Conurbano bonaerense, donde la vocación por ayudar es más fuerte que los prejuicios
Mónica Carinchi
Los vecinos de Carina, normalmente, trabajan “por dos mangos con cincuenta”; los hombres, en general, son retraídos, “se suben al colectivo y van a laburar; en cambio, la mujer es más luchadora, va a las reuniones, a las marchas, labura” ...


“Donde comen 5, comen 6”

Aprendió a buscar el mango desde chica, cuida a sus hijes y también a los que la vida va poniendo en su camino. Hace 4 años abrió un comedor, apadrinado por el Movimiento Evita. Desde ese entonces, realiza un trabajo social que transformó su vida. Vive en el barrio obrero Solares de la Reina, en Tortuguitas. Tiene 43 años, se llama Carina Páez.


Antes de que comenzara el aislamiento obligatorio, se conocieron en una capacitación sobre violencia de género. “No nos vemos muy seguido”, dijo Maricel, “pero cada vez que la encuentro, Cari tiene algún proyecto en vista”. Por este motivo, aseguró que trabajar con ella “es muy copado”. Efectivamente, motiva a todas las compañeras a hacer, siempre, un poquito más. A esto, Maricel agregó: “Cari cría a los hijos del barrio, siempre está haciendo algo para los demás. Así es Cari”.

Una compañera súperemprendedora, la que siempre se acuerda de mandar un saludo, la que se acostumbró a buscar el mango, así es Carina Páez, una bonaerense de 43 años que tiene 4 hijes y, además, adoptó una joven trans que no la pasaba bien con su familia biológica. “Donde comen 5, comen 6”, es la sencilla explicación de la jefa de familia, quien anteriormente había tenido en custodia a un niño de 12 años con problemas de conducta.
Del relato de Carina ingresamos al barrio obrero de Solares de la Reina, en Tortuguitas, una localidad de Malvinas Argentinas, partido que está a 30 kilómetros de la Capital Federal.

Éste no le falló
Cuando murió su mamá, Carina quedó en una situación económica frágil. En realidad, estaba acostumbrada a esos avatares: sin estudios secundarios, trabajó siempre en negro, primero en casas de familia y después como feriante. Pero, con 4 hijes, ya no llegaba a fin de mes. La política económica del gobierno macrista le pegó cada vez más duro. “Se me juntaron muchas facturas de Edenor. Hice un plan, pero a la mitad también se me cayó. Estuve un tiempo enganchada”.

Igual que Carina, muchos vecinos estuvieron sin luz, otros disminuyeron la cuenta del almacén para pagar la electricidad, algunos se colgaron y la mayoría, finalmente, puso servicio pre pago porque “las facturas eran exuberantes”.

Por ese entonces, un amigo le propuso abrir un merendero. “Como me gustan los chicos y tengo un terreno grande, me dijo que me traían mercadería y después de un tiempo me pagaban un plan”.

Carina meditó bastante, porque no quería saber nada con políticos. “Ya me había pasado con varios punteros. Te hacen caminar todo un barrio y después no te dan nada”. Claro, el que se quema con leche…

En ese barrio donde no hay agua corriente ni cloacas y la red de gas pasa cerca, pero la mayoría de los vecinos no pueden pagar el tiraje para adentro de las casas porque “es bastante picante”, el merendero Nuevo Solar, en el fondo de la casa de Carina, con el respaldo del Movimiento Evita, abrió sus puertas en 2017. Se inició con 20 niños, al mes había 35 y, a finales del año, eran 120!

“Al principio teníamos comedor y merendero, de lunes a viernes. Pero nos empezaron a recortar mercadería y terminamos en Puente Pueyrredón haciendo un piquete masivo”.

Tuvieron que reducir los días de comedor y, aún así, no llegaban con la mercadería, entonces ponían plata entre todas las colaboradoras. Y si la plata no alcanzaba, salían a pedir y Carina ya no se sentía mal porque no era para ella, era para los pibes. “Es totalmente diferente, pero puedo hacerlo porque yo sé lo que es la necesidad”.

