A 60 años del Triunfo de la Campaña de Alfabetización
José Murillo
El primer problema educacional que tuvo que resolver el Gobierno Revolucionario fue el de los niños sin escuela. Más del 50% de los niños en edad escolar no concurría a la escuela. Ese porcentaje era más elevado en las zonas rurales. Las causas: pobreza y latifundio, la falta de trabajo, los salarios bajísimos que condenaban al campesino a vivir en ranchos precarios (bohíos) en pésimas condiciones de higiene, mal alimentado (el alimento más común era la malanga, un tubérculo silvestre con escaso valor nutritivo).



En un país de 6.933.253 habitantes, de cada cuatro cubanos uno no sabía leer ni escribir. 1.079.207 analfabetos y 800.000 niños sin escuela eran expresión inocultable de las condiciones en que vivían los sectores populares en la Cuba de la “libre empresa” y la “civilización occidental y cristiana”. ¿Y qué campesina podía educar a sus hijos, si el 90% del campesinado no comía carne, si un 94% no tomaba leche, un 96% no comía huevos, existía un 75% de parasitados y en algunas regiones hasta un 100%? ¿Qué familia campesina podía educar a sus hijos, si todos los años se le moría uno...?

Entre 1903 y 1953 habían muerto en Cuba 550.000 niños de hasta 2 años de edad por gastroenteritis.

¿Qué familia obrera o campesina podía mandar sus hijos a la escuela si había más de medio millón de desocupados permanentes y otro millón que apenas ganaba para mal comer? ¿Y no es éste, acaso, el panorama de casi toda Latinoamérica...? ¿De dónde proviene la cifra que se da para ella de 70% entre su población adulta, sino de las condiciones económicas que imperan en ella? ¿O todavía hay alguien dispuesto a demostrar que la miseria promueve la cultura?

Cuando la Revolución triunfó había un total de 762.058 niños en las escuelas cubanas. En el curso escolar 1960-61 hubo en las escuelas nacionales 1.138.992 niños y 114.433 en las privadas, lo que hace un total de 1.253.425. ¡En sólo un año el aumento fue del 78,50%...!

En realidad significó mucho más que eso, porque se crearon más de 22.000 aulas para que los niños sin escuela tuviesen la posibilidad de aprender... Pero antes fue necesario hacer la Reforma Agraria, nacionalizar las empresas y liquidar la desocupación (véase en las páginas finales los gráficos que muestran cómo estaba distribuida la tierra antes de la Revolución y cómo después de ésta).


Revolución y educación
El ministro de Educación de Cuba, Dr. Armando Hart Dávalos, decía en la Universidad Popular: “Al inaugurarse en 1959 el Gobierno Revolucionario... alrededor del 50% de los niños cubanos no tenía la posibilidad de escribir la palabra “democracia” y no podía concebirse que hubiera libertad y democracia mientras el 50% de los niños no pudiera escribir la palabra” libertad”, no pudiera escribir la palabra “democracia”...

¿Por qué el Dr. Hart eligió las palabras “libertad” y “democracia” y no otras, para demostrar hasta qué límites llegaba el analfabetismo en su país? Consideramos esta elección una definición certera de lo que significaba educación y cultura en un país incondicionalmente sometido al imperialismo yanqui. Los niños cubanos no sabían, ni podían aprender a leer y escribir esas palabras, tan manoseadas y falseadas por la prensa burguesa, porque la primera preocupación del imperialismo para mantener su dominación en la isla fue impedir y anular las libertades y la democracia.

Las masas pauperizadas y analfabetas, oprimidas por el terror, se debatían en la búsqueda difícil del sustento diario y para ellas no se abrían perspectivas desde las esferas gobernantes. Pero el cubano nunca estuvo conforme. Luchó largamente para sacudir el yugo español y en la lucha afiló sus armas y templó su espíritu; vislumbró la libertad y la democracia al derrotarlo en gesta heroica (había soportado y sufrido durante 400 años la dominación española) y el poderoso vecino del norte volvió a atarlo al carro de la opresión y de la miseria durante 80 años más.

En efecto, instaurada la República en 1902, el pueblo cubano despertó a la vida y la alegría, inició la construcción de su patria y, como hoy, una profunda ansía de aprender y de enseñar se apoderó de él.

Los maestros tomaron la tarea en sus manos y la desarrollaron con éxito: de un total de 50% de analfabetos en 1902, al llegar a 1907 el porcentaje había decrecido al 31%.

Durante estos cinco años el Estado cubano invirtió en educación 20 millones de pesos. De 1907 a 1958 se han gastado en Cuba, con el mismo fin, más de 1.500 millones (algo más de 29 millones por año), y sin embargo el índice de analfabetismo permaneció estacionario.

Es que en 1907 el gobierno norteamericano, a pretexto de “ayudar” a los cubanos, cuanto éstos prácticamente habían puesto fin a la dominación española, intervino y estableció a su favor la nefasta enmienda Platt.

¿En qué consistió la enmienda Platt? En los hechos fue la imposición de un protectorado, de un intervencionismo descarado en la economía y en la política; posibilitó a los yanquis apoderarse de la mayor parte de las tierras y de las riquezas naturales para explotarlas, explotando al propio tiempo al pueblo cubano, en provecho propio, es decir de ellos, de los yanquis. El establecimiento de la base naval de Guantánamo y la degradación rápida de la educación que había realizado notable progresos.

