Descendiente de una familia de origen vasco que se hallaba establecida en Venezuela desde fines del siglo XVI, y ocupaba en la Provincia una destacada posición económica y social. Venezuela era entonces una Capitanía General del Reino de España, en cuya población se respiraban resquemores por las diferencias de derechos existentes entre la oligarquía española dueña del poder, la clase mantuana o criolla, terratenientes en su mayoría, y los estratos bajos de pardos y esclavos.
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios nació en Caracas, el 24 de julio de 1783. Sus padres fueron el Coronel don Juan Vicente Bolívar y Ponte, y doña María de la Concepción Palacios y Blanco. Tenía tres hermanos mayores que él -María Antonia, Juana y Juan Vicente- y hubo otra niña, María del Carmen, que murió al nacer.
Antes de cumplir tres años, Simón perdió a su padre, fallecido en enero de 1786. La educación de los niños corrió a cargo de la madre, mujer de fina sensibilidad, pero también capaz de administrar los cuantiosos bienes que poseía la familia. Además de la herencia paterna, Simón era titular de un rico mayorazgo, instituido para él en 1785 por el presbítero Juan Félix Jerez y Aristaguieta.
En su ciudad natal transcurrieron sus primeros años, con ocasionales viajes a las haciendas que la familia poseía en los Valles de Aragua. En 1792 falleció su madre. Sus hermanas María Antonia y Juana contrajeron matrimonio bien pronto, y los dos varones de la familia, Juan Vicente y Simón, siguieron viviendo con el abuelo materno, don Feliciano Palacios, tutor de ambos. La casona de la familia daba al frente a la Plazuela de San Jacinto, en pleno centro de la ciudad. Al morir el abuelo, Simón quedó al cuidado de su tío y tutor Carlos Palacios, mientras la negra Hipólita, su esclava y nodriza, continuaría ejerciendo sus funciones de cuidado.
Estudios
En julio de 1795, cuando cumplía 12 años, sufrió una crisis muy propia de la primera adolescencia: huyó del lado de su tío, para acogerse a la casa de su hermana María Antonia y de su marido, hacia quienes sentía mayor afinidad afectiva. A consecuencia de estos hechos, que pronto se arreglaron favorablemente, Simón Bolívar pasó algunos meses como interno en la casa de don Simón Rodríguez (1771-1854), nacido también en Caracas, quien regentaba entonces la Escuela de primeras letras de la ciudad. Entre aquel genial pedagogo y reformador social y el niño Simón Bolívar, se estableció pronto una corriente de mutua comprensión y simpatía, que duraría tanto como sus vidas. Rodríguez se marchó de Caracas en 1797.
Antes y después de ser alumno suyo, tuvo Bolívar otros maestros en Caracas, entre los cuales se cita a Carrasco y a Vides, quienes le dieron lecciones de escritura y de aritmética, a Fray Jesús Nazareno Zidardia, al Presbítero José Antonio Negrete, profesor de Historia y de Religión, y a Guillermo Pelgrón, preceptor de latinidad. Recibió también lecciones particulares de Historia y de Geografía que le dio don Andrés Bello (1781-1865), quien atesoraba ya en su juventud el caudal de conocimientos que habría de conducirlo con el tiempo a ser el primer humanista de América.
En enero de 1797, ingresó como cadete en el Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, del cual había sido coronel años atrás su propio padre. No tenía aún 14 años cumplidos. En julio del año siguiente, cuando fue ascendido a subteniente por la mediación que realizara su tío Esteban (Ministro del Tribunal de la Contaduría Mayor del Reino ante el rey Carlos IV), se anotaba en su hoja de servicios: Valor: conocido; aplicación: sobresaliente. El adiestramiento práctico en los deberes militares lo combinaba Bolívar con el aprendizaje teórico de materias consideradas entonces la base de la formación castrense: las matemáticas, el dibujo topográfico, la física, etc., que aprendió en la Academia establecida en la propia casa de Bolívar por el sabio Capuchino Fray Francisco de Andújar desde mediados de 1798, y a la cual asistían también varios amigos de Simón.
A comienzos de 1799, viajó a España. En Madrid, bajo la dirección de sus tíos Esteban y Pedro Palacios y la rectoría moral e intelectual del sabio Marqués de Ustáriz, se entregó con pasión al estudio. Recibió allí la educación propia de un gentil hombre que se destinaba al mundo y al ejercicio de las armas: amplió sus conocimientos de historia, de literatura clásica y moderna, y de matemáticas, inició el estudio del francés, y aprendió también la esgrima y el baile, haciendo en todo rápidos progresos. La frecuentación de tertulias y salones pulió su espíritu, enriqueció su idioma, y le dio mayor aplomo.
Viajes por Europa
En Madrid conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza, de quien se enamoró. A fines de 1800 pensaba en constituir un hogar, asegurarse descendencia, y regresar a su país, para atender al fomento de sus propiedades. Hubo un compás de espera: en la primavera de 1801 viajó a Bilbao, donde permaneció casi todo el resto del año. Hizo luego un breve recorrido por Francia que le condujo hasta París y Amiens.
