Herramienta de dominación neoliberal
Luis Grisolia
El ordenamiento social y territorial es la mejor



Esta sería nuestra respuesta, en caso que alguien nos pregunte cómo hemos llegado hasta acá en la América contemporánea, especialmente si ese alguien pertenece a las nuevas generaciones alienadas por “las redes” (en su mejor acepción: RED= malla -ardid o engaño- para cazar, cercar, sujetar, atrapar especies) representadas por un joven con un celular en cada mano, los oídos tapados por auriculares, la cabeza envuelta en un casco para ciclistas, la mirada perdida en algún tik-tok extraño y la nariz atravesada por un alambre.

Vivimos (como los demócratas y republicanos yanquis) una guerra entre amigos, con un ala neoliberal hiper explotadora y otra cómplice menos agresiva, acunada por las clases medias de los grandes nodos urbanos.

Ambas alas, con un único y verdadero objetivo político, están ocupadas en apuntalar las finanzas especuladoras, la producción de los grandes empresarios y las industrias energéticas extractivas para beneficiar fundamentalmente al 1% global que se está quedando con la mejor parte de la torta.

No obstante lo detestable de este rumbo es que han logrado reunir el consenso de las gigantescas masas medias urbanas, cultivando un sesgo excluyente basado en un estatus urbano antirural, con pinceladas de antipolítica, racista, cultural, patriarcal y homofóbica.

Esta formula les permitió subsistir algunos años donde los trabajadores de las provincias, las economías regionales en decadencia y los descontentos de la clase obrera urbana, coexistieron (con algunas incomodidades) con los alienados urbanos de los grandes nodos, todos mezclados con algunos banqueros, magnates inmobiliarios y de la energía, capitalistas y especuladores.

En el fondo de la cuestión respaldan el libre comercio, los bajos impuestos a las corporaciones, el endeudamiento externo, el recorte de los derechos laborales, las remuneraciones excesivas a los altos ejecutivos y la desregulación financiera, propiciando grandes acuerdos orientados a limitar derechos.

En la Argentina, los tres millones de habitantes de CABA (nuestra Capital Buenos Aires) sumados a otros tantos de las hiperurbanizadas capitales provinciales, configuran un cuarto de la población total del país. Esta mayoría, más allá de su numero de habitantes, demuestra que el neoliberalismo ha consolidado allí una inmensa conciencia colectiva alienada, que hoy por hoy, se está volviendo un verdadero obstáculo socio-político en nuestro complicado desarrollo cotidiano.

Lo mismo sucede en las capitales de toda América Latina, de modo tal que la alienación de la conciencia colectiva urbana, (con la que hoy se gobierna) alcanza escala continental, la misma escala que tiene la crisis bien definida que actualmente enfrentamos. Si la caracterizamos con precisión y detectamos su propia dinámica, podremos determinar mejor qué se necesita para resolverla y quizá vislumbremos cómo salimos de ese callejón donde estamos atascados.

A primera vista, esa crisis presenta también situaciones análogas en otras partes del planeta con indiscutible escala global. Como la debacle del brexit en el Reino Unido, la menguante legitimidad de la Unión Europea con la desintegración de los partidos socialdemócratas y de centro derecha que la apoyaban, la creciente bonanza de los partidos racistas del norte y centro-norte europeo y ahora el surgimiento de fuerzas autoritarias protofascistas en América Latina, Asia y el Pacífico.

Con algunas diferencias menores, todos estos fenómenos comparten un drástico debilitamiento de la política con derrumbe de la autoridad de las clases sociales y los partidos políticos; desgraciadamente la crisis general incluye otros aspectos como el económico, el ecológico y el social, donde han proliferado las finanzas, la precarización del empleo, el incremento de la deuda de los consumidores, el crecimiento de las emisiones de dióxido de carbono, los climas extremos y el negacionismo de la crisis climática, la violencia policial sistémica, el estrés de la vida familiar por disminución de las ayudas sociales y hasta la prolongación de la jornada laboral.

Uno de los factores fundamentales es la deformación sistémica de las maneras habituales de hacer política, cambiando los interlocutores e instalando sin ninguna legitimidad la voz de los empleados de los medios de comunicación (en manos de las oligarquías locales) como si los Lanatta, los Silvestre y otros de la misma calaña, fueran prestigiosas figuras políticas democráticamente elegidas.