El primer problema educacional que tuvo que resolver el Gobierno Revolucionario fue el de los niños sin escuela. Más del 50% de los niños en edad escolar no concurría a la escuela. Ese porcentaje era más elevado en las zonas rurales. Las causas: pobreza y latifundio, la falta de trabajo, los salarios bajísimos que condenaban al campesino a vivir en ranchos precarios (bohíos) en pésimas condiciones de higiene, mal alimentado (el alimento más común era la malanga, un tubérculo silvestre con escaso valor nutritivo). El latifundio, que arrojaba a las familias a las montañas (a las sierras como la llaman los cubanos). En las ciudades los niños mendigaban en los atrios de las iglesias y algunos, más afortunados, vendían diarios o lustraban calzado.

No pretendemos reducir este problema pavoroso de la indigencia y la incultura, tan vinculado en nuestra desgarrada América al latifundio y la penetración imperialista a un esquema: pero no es el propósito de este trabajo detenerse en aspectos que, en nuestro país, han sido estudiados en profundidad por Héctor P. Agosti (véase “Nación y Cultura” editado por Procyon).

Para resolver el problema de los niños sin escuela, para absorber la población infantil analfabeta, se necesitan 40 millones de pesos (téngase en cuenta que 1 peso cubano es igual a 1 dólar). El presupuesto nacional no podía afrontar esta erogación, porque previa a la solución del analfabetismo fue necesario resolver el problema de la tierra mediante la Reforma Agraria, el de la vivienda en las ciudades a través de la Reforma Urbana, etc.

Pero eran los hijos de los campesinos y de los obreros los que necesitaban escuelas. El pueblo tomó en sus manos una parte importante de la tarea para posibilitar la solución. Fue así como la Central de Trabajadores (CTC-R), las Federaciones de Industria y los Sindicatos ofrecieron sus locales. Los campesinos, los montañeses que tienen una población infantil numerosísima a la que es difícil concentrar, pusieron a disposición de la enseñanza sus bohíos —no importa que con pisos de tierra y faltos totalmente de comodidades- se trataba de poner a disposición del alto propósito de enseñar todo lo que se `poseía. Por último, el Gobierno de la Revolución transformó los cuarteles en escuelas. Aquellos verdaderos antros de lobos sanguinarios, el Moncada, el Columbia, entre los principales, de donde salían los esbirros de Batista entrenados por la misión militar yanqui a cazar cubanos, —asesinaron a 20 mil, desde jóvenes estudiantes de 15 y 16 años hasta viejos campesinos, muchos de ellos al margen de la lucha iniciada por Fidel con el asalto a Moncada, precisamente-. Esta transformación de los cuarteles en escuelas define, acaso con rasgos peculiares, el acendrado humanismo de esta Revolución de los humildes para los humildes, que encontró en el marxismo-leninismo, el arma probada y en el socialismo un seguro camino, como lo expresara certeramente, hablando en Santiago de Cuba, Raúl Castro.

Así fue solucionada la instalación de más de 22 mil aulas. Falta empero dotarlas de muebles y del material didáctico. Y aquí también una vez más el pueblo y los organismos revolucionarios acudieron con generoso esfuerzo. Los campesinos proporcionaron a las Cooperativas madera y en ellas en jornadas de trabajo voluntario los obreros fabricaron pizarrones, pupitres, armarios, eficazmente secundados por la Milicias Populares, la Asociación de Jóvenes Rebeldes (ahora Juventudes Comunistas) y la Policía Revolucionaria. La imprenta Nacional proveyó cuadernos, libros, manuales, planillas, etc. El Gobierno de la Revolución recurrió al pueblo y el pueblo respondió brindado su apoyo sin retaceos.

Los maestros
Como la mayoría de las escuelas se creaban en el campo y la montaña, había necesidad de maestros para enseñar en esas zonas. ¿Faltaban maestros diplomados? Por una parte, sí. Por otra parte, estaban mal distribuidos. En La Habana había más de 1.000 maestros sin cargo mientras en el resto del país faltaban 15.000. Claro que no solamente en esto estribaba las dificultades. Durante los gobiernos anteriores a la Revolución, los maestros se graduaban en las ciudades y trabajaban en las ciudades y centros urbanos únicamente. Para el campo no se formaban maestros ni se creaban escuelas. Además, eran muy pocos los jóvenes campesinos con vocación, que podían concurrir a un centro de enseñanza normal, pues la situación económica siempre precaria no se los permitía.

Resultaba lógico, entonces, que los maestros urbanos se sintieran incapaces o sin ánimo para afrontar la tarea en lugares distantes que ofrecían un cúmulo de dificultades.

Además, los cargos de maestro que creaban los gobiernos antipopulares, y particularmente la dictadura batistiana, eran siempre para satisfacer intereses políticos o de casta y no para llevar la educación al campo. A esto debe agregarse un factor también de importancia: los bajos sueldos. Como en el resto de Latinoamérica el presupuesto para educación era muy bajo, casi tan bajo como el destinado a Salud Pública y como consecuencia los maestros ganaban sueldos de hambre, sueldos complementarios –si se nos permite la expresión-, pues los cargos eran principalmente para las hijas, esposas o hermanas de funcionarios de la dictadura, de profesionales, de mili-tares o de propietarios.