En mayo de 1802 estaba de nuevo en Madrid, donde contrajo matrimonio, el día 26, con María Teresa. Los jóvenes esposos viajaron a Venezuela, pero poco duró la felicidad de Simón. María Teresa murió en enero de 1803. El joven viudo regresó a Europa a finales de ese mismo año, pasó por Cádiz y Madrid, y se estableció en París desde la primavera de 1804. En la capital del naciente Imperio Francés los placeres de una vida social, mundana, y los estímulos de orden intelectual, comparten la atención de Bolívar, no menos que el espectáculo fascinante de una Europa en plena ebullición política.
Frecuenta teatro, tertulias y salones, donde conoce a bellas mujeres, pero trata igualmente a sabios como Alejandro de Humboldt y Amado Bonpland, y asiste a las conferencias y a los cursos libres de estudios donde se divulgan los conocimientos y las teorías más recientes. En esta época de su vida se entrega con pasión a la lectura. Se ha encontrado de nuevo con Simón Rodríguez, cuyo saber y cuya experiencia hacen de él un extraordinario compañero de conversaciones, lecturas y viajes. Van juntos a Italia, y cruzan a pie la Saboya.
En Roma, un día de agosto de 1805, en el Monte Sacro, Bolívar jura en presencia de su maestro no dar descanso a su brazo ni reposo a su alma hasta que haya logrado libertar al mundo Hispanoamericano de la tutela española. De nuevo se separan Bolívar y Rodríguez. El primero, poco más tarde, asciende al Vesubio en compañía del Barón de Humboldt y de otros científicos. Bolívar regresa a París, en donde se afilia a una logia masónica. A fines de 1806, conocedor de los intentos realizados por el Precursor Miranda en Venezuela, Bolívar considera que ha llegado el momento de volver a su patria. Se embarca en un buque neutral que toca en Charleston en enero de 1807; recorre una parte de los Estados Unidos, y regresa a Venezuela a mediados del mismo año.
Labor independentista
Regresa a Venezuela a mediados de 1807 y vive como un joven aristócrata, atento al fomento de sus haciendas, y en 1808 sostiene un sonado pleito con Antonio Nicolás Briceño por los linderos de una de ellas; pero piensa siempre en el porvenir del país. En las reuniones que él y su hermano Juan Vicente celebran con sus amigos en la quinta de recreo que poseen en Caracas a orillas del río Guaire, se habla de literatura, pero también se hacen planes para la Independencia de Venezuela. Las incursiones de Miranda habían incorporado entre algunos caraqueños el concepto de la emancipación; sin embargo, la gran mayoría de los criollos se conformaba con rebelarse pasivamente violando las normas que se dictaban desde España.
Bolívar ya se había incorporado a las actividades de la conspiración cuando estalló la revuelta el 19 de abril de 1810. Las noticias del reino anunciaban la invasión de España por parte de las tropas de Napoleón y el secuestro del rey y su hijo Fernando. La situación era propicia para que el conde de Tovar presentara al gobierno un proyecto para crear una junta de gobierno adscrita a la Audiencia de Sevilla. Los criollos demandaban participación política. En un comienzo, las autoridades se mostraron reacias al proyecto, pero, posteriormente, ante el vacío de poder que se había creado, decidieron pactar con los conspiradores. Bolívar, enterado de la situación, abrió las puertas de la cuadra de Bolívar para incorporarse en las reuniones. Se negó categóricamente a participar en el proyecto de la coalición; para él, debía clamarse por la emancipación absoluta.
En las vísperas del jueves santo de 1810, arribaron a la ciudad los comisionados de la nueva regencia de Cádiz, órgano que actuaría en sustitución de Fernando VII para formar nuevo gobierno. El capitán general se les unió y al día siguiente los criollos le sitiaron y le obligaron a dirigirse al cabildo. La mitología venezolana recoge de esta fecha el instante en el cual Vicente de Emparan, capitán general, se asoma en el balcón del cabildo de Caracas para interrogar al pueblo enardecido acerca de la voluntad del mismo a continuar aceptando su mando, con el clérigo José Cortés de Madariaga detrás de él haciendo señas con su dedo al pueblo para que lo negasen. Tras un rotundo ¡No! por parte de la población, Emparan dice: Pues yo tampoco quiero mando. Estalló la famosa revuelta caraqueña que, sin proponérselo, daba inicio al proceso de Independencia de Venezuela. Se creó una Junta Suprema de Venezuela. Bolívar fue nombrado por ésta Coronel de Infantería. Le fue asignada la tarea de viajar a Londres, en compañía de Andrés Bello y Luis López Méndez, en busca de apoyo para el proyecto del nuevo gobierno.
Viaje a Londres
En Londres fueron recibidos por el ministro de Asuntos Exteriores, Lord Wellesley, quien después de varias entrevistas terminó por mantenerse neutro frente a la situación. Bolívar, a pesar de ver frustrado el intento, encontró en esta coyuntura el último empujón que le faltaba para decidirse a entregar su alma y su vida por la idea de la emancipación absoluta de toda la América. La pieza clave de esta circunstancia la halló en la figura de Francisco de Miranda, ideólogo y visionario de la Independencia de América, quien ya había ideado, entre otras cosas, un proyecto para la construcción de una gran nación llamada "Colombia". Bolívar se empapó de las ideas de este hombre y las reformuló a lo largo de una campaña que duraría veinte años.
