A 108 años del nacimiento de Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, un cristiano para la liberación
Por: Acercándonos Ediciones
Publicado: 15/08/2024





Óscar Arnulfo Romero y Galdámez nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, en el departamento de San Miguel (El Salvador). Era el segundo de 8 hermanos, hijos del matrimonio formado por el telegrafista y empleado de correos, Santos Romero, y Guadalupe Galdámez. Fue bautizado, el 11 de mayo de 1919, en la iglesia parroquial de su ciudad natal. Desde niño tuvo una salud muy frágil. En la escuela pública donde estudió, destacó en materias humanísticas más que en matemáticas.

En 1930, a la edad de 13 años, ingresó al seminario menor de la ciudad de San Miguel, que era dirigido por sacerdotes claretianos. Posteriormente, en 1937 ingresó en el Seminario de San José de la Montaña de San Salvador. Ese mismo año, viajó a Roma donde continuó sus estudios de teología en la Pontificia Universidad Gregoriana. Vivió en el colegio Pío latinoamericano (casa que alberga a estudiantes de Latinoamérica), hasta que llegó a ser ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942 a la edad de 24 años. En Roma fue alumno de monseñor Giovanni Batista Montini, (futuro papa Pablo VI).

Regresó a El Salvador en 1943 siendo nombrado párroco de la ciudad de Anamorós en La Unión; después fue enviado a la ciudad de San Miguel donde sirvió como párroco en la Catedral de Nuestra Señora de La Paz y como secretario del Obispo diocesano monseñor Miguel Ángel Machado.

Posteriormente fue nombrado secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador en 1968. El 21 de abril de 1970, el papa Pablo VI lo designó Obispo Auxiliar de San Salvador, recibiendo la consagración episcopal el 21 de junio de 1970, de manos del nuncio apostólico Girolamo Prigrione. El 15 de octubre de 1974, fue nombrado obispo de la diócesis de Santiago de María en el departamento de Usulután. Ocupó esa sede durante dos años.

El 3 de febrero de 1977, fue nombrado por el Papa Pablo VI como Arzobispo de San Salvador, para suceder a monseñor Luis Chávez y González.

Muchos sacerdotes y laicos de la Arquidiócesis sintieron extrañeza ante su nombramiento, pues preferían para el cargo a Mons. Arturo Rivera y Damas, obispo auxiliar de Mons. Chávez. Algunos consideraron a Romero como el candidato de los sectores conservadores que deseaban contener a los sectores de la Iglesia arquidiocesana que defendían la "opción preferencial por los pobres" (conocidos como clero medellinista).

El 10 de febrero de 1977, en una entrevista que le realizó el periódico La Prensa Gráfica, el arzobispo designado afirmó:
"El gobierno no debe tomar al sacerdote que se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo, cuando éste está cumpliendo su misión en la política de bien común."

El 20 de febrero, mientras la arquidiócesis se preparaba para la toma de posesión del nuevo arzobispo, el país celebraba elecciones presidenciales. Luego de los comicios, el 26 de febrero, el Consejo Central de Elecciones declaró vencedor al general Carlos Humberto Romero, candidato del Partido de Conciliación Nacional, (en el poder desde 1962). Las fuerzas opositoras denunciaron un fraude electoral de grandes proporciones y convocaron a una concentración popular en la Plaza Libertad de San Salvador. El 28 de febrero, las fuerzas de seguridad gubernamentales disolvieron violentamente esta concentración popular, con un saldo de decenas de muertos y desaparecidos.

Durante la semana anterior a la toma de posesión de Mons. Romero como arzobispo, el gobierno del presidente Arturo Armando Molina arrestó y expulsó del territorio salvadoreño a los sacerdotes Bernard Survill (norteamericano) y Willibrord Denaux (belga), miembros del clero arquidiocesano. Tres semanas antes, a finales de enero, había sido arrestado y expulsado del país el sacerdote colombiano Mario Bernal.