La Revolución puso las cosas en su lugar. No era fácil resolver el problema de la falta de maestros para las zonas rurales y la montaña (ya dijimos que faltaban 15.000). El gobierno de la Revolución resolvió hacer un llamamiento a los estudiantes. En un discurso apasionado Fidel concitó las voluntades de miles de bachilleres y alumnos de segunda enseñanza en un nivel de tercer año como mínimo para seguir cursos rápidos de maestro voluntario en Sierra Maestra, en las Minas del Frío y en otros lugares del interior del país donde, a la par del estudio, se familiarizaron en el medio en que actuarían.

El Ministerio de Educación proporcionó los profesores para la preparación de estos alumnos, así como también pedagogos del Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza, quienes confeccionaron los manuales y las cartillas para el estudio, adecuándolos a la nueva política educacional.

Refiriéndose a esta formación rápida de maestros, aclaraba el Ministerio de Educación: “...desde luego no era la formación profesional que lógicamente se requería en un plan a largo plazo, pero era una necesidad que teníamos que cubrir y que se ha cubierto, y que se ha resuelto...” “esos maestros seguirán superándose y perfeccionándose y la mayor perfección la van a obtener aquí mismo en el contacto diario con los campesinos....”

Al llamado de Fidel los estudiantes concurrieron en masa. Es claro que no todos quedaron. Muchos no resistieron las inclemencias del clima y la falta de comodidades a que estaban habituados. En la graduación del primer grupo, realizada y celebrada en el Teatro Auditorio el 29 de agosto de 1960, Fidel puso el acento en estas circunstancias: “La naturaleza colaboró con nosotros. No digo con ustedes sino con nosotros y así los días que ustedes llegaron a la Sierra Maestra, coincidieron con una de las temporadas de lluvias más grandes que hemos tenido en los últimos años. Y sabemos que hubo de todo: mucho trabajo, mucha humedad, muchas dificultades, poca comida y mucho frío... y eso sirvió para que la prueba fuera una buena prueba. Y eso sirvió para que ustedes se sientan ahora más satisfechos. Y queden como un ejemplo para los demás, un ejemplo visible. Gracias al espíritu que los llevó a la Sierra Maestra, al espíritu que los mantuvo y los hizo resistir, hoy la nación cuenta con un cuadro más de maestros y decenas de miles de niños recibirán lo que de otra manera no habrían podido recibir”. Y más adelante les anunciaba: “En el próximo año, cuando llegue el verano, tendrán que reunir-se otra vez... Recuerden que no podemos darnos por satisfechos con el esfuerzo realizado; hay que seguir preparando a este cuerpo de maestros; hay algunos entre ustedes que incluso, van a tener que seguir otro curso aquí; no el ciento por ciento está completamente apto. Han pasado la prueba que es lo más importante, la prueba de voluntad y firmeza; pero hay un porcentaje, y eso lo saben, que necesitarán un poco más de tiempo y de esfuerzo para mantener el nivel de capacidad de este cuerpo de maestros que todavía requiere preparación”.

Y así fue. En el periodo de vacaciones, en las hermosas playas de Varadero —antes coto cerrado de la oligarquía, de la familia Batista y centro preferido para el week-end de los magnates yanquis-, todos continuaron sus estudios en cursillos dictados especialmente. El plan, que se cumple cabalmente, comprende 5 años de cursillos obligatorios y de continuación voluntaria, en los que se dictaren en lo sucesivo.

Es justo destacar que muchos de los maestros que ya ejercían en las zonas urbanas colaboraron con gran espíritu de sacrificio, donando el 50% de sus haberes que fue destinado a los maestros voluntarios en número de 1.000. Esta fue una prueba inequívoca de que esos maestros se integraron a la revolución y no pasó mucho tiempo en que cientos de ellos concurrieron también al campo y la montaña a enseñar a los maestros voluntarios, fiscalizar tareas y alfabetizar adultos.

Así se posibilitó, además, terminar con la desocupación de los maestros. Desocupados por falta de aulas o por falta de padrinos, ya que conseguir cargos no perteneciendo a las familias acomodadas, era no sólo difícil sino también degradante: se llegaba a todos los extremos del compromiso y de la corrupción.

Los maestros graduados en los cursos a que hemos hecho referencia, no esperaron tener la dotación completa de muebles y útiles para emprender sus tareas. Claro que en Cuba las perspectivas son alentadoras para los maestros y para los alumnos. Maestros y alumnos son conscientes del esfuerzo mancomunado de pueblo y gobierno para llevar adelante con alegría la obra civilizadora de dar a todos los cubanos “la luz de la verdad” según reza en el himno de las brigadas “Conrado Benítez”. Por eso cada envío de materiales era recibido en pueblos y municipios, en ciudades y bateyes con emocionado gozo y las impaciencias por falta de ellos nunca fueron anuladoras, al contrario, despertaron el ingenio y desarrollaron capacidad creadora para vencer dificultades por los propios medios. No fue raro ver escribir con carbones en tablas más o menos alisadas, mientras llegaban los pizarrones de aula o las pizarras individuales fabricadas por los jóvenes soldados del Ejército Popular. Es que este pueblo, dueño ahora de su destino, ha desplegado un incontenible impulso renovador, un caso de fiebre heroica por construir rápidamente un bellos destino rescatando años de sufrimiento, de ignorancia, de miseria y de humillaciones.