Bolívar regresó a Caracas convencido de la misión que decidió atribuirse. Miranda no tardaría en seguirlo; su figura era algo mítica entre los criollos, tanto por el largo tiempo que pasó en el exterior como por su participación en la Independencia de Norteamérica y en la Revolución Francesa. Casi nadie lo conocía, pero Bolívar, convencido de la utilidad de este hombre para la empresa que se iniciaba, lo introdujo en la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía (creada en agosto de 1810). Ganados ambos a la idea de proclamar una Independencia absoluta para Venezuela, instaron a los miembros de la Sociedad a pronunciarse a favor de ello ante el Congreso Constituyente de Venezuela, reunido el 2 de marzo de 1811. Fue a propósito de ello que Bolívar dictó su primer discurso memorable:
Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. Vacilar es perdernos.
El 5 de julio de 1811 el Congreso declaró la Independencia de Venezuela y se aprobó la Constitución Federal para los estados de Venezuela.
Independencia de Venezuela
Bolívar se incorpora al Ejército, y con el grado de coronel contribuye en 1811, bajo las órdenes de Miranda, al sometimiento de Valencia. En 1812, a pesar de grandes esfuerzos, no logra evitar que la Plaza de Puerto Cabello, de la cual era comandante, caiga en poder de las fuerzas realistas por una traición.
A mediados de 1812, el general Miranda capitula ante el jefe español Domingo de Monteverde. En el puerto de La Guaira un grupo de oficiales jóvenes, entre los cuales figura Bolívar, deseosos de continuar la lucha, arrestan al infortunado precursor. Pero todos los esfuerzos son inútiles. Bolívar logra salvarse gracias a la hidalguía de un amigo suyo, don Francisco Iturbe, quien obtiene un pasaporte para él. Se traslada a Curazao, y luego a Cartagena de Indias, donde redacta y pública su, "Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño", uno de los escritos fundamentales, en el cual expone ya su credo político, así como los principios que habrán de guiar su acción en los años futuros.
A la cabeza de un pequeño ejército, limpia de enemigos las márgenes del río Magdalena, toma en febrero de 1813 la Villa de Cúcuta, e inicia en mayo la liberación de Venezuela. La serie de combates y de hábiles maniobras que en tres meses le condujeron vencedor desde la frontera del Táchira hasta Caracas, a donde entró el 6 de agosto, merecen en verdad el nombre de Campaña Admirable; con que se les conoce.
A su paso por Trujillo, en junio, había dictado el Decreto de Guerra a Muerte, con el objeto de afirmar el incipiente sentimiento nacional de los venezolanos: Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes. [...] Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables.
Poco antes, a su paso por la Ciudad de Mérida, los pueblos le habían aclamado Libertador, título que le confieren solemnemente en octubre de 1813 la municipalidad y el pueblo de Caracas, y con el cual habrá de pasar a la historia, además, fue nombrado capitán general de los ejércitos de Venezuela. Comienzan entonces sus fulgurantes campañas militares, en las cuales alternarán victorias y reveses hasta 1818, y a partir del año siguiente predominarán los triunfos.
El período que va de agosto de 1813 a julio de 1814, la segunda república, es en verdad el año terrible de la historia de Venezuela. La Guerra a Muerte hace furor, y los combates y batallas indecisos, afortunados o perdidos, se suceden unos a otros con gran rapidez. A pesar de victorias como la de Araure, la de Bocachica, o la primera batalla de Carabobo, y de resistencias tan heroicas como la del campo atrincherado de San Mateo y de la ciudad de Valencia, tanto Bolívar como el General Santiago Mariño (quien había libertado antes el Oriente del país) se ven obligados a ceder ante el número de los adversarios, cuyo principal caudillo es el realista Tomás Boves.
Éste triunfa en la Batalla de La Puerta en junio de 1814, y los patriotas se ven en la necesidad de evacuar la ciudad de Caracas. Se produce una gran emigración hacia el Oriente del país. Allí, Bolívar y Mariño ven su autoridad desconocida por sus propios compañeros de armas.
El Libertador halla de nuevo fraterno asilo en la Nueva Granada, donde interviene con varia suerte en las contiendas políticas internas y logra que la ciudad de Bogotá se incorpore a las Provincias Unidas. En mayo de 1815, hallándose frente a Cartagena, Bolívar abandona el mando para evitar el estallido de la guerra civil. Aislado en Jamaica desde mayo hasta diciembre de 1815, aguarda impaciente el momento de intervenir de nuevo en la lucha. Mientras tanto, medita acerca del destino de Hispanoamérica y redacta en septiembre la célebre Carta de Jamaica, donde abraza con penetrante comprensión y con visión profética el pasado, el presente y el porvenir del Continente.
Mientras que la derrota de Napoleón en Europa, y la llegada a Venezuela de un poderoso ejército español que manda el General Pablo Morillo, infunde nuevos ánimos a los partidarios de la causa realista, Bolívar se traslada a la República de Haití, en busca de recursos para continuar la lucha. El Presidente de aquel Estado, Alejandro Petión, se los proporciona con magnanimidad. Pronto sale de Los Cayos una expedición al mando de Bolívar, que llega en mayo de 1816 a la Isla de Margarita y pasa poco después al Continente. Carúpano es tomado por asalto, y ahí da Bolívar, el 2 de junio, un decreto que concede la libertad a los esclavos, el cual ratificará poco después.