En una noche de invierno de 2018, sentadas alrededor de la larga mesa del merendero, sintiendo en sus pies el chiflete que se filtraba por debajo de la puerta, una compañera reflexionó: “¡Qué feo es irse a dormir con la panza vacía!”. Y mientras juntaban los platos de los fideos recalentados, decidieron que empezarían a hacer cena porque la mayoría de los niños almorzaba en el colegio y “si la mamá no tiene para hacer la cena porque el papá se quedó sin trabajo…”.

Por aquel entonces volaron de las escuelas las maestras integradoras, incluso algunas suplentes, por lo cual el merendero también sirvió como apoyo escolar.

A 5 cuadras de ese barrio obrero, con zanjas en las veredas y construcciones que van creciendo al compás de los embarazos adolescentes, el country Solares de la Reina sigue su vida de película. “Para entrar a trabajar te piden de todo, hasta certificado de antecedentes. Pero al final, la mayoría trabaja en negro”.



Por otras personas
El barrio de trabajadores, como lo define Carina, con varios asentamientos “con casitas de espacio reducido y pasillos angostos”, comenzó a mejorar un poquito ya que, con la asunción del nuevo gobierno, llegaron más subsidios y la gente se animó a comprar algunos ladrillos.

Pero… llegó la pandemia y las calles se despoblaron, aunque no por mucho tiempo: “Mucha gente se arriesgó igual, salió a hacer changas, limpieza, a cortar el pasto. Salieron a rebuscarse el mango”.

Los vecinos de Carina, normalmente, trabajan “por dos mangos con cincuenta”; los hombres, en general, son retraídos, “se suben al colectivo y van a laburar; en cambio, la mujer es más luchadora, va a las reuniones, a las marchas, labura”. Fueron ellas las que armaron grupos de wasap de compra-venta, las que van al merendero a buscar la vianda, las que hacen trueque, y, en ocasiones, cuentan sus problemas y Carina, que sabe ser discreta, encuentra el momento para decir “hoy nos quedó esto, ¿no te ofendés? ¿querés llevarlo?”. También tiene una escucha especial para los chicos, a los que siempre les recomienda que estudien, que sean respetuosos, que no se burlen del diferente. “En el Evita somos anti violencia. No permitimos la violencia de ninguna clase”.

Buscando comer mejor, armaron una huerta y, hace 8 meses, recibieron 31 pollitos. “No se nos murió ninguno”, cuenta con alegría, “hasta ahora nosotras bancamos el balanceado. Como son gallinas ponedoras, la idea es vender parte de los huevos para que el proyecto sea autosustentable”.
También se fueron formando en manualidades y tejidos, porque “siempre se están armando ferias”. Nadie puede negar que tiene alma de busca vida; otros, quizás, la llamen emprendedora.

Desde hace tiempo, todo el equipo (28 mujeres y 2 hombres) está recibiendo capacitación en violencia de género y, durante el aislamiento obligatorio, recorrieron el barrio, atentas a todos los indicios.

Últimamente, dedica los sábados para hacer concientización sobre la vacuna contra el covid y, además de contar su experiencia con los abuelos, con cierta mordacidad agrega: “¡Los que hacen campaña contra la vacuna nos dicen a nosotros analfabetos!”. Para quien está ocupada en mejorar la vida, los insultos son como un cheque sin fondos.

A Carina Páez le cuesta hablar sobre ella, hay que dar rodeos, insistir y, cuando habla, logra conmover: “Cuando yo llegué al Evita, era una persona con muchas carencias y con muchas ganas de hacer cosas y sin herramientas. Ahora me siento realizada, porque no sólo fue una salida laboral, también aprendí muchas cosas y puedo hacer lo que a mí me interesa: ayudar. Porque yo muchas veces busqué ayuda y las puertas se me cerraron y pienso que a muchas familias les pasó lo mismo, por eso el desencanto político. La militancia, a partir de que llegó a mi vida, es todo para mí. Soy sincera, con pandemia y todo, con las compañeras salimos a la calle como a una fiesta, aunque a veces hay tristeza por la violencia de género, pero más allá de eso, salimos felices porque sabemos que luchamos por otras personas, no sólo por nosotras mismas”.