El 22 de febrero, Mons. Romero tomó posesión del cargo de Arzobispo de San Salvador en una ceremonia sencilla celebrada en la capilla del Seminario Mayor de San José de la Montaña, a la que asistieron el nuncio apostólico Mons. Emanuele Gerada y los demás obispos de El Salvador. Ese mismo día, el gobierno anunció que varios religiosos que se hallaban fuera del país, entre ellos el español Benigno Fernández S. J. y el nicaragüense Juan Ramón Vega Mantilla, no debían regresar.

El 5 de marzo, durante una asamblea especial de los obispos, se eligió a Mons. Romero como vicepresidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador y se preparó un comunicado para denunciar la persecución de la Iglesia en el país.

El 12 de marzo de 1977, el P. Rutilio Grande, S. J., amigo íntimo de Mons. Romero, fue asesinado en la ciudad de Aguilares junto a dos campesinos. Grande llevaba cuatro años al frente de la parroquia de Aguilares, donde había promovido la creación de comunidades cristianas de base y la organización de los campesinos de la zona. El propio presidente de la República informó a Mons. Romero sobre la muerte de Grande, prometiendo una investigación sobre los hechos. El arzobispo reaccionó a este asesinato convocando a una misa única, para mostrar la unidad de su clero. Esta misa se celebró el 20 de marzo en la plaza Barrios de San Salvador, a pesar de la oposición del nuncio apostólico y de otros obispos.

En estas fechas, cambió su predicación y pasó a defender los derechos de los desprotegidos. Monseñor Romero denunció en sus homilías los atropellos contra los derechos de los campesinos, de los obreros, de sus sacerdotes, y de todas las personas que recurrieran a él, en el contexto de violencia y represión militar que vivía el país. En sus homilías posteriores a la muerte de Rutilio Grande, recurrió sin temor a los textos de la Conferencia de Medellín, y pidió una mayor justicia en la sociedad. Durante los tres años siguientes, sus homilías, transmitidas por la radio diocesana YSAX, denunciaban la violencia tanto del gobierno militar como de los grupos armados de izquierda. Señaló especialmente hechos violentos como los asesinatos cometidos por escuadrones de la muerte y la desaparición forzada de personas, cometida por los cuerpos de seguridad. En agosto de 1978, publicó una carta pastoral donde afirmaba el derecho del pueblo a la organización y al reclamo pacífico de sus derechos.

El día 9 de marzo de 1980, en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús se encontró un portafolios de color negro colocado debajo del Altar Mayor, la persona que notó su presencia, identificada como el sacerdote Ramiro Jiménez, notificó inmediatamente a la extinta Policía Nacional. El detective Juan Francisco Alas, experto en explosivos de la Policía Nacional, desactivó la bomba; ésta estaba compuesta con un interruptor, un radiotransmisor conectado a tres baterías de 1.5 voltios que activarían dos detonadores eléctricos accionados por control remoto. La cantidad del explosivo era de 72 candelas de dinamita comercial.

Según investigaciones, la bomba se accionaría en el momento que Monseñor Oscar Arnulfo Romero oficiaría una misa en memoria de Mario Zamora Rivas siendo este ex procurador general y ex secretario general del Partido Demócrata Cristiano, asesinado el 23 de febrero de 1980 en su lugar de residencia. La gestión de la Fiscalía General de la República no hizo ninguna investigación formal del caso.




Monumento a monseñor Romero en la ciudad de Santa Ana

En octubre de 1979, Romero recibió con cierta esperanza las promesas de la nueva administración de la Junta Revolucionaria de Gobierno, pero con el transcurso de las semanas, volvió a denunciar nuevos hechos de represión realizados por los cuerpos de seguridad.26 El 2 de febrero de 1980, la Universidad Católica de Lovaina distinguió a Romero con el doctorado honoris causa como reconocimiento en su lucha en defensa de los derechos humanos. En ocasión de recibir ese título honorífico, Romero pronunció un discurso considerado como su testamento profético:

