Cultura y participación: ejercicio permanente
Pedro de la Hoz (*)
¿Dónde el movimiento intelectual y artístico pone el acento con actos tangibles y palpables? En la vinculación con los barrios y las comunidades y el reajuste y reformulación de conceptos y prácticas presentes en las relaciones con las instituciones culturales.


Desde la maquinaria mediática enfilada contra Cuba no faltan los que han tratado de imponer como matriz de opinión que las medidas que ha venido adoptando el Gobierno en las últimas semanas y los intercambios de las autoridades políticas y gubernamentales con la población, responden a imperativos dictados por el conflicto que se hizo evidente en julio pasado


Desde la maquinaria mediática enfilada contra Cuba no faltan los que han tratado de imponer como matriz de opinión que las medidas que ha venido adoptando el Gobierno en las últimas semanas y los intercambios de las autoridades políticas y gubernamentales con la población, responden a imperativos dictados por el conflicto que se hizo evidente en julio pasado. Es decir, una reacción puramente defensiva de un gobierno supuestamente puesto en apuros.

Por otra parte, algunos, desde pretendidas plataformas teorizantes, creen ver en lo sucedido en julio como un parteaguas en el curso revolucionario, y hablan de la fractura del consenso, de irremediables divisiones internas, y una irreversible pérdida de confianza y credibilidad de las mayorías en el proceso revolucionario.

Afirmar lo uno y lo otro no se aviene a la realidad objetiva, la que se constata en el día a día, la que nutre el pensamiento y la acción de muchísimos cubanos y muchísimas cubanas a lo largo y ancho de nuestro archipiélago, desde perspectivas críticas y autocríticas.

Hablar de participación ciudadana, debates francos y transparentes y construcción colectiva de la unidad, no es un ejercicio abstracto ni de última hora. Constituye una premisa de la renovación y actualización de un modelo social avalado por una mayoría diversa, con miradas contradictorias y divergentes, pero enriquecedoras, que piensa y actúa en función de que se puede cambiar todo lo que tiene que ser cambiado, para decirlo con palabras extraídas del concepto de Revolución enunciado por Fidel Castro, pero que coincide en que lo que no puede ni debe cambiar es la esencia misma de la Revolución.

Esa actualización no comenzó ahora, solo que ahora entra en una nueva dinámica. A más de considerar la hostilidad incesante de Estados Unidos y la guerra económica, financiera, comercial y simbólica a la que nos enfrentamos, tenemos conciencia en torno a deudas sociales y disfunciones cuya solución depende de nosotros mismos, como también, en primer lugar, de cómo la enorme cantidad y la evidente calidad de justicia social de tantísimos años se presentan como verdades inobjetables.

Así lo entienden los más de 8 000 miembros de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), organización fundada en 1961. De ahí que hayan suscrito la siguiente apreciación del realizador audiovisual y presidente de la Uneac, Luis Morlote, en ocasión de arribar a los 60 años de existencia: «Ante el inventario de problemas que se han ido acumulando en la actividad cultural e ideológica resulta inexorable reevaluar los modos de participación, de expresión, de movilización de la intelectualidad cubana cuando se lucha por vencer la filosofía del “sálvese quien pueda” que gana terreno acompañada de la ignorancia y la calumnia. Convencidos del valor de la educación, la creación artística, el trabajo en la comunidad y en especial de la formación política y de la moral ciudadana, es obligatorio reforzar esencias, desterrar prejuicios y reaprender a trabajar, como decía Haydée Santamaría “con lo mejor de cada ser humano”».

¿Dónde el movimiento intelectual y artístico pone el acento con actos tangibles y palpables? En la vinculación con los barrios y las comunidades y el reajuste y reformulación de conceptos y prácticas presentes en las relaciones con las instituciones culturales.

Fue en medio del momento más agudo de la crisis de los 90 cuando la Uneac comenzó a vertebrar, en la capital del país, el movimiento de coordinadores del trabajo comunitario. Ya desde entonces quedó desterrada la noción de una intervención comunitaria, pues de lo que se trataba era de explorar y explotar las tradiciones, potencialidades y vocaciones creativas de los habitantes de las comunidades.

En la actualidad, medio centenar de artistas y escritores, devenidos por decisión propia en promotores de proyectos y acciones, consagran buena parte de sus saberes y energías en comunidades habaneras.

Ciertamente estos proyectos, como otros en la mayoría de las provincias, se han visto limitados por efecto de la pandemia, pero ante la actual coyuntura varios de ellos, de conjunto con instituciones culturales y en alianza con el Consejo Nacional de Casas de Cultura, y bajo el cumplimiento de estrictas normas sanitarias, han participado en la reanimación de la vida cultural de unas cuantas comunidades.