Magnífico ejemplo el de ese pequeño país, el que por más años sufrió la opresión del colonialismo español y la más dura explotación del imperialismo yanqui, que ha elevado a todos sus ciudadanos a la más alta dignidad: la de hombres libres, libres por la conquista de muy concretas libertades; el ejercicio pleno de su soberanía, la independencia económica que permite a Cuba comerciar en pie de igualdad con aquellos países que respetan esa condición y que pueden y deben exigir los países realmente soberanos, y libres, además, por el nivel de conciencia que posibilita su cultura en ascenso y sin pausa.

Y mientras en Cuba pueblo y gobierno aúnan esfuerzos y fervores para llevar adelante un programa cultural que hace honor a la frase de Martí “sólo los pueblos cultos son pueblos libres”, en nuestro país sometido al diktat del imperialismo y de la libre empresa, se niegan partidas para educación en el presupuesto, en tanto se destinan millo-nadas para la militarización y la represión (casi el 47% del presupuesto general de la Nación) y sólo el 1,9% a Salud Pública y el 8% a Educación) . Pero esto no es todo. Del presupuesto 1962-63 a la partida para educación se le disminuyeron 3.814 millones de pesos. En 1962, 500 escuelas fueron cerradas debido a su estado ruinoso. En Santa Fe 654 escuelas tienen pendiente el desalojo por falta de pago. De concretarse, más de 200 mil niños quedarían sin enseñanza y en la Capital de la República, 226 escuelas están en la misma situación. Para educación no hay fondos, para los golpes y contragolpes militares, sí. El golpe militar de 1962 le costó al pueblo 24.000 millones de pesos. ¿Cuánto habrá costado el de septiembre de ese mismo año y el de abril de 1963...? ¿Cuánto costó el envío de naves de guerra al Caribe para agredir a Cuba y la preparación de la Brigada Especial...? ¿Tiene Cuba algo que ver con las tremendas cifras de deserción escolar en Argentina? (sólo en la Capital se estima que más de 150 mil niños no reciben ningún tipo de instrucción primaria). ¡Es Cuba la responsable de la desocupación total o parcial que afecta a más de 500 mil obreros y campesinos argentinos? ¿Qué se iba defender, entonces, al Caribe? ¿El derecho del imperialismo yanqui a impedir a un pueblo que decida por sí su destino, como lo hizo en Guatemala en 1954...?

Cuba no estuvo ni estará sola
Hubo una ayuda visible, alentadora. Porque también en este evento —como les gusta decir a los cubanos-, Cuba no estuvo sola: de toda Latinoamérica concurrieron maestros para incorporarse a las brigadas alfabetizadoras. Pero no solamente concurrieron maestros, sino también estudiantes y aun niños. Recordamos con particular emoción la referencia agradecida a un niño venezolano de 13 años que había ido a Cuba para su-mar su esfuerzo al de sus hermanos, hecha por Raúl Castro hablando en un acto conmemorativo en Guisa.

Desde México, Panamá, Guate-mala, Ecuador, Colombia, Chile, Argentina, etc. fueron jóvenes y maestros como prueba inequívoca de que el sentimiento de solidaridad con Cuba es más fuerte y más poderoso que la represión desatada en la mayoría de los países americanos por esbirros del amo imperialista yanqui, esbirros entre los que se cuentan no pocos generales argentinos como los más serviles y obsecuentes. ¡Y se atreven a invocar a San Martín...!

Esta solidaridad que para concretarse debió vencer toda clase de dificultades, demuestra que los pueblos y los sectores progresistas de América Latina no se dejan engañar tan fácilmente por la descarada propaganda anticubana, orquestada desde las agencias informáticas yanquis y repetidas a coro por la “gran prensa”, que de grande sólo tiene la casi increíble dimensión de la mentira.

Pero la mayor ayuda la dieron los países socialistas. La Unión Soviética envió barcos y más barcos -a razón de uno por día, cargados con alimentos, vacunas, cuadernos, lápices, juguetes etc.; la China Popular regaló cuarenta mil faroles tipo “luz de día”; la República Democrática Alemana envió equipos para los brigadistas: botas, pantalones, medias, camisas, mochilas, etc.; la República Socialista Checoslovaca: telas, uniformes confeccionados, aparatos e instrumental para hospitales, lentes, etc.; Hungría, máquinas de aplicación diversa, etc., etc.

Y en tanto los países socialistas enviaron su ayuda a manos llenas, la CIA (Central Intelligence Agency) enviaba asesinos. La muerte horrorosa del maestro negro Conrado Benítez, la de Delfín Sen, obrero alfabetizador, la del brigadista de 16 años Manuel Ascunce Domenech y de su alumno analfabeto, el campesino Pedro Lantigua Ortega, son testimonios irrecusables de quienes son unos y otros: amigos o enemigos. (...)