" [...] Las mayorías pobres de nuestro país son oprimidas y reprimidas cotidianamente por las estructuras económicas y políticas de nuestro país. Entre nosotros siguen siendo verdad las terribles palabras de los profetas de Israel. Existen entre nosotros los que venden el justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; los que amontonan violencia y despojo en sus palacios; los que aplastan a los pobres; los que hacen que se acerque un reino de violencia, acostados en camas de marfil; los que juntan casa con casa y anexionan campo a campo hasta ocupar todo el sitio y quedarse solos en el país. [...]
Es, pues, un hecho claro que nuestra Iglesia ha sido perseguida en los tres últimos años. Pero lo más importante es observar por qué ha sido perseguida. No se ha perseguido a cualquier sacerdote ni atacado a cualquier institución. Se ha perseguido y atacado aquella parte de la Iglesia que se ha puesto del lado del pueblo pobre y ha salido en su defensa. Y de nuevo encontramos aquí la clave para comprender la persecución a la Iglesia: los pobres. De nuevo son los pobres lo que nos hacen comprender lo que realmente ha ocurrido. Y por ello la Iglesia ha entendido la persecución desde los pobres. La persecución ha sido ocasionada por la defensa de los pobres y no es otra cosa que cargar con el destino de los pobres. [...]

El mundo de los pobres con características sociales y políticas bien concretas, nos enseña dónde debe encarnarse la Iglesia para evitar la falsa universalización que termina siempre en connivencia con los poderosos. El mundo de los pobres nos enseña cómo ha de ser el amor cristiano, que busca ciertamente la paz, pero desenmascara el falso pacifismo, la resignación y la inactividad; que debe ser ciertamente gratuito pero debe buscar la eficacia histórica. El mundo de los pobres nos enseña que la sublimidad del amor cristiano debe pasar por la imperante necesidad de la justicia para las mayorías y no debe rehuir la lucha honrada. El mundo de los pobres nos enseña que la liberación llegará no sólo cuando los pobres sean puros destinatarios de los beneficios de gobiernos o de la misma Iglesia, sino actores y protagonistas ellos mismos de su lucha y de su liberación desenmascarando así la raíz última de falsos paternalismos aun eclesiales. Y también el mundo real de los pobres nos enseña de qué se trata en la esperanza cristiana."

El Domingo de Ramos de 1980, un día antes de su muerte, Romero hizo desde la catedral un enérgico llamamiento al ejército salvadoreño, en su homilía titulada La Iglesia, un servicio de liberación personal, comunitaria, trascendente, que más tarde se conoció como Homilía de fuego:
"Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión."

El lunes 24 de marzo de 1980 aproximadamente a las 6:30 pm fue asesinado cuando oficiaba una misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador. Un disparo hecho por un francotirador desde un auto con capota de color rojo, impactó en su corazón momentos antes de la Sagrada Consagración. Tenía 62 años.

Los restos mortales descansan en la cripta de la Catedral Metropolitana de San Salvador, justo debajo del altar mayor del templo y dentro de un mausoleo que ostenta su nombre. El monumento fúnebre es una estructura de bronce que representa al cuerpo de Romero rodeado de cuatro ángeles que simbolizan los cuatro evangelios. Fue donado por la Comunidad de Sant'Egidio, cuyo consejero eclesiástico es monseñor Vincenzo Paglia, postulador oficial de la causa de beatificación, y fue elaborado por el artista italiano Paolo Borghi. La cripta ha sido visitada por reconocidas personalidades entre las que se encuentran Juan Pablo II, Barack Obama y Ban Ki-moon.

En 1993, la Comisión de la Verdad, creada por los Acuerdos de Paz de Chapultepec para investigar los crímenes más graves de la guerra civil salvadoreña, concluyó que el asesinato de monseñor Romero había sido ejecutado por un francotirador. En 2004, una corte de los Estados Unidos declaró civilmente responsable del crimen al capitán Saravia.

El 6 de noviembre de 2009, el Gobierno salvadoreño presidido por Mauricio Funes decidió investigar el asesinato de Romero para acatar un mandato de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos del año 2000.