Cabe focalizar un caso paradigmático fuera de La Habana: El Mejunje de Ramón Silverio, en Santa Clara, que desde hace muchísimo tiempo apuesta por la diversidad, la inclusión, la espiritualidad y la atención a sectores vulnerables de la sociedad. Ahora, en el rebrote de la COVID-19, gestiona un proyecto titulado Santa Clara por la Vida, cuyo objetivo es brindar apoyo alimenticio y de otros insumos, a personas en desventaja social y a otros afectados por la enfermedad. Si ante el paso de huracanes por la región central, la vocación solidaria de El Mejunje se ha hecho notar, cómo no hacerlo ahora.

Valga aclarar que en todos los casos la labor parte del concepto antropológico de la cultura, es decir, mucho más allá del campo artístico y literario, que se expresa en ejes tan diversos como la dimensión medioambiental y la económico-productiva sustentable. Ello fue enfatizado, una vez más, durante un muy reciente y alentador encuentro del Ministro de Cultura con los protagonistas de 40 iniciativas sociales en La Habana, convocado por el Consejo Nacional de Casas de Cultura para evaluar los espacios artísticos transformadores en los barrios. Otro dato no menos importante: el acompañamiento de artistas y escritores a la campaña de vacunación con acciones culturales en los sitios habilitados por el Ministerio de Salud Pública. ¿En qué otra parte del mundo se tiene semejante experiencia?

Los vasos comunicantes entre el movimiento artístico e intelectual y el liderazgo político y los responsables del sistema de instituciones culturales, de larga data, han ido ensanchando sus esclusas en estos tiempos, mucho antes de los sucesos de julio. Se está discutiendo lo humano y lo divino, lo posible y lo imposible. Búsquese el reflejo histórico de esa relación para que se tenga idea de su densidad proteica. Búsquese el reflejo de lo que aconteció durante y luego del IX Congreso de la Uneac, en 2019, para corroborar lo antedicho. Para una organización que hace 60 años partió del diálogo para construir la unidad desde la diversidad, debatir es un ejercicio permanente que se traduce en propuestas prácticas. No puede ser de otra manera.

(*) Periodista cubano. Artículo de Granma Internacional, 9 de septiembre de 2021.
http://www.granma.cu/

Desde la maquinaria mediática enfilada contra Cuba no faltan los que han tratado de imponer como matriz de opinión que las medidas que ha venido adoptando el Gobierno en las últimas semanas y los intercambios de las autoridades políticas y gubernamentales con la población, responden a imperativos dictados por el conflicto que se hizo evidente en julio pasado


Desde la maquinaria mediática enfilada contra Cuba no faltan los que han tratado de imponer como matriz de opinión que las medidas que ha venido adoptando el Gobierno en las últimas semanas y los intercambios de las autoridades políticas y gubernamentales con la población, responden a imperativos dictados por el conflicto que se hizo evidente en julio pasado. Es decir, una reacción puramente defensiva de un gobierno supuestamente puesto en apuros.

Por otra parte, algunos, desde pretendidas plataformas teorizantes, creen ver en lo sucedido en julio como un parteaguas en el curso revolucionario, y hablan de la fractura del consenso, de irremediables divisiones internas, y una irreversible pérdida de confianza y credibilidad de las mayorías en el proceso revolucionario.

Afirmar lo uno y lo otro no se aviene a la realidad objetiva, la que se constata en el día a día, la que nutre el pensamiento y la acción de muchísimos cubanos y muchísimas cubanas a lo largo y ancho de nuestro archipiélago, desde perspectivas críticas y autocríticas.

Hablar de participación ciudadana, debates francos y transparentes y construcción colectiva de la unidad, no es un ejercicio abstracto ni de última hora. Constituye una premisa de la renovación y actualización de un modelo social avalado por una mayoría diversa, con miradas contradictorias y divergentes, pero enriquecedoras, que piensa y actúa en función de que se puede cambiar todo lo que tiene que ser cambiado, para decirlo con palabras extraídas del concepto de Revolución enunciado por Fidel Castro, pero que coincide en que lo que no puede ni debe cambiar es la esencia misma de la Revolución.

