Recordando La Comuna de París, los cambios revolucionarios
Por: Acercándonos Cultura
Publicado: 18/03/2024




 

La Comuna de París es uno de los grandes acontecimientos revolucionarios protagonizados por las clases dominadas. El 18 de marzo de 1871, los trabajadores parisinos tomaron el poder en sus manos, y por primera vez en la historia se logró arrebatar el poder a la burguesía para construir un Estado nuevo ya alejado de las formas burguesas clásicas.

Una vez instalada la Comuna en Marzo de 1871 en una de sus primeras declaraciones públicas se lee “Los proletarios de París, en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado el momento de salvar la situación, tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos. Han comprendido que es un deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueñas de su propio destino tomando el poder”.

Como resultado del armisticio firmado por el gobierno burgués de la Defensa Nacional surgido luego de la derrota en el campo de batalla contra la coalición conducida por Bismarck en la llamada guerra franco-prusiana que obligaba al Francia a pagar una factura astronómica como costas de guerra pero además imponía un castigo extraordinario a Paris justificado en cubrir los gastos del ejército que la sitió durante 6 meses y llevó a la muerte de una media de 400 parisinos por día, surge la negativa de los parisinos y la revuelta que impuso un gobierno autónomo durante 71 días.

París cerró sus puertas y organizó la defensa basada en la Guardia Nacional, fuerza armada formada por los propios ciudadanos. Pero curiosamente la vida social parisina no sufrió una pausa de algunas costumbres tradicionales, sobre todo en el ala occidental en cuyos barrios se concentró la reacción burguesa que se opuso a la Comuna. No es casual que la derrota de mayo haya comenzado por una filtración de las tropas leales al gobierno burgués por la puerta de Saint-Cloud ubicada en el extremo oeste de la ciudad luz.

Se realizaron elecciones libres, aunque sólo votaron los hombres, y se proclamó oficialmente la Comuna. En esas elecciones fueron elegidos toda clase de personas resultando una mezcla ecléctica de anarquistas, blanquistas, proudhonistas, jacobinos, internacionalistas, socialistas e incluso representantes de los barrios burgueses que luego huyeron al ver el cariz de los acontecimientos. Algunas ciudades se levantaron efímeramente para acompañar a la capital como Saint-Etienne, Toulouse o Lyon (donde participó el propio Bakunin) pero fueron reprimidas velozmente.

El principal organismo fue el Consejo de la Comuna, coordinado por un Comité Ejecutivo, con poderes legislativos y ejecutivos a la vez. Asimismo se crearon las Comisiones de Ejército, Salud Pública, Trabajo, Justicia, que aplicaban las políticas que iban siendo decididas por la asamblea comunal. 

La revocabilidad de los mandatos de los delegados por la voluntad popular, los salarios de los elegidos iguales al salario medio de un obrero, la concentración de las tareas legislativa y ejecutiva en las mismas personas fueron modificaciones radicales en las formas burocráticas tradicionales que adoptó la Comuna. Pero así como tomaron medidas sorprendentes y novedosas, su carácter ecléctico y la ausencia de una herramienta organizacional esclarecida llevaron a que la Comuna, vista por Engels como la primera dictadura del proletariado implantada en el mundo (Marx no coincidía con este diagnóstico ya que su efímera duración lo llevaba a dudar de esta caracterización) respetara la propiedad privada, expropiara con compromiso de indemnización y no tocara los tesoros del Banco de Francia (verdad que era custodiado por un batallón de soldados leales pertrechados para resistir cualquier intento).

Se perdonaron los alquileres no erogados durante el sitio de París, se restituyeron los objetos empeñados por obreros y artesanos (2500 tijeras estaban en el Montepío dejadas por las modistas parisinas a cambio de un puñado de francos), se laicizó la educación, se empoderó a las mujeres (que fueron activas comuneras), se instalaron cooperativas en talleres y tiendas abandonadas por sus dueños, se persiguió a la Iglesia siempre defensora de las clases dominantes, se garantizaron derechos para los trabajadores intentando mejorar los lugares de labor, se prohibió la prostitución y el trabajo nocturno de los panaderos. Los alquileres empezaron a estar controlados por la Comuna, fijándose un tope máximo a los mismos e impidiendo la especulación de los propietarios. 