La expedición pasa luego al puerto de Ocumare de la Costa, en donde Bolívar se ve separado accidentalmente del grueso de sus fuerzas, y debe embarcarse de nuevo. Regresa a Haití, en donde organiza una segunda expedición que llega a la Isla de Margarita a finales del año. A comienzos de 1817 Bolívar se halla en Barcelona. Su objetivo es apoderarse de la provincia de Guayana, y hacer de ella la base para la liberación definitiva de Venezuela. En julio, la capital de aquella provincia, Angostura (hoy Ciudad Bolívar), es tomada por los patriotas. Se organiza de nuevo el estado. Bolívar crea el Consejo de Estado, el Consejo de Gobierno, el Consejo Superior de Guerra, la Alta Corte de Justicia, el Tribunal del Consulado, y se preocupa por establecer un periódico (que aparecerá en junio de 1818), el Correo de Orinoco.
Entre tanto, tiene que luchar no sólo contra los españoles sino también contra la anarquía que se había insinuado en su propio campo: en octubre de 1817, tras un juicio militar, el General Manuel Piar, uno de los principales jefes republicanos, es fusilado en Angostura. Hacia esos mismos días, el Libertador dicta la Ley de Repartición de Bienes Nacionales, que habrá de contribuir a fortalecer el sentimiento patriótico. En 1818 la campaña del Centro se inicia bajo favorables auspicios, pues el Libertador logra sorprender en la ciudad de Calabozo al general realista Morillo, pero los republicanos son derrotados en el sitio de Semén.
Días después, en el Rincón de los Toros, Bolívar está a punto de morir a manos de una patrulla realista, en plena noche. El 5 de junio está de nuevo en Angostura. Llegan entonces un agente diplomático de los Estados Unidos y un gran número de voluntarios europeos. El segundo congreso de Venezuela, convocado por Bolívar, se reúne en Angostura el 15 de febrero de 1819. Ante él pronuncia un discurso que es uno de los documentos fundamentales de su ideario político. Le presenta, también, un proyecto de Constitución.
Poco después emprende la campaña que habrá de libertar a la Nueva Granada. El ejército tramonta los Andes por el inhóspito páramo de Pisba, y tras los cruentos combates, en julio de 1819, de Gámeza y del Pantano de Vargas, obtiene un triunfo decisivo en la Batalla de Boyacá, el 7 de agosto sellando la liberación de Nueva Granada. Días después Bolívar entra en Bogotá. Dejando organizadas las provincias de la Nueva Granada bajo el mando del General Santander, el Libertador regresa a Angostura, donde el Congreso, a propuesta suya, expide la Ley Fundamental de la República de Colombia en diciembre de 1819 que unificaba en una sola las repúblicas de Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá.
Este gran Estado, creación del Libertador, comprendía las actuales repúblicas de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. A estos acontecimientos que habían fortalecido la causa republicana, vino a sumarse la Revolución Liberal que estalló en España en enero de 1820. La situación ha cambiado. En todas partes los ejércitos de la República obtienen ventajas.
Cartagena es sitiada, Mérida y Trujillo libertadas. El nuevo gobierno español intenta llegar a un acuerdo pacífico con los patriotas. Los comisionados de ambas partes firman en Trujillo, en noviembre de 1820, un Tratado de Armisticio y otro de Regularización de la Guerra. El Libertador y el General Morillo se entrevistan en el Pueblo de Santa Ana. Algunos meses después, expirado el Armisticio, los ejércitos republicanos se ponen en marcha hacia Caracas. El 24 de junio de 1821, en la Sabana de Carabobo, Bolívar da una batalla que decide definitivamente la independencia de Venezuela, en ella sus fuerzas destrozan las del mariscal de campo Miguel La Torre y Pando.
Los restos del Ejército Realista se refugian en Puerto Cabello, que caerá en 1823. El Libertador entra triunfador en su ciudad natal en medio de la alegría de sus conciudadanos. Vuelve ahora la mirada hacia el Ecuador, dominado todavía por los españoles. Por Maracaibo se dirige a Cúcuta, en donde se halla reunido el Congreso, y de allí a Bogotá.
En 1822; dos ejércitos patriotas tratan de libertar a Quito: Bolívar conduce el del Norte, y el general Antonio José de Sucre el del Sur partiendo de Guayaquil. La acción de Bomboná, dada por Bolívar en abril, quebranta la resistencia de los pastusos, mientras que la batalla de Pichincha, ganada por Sucre el 24 de mayo, liberta definitivamente al Ecuador, que queda integrado a la gran República de Colombia. En Quito, Bolívar conoce a Manuela Sáenz, el gran amor de los últimos años de su vida.
El 11 de julio, Bolívar se halla en Guayaquil, en donde desembarca el día 25 el general José de San Martín, procedente del Perú. Allí se abrazan y se entrevistan los dos ilustres capitanes de la Independencia Suramericana. Lo que conferenciaron en privado, consta en los documentos auténticos emanados de Bolívar y de su secretaría general. El objetivo principal del general San Martín, que era negociar sobre el destino futuro de Guayaquil, no pudo realizarse, puesto que la provincia se había incorporado ya a la República de la Gran Colombia.