Hoy las voces de las radios y los canales de televisión opinan sobre el acontecer político, sustituyendo a los senadores y diputados elegidos por la gente. Las principales capitales generaron cientos de periodistas que han asumido un rol “político” en los medios donde militan, dedicándose a conducir el pensamiento colectivo como si hubieran sido elegidos democráticamente. Los políticos por su parte, aceptan dócilmente ser visitantes encuestados por esos periodistas a los que nadie eligió nunca. Es así como los medios conducen y manipulan las temáticas de cada día y los alienados habitantes de los conglomerados urbanos mutan hacia la obediencia confundida.

Los porteños arrastran una compleja historia que los ha transformado a través del tiempo, reemplazando sus pautas culturales históricas con modificaciones en los hábitos cotidianos y hasta en el lenguaje mismo. Cambiaron su tradición musical folclórica y sobre todo tanguera por el rock imperialista. Se reformularon muchas de las palabras de su propio lenguaje cotidiano, donde hoy expresan NO para hablar afirmativamente, llaman “micro” a un ómnibus de dos pisos, “luz” a la electricidad y dicen “nada” cuando están explicando algo. Adoran las “noticias” en un mundo sin sucesos, compuesto de gente aislada y disociada que corre de la mañana a la noche sin saber donde va y vive a 80 metros del suelo, cuyo único contacto con la tierra es una maceta arrinconada en un pequeño balcón de su departamentito alquilado en el piso 27.

Así entre todos estamos fundando una cultura urbana, convencida de que sus verdades indiscutibles no han encontrando ninguna razón para sostener la vida fuera de los grandes nodos urbanos terciarios, dejando que naturalmente decaigan las economías sustentables de todo el interior nacional.

Esa cultura domesticó también a las masas medias, volviéndolas indolentes y anestesiadas, fanáticas de la antipolítica, permitiendo e inclusive, instrumentando un ordenamiento social y territorial que apoya la hegemonía del neoliberalismo reaccionario en todo el continente americano.


Esta sería nuestra respuesta, en caso que alguien nos pregunte cómo hemos llegado hasta acá en la América contemporánea, especialmente si ese alguien pertenece a las nuevas generaciones alienadas por “las redes” (en su mejor acepción: RED= malla -ardid o engaño- para cazar, cercar, sujetar, atrapar especies) representadas por un joven con un celular en cada mano, los oídos tapados por auriculares, la cabeza envuelta en un casco para ciclistas, la mirada perdida en algún tik-tok extraño y la nariz atravesada por un alambre.

Vivimos (como los demócratas y republicanos yanquis) una guerra entre amigos, con un ala neoliberal hiper explotadora y otra cómplice menos agresiva, acunada por las clases medias de los grandes nodos urbanos.

Ambas alas, con un único y verdadero objetivo político, están ocupadas en apuntalar las finanzas especuladoras, la producción de los grandes empresarios y las industrias energéticas extractivas para beneficiar fundamentalmente al 1% global que se está quedando con la mejor parte de la torta.

No obstante lo detestable de este rumbo es que han logrado reunir el consenso de las gigantescas masas medias urbanas, cultivando un sesgo excluyente basado en un estatus urbano antirural, con pinceladas de antipolítica, racista, cultural, patriarcal y homofóbica.

Esta formula les permitió subsistir algunos años donde los trabajadores de las provincias, las economías regionales en decadencia y los descontentos de la clase obrera urbana, coexistieron (con algunas incomodidades) con los alienados urbanos de los grandes nodos, todos mezclados con algunos banqueros, magnates inmobiliarios y de la energía, capitalistas y especuladores.

En el fondo de la cuestión respaldan el libre comercio, los bajos impuestos a las corporaciones, el endeudamiento externo, el recorte de los derechos laborales, las remuneraciones excesivas a los altos ejecutivos y la desregulación financiera, propiciando grandes acuerdos orientados a limitar derechos.