Los programas de estudios fueron confeccionados por los propios profesores. Se creó una escuela de Formación Profesional en donde los obreros daban clases prácticas a los alumnos. Se abrieron guarderías para cuidar a los hijos de las trabajadoras. También en el plano educativo se destacó la Asociación Republicana de Escuelas con el propósito de crear en las universidades un estímulo basado en el conocimiento científico. En el mundo del arte y la cultura aparecieron una gran cantidad de asociaciones para la promoción del teatro y las bibliotecas públicas.

Hubo libertad de prensa, de reunión y asociación. Esto hizo aparecer a muchos grupos y “clubs” de todas las ideologías, las cuales se podían expresar libremente. Ese clima de libertad hizo que los enemigos de la Comuna se movieran libremente por la ciudad, provocando muchas veces actos de sabotaje. 

La Comuna retuvo casi hasta el final a un puñado de rehenes con la finalidad de intercambiarlos por prisioneros pero la negativa del Gobierno de la Defensa Nacional, instalado en Versalles, hizo que los mismos fueran ajusticiados en los días finales de la Comuna, crimen que pagaron muy caro los comuneros. Entre ellos estaba George Darboy el obispo de la mismísima capital francesa. 

Cualquier relato de la Comuna recoge el papel fundamental de las mujeres a quienes en principio se asignaron tareas de logística y de sanidad de los heridos pero que poco a poco tomaron su lugar en las barricadas luchando a brazo partido para defender el gobierno autónomo de París. Antes del fin, la batalla de la Rue Blanche fue el escenario donde las mujeres enfrentaron a la reacción burguesa con enorme fiereza.

Esas mujeres, que hasta entonces habían ocupado un lugar secundario sometido a la voluntad de los hombres estaban despojadas de todo derecho tal cual se consagraba en el Código Civil francés. Fue la Comuna la que les dio el lugar que reclamaban. Louise Michel, quien representa más cabalmente la lucha femenina y comunera es el símbolo de las jornadas parisinas y quien tiene homenajes urbanos en todo el territorio francés. Para muchas mujeres, la Comuna se presentó como una posibilidad de conquistar derechos esenciales al menos durante su breve existencia. 

El 18 de marzo de 1871 fueron las mujeres las primeras en dar la alarma y revelar la intención de las tropas al mando del gobierno de la burguesía de retirar los cañones de las colinas de Montmartre y desarmar París. Las mujeres se pusieron delante de las tropas gubernamentales e impidieron con sus cuerpos que los cañones fueran retirados, e incitaron la reacción del pueblo y de la Guardia Nacional a la defensa de París.


 

Las comuneras trabajaron en las fábricas de armas y municiones, hicieron uniformes, manejaron ambulancias y dotaron de personal a los hospitales improvisados, además de ayudar a construir barricadas. A muchas se las destinó a los batallones de la Guardia Nacional como “cantineras”, donde se encargaban de proporcionar alimentos a los soldados de las barricadas, además de los primeros auxilios básicos. Pero como ya hemos mencionado muchas mujeres recogieron las armas de hombres muertos o heridos y lucharon con gran determinación y valentía.

En los estertores de la Comuna las mujeres fueron acusadas por la reacción burguesa de incendiarias (Las pétroleuses) ya que en la batalla final muchos edificios se incendiaron tal vez producto de la acción intencional de los comuneros o por los bombardeos permanentes. Parece más fruto de la fantasía de la prensa burguesa y reaccionaria que un hecho real. El principio de incendio del Museo del Louvre ha contribuido a fortalecer el mito pirómano de las comuneras. Las representaciones gráficas las muestran llevando botellas de combustible e incendiando edificios públicos. 