A mediados de 1823 la situación político-militar del Perú se había deteriorado muchísimo. Llamado por el Congreso y por el pueblo de aquella Nación, el Libertador se embarcó en Guayaquil el 7 de agosto y llegó a comienzos de septiembre al Callao. La anarquía reinaba entre los patriotas. Bolívar, facultado únicamente para dirigir las operaciones militares, se dedicó con tesón a reorganizar el ejército, dándole como núcleo central los cuerpos que le habían acompañado desde Guayaquil.
En enero de 1824 Bolívar se hallaba enfermo de cuidado en Pativilca, en la Costa del Perú, donde recibió la noticia de que la guarnición del Callao se había pasado a los realistas. Ante tantas dificultades, su indomable espíritu se manifestó en su famosa exclamación: ¡Triunfar! Lima cae en manos de los realistas, pero el Congreso del Perú, antes de disolverse, nombra a Bolívar Dictador -como en la antigua República Romana- con facultades ilimitadas para salvar al país. Él acepta serenamente tan tremenda responsabilidad.
Retirado a Trujillo, trabaja infatigablemente; su genio y su fe en el destino de América operan el milagro. Emprende la ofensiva, y el 7 de agosto de 1824, en Junín, derrota al Ejército Real del Perú. La campaña continúa, y mientras Bolívar entra en Lima y restablece el sitio del Callao, el general Sucre, en Ayacucho, pone el sello definitivo a la libertad americana el 9 de diciembre de 1824.
Dos días antes, desde Lima, Bolívar había dirigido a los gobiernos de Hispanoamérica una invitación para enviar sus plenipotenciarios al Congreso que habría de reunirse en Panamá, el cual efectivamente se celebró en junio de 1826. Ha terminado la fase militar de la Independencia.
El 10 de febrero de 1825, ante el Congreso Peruano reunido en Lima, Bolívar renuncia a los poderes ilimitados que le habían sido conferidos. Dos días más tarde aquel cuerpo decreta honores y recompensas al Ejército y al Libertador, pero éste no acepta el millón de pesos que se le ofrecían particularmente. Sale luego de la capital para visitar Arequipa, El Cuzco y las provincias que entonces se llamaban del Alto Perú. Éstas se constituyen en Nación, y lo hacen bajo la égida del héroe: República Bolívar, se llamó la que hoy conocemos con el nombre de Bolivia. Para el Nuevo Estado, Bolívar redacta en 1826 un Proyecto de Constitución en el cual están expresadas sus ideas para la consolidación del orden y la independencia de los países recién emancipados.
Entretanto, una Revolución acaudillada por el General José Antonio Páez, La Cosiata ha estallado en Venezuela contra el Gobierno de Bogotá, en abril de 1826. Dos meses más tarde se congregaba, a petición suya, el Congreso de Panamá, en el que estallaron a la luz del día las divergencias entre las jóvenes repúblicas libertadas. Bolívar regresa a Caracas y logra restablecer la paz rota por La Cosiata a comienzos de 1827. Sin embargo, las fuerzas de disociación predominan sobre las tendencias aglutinadoras. Bolívar se distancia más y más, política y personalmente, del Vicepresidente Santander, hasta que sobreviene la ruptura total.
El 4 de julio de 1827 Bolívar sale por última vez de Caracas, se embarca en La Guaira, y por la vía de Cartagena llega a Bogotá. Allí, el 10 de septiembre, presta ante el Congreso juramento como Presidente de la República.
La Convención Nacional reunida en Ocaña en 1828 se disuelve sin que los diversos partidos hayan logrado ponerse de acuerdo. Bolívar, aclamado Dictador, escapa en Bogotá, en septiembre de aquel año, a un atentado contra su vida; poco después ha de ponerse en campaña para enfrentarse a las fuerzas del Perú que han penetrado en el Ecuador, en donde permanece durante casi todo el año de 1829.
Último año
A pesar de estar enfermo y de sentirse cansado, lucha por salvar su obra. A comienzos de 1830 vuelve a Bogotá para instalar el Congreso Constituyente. Venezuela se agita de nuevo y se proclama Estado Independiente. En la Nueva Granada la oposición crece y se fortalece. El Libertador, cada vez más enfermo, renuncia a la presidencia y emprende viaje hacia la Costa. La noticia del asesinato de Sucre, que recibe en Cartagena, le afecta profundamente.
De la Convención de Ocaña conoció el poder de sus opositores y de sus ideas políticas, contrarias a las suyas. Muchos de sus seguidores se habían pasado al bando contrario. Páez, a quien ascendió a general en jefe en plena Batalla de Carabobo; Francisco Bermúdez, a quien llamó el libertador del Libertador; todos le habían traicionado. Y lo que apresuró y aceleró su debilidad fue las noticias de Venezuela donde le aseguraban que sus minas de Aroa, aquellas en las cuales basaba su esperanza de vivir dignamente en Europa, serían expropiadas por el Gobierno venezolano.