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Te invitamos a seguir leyendo este texto en el libro “5 Maestros que alfabetizaron en Cuba. Acercándonos Ediciones. 2021.


En un país de 6.933.253 habitantes, de cada cuatro cubanos uno no sabía leer ni escribir. 1.079.207 analfabetos y 800.000 niños sin escuela eran expresión inocultable de las condiciones en que vivían los sectores populares en la Cuba de la “libre empresa” y la “civilización occidental y cristiana”. ¿Y qué campesina podía educar a sus hijos, si el 90% del campesinado no comía carne, si un 94% no tomaba leche, un 96% no comía huevos, existía un 75% de parasitados y en algunas regiones hasta un 100%? ¿Qué familia campesina podía educar a sus hijos, si todos los años se le moría uno...?

Entre 1903 y 1953 habían muerto en Cuba 550.000 niños de hasta 2 años de edad por gastroenteritis.

¿Qué familia obrera o campesina podía mandar sus hijos a la escuela si había más de medio millón de desocupados permanentes y otro millón que apenas ganaba para mal comer? ¿Y no es éste, acaso, el panorama de casi toda Latinoamérica...? ¿De dónde proviene la cifra que se da para ella de 70% entre su población adulta, sino de las condiciones económicas que imperan en ella? ¿O todavía hay alguien dispuesto a demostrar que la miseria promueve la cultura?

Cuando la Revolución triunfó había un total de 762.058 niños en las escuelas cubanas. En el curso escolar 1960-61 hubo en las escuelas nacionales 1.138.992 niños y 114.433 en las privadas, lo que hace un total de 1.253.425. ¡En sólo un año el aumento fue del 78,50%...!

En realidad significó mucho más que eso, porque se crearon más de 22.000 aulas para que los niños sin escuela tuviesen la posibilidad de aprender... Pero antes fue necesario hacer la Reforma Agraria, nacionalizar las empresas y liquidar la desocupación (véase en las páginas finales los gráficos que muestran cómo estaba distribuida la tierra antes de la Revolución y cómo después de ésta).


Revolución y educación
El ministro de Educación de Cuba, Dr. Armando Hart Dávalos, decía en la Universidad Popular: “Al inaugurarse en 1959 el Gobierno Revolucionario... alrededor del 50% de los niños cubanos no tenía la posibilidad de escribir la palabra “democracia” y no podía concebirse que hubiera libertad y democracia mientras el 50% de los niños no pudiera escribir la palabra” libertad”, no pudiera escribir la palabra “democracia”...

¿Por qué el Dr. Hart eligió las palabras “libertad” y “democracia” y no otras, para demostrar hasta qué límites llegaba el analfabetismo en su país? Consideramos esta elección una definición certera de lo que significaba educación y cultura en un país incondicionalmente sometido al imperialismo yanqui. Los niños cubanos no sabían, ni podían aprender a leer y escribir esas palabras, tan manoseadas y falseadas por la prensa burguesa, porque la primera preocupación del imperialismo para mantener su dominación en la isla fue impedir y anular las libertades y la democracia.

Las masas pauperizadas y analfabetas, oprimidas por el terror, se debatían en la búsqueda difícil del sustento diario y para ellas no se abrían perspectivas desde las esferas gobernantes. Pero el cubano nunca estuvo conforme. Luchó largamente para sacudir el yugo español y en la lucha afiló sus armas y templó su espíritu; vislumbró la libertad y la democracia al derrotarlo en gesta heroica (había soportado y sufrido durante 400 años la dominación española) y el poderoso vecino del norte volvió a atarlo al carro de la opresión y de la miseria durante 80 años más.

En efecto, instaurada la República en 1902, el pueblo cubano despertó a la vida y la alegría, inició la construcción de su patria y, como hoy, una profunda ansía de aprender y de enseñar se apoderó de él.

Los maestros tomaron la tarea en sus manos y la desarrollaron con éxito: de un total de 50% de analfabetos en 1902, al llegar a 1907 el porcentaje había decrecido al 31%.

Durante estos cinco años el Estado cubano invirtió en educación 20 millones de pesos. De 1907 a 1958 se han gastado en Cuba, con el mismo fin, más de 1.500 millones (algo más de 29 millones por año), y sin embargo el índice de analfabetismo permaneció estacionario.

Es que en 1907 el gobierno norteamericano, a pretexto de “ayudar” a los cubanos, cuanto éstos prácticamente habían puesto fin a la dominación española, intervino y estableció a su favor la nefasta enmienda Platt.

¿En qué consistió la enmienda Platt? En los hechos fue la imposición de un protectorado, de un intervencionismo descarado en la economía y en la política; posibilitó a los yanquis apoderarse de la mayor parte de las tierras y de las riquezas naturales para explotarlas, explotando al propio tiempo al pueblo cubano, en provecho propio, es decir de ellos, de los yanquis. El establecimiento de la base naval de Guantánamo y la degradación rápida de la educación que había realizado notable progresos.