La mayoría de las teorías antropológicas sostienen que el Homo Sapiens dio sus primeros pasos en África. Por el empuje de Carina y sus compañeras, podemos decir que, en el conurbano bonaerense, marcha la continuidad de la vida.

“Donde comen 5, comen 6”

Aprendió a buscar el mango desde chica, cuida a sus hijes y también a los que la vida va poniendo en su camino. Hace 4 años abrió un comedor, apadrinado por el Movimiento Evita. Desde ese entonces, realiza un trabajo social que transformó su vida. Vive en el barrio obrero Solares de la Reina, en Tortuguitas. Tiene 43 años, se llama Carina Páez.


Antes de que comenzara el aislamiento obligatorio, se conocieron en una capacitación sobre violencia de género. “No nos vemos muy seguido”, dijo Maricel, “pero cada vez que la encuentro, Cari tiene algún proyecto en vista”. Por este motivo, aseguró que trabajar con ella “es muy copado”. Efectivamente, motiva a todas las compañeras a hacer, siempre, un poquito más. A esto, Maricel agregó: “Cari cría a los hijos del barrio, siempre está haciendo algo para los demás. Así es Cari”.

Una compañera súperemprendedora, la que siempre se acuerda de mandar un saludo, la que se acostumbró a buscar el mango, así es Carina Páez, una bonaerense de 43 años que tiene 4 hijes y, además, adoptó una joven trans que no la pasaba bien con su familia biológica. “Donde comen 5, comen 6”, es la sencilla explicación de la jefa de familia, quien anteriormente había tenido en custodia a un niño de 12 años con problemas de conducta.
Del relato de Carina ingresamos al barrio obrero de Solares de la Reina, en Tortuguitas, una localidad de Malvinas Argentinas, partido que está a 30 kilómetros de la Capital Federal.

Éste no le falló
Cuando murió su mamá, Carina quedó en una situación económica frágil. En realidad, estaba acostumbrada a esos avatares: sin estudios secundarios, trabajó siempre en negro, primero en casas de familia y después como feriante. Pero, con 4 hijes, ya no llegaba a fin de mes. La política económica del gobierno macrista le pegó cada vez más duro. “Se me juntaron muchas facturas de Edenor. Hice un plan, pero a la mitad también se me cayó. Estuve un tiempo enganchada”.

Igual que Carina, muchos vecinos estuvieron sin luz, otros disminuyeron la cuenta del almacén para pagar la electricidad, algunos se colgaron y la mayoría, finalmente, puso servicio pre pago porque “las facturas eran exuberantes”.

Por ese entonces, un amigo le propuso abrir un merendero. “Como me gustan los chicos y tengo un terreno grande, me dijo que me traían mercadería y después de un tiempo me pagaban un plan”.

Carina meditó bastante, porque no quería saber nada con políticos. “Ya me había pasado con varios punteros. Te hacen caminar todo un barrio y después no te dan nada”. Claro, el que se quema con leche…

En ese barrio donde no hay agua corriente ni cloacas y la red de gas pasa cerca, pero la mayoría de los vecinos no pueden pagar el tiraje para adentro de las casas porque “es bastante picante”, el merendero Nuevo Solar, en el fondo de la casa de Carina, con el respaldo del Movimiento Evita, abrió sus puertas en 2017. Se inició con 20 niños, al mes había 35 y, a finales del año, eran 120!

“Al principio teníamos comedor y merendero, de lunes a viernes. Pero nos empezaron a recortar mercadería y terminamos en Puente Pueyrredón haciendo un piquete masivo”.

Tuvieron que reducir los días de comedor y, aún así, no llegaban con la mercadería, entonces ponían plata entre todas las colaboradoras. Y si la plata no alcanzaba, salían a pedir y Carina ya no se sentía mal porque no era para ella, era para los pibes. “Es totalmente diferente, pero puedo hacerlo porque yo sé lo que es la necesidad”.