Al llegar a Santa Marta, el 1 de diciembre, Bolívar no podía ya moverse por sí solo. Se encontraba en una silla de manos en la que era trasladado hasta la casa del consulado español o tribunal de comercio, como se le conocía para aquel entonces. Inmediatamente se buscó al médico Próspero Reverend, quién lo describió de la siguiente manera: Cuerpo muy flaco y extenuado, semblante adolorido, y una inquietud de ánimo constante. La voz ronca, una tos profunda con esputos viscosos y de color verdoso. El pulso igual, pero comprimido. La digestión laboriosa. Las diferentes impresiones del paciente indicaban padecimientos morales. Finalmente, la enfermedad de S.E. me pareció ser de las más graves, y mi primera impresión fue que tenía los pulmones dañados.
El doctor Jorge B.M Night, médico de la corbeta norteamericana Grampus, atracaba en ese muelle por unos días, le observó con detenimiento y diagnosticó catarro pulmonar crónico, convertido en tuberculosis pulmonar. Este diagnóstico, sumado al de Reverend, determinó que al Libertador le quedaban pocos días de vida. Nueve días después, se apreciaron mejorías en el paciente. Caminó por los jardines de la casa y conversó largamente con su médico y con civiles y militares que le acompañaban.
El día 17, a tempranas horas de la mañana, sus síntomas se agravaron y a las diez, en el penúltimo boletín del médico tratante, se pierden todas las esperanzas de mantenerle con vida. A la una de la tarde, aproximadamente, sus signos vitales desaparecen, y se procedió a realizar la autopsia.
La voluntad de Bolívar, plasmada en su testamento, elaborado el 10 de diciembre de 1830 en San Pedro Alejandrino, pedía que sus restos fueran enterrados en Caracas, no obstante, hubo que esperar doce años para que se cumpliera su deseo. Los restos, inhumados solemnemente en la Catedral de Santa Marta, fueron trasladados a la Catedral de Caracas en 1842, en apoteosis presidida por el general Páez y narrada en párrafos neoclásicos por Fermín Toro. De la catedral pasaron, en el gobierno de Guzmán Blanco, al Panteón Nacional, un templo donde predomina la afirmación de su grandeza.
Ideario
Compromiso militar
La propuesta de Simón Bolívar tuvo éxito y perdurabilidad histórica porque comprometió a la elite militar en el conjuro de dos adversarios poderosísimos en la sociedad venezolana de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX: la desunión del sector republicano y la anarquía. La desunión entre los republicanos se expresó en una aguda polémica entre el centralismo y el federalismo, cuyo origen se remontaba a la misma instrumentación de las reformas borbónicas y la creación de la Capitanía General de Venezuela, en el año 1777. La difusión de las ideas de anarquía, por otra parte, fue dirigida hábilmente por el adversario realista mediante el atizamiento de las aspiraciones igualitarias entre los pardos, los indígenas y los esclavos.
El senado hereditario, según las propias palabras de Bolívar será la traba de este edificio delicado y harto susceptible de impresiones violentas. Dicho de otro modo, el senado de la república bolivariana debía ser baluarte de la libertad y apoyo para consolidar y eternizar la institución de la República.
No obstante, al estar advertido del extrañamiento y la escasa habilidad de los americanos en el manejo de los asuntos públicos, Bolívar contempló como medida supletoria la educación de los descendientes de los primeros integrantes del senado hereditario. Los hijos de los senadores -proponía, poco más o menos- deberán educarse en un colegio especialmente destinado para instruir a aquellos tutores que se convertirán en los futuros legisladores de la patria. Tomando en cuenta que estos dirigentes no se corresponderían en su origen con una especialmente encumbrada posición económica o saber intelectual, requisitos previos de la teoría política clásica para el ejercicio de la política, los dirigentes de la república bolivariana que no saldrían del seno de las virtudes (...) saldrán del seno de una educación ilustrada.
República centralista
Para Simón Bolívar, la sociedad venezolana de los años comprendidos entre 1811 y 1821 es testigo y protagonista del enfrentamiento entre la simple filosofía política y el vicio armado con el desenfreno de la licencia. Para él, los americanos han preferido la vil codicia, amparada en el saqueo, y por tanto advierte a sus contemporáneos de que la suerte del experimento republicano dependerá de la solución de este conflicto.
Para resolver esa disyuntiva Bolívar, en primer lugar, sugirió y realizó una ruptura con los postulados políticos federales que, desde su punto de vista, habían llevado al fracaso a los gobiernos republicanos en Venezuela y en la Nueva Granada. La república que propondrá e intentará construir será férreamente centralista, amparada en el único medio que le garantizaba el triunfo: el gobierno dictatorial. En segundo lugar, ante la ausencia de un sector de propietarios e intelectuales ilustrados, cuyo mayor número de integrantes había sido asesinado en las primeras escaramuzas de la guerra o había tenido que escapar del país dejando tras de sí propiedades y enseñanzas, Simón Bolívar elaboró un programa político orientado a favorecer las aspiraciones sociales de la elite militar que lo acompañaba.