El primer problema educacional que tuvo que resolver el Gobierno Revolucionario fue el de los niños sin escuela. Más del 50% de los niños en edad escolar no concurría a la escuela. Ese porcentaje era más elevado en las zonas rurales. Las causas: pobreza y latifundio, la falta de trabajo, los salarios bajísimos que condenaban al campesino a vivir en ranchos precarios (bohíos) en pésimas condiciones de higiene, mal alimentado (el alimento más común era la malanga, un tubérculo silvestre con escaso valor nutritivo). El latifundio, que arrojaba a las familias a las montañas (a las sierras como la llaman los cubanos). En las ciudades los niños mendigaban en los atrios de las iglesias y algunos, más afortunados, vendían diarios o lustraban calzado.

No pretendemos reducir este problema pavoroso de la indigencia y la incultura, tan vinculado en nuestra desgarrada América al latifundio y la penetración imperialista a un esquema: pero no es el propósito de este trabajo detenerse en aspectos que, en nuestro país, han sido estudiados en profundidad por Héctor P. Agosti (véase “Nación y Cultura” editado por Procyon).

Para resolver el problema de los niños sin escuela, para absorber la población infantil analfabeta, se necesitan 40 millones de pesos (téngase en cuenta que 1 peso cubano es igual a 1 dólar). El presupuesto nacional no podía afrontar esta erogación, porque previa a la solución del analfabetismo fue necesario resolver el problema de la tierra mediante la Reforma Agraria, el de la vivienda en las ciudades a través de la Reforma Urbana, etc.

Pero eran los hijos de los campesinos y de los obreros los que necesitaban escuelas. El pueblo tomó en sus manos una parte importante de la tarea para posibilitar la solución. Fue así como la Central de Trabajadores (CTC-R), las Federaciones de Industria y los Sindicatos ofrecieron sus locales. Los campesinos, los montañeses que tienen una población infantil numerosísima a la que es difícil concentrar, pusieron a disposición de la enseñanza sus bohíos —no importa que con pisos de tierra y faltos totalmente de comodidades- se trataba de poner a disposición del alto propósito de enseñar todo lo que se `poseía. Por último, el Gobierno de la Revolución transformó los cuarteles en escuelas. Aquellos verdaderos antros de lobos sanguinarios, el Moncada, el Columbia, entre los principales, de donde salían los esbirros de Batista entrenados por la misión militar yanqui a cazar cubanos, —asesinaron a 20 mil, desde jóvenes estudiantes de 15 y 16 años hasta viejos campesinos, muchos de ellos al margen de la lucha iniciada por Fidel con el asalto a Moncada, precisamente-. Esta transformación de los cuarteles en escuelas define, acaso con rasgos peculiares, el acendrado humanismo de esta Revolución de los humildes para los humildes, que encontró en el marxismo-leninismo, el arma probada y en el socialismo un seguro camino, como lo expresara certeramente, hablando en Santiago de Cuba, Raúl Castro.

Así fue solucionada la instalación de más de 22 mil aulas. Falta empero dotarlas de muebles y del material didáctico. Y aquí también una vez más el pueblo y los organismos revolucionarios acudieron con generoso esfuerzo. Los campesinos proporcionaron a las Cooperativas madera y en ellas en jornadas de trabajo voluntario los obreros fabricaron pizarrones, pupitres, armarios, eficazmente secundados por la Milicias Populares, la Asociación de Jóvenes Rebeldes (ahora Juventudes Comunistas) y la Policía Revolucionaria. La imprenta Nacional proveyó cuadernos, libros, manuales, planillas, etc. El Gobierno de la Revolución recurrió al pueblo y el pueblo respondió brindado su apoyo sin retaceos.

Los maestros
Como la mayoría de las escuelas se creaban en el campo y la montaña, había necesidad de maestros para enseñar en esas zonas. ¿Faltaban maestros diplomados? Por una parte, sí. Por otra parte, estaban mal distribuidos. En La Habana había más de 1.000 maestros sin cargo mientras en el resto del país faltaban 15.000. Claro que no solamente en esto estribaba las dificultades. Durante los gobiernos anteriores a la Revolución, los maestros se graduaban en las ciudades y trabajaban en las ciudades y centros urbanos únicamente. Para el campo no se formaban maestros ni se creaban escuelas. Además, eran muy pocos los jóvenes campesinos con vocación, que podían concurrir a un centro de enseñanza normal, pues la situación económica siempre precaria no se los permitía.

Resultaba lógico, entonces, que los maestros urbanos se sintieran incapaces o sin ánimo para afrontar la tarea en lugares distantes que ofrecían un cúmulo de dificultades.

Además, los cargos de maestro que creaban los gobiernos antipopulares, y particularmente la dictadura batistiana, eran siempre para satisfacer intereses políticos o de casta y no para llevar la educación al campo. A esto debe agregarse un factor también de importancia: los bajos sueldos. Como en el resto de Latinoamérica el presupuesto para educación era muy bajo, casi tan bajo como el destinado a Salud Pública y como consecuencia los maestros ganaban sueldos de hambre, sueldos complementarios –si se nos permite la expresión-, pues los cargos eran principalmente para las hijas, esposas o hermanas de funcionarios de la dictadura, de profesionales, de mili-tares o de propietarios.

