandonada, su juventud que tiene la forma de tu cuerpo,
extrañará ahora tus silencios demasiado obstinados,
tu piel, tan desolada como un país al que sólo visitaran cenicientos pétalos
después de haber mirado pasar, ¡tanto tiempo!,
la paciencia inacabable de la hormiga entre sus solitarias ruinas.
Espera, espera, corazón mío:
no es el semblante frío de la temida nieve ni el del sueño reciente.
Otra vez, otra vez, corazón mío:
el roce inconfundible de la arena en la verja,
el grito de la abuela,
la misma soledad, la no mentida,
y este largo destino de mirarse las manos hasta envejecer.
Con esta boca, en este mundo
No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.
Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma,
ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta dura nieve
donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento.
Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras.
Hemos hablado demasiado del silencio,
lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco final,
como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
el triunfo del vocablo con la lengua cortada.
¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
He dicho ya lo amado y lo perdido,
trabé con cada sílaba los bienes que más temí perder.
A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
retumban, se propagan como el trueno
unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad.
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido, porque ¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
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