La república que proponía construir en sus escritos era ni más ni menos que la de los libertadores y para ellos habría en su espacio garantías políticas sustantivas, tales como la presidencia vitalicia, el senado hereditario, el poder moral y la Ley de Haberes Militares. Sin embargo, la fuerza de las circunstancias determinó que estas aspiraciones se concretaran más por la vía de los hechos que por otra senda más racional y elaborada: la galería de dictadores militares que hasta hace pocos años exhibió el escenario latinoamericano es buena prueba de ello. Hay que reconocer que las tendencias autoritarias que han estado vigentes en la política venezolana del siglo XX han tenido en una lectura —acaso demasiado a la letra- de este apartado de los postulados bolivarianos su aprovechada fuente de inspiración.
Habría que añadir aún que, consciente del problema social que suponía la existencia de la esclavitud, Simón Bolívar incorporó a su discurso el cuestionamiento institucional de la misma, mediante una respuesta del programa de acción militar desarrollado para construir los cimientos de la República. Convencido de la idea de que la permanencia de la esclavitud conducía fatalmente a las salidas extremas de la rebelión y el exterminio, la República que se proponía construir debería arbitrar en forma prioritaria los medios que facilitaran una progresiva desaparición en el futuro de la institución esclavista.
La solidez de este cuerpo de planteamientos políticos permitió a Simón Bolívar convocar, en 1819, el Congreso de Angostura. Con su instalación puede hablarse de la puesta en práctica de la república bolivariana, que producirá la existencia real de la República de Colombia. El control militar de la región guayanesa generó asimismo una actitud favorable hacia la causa independentista en el exterior. En Estados Unidos, el presidente Monroe reconoció el conflicto como una guerra entre iguales. En el Reino Unido, Luis López Méndez obtuvo mayores facilidades para el envío de tropas, contratación de empréstitos y remisión de equipos militares. Y si bien para 1820 no se habían resuelto del todo las disidencias en el ejército republicano y la mayor parte del territorio venezolano se mantenía bajo el control del general realista Pablo Morillo, la instalación del Congreso de Angostura, la alianza con José Antonio Páez, la transformación del cuartel de Angostura en capital de la República y la edición de El Correo del Orinoco con el concurso de numerosos civiles de prestigio, configuraron un cuadro político que permitiría intentar la conversión del régimen dictatorial, que venía imperando desde 1811, en un gobierno constitucional.
Modelo de gobierno
Las propuestas de Simón Bolívar, de 1820, no constituyeron un programa de acción política de carácter provisional, sino que eran ya un programa de gobierno sólido y con porvenir, destinado a dar estabilidad a la República, hacerla perdurable y, al mismo tiempo, borrar en el ánimo de los ciudadanos los efectos perjudiciales de la dominación colonial.
En el Discurso de Angostura, después de sugerir un concepto de práctica política identificado con los principios aristotélicos de sabiduría, rectitud y prudencia, Simón Bolívar consideró y dio por hecho que la República tenía ya ciudadanos aptos para gobernarla.
En tal sentido, propuso tres caminos que trajeran a la República la deseada estabilidad y resolvieran la ausencia de virtud que padecía. El primero era el establecimiento de un poder ejecutivo fuerte y vitalicio. El segundo era la creación del senado hereditario. El tercero, en fin, era la educación del resto de los ciudadanos, y estaba basado en los lineamientos del culto cívico de la república jacobina.
Este proyecto republicano, que mezcla los principios y la naturaleza de una república aristocrática con las leyes y funcionamiento de una monarquía, constituye la más acabada expresión de la reelaboración de las ideas ilustradas para convertirlas en respuestas factibles y practicables en el gobierno de las colonias españolas de América. Se trata de la república bolivariana que madurará con el establecimiento de la República de Colombia a partir de 1821.
Presidencia vitalicia
En relación con la particularidad del poder legislativo, la república bolivariana proponía un poder ejecutivo fuerte y sólido. Simón Bolívar tomó como modelo las normas británicas y en su discurso demostró poseer un conocimiento detallado de los postulados de Montesquieu. El poder ejecutivo de la nueva República que se proyectó construir debía superar las insuficiencias que dieron al traste con los ensayos republicanos de 1811 y 1813, en Venezuela, y de 1815, en Nueva Granada.
Para lograrlo, no obstante, Simón Bolívar juzgó pertinente adoptar una fórmula que, al estilo de las monarquías, centralizase las más importantes funciones del gobierno, pero que guardara una distancia sustancial en relación al origen de su poder. El primer magistrado de la república bolivariana no debería su ascensión a una sucesión dinástica: sería electo por el pueblo o sus representantes. En síntesis: no sería un monarca, sino un presidente.
Las proposiciones de Simón Bolívar al auditorio republicano de 1819 respondían a objetivos políticos básicos y fundamentales: dar solidez a la República por un espacio abierto de tiempo y dotar de estabilidad al régimen político mediante el concurso de los nuevos intereses políticos surgidos en el escenario venezolano al amparo de la guerra social. Así, el poder político otorgado a la presidencia vitalicia y al senado hereditario se complementaban con la instrumentación de un nuevo poder que Bolívar convino en denominar «poder moral».
Senado hereditario
Para su república centralista Simón Bolívar tomó como modelo la legislación británica en lo concerniente a libertades, soberanía, división de poderes y otros criterios parecidamente tradicionales del liberalismo inglés.