La Revolución puso las cosas en su lugar. No era fácil resolver el problema de la falta de maestros para las zonas rurales y la montaña (ya dijimos que faltaban 15.000). El gobierno de la Revolución resolvió hacer un llamamiento a los estudiantes. En un discurso apasionado Fidel concitó las voluntades de miles de bachilleres y alumnos de segunda enseñanza en un nivel de tercer año como mínimo para seguir cursos rápidos de maestro voluntario en Sierra Maestra, en las Minas del Frío y en otros lugares del interior del país donde, a la par del estudio, se familiarizaron en el medio en que actuarían.

El Ministerio de Educación proporcionó los profesores para la preparación de estos alumnos, así como también pedagogos del Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza, quienes confeccionaron los manuales y las cartillas para el estudio, adecuándolos a la nueva política educacional.

Refiriéndose a esta formación rápida de maestros, aclaraba el Ministerio de Educación: “...desde luego no era la formación profesional que lógicamente se requería en un plan a largo plazo, pero era una necesidad que teníamos que cubrir y que se ha cubierto, y que se ha resuelto...” “esos maestros seguirán superándose y perfeccionándose y la mayor perfección la van a obtener aquí mismo en el contacto diario con los campesinos....”

Al llamado de Fidel los estudiantes concurrieron en masa. Es claro que no todos quedaron. Muchos no resistieron las inclemencias del clima y la falta de comodidades a que estaban habituados. En la graduación del primer grupo, realizada y celebrada en el Teatro Auditorio el 29 de agosto de 1960, Fidel puso el acento en estas circunstancias: “La naturaleza colaboró con nosotros. No digo con ustedes sino con nosotros y así los días que ustedes llegaron a la Sierra Maestra, coincidieron con una de las temporadas de lluvias más grandes que hemos tenido en los últimos años. Y sabemos que hubo de todo: mucho trabajo, mucha humedad, muchas dificultades, poca comida y mucho frío... y eso sirvió para que la prueba fuera una buena prueba. Y eso sirvió para que ustedes se sientan ahora más satisfechos. Y queden como un ejemplo para los demás, un ejemplo visible. Gracias al espíritu que los llevó a la Sierra Maestra, al espíritu que los mantuvo y los hizo resistir, hoy la nación cuenta con un cuadro más de maestros y decenas de miles de niños recibirán lo que de otra manera no habrían podido recibir”. Y más adelante les anunciaba: “En el próximo año, cuando llegue el verano, tendrán que reunir-se otra vez... Recuerden que no podemos darnos por satisfechos con el esfuerzo realizado; hay que seguir preparando a este cuerpo de maestros; hay algunos entre ustedes que incluso, van a tener que seguir otro curso aquí; no el ciento por ciento está completamente apto. Han pasado la prueba que es lo más importante, la prueba de voluntad y firmeza; pero hay un porcentaje, y eso lo saben, que necesitarán un poco más de tiempo y de esfuerzo para mantener el nivel de capacidad de este cuerpo de maestros que todavía requiere preparación”.

Y así fue. En el periodo de vacaciones, en las hermosas playas de Varadero —antes coto cerrado de la oligarquía, de la familia Batista y centro preferido para el week-end de los magnates yanquis-, todos continuaron sus estudios en cursillos dictados especialmente. El plan, que se cumple cabalmente, comprende 5 años de cursillos obligatorios y de continuación voluntaria, en los que se dictaren en lo sucesivo.

Es justo destacar que muchos de los maestros que ya ejercían en las zonas urbanas colaboraron con gran espíritu de sacrificio, donando el 50% de sus haberes que fue destinado a los maestros voluntarios en número de 1.000. Esta fue una prueba inequívoca de que esos maestros se integraron a la revolución y no pasó mucho tiempo en que cientos de ellos concurrieron también al campo y la montaña a enseñar a los maestros voluntarios, fiscalizar tareas y alfabetizar adultos.

Así se posibilitó, además, terminar con la desocupación de los maestros. Desocupados por falta de aulas o por falta de padrinos, ya que conseguir cargos no perteneciendo a las familias acomodadas, era no sólo difícil sino también degradante: se llegaba a todos los extremos del compromiso y de la corrupción.

Los maestros graduados en los cursos a que hemos hecho referencia, no esperaron tener la dotación completa de muebles y útiles para emprender sus tareas. Claro que en Cuba las perspectivas son alentadoras para los maestros y para los alumnos. Maestros y alumnos son conscientes del esfuerzo mancomunado de pueblo y gobierno para llevar adelante con alegría la obra civilizadora de dar a todos los cubanos “la luz de la verdad” según reza en el himno de las brigadas “Conrado Benítez”. Por eso cada envío de materiales era recibido en pueblos y municipios, en ciudades y bateyes con emocionado gozo y las impaciencias por falta de ellos nunca fueron anuladoras, al contrario, despertaron el ingenio y desarrollaron capacidad creadora para vencer dificultades por los propios medios. No fue raro ver escribir con carbones en tablas más o menos alisadas, mientras llegaban los pizarrones de aula o las pizarras individuales fabricadas por los jóvenes soldados del Ejército Popular. Es que este pueblo, dueño ahora de su destino, ha desplegado un incontenible impulso renovador, un caso de fiebre heroica por construir rápidamente un bellos destino rescatando años de sufrimiento, de ignorancia, de miseria y de humillaciones.