En la Argentina, los tres millones de habitantes de CABA (nuestra Capital Buenos Aires) sumados a otros tantos de las hiperurbanizadas capitales provinciales, configuran un cuarto de la población total del país. Esta mayoría, más allá de su numero de habitantes, demuestra que el neoliberalismo ha consolidado allí una inmensa conciencia colectiva alienada, que hoy por hoy, se está volviendo un verdadero obstáculo socio-político en nuestro complicado desarrollo cotidiano.

Lo mismo sucede en las capitales de toda América Latina, de modo tal que la alienación de la conciencia colectiva urbana, (con la que hoy se gobierna) alcanza escala continental, la misma escala que tiene la crisis bien definida que actualmente enfrentamos. Si la caracterizamos con precisión y detectamos su propia dinámica, podremos determinar mejor qué se necesita para resolverla y quizá vislumbremos cómo salimos de ese callejón donde estamos atascados.

A primera vista, esa crisis presenta también situaciones análogas en otras partes del planeta con indiscutible escala global. Como la debacle del brexit en el Reino Unido, la menguante legitimidad de la Unión Europea con la desintegración de los partidos socialdemócratas y de centro derecha que la apoyaban, la creciente bonanza de los partidos racistas del norte y centro-norte europeo y ahora el surgimiento de fuerzas autoritarias protofascistas en América Latina, Asia y el Pacífico.

Con algunas diferencias menores, todos estos fenómenos comparten un drástico debilitamiento de la política con derrumbe de la autoridad de las clases sociales y los partidos políticos; desgraciadamente la crisis general incluye otros aspectos como el económico, el ecológico y el social, donde han proliferado las finanzas, la precarización del empleo, el incremento de la deuda de los consumidores, el crecimiento de las emisiones de dióxido de carbono, los climas extremos y el negacionismo de la crisis climática, la violencia policial sistémica, el estrés de la vida familiar por disminución de las ayudas sociales y hasta la prolongación de la jornada laboral.

Uno de los factores fundamentales es la deformación sistémica de las maneras habituales de hacer política, cambiando los interlocutores e instalando sin ninguna legitimidad la voz de los empleados de los medios de comunicación (en manos de las oligarquías locales) como si los Lanatta, los Silvestre y otros de la misma calaña, fueran prestigiosas figuras políticas democráticamente elegidas.

Hoy las voces de las radios y los canales de televisión opinan sobre el acontecer político, sustituyendo a los senadores y diputados elegidos por la gente. Las principales capitales generaron cientos de periodistas que han asumido un rol “político” en los medios donde militan, dedicándose a conducir el pensamiento colectivo como si hubieran sido elegidos democráticamente. Los políticos por su parte, aceptan dócilmente ser visitantes encuestados por esos periodistas a los que nadie eligió nunca. Es así como los medios conducen y manipulan las temáticas de cada día y los alienados habitantes de los conglomerados urbanos mutan hacia la obediencia confundida.

Los porteños arrastran una compleja historia que los ha transformado a través del tiempo, reemplazando sus pautas culturales históricas con modificaciones en los hábitos cotidianos y hasta en el lenguaje mismo. Cambiaron su tradición musical folclórica y sobre todo tanguera por el rock imperialista. Se reformularon muchas de las palabras de su propio lenguaje cotidiano, donde hoy expresan NO para hablar afirmativamente, llaman “micro” a un ómnibus de dos pisos, “luz” a la electricidad y dicen “nada” cuando están explicando algo. Adoran las “noticias” en un mundo sin sucesos, compuesto de gente aislada y disociada que corre de la mañana a la noche sin saber donde va y vive a 80 metros del suelo, cuyo único contacto con la tierra es una maceta arrinconada en un pequeño balcón de su departamentito alquilado en el piso 27.

Así entre todos estamos fundando una cultura urbana, convencida de que sus verdades indiscutibles no han encontrando ninguna razón para sostener la vida fuera de los grandes nodos urbanos terciarios, dejando que naturalmente decaigan las economías sustentables de todo el interior nacional.

Esa cultura domesticó también a las masas medias, volviéndolas indolentes y anestesiadas, fanáticas de la antipolítica, permitiendo e inclusive, instrumentando un ordenamiento social y territorial que apoya la hegemonía del neoliberalismo reaccionario en todo el continente americano.


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