Treinta y un años después del asesinato, se conoció el nombre del asesino de Romero: fue Marino Samayor Acosta, un subsargento de la sección II de la extinta Guardia Nacional, y miembro del equipo de seguridad del ex presidente de la República, quien manifestó que la orden para cometer el crimen la recibió del mayor Roberto d'Aubuisson, creador de los escuadrones de la muerte y fundador de ARENA, y del coronel Arturo Armando Molina. Marino Samayor Acosta habría recibido 114 dólares por realizar esa acción. Marisa d'Aubuisson, hermana de Roberto d'Aubuisson pero contrapuesta a su forma de pensamiento, creó años más tarde la fundación que promovió la beatificación del obispo salvadoreño.

El 24 de marzo de 1990 se dio inicio a la causa de canonización de Mons. Romero y se designó al Pbro. Rafael Urrutia como postulador de la causa. El 12 de mayo de 1994, durante el proceso diocesano, se presentó formalmente la solicitud para su canonización a su sucesor, el arzobispo metropolitano Arturo Rivera y Damas. El proceso diocesano concluyó el 1 de noviembre de 1996, y el 4 de julio de 1997 la Santa Sede aceptó la causa como válida. La causa fue elevada a la Congregación para las Causas de los Santos, en la Ciudad del Vaticano, la que en 2000 la transfirió a la Congregación para la Doctrina de la Fe (en ese entonces dirigida por el cardenal alemán Joseph Ratzinger, posteriormente papa Benedicto XVI) para que analizara concienzudamente los escritos y homilías de monseñor Romero. Una vez terminado dicho análisis, en 2005 el postulador de la causa de canonización, monseñor Vincenzo Paglia, informó a los medios de comunicación de las conclusiones del estudio: «Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres».

Algunos analistas vaticanos señalaron la existencia de cierto «bloqueo de la causa» a partir de 1997, por razones de índole ideológica. El propio postulador monseñor Vincenzo Paglia explicó que tuvo «algunos» malentendidos con Juan Pablo II porque, a su juicio, las informaciones que llegaban en aquel momento desde El Salvador «iban todas en una dirección»: la derecha política, los embajadores salvadoreños ante la Santa Sede y algunos cardenales acusaban a Romero de «estar desequilibrado» y de «ser comunista». No obstante, Paglia precisó que hubo un momento en el que el papa polaco modificó su postura: «En su primer viaje al Salvador cambió y quiso ir a la Catedral, esperó diez minutos porque estaba cerrada. Allí impuso sus manos sobre la tumba de Romero. Además, me ha dicho en muchas ocasiones que Romero es de la Iglesia». Asimismo, Karol Wojtyla recordó a monseñor Romero en la celebración de nuevos mártires durante el jubileo del año 2000, insertando su nombre "ausente en el texto" en el oremus final. Por otra parte, Paglia señaló que fue Benedicto XVI quien desbloqueó el proceso de beatificación el 20 de diciembre de 2012, poco antes de anunciar su renuncia.

Desde la Santa Sede se respondió que la causa de beatificación de Óscar Arnulfo Romero nunca estuvo bloqueada. Con todo, Jesús Delgado, secretario de monseñor Romero, admitió la existencia de una oposición económica, social y política a su beatificación, y señaló: «Algunos dicen que fue (Alfonso) López Trujillo el que atrasó el proceso y puede que sí, porque él era el encargado de los temas de América Latina». Durante el pontificado de Francisco, la causa habría contado con el apoyo expreso del papa.

El 3 de febrero de 2015 el papa Francisco autorizó la promulgación del decreto de la Congregación para las Causas de los Santos que declaró a Óscar Romero mártir de la Iglesia, asesinado por «odio a la fe». La ceremonia de beatificación, presidida por el cardenal Angelo Amato se llevó a cabo en la Plaza Salvador del Mundo de la ciudad de San Salvador el día 23 de mayo.

El papa Francisco expresó en una carta enviada al obispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, que la beatificación de monseñor Romero «es motivo de gran alegría para los salvadoreños y para cuantos gozamos con el ejemplo de los mejores hijos de la Iglesia», y agregó:
"[...] Monseñor Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia. Es necesario renunciar a «la violencia de la espada, la del odio», y vivir «la violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros». Él supo ver y experimentó en su propia carne «el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás». Y, con corazón de padre, se preocupó de «las mayorías pobres», pidiendo a los poderosos que convirtiesen «las armas en hoces para el trabajo». [...]"


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