En una noche de invierno de 2018, sentadas alrededor de la larga mesa del merendero, sintiendo en sus pies el chiflete que se filtraba por debajo de la puerta, una compañera reflexionó: “¡Qué feo es irse a dormir con la panza vacía!”. Y mientras juntaban los platos de los fideos recalentados, decidieron que empezarían a hacer cena porque la mayoría de los niños almorzaba en el colegio y “si la mamá no tiene para hacer la cena porque el papá se quedó sin trabajo…”.

Por aquel entonces volaron de las escuelas las maestras integradoras, incluso algunas suplentes, por lo cual el merendero también sirvió como apoyo escolar.

A 5 cuadras de ese barrio obrero, con zanjas en las veredas y construcciones que van creciendo al compás de los embarazos adolescentes, el country Solares de la Reina sigue su vida de película. “Para entrar a trabajar te piden de todo, hasta certificado de antecedentes. Pero al final, la mayoría trabaja en negro”.



Por otras personas
El barrio de trabajadores, como lo define Carina, con varios asentamientos “con casitas de espacio reducido y pasillos angostos”, comenzó a mejorar un poquito ya que, con la asunción del nuevo gobierno, llegaron más subsidios y la gente se animó a comprar algunos ladrillos.

Pero… llegó la pandemia y las calles se despoblaron, aunque no por mucho tiempo: “Mucha gente se arriesgó igual, salió a hacer changas, limpieza, a cortar el pasto. Salieron a rebuscarse el mango”.

Los vecinos de Carina, normalmente, trabajan “por dos mangos con cincuenta”; los hombres, en general, son retraídos, “se suben al colectivo y van a laburar; en cambio, la mujer es más luchadora, va a las reuniones, a las marchas, labura”. Fueron ellas las que armaron grupos de wasap de compra-venta, las que van al merendero a buscar la vianda, las que hacen trueque, y, en ocasiones, cuentan sus problemas y Carina, que sabe ser discreta, encuentra el momento para decir “hoy nos quedó esto, ¿no te ofendés? ¿querés llevarlo?”. También tiene una escucha especial para los chicos, a los que siempre les recomienda que estudien, que sean respetuosos, que no se burlen del diferente. “En el Evita somos anti violencia. No permitimos la violencia de ninguna clase”.

Buscando comer mejor, armaron una huerta y, hace 8 meses, recibieron 31 pollitos. “No se nos murió ninguno”, cuenta con alegría, “hasta ahora nosotras bancamos el balanceado. Como son gallinas ponedoras, la idea es vender parte de los huevos para que el proyecto sea autosustentable”.
También se fueron formando en manualidades y tejidos, porque “siempre se están armando ferias”. Nadie puede negar que tiene alma de busca vida; otros, quizás, la llamen emprendedora.

Desde hace tiempo, todo el equipo (28 mujeres y 2 hombres) está recibiendo capacitación en violencia de género y, durante el aislamiento obligatorio, recorrieron el barrio, atentas a todos los indicios.

Últimamente, dedica los sábados para hacer concientización sobre la vacuna contra el covid y, además de contar su experiencia con los abuelos, con cierta mordacidad agrega: “¡Los que hacen campaña contra la vacuna nos dicen a nosotros analfabetos!”. Para quien está ocupada en mejorar la vida, los insultos son como un cheque sin fondos.

A Carina Páez le cuesta hablar sobre ella, hay que dar rodeos, insistir y, cuando habla, logra conmover: “Cuando yo llegué al Evita, era una persona con muchas carencias y con muchas ganas de hacer cosas y sin herramientas. Ahora me siento realizada, porque no sólo fue una salida laboral, también aprendí muchas cosas y puedo hacer lo que a mí me interesa: ayudar. Porque yo muchas veces busqué ayuda y las puertas se me cerraron y pienso que a muchas familias les pasó lo mismo, por eso el desencanto político. La militancia, a partir de que llegó a mi vida, es todo para mí. Soy sincera, con pandemia y todo, con las compañeras salimos a la calle como a una fiesta, aunque a veces hay tristeza por la violencia de género, pero más allá de eso, salimos felices porque sabemos que luchamos por otras personas, no sólo por nosotras mismas”.

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