Filip Mosz vive en una pequeña ciudad de Polonia, corre el año 1977, trabaja en una fábrica.
Ante la alegría de la paternidad primera comienza a ahorrar para comprar una Super 8 con el fin de retratar los primeros pasos de su bebé. Es una bella idea, de fin noble.
Su proyecto fundamental en esos meses radica diariamente en ahorrar cada zlotych* de su esfuerzo cotidiano como operario para dejar al porvenir los primeros pasos de su primogénito. La imagen capturada por el lente y el celuloide como recreación de la realidad, vista una y mil veces para volver a sentir ese calor de la vida reciente.
Filip sabe que ese aparato de filmación es oneroso pero se esfuerza tanto que un día lo logra y en la tienda fotográfica en sus manos tiembla la pequeña atrapa-historia.
La cámara se convierte en herramienta de exploración y análisis del mundo, filma palomas, a la madre de su amigo, y aprende así a enfocar, a cargar, a editar, para estar listo en el momento del nacimiento.
Comienza desde su entusiasmo para con la Super 8 a sentir poder, la idea de que la verdad está emparentada con la imagen y el sonido más que con otro tipo de soporte lo entusiasma y ve cómo con la cámara en mano, filmando, la gente reacciona diferente, cómo se exalta su animosidad afirmativa o negativamente. Quienes tienen secretos lo repelen y las personas sencillas lo buscan para ser filmadas. Pero más allá de esa sensación de la exposición hay otra arista, la de la verdad. Esa multiplicidad de concurrencias, la realidad, que parece cercana en el formato audiovisual, en ese corte descontextualizado de un todo y vuelto a poner en contexto por el editor. En ese mundo ingresa Filip, como sin darse cuenta, al principio por pedido del director de la fábrica ante la visita de una delegación internacional al establecimiento al cumplirse su 25° aniversario y luego escalando a otros sucesos como aficionado de cine documental.
Ya la cámara pasa a ser su obsesión, dejando casi sin atención a su mujer y recién nacida, incluso empeora la relación con su jefe, y todo esto le pasa casi sin saberlo, como van ocurriendo los demás sucesos de su vida. Concatenadamente su reconocimiento social crece su medio inmediato relacional se esfuma, hasta que llega el fin cuando envuelto sin saber en una operación política es usado para desplazar a un dirigente de Varsovia en un programa de la televisión con una denuncia que aun pareciendo en extremo verídica es un fraude.
El amateur, o en idioma original “Amator” es una película de Krzysztof Kieslowski estrenada en 1979, que trata sobre la responsabilidad en la comunicación y la constitución de una idea central “toda imagen es editada, es un recorte, todo recorte es ideológico, todo lo ideológico responde a un interés”. Quien no entienda esto no comprenderá que los medios masivos de comunicación siempre persiguen un interés, más o menos colectivo pero un interés al fin y que se nos muestra no lo que es sino lo que tenemos que ver de un hecho siempre mayor y más complejo que la polisemia de una imagen y su sucesión, luego tratada por analistas en los medios o los múltiples foros en redes controladas siempre en sus algoritmos por los dueños de esos sistemas.
Este largometraje del gran director polaco me trae a colación la última votación en la ONU del consejo de Derechos Humanos para separar a la Federación Rusa por “presuntos” crímenes de guerra tras el hallazgo de cientos de civiles muertos en la localidad de Bucha.
Mientras que Rusia insiste en que se trata de un montaje los medios occidentales y los países de la OTAN y otros (satélites de las políticas de Estados Unidos), rápidamente se han puesto del lado de la versión ucraniana. Sin el tiempo necesario para constatar la verdad, sin importar de dónde eran los muertos, qué fuerza los había asesinado, porque en realidad la verdad es lo menos importante, la votación y los acuerdos internacionales ya se habían alineado incluso mucho antes del conflicto.
Aterra, de este lado del continente, pensar en un futuro de escalada bélica, pero cuándo los medios se interesaron por el millón de muertos iraquíes, o la decena de miles de muertos afganos, o el padecimiento eterno del pueblo palestino, o las matanzas en Siria o Libia de los mercenarios contratados por los Estados Unidos y países de la Unión Europea** para robar sus recursos naturales y desestabilizar unidades nacionales eficientes y ordenadoras de paz y progreso en sus regiones. Quién se ha tomado un minuto o bytes de los tantos que pueblan los medios, las redes y el ciberespacio para decir ¡Basta Ya! a la brutal matanza del pueblo yemení con más de 233.000 muertes, la mitad por falta de alimentos, en manos de Emiratos Árabes Unidos desde hace ocho años.
Filip Mosz vivía en una pequeña ciudad de Polonia, quiso atrapar la realidad creyendo que era posible pero no se dio cuenta que detrás de las imágenes no hay solo materialidad en esencia.
Esta publicación está total y absolutamente a favor de mirar con los necesarios anteojos de clase para producir información verídica para que el mundo y este instante, único e irrepetible sea bien vivido por todos y a costa de nadie.
(*) Moneda de Polonia.
(**) https://www.aa.com.tr/es/an%C3%A1lisis/por-medio-de-mercenarios-emiratos-%C3%A1rabes-unidos-busca-expandir-su-influencia/1914396
Filip Mosz vive en una pequeña ciudad de Polonia, corre el año 1977, trabaja en una fábrica. (*) Moneda de Polonia. |
Últimos Libros editados
|