Magnífico ejemplo el de ese pequeño país, el que por más años sufrió la opresión del colonialismo español y la más dura explotación del imperialismo yanqui, que ha elevado a todos sus ciudadanos a la más alta dignidad: la de hombres libres, libres por la conquista de muy concretas libertades; el ejercicio pleno de su soberanía, la independencia económica que permite a Cuba comerciar en pie de igualdad con aquellos países que respetan esa condición y que pueden y deben exigir los países realmente soberanos, y libres, además, por el nivel de conciencia que posibilita su cultura en ascenso y sin pausa.

Y mientras en Cuba pueblo y gobierno aúnan esfuerzos y fervores para llevar adelante un programa cultural que hace honor a la frase de Martí “sólo los pueblos cultos son pueblos libres”, en nuestro país sometido al diktat del imperialismo y de la libre empresa, se niegan partidas para educación en el presupuesto, en tanto se destinan millo-nadas para la militarización y la represión (casi el 47% del presupuesto general de la Nación) y sólo el 1,9% a Salud Pública y el 8% a Educación) . Pero esto no es todo. Del presupuesto 1962-63 a la partida para educación se le disminuyeron 3.814 millones de pesos. En 1962, 500 escuelas fueron cerradas debido a su estado ruinoso. En Santa Fe 654 escuelas tienen pendiente el desalojo por falta de pago. De concretarse, más de 200 mil niños quedarían sin enseñanza y en la Capital de la República, 226 escuelas están en la misma situación. Para educación no hay fondos, para los golpes y contragolpes militares, sí. El golpe militar de 1962 le costó al pueblo 24.000 millones de pesos. ¿Cuánto habrá costado el de septiembre de ese mismo año y el de abril de 1963...? ¿Cuánto costó el envío de naves de guerra al Caribe para agredir a Cuba y la preparación de la Brigada Especial...? ¿Tiene Cuba algo que ver con las tremendas cifras de deserción escolar en Argentina? (sólo en la Capital se estima que más de 150 mil niños no reciben ningún tipo de instrucción primaria). ¡Es Cuba la responsable de la desocupación total o parcial que afecta a más de 500 mil obreros y campesinos argentinos? ¿Qué se iba defender, entonces, al Caribe? ¿El derecho del imperialismo yanqui a impedir a un pueblo que decida por sí su destino, como lo hizo en Guatemala en 1954...?

Cuba no estuvo ni estará sola
Hubo una ayuda visible, alentadora. Porque también en este evento —como les gusta decir a los cubanos-, Cuba no estuvo sola: de toda Latinoamérica concurrieron maestros para incorporarse a las brigadas alfabetizadoras. Pero no solamente concurrieron maestros, sino también estudiantes y aun niños. Recordamos con particular emoción la referencia agradecida a un niño venezolano de 13 años que había ido a Cuba para su-mar su esfuerzo al de sus hermanos, hecha por Raúl Castro hablando en un acto conmemorativo en Guisa.

Desde México, Panamá, Guate-mala, Ecuador, Colombia, Chile, Argentina, etc. fueron jóvenes y maestros como prueba inequívoca de que el sentimiento de solidaridad con Cuba es más fuerte y más poderoso que la represión desatada en la mayoría de los países americanos por esbirros del amo imperialista yanqui, esbirros entre los que se cuentan no pocos generales argentinos como los más serviles y obsecuentes. ¡Y se atreven a invocar a San Martín...!

Esta solidaridad que para concretarse debió vencer toda clase de dificultades, demuestra que los pueblos y los sectores progresistas de América Latina no se dejan engañar tan fácilmente por la descarada propaganda anticubana, orquestada desde las agencias informáticas yanquis y repetidas a coro por la “gran prensa”, que de grande sólo tiene la casi increíble dimensión de la mentira.

Pero la mayor ayuda la dieron los países socialistas. La Unión Soviética envió barcos y más barcos -a razón de uno por día, cargados con alimentos, vacunas, cuadernos, lápices, juguetes etc.; la China Popular regaló cuarenta mil faroles tipo “luz de día”; la República Democrática Alemana envió equipos para los brigadistas: botas, pantalones, medias, camisas, mochilas, etc.; la República Socialista Checoslovaca: telas, uniformes confeccionados, aparatos e instrumental para hospitales, lentes, etc.; Hungría, máquinas de aplicación diversa, etc., etc.

Y en tanto los países socialistas enviaron su ayuda a manos llenas, la CIA (Central Intelligence Agency) enviaba asesinos. La muerte horrorosa del maestro negro Conrado Benítez, la de Delfín Sen, obrero alfabetizador, la del brigadista de 16 años Manuel Ascunce Domenech y de su alumno analfabeto, el campesino Pedro Lantigua Ortega, son testimonios irrecusables de quienes son unos y otros: amigos o enemigos. (...)


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Te invitamos a seguir leyendo este texto en el libro “5 Maestros que alfabetizaron en Cuba. Acercándonos Ediciones. 2021.


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