La última semana de la Comuna fue la masacre civil más grande del Siglo XIX y es conocida como la Semana Sangrante ya que durante 7 días las tropas gubernamentales ejecutaron de manera sumaria a miles de comuneros tiñendo de sangre las calles de la capital francesa.

Ante el temor que el fenómeno de la Comuna se extendiera al resto de Europa, Bismark le devolvió al gobierno francés derrotado en el campo militar, todas las tropas que mantenían detenidas, para que pudieran ser utilizadas en la represión a los comuneros. Así el 21 de Mayo de 1871 un ejército de 180.000 hombres se lanzó a la conquista de París. La defensa se organizó con múltiples barricadas, en las que lucharon los últimos defensores de la Comuna. El combate fue desigual ante el poderío militar del ejército regular, sin embargo los comuneros defendieron barrio por barrio, calle por calle y casa por casa. Pelearon y dieron sus vidas por el primer gobierno obrero. La batalla duró una semana, hasta el día que cayó la última barricada cercana al Cementerio de Pere Lachaise.

Como era de esperar la represión fue brutal. Se calcula que unos 30.000 obreros y simpatizantes de la Comuna fueron fusilados, a los que habría que sumar un gran número de luchadores enviados a las colonias penales de Nueva Caledonia (la propia Louise Michel pidió pena de muerte pero marchó al exilio insular) para realizar trabajos forzosos, en donde una parte de ellos perdió la vida . Esa represión casi consiguió eliminar el movimiento obrero en Francia, y los vencedores disfrutando de su victoria llegaron a afirmar que: “El socialismo ha sido eliminado por un largo tiempo”. 

Algunos comuneros marcharon al exilio otros consiguieron escapar de las colonias penales de Oceanía y varios de ellos llegaron a la Argentina, y muchos a Rosario, donde continuaron difundiendo los ideales socialistas y anarquistas, participando en la formación de las primeras organizaciones obreras del país.

A pesar de la derrota, las acciones de los obreros parisinos dejaron muchas enseñanzas y llevaron a Marx a reflexionar que era “la forma al fin descubierta, para la emancipación económica de los trabajadores” y ante los comuneros que “tomaban el cielo por asalto”, vio en aquel movimiento revolucionario una experiencia más importante que cientos de programas. “La Comuna ha demostrado sobre todo que la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines.” Y fue muy claro: la clase obrera debe destruir, romper la máquina estatal y no limitarse simplemente a apoderarse de ella, agregando en una carta a un amigo: “Si te fijas en el último capítulo de mi 18 Brumario, verás que expongo como próxima tentativa de la revolución francesa, no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como venía sucediendo hasta ahora, sino demolerla. Y esta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente”.

Marx, señalaba la tarea posterior: sustituir la máquina del estado, una vez destruida, por la organización del proletariado como clase dominante. Y afirmo con claridad “La Comuna convirtió en una realidad ese tópico de todas las revoluciones burguesas que es un gobierno barato, al destruir las dos grandes fuentes de gastos: el ejército permanente y la burocracia del estado. La Comuna no había de ser un cuerpo parlamentario, sino un organismo activo, ejecutivo y legislativo al mismo tiempo...”. Decidir una vez cada cierto número de años que miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués. La salida del parlamentarismo no está naturalmente en abolir las instituciones representativas y la elegibilidad, sino en transformar las instituciones representativas de lugares de charlatanería en organismos activos. En Marx no hay utopismo, no inventa ni saca de su fantasía una nueva sociedad, sino que estudió cómo nace la nueva sociedad de la vieja.

Y anunció: “El París obrero, con su Comuna, será celebrado como heraldo glorioso de una sociedad nueva. Sus mártires reposan en el gran corazón de la clase obrera. En cuanto a sus exterminadores, la historia ya los ha condenado a una picota eterna, de la cual no los liberarán todas las plegarias de sus sacerdotes”.



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