Esa actualización no comenzó ahora, solo que ahora entra en una nueva dinámica. A más de considerar la hostilidad incesante de Estados Unidos y la guerra económica, financiera, comercial y simbólica a la que nos enfrentamos, tenemos conciencia en torno a deudas sociales y disfunciones cuya solución depende de nosotros mismos, como también, en primer lugar, de cómo la enorme cantidad y la evidente calidad de justicia social de tantísimos años se presentan como verdades inobjetables.

Así lo entienden los más de 8 000 miembros de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), organización fundada en 1961. De ahí que hayan suscrito la siguiente apreciación del realizador audiovisual y presidente de la Uneac, Luis Morlote, en ocasión de arribar a los 60 años de existencia: «Ante el inventario de problemas que se han ido acumulando en la actividad cultural e ideológica resulta inexorable reevaluar los modos de participación, de expresión, de movilización de la intelectualidad cubana cuando se lucha por vencer la filosofía del “sálvese quien pueda” que gana terreno acompañada de la ignorancia y la calumnia. Convencidos del valor de la educación, la creación artística, el trabajo en la comunidad y en especial de la formación política y de la moral ciudadana, es obligatorio reforzar esencias, desterrar prejuicios y reaprender a trabajar, como decía Haydée Santamaría “con lo mejor de cada ser humano”».

¿Dónde el movimiento intelectual y artístico pone el acento con actos tangibles y palpables? En la vinculación con los barrios y las comunidades y el reajuste y reformulación de conceptos y prácticas presentes en las relaciones con las instituciones culturales.

Fue en medio del momento más agudo de la crisis de los 90 cuando la Uneac comenzó a vertebrar, en la capital del país, el movimiento de coordinadores del trabajo comunitario. Ya desde entonces quedó desterrada la noción de una intervención comunitaria, pues de lo que se trataba era de explorar y explotar las tradiciones, potencialidades y vocaciones creativas de los habitantes de las comunidades.

En la actualidad, medio centenar de artistas y escritores, devenidos por decisión propia en promotores de proyectos y acciones, consagran buena parte de sus saberes y energías en comunidades habaneras.

Ciertamente estos proyectos, como otros en la mayoría de las provincias, se han visto limitados por efecto de la pandemia, pero ante la actual coyuntura varios de ellos, de conjunto con instituciones culturales y en alianza con el Consejo Nacional de Casas de Cultura, y bajo el cumplimiento de estrictas normas sanitarias, han participado en la reanimación de la vida cultural de unas cuantas comunidades.

Cabe focalizar un caso paradigmático fuera de La Habana: El Mejunje de Ramón Silverio, en Santa Clara, que desde hace muchísimo tiempo apuesta por la diversidad, la inclusión, la espiritualidad y la atención a sectores vulnerables de la sociedad. Ahora, en el rebrote de la COVID-19, gestiona un proyecto titulado Santa Clara por la Vida, cuyo objetivo es brindar apoyo alimenticio y de otros insumos, a personas en desventaja social y a otros afectados por la enfermedad. Si ante el paso de huracanes por la región central, la vocación solidaria de El Mejunje se ha hecho notar, cómo no hacerlo ahora.

Valga aclarar que en todos los casos la labor parte del concepto antropológico de la cultura, es decir, mucho más allá del campo artístico y literario, que se expresa en ejes tan diversos como la dimensión medioambiental y la económico-productiva sustentable. Ello fue enfatizado, una vez más, durante un muy reciente y alentador encuentro del Ministro de Cultura con los protagonistas de 40 iniciativas sociales en La Habana, convocado por el Consejo Nacional de Casas de Cultura para evaluar los espacios artísticos transformadores en los barrios. Otro dato no menos importante: el acompañamiento de artistas y escritores a la campaña de vacunación con acciones culturales en los sitios habilitados por el Ministerio de Salud Pública. ¿En qué otra parte del mundo se tiene semejante experiencia?

Los vasos comunicantes entre el movimiento artístico e intelectual y el liderazgo político y los responsables del sistema de instituciones culturales, de larga data, han ido ensanchando sus esclusas en estos tiempos, mucho antes de los sucesos de julio. Se está discutiendo lo humano y lo divino, lo posible y lo imposible. Búsquese el reflejo histórico de esa relación para que se tenga idea de su densidad proteica. Búsquese el reflejo de lo que aconteció durante y luego del IX Congreso de la Uneac, en 2019, para corroborar lo antedicho. Para una organización que hace 60 años partió del diálogo para construir la unidad desde la diversidad, debatir es un ejercicio permanente que se traduce en propuestas prácticas. No puede ser de otra manera.

(*) Periodista cubano. Artículo de Granma Internacional, 9 de septiembre de 2021.
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