Convencido de la viabilidad de su modelo, Simón Bolívar propuso un cuerpo legislativo semejante al parlamento inglés. La Cámara de Representantes quedaba constituida a semejanza de la establecida por la Constitución venezolana de 1811, es decir, mediante el ejercicio del sufragio por parte de los ciudadanos calificados para ello por la ley. Sin embargo, la Cámara del Senado sufrió una transformación radical en su naturaleza electiva y en su conformación. Era un senado particular y de nuevo diseño, y que no se correspondía por tanto con el modelo de la teoría política clásica de las repúblicas democráticas y aristocráticas.
El senado de la república bolivariana se constituyó siguiendo las pautas de los poderes intermediarios establecidos para la monarquía. No era electivo sino hereditario. No tenía funciones ejecutivas ni verdaderamente legislativas, sino que hacía las veces de mediador. Como la nobleza en las monarquías, era base y garante de la perdurabilidad del régimen; en este caso, de la república.
Este senado hereditario fue la respuesta política que permitía al Libertador otorgar a la elite militar la cuota de poder necesaria para comprometerla con la creación de la República. Era una respuesta que comprometía su particular poder de beligerancia: las armas. La búsqueda del compromiso de los militares, mediante el reconocimiento de su influencia en la conducción política del régimen que se pensaba establecer, es lo que nutría el liderazgo de Simón Bolívar sobre sus otros contemporáneos, fueran éstos del bando republicano o del bando monárquico.
Poder moral
Este «poder moral» de la república bolivariana se encuentra estrechamente vinculado con el senado hereditario. En el proyecto bolivariano, el senado hereditario no sólo es el garante de la permanencia de la República; en sus manos está también la designación de los integrantes del novísimo poder moral, es decir, la misma regeneración de una sociedad abatida por el régimen colonial. Así como los futuros senadores obtendrían del gobierno republicano una educación ilustrada que los capacitaría para el ejercicio del gobierno, el resto de los venezolanos, que aman la patria pero no sus leyes, tendrán que robustecer su espíritu mucho antes de que logren digerir el saludable nutritivo de la libertad. A estos efectos, la república bolivariana contempló la creación de un poder moral cuyo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público, las buenas costumbres y la moral republicana. Con esta nueva formulación, Simón Bolívar otorgó a la elite militar el poder de conducir el proyecto republicano por un espacio de tiempo considerable y con facultades extraordinarias en su ejercicio. Nunca antes en la teoría política moderna se había dado un paso semejante: porque, en definitiva, la república bolivariana hizo viable -y hasta necesaria- la práctica jacobina del culto cívico.
Esclavitud
El tópico de la esclavitud aparece en el discurso bolivariano desde 1816, pero no será hasta 1819 cuando su acción política preste atención a la permanencia o no de la institución esclavista. Es en este último momento cuando las ideas de Simón Bolívar hacen de la abolición de la institución esclavista un instrumento orientado a garantizar el éxito de la campaña militar que venía desarrollando en la dirección de establecer una república.
Al comienzo, en torno a 1816, como se ha señalado, en el discurso de Bolívar la libertad de los esclavos está relacionada con las gestiones que realiza en favor de la restitución republicana y el compromiso adquirido con el gobierno de Haití. Así, después de la expedición de Los Cayos, que desembarca en abril de 1816, al anunciar en la isla de Margarita el restablecimiento del régimen republicano, Simón Bolívar hizo pública la propuesta de abolición de la esclavitud por cuanto la naturaleza, la justicia y la política piden la emancipación de los esclavos.
Sin embargo, estas primeras gestiones no surten los rápidos efectos esperados y Simón Bolívar, al informar al presidente haitiano Alejandro Petión del resultado de sus proclamas, es categórico al señalar la presentación de apenas un centenar de hombres entre los esclavos que habitaban en el territorio republicano. Para el Libertador, la tiranía de los españoles ha puesto a los esclavos en tal estado de estupidez (...) que han perdido hasta el deseo de ser libres.
Una situación relativamente distinta se presenta a partir de 1819, cuando vuelve a insistir en la necesidad de liberar a los esclavos y solicita al Congreso de Angostura la ratificación de sus proclamas de 1816 y la promulgación del Decreto de Libertad en febrero de 1820.
Una idea central del discurso bolivariano es que todo gobierno libre que comete el absurdo de mantener la esclavitud es castigado por la rebelión y algunas veces por el exterminio. Por supuesto que Simón Bolívar tiene aquí presente la experiencia coetánea de la Independencia haitiana y las consecuencias que ésta tuvo en el ámbito venezolano. Para convencer a sus interlocutores no toma el camino moralista que lo llevaría a debatir acerca de la justicia o injusticia de la esclavitud. Su pensamiento sigue un sendero más propicio y comprensible para una sociedad cargada por la discriminación y la exclusión, apelando al miedo:
Hemos visto en Venezuela -escribe Bolívar- morir la población libre y quedar la cautiva; no sé si esta es política, pero sí sé que si en Cundinamarca no empleamos a los esclavos sucederá otro tanto.
Producción Gráfica |
Servicios Web |
Asesoría en la prod. de textos |
Corrección |