Editorial
Hace unos días vi nuevamente Ladrón de bicicleta, creo que casi por decimocuarta o decimoquinta vez, generalmente hago este ejercicio de volver a determinadas películas al lado de compañeros que quizá no las conozcan y presto mucha atención a lo que generan en ellos escenas cruciales. Es un modo de entender al otro y también de difundir obras de los grandes del cine que han quedado sepultadas bajo el yugo de las plataformas norteamericanas y sus países satélites que producen materiales con la misma lógica de sentido construyendo subjetividades individualistas y temerosas.
Basada en la novela homónima escrita por Luigi Bartolini en 1945 y llevada al cine por Cesare Zavattini y Vittorio De Sica, Ladrón de bicicleta cuenta la historia de Antonio Ricci y su familia. Ricci ha estado desempleado por dos largos años debido a una cruda crisis económica producto de los estragos causados por la II Guerra Mundial. Todo cambia cuando consigue un trabajo en una empresa de cartelería, por lo que compra, gastando sus ahorro una bicicleta para desempeñar la tarea, ya que es indispensable para lograr el objetivo que pide la empresa contar con una.
Todo parece funcionar bien hasta que alguien le roba su bicicleta y lo deja sin el medio para desempeñar la diaria labor. Acude a las autoridades de la seguridad romana pero no pueden solucionar el problema. Allí comienza una búsqueda del vehículo junto a su hijo que lo acompaña en el desafío, recorrido que nos muestra la degradación del hombre desesperado entre tener y no tener trabajo, de confiar en determinados elementos ordenadores de su vida y en dejarse llevar por las cuestiones mágicas, en traspasar los límites de su propia moral ante la desgracia acechando a su familia. Allí, De Sica despliega toda la crudeza de una sociedad donde unos pocos tienen tanto y otros tan poco.
Vivimos tiempos de descarte, de poca consistencia en lo que nos rodea, de la imposibilidad de planificaciones a mediano plazo en proyectos de todo tipo, de una sociedad que parece rehacerse cada día con nuevas soluciones ante los mismos problemas de siempre.
Obsolescencias cada vez más inmediatas, con necesidades de aprender a manejar herramientas que nos dejan de lado y que quedan caducas en tiempos cortos. La aceleración de los consumos, el descarte de productos en grandes basurales que solo sirven para destruir nuestro ecosistema enriqueciendo a unos miles en un mundo de 8.000 millones de seres humanos, donde la mitad de los niños son pobres.
¿Quién quiere ser descarte? No ya ese ejército de reserva para la explotación capitalista, sino la nada misma, el que no tiene ni siquiera documento, el que queda al costado del camino y ni es mirado por los otros porque no hay otros que miren a los que sufren.
Ser sujeto de cambio implica poder identificar las fallas del sistema y tener la decisión para empezar el camino de la organización junto a otros. Pero la gran maquinaria del freno a su fractura se coloca dentro de nuestros celulares, en el televisor, en los periódicos, en las noticias de desánimo, en los consumos imposibles e inútiles, en la información chatarra para que ese sujeto no crezca en número, que sea no mucho más que una excentricidad a excluir fácilmente con un simple algoritmo.
Sumadas las banalidades que producen distracción, a otras, las noticias de shock que vemos en un sistema-mundo que fracasa en soluciones encontradas desde la multilateralidad, observamos la situación en Palestina y la agresión Israelí, casi 100.000 muertos y 2.000.000 de desplazados, más de la mitad niños, mujeres y ancianos; el bloqueo criminal a Cuba, Venezuela, Irán, la Federación Rusa; con la agresión comercial constante de los Estados Unidos de Norteamérica y sus países satélites, entre los que desde diciembre del año pasado comenzamos a integrar, a la República Popular China.
Seguir construyendo puentes es el desafío, ampliando las redes de solidaridad, no doblegarnos ante la estupidez, ante la cobardía, ante el posibilismo. Soñamos con un mundo mejor, tenemos voluntad de lucha y de victoria, hacia allá caminamos.
Hace unos días vi nuevamente Ladrón de bicicleta, creo que casi por decimocuarta o decimoquinta vez, generalmente hago este ejercicio de volver a determinadas películas al lado de compañeros que quizá no las conozcan y presto mucha atención a lo que generan en ellos escenas cruciales. Es un modo de entender al otro y también de difundir obras de los grandes del cine que han quedado sepultadas bajo el yugo de las plataformas norteamericanas y sus países satélites que producen materiales con la misma lógica de sentido construyendo subjetividades individualistas y temerosas. Basada en la novela homónima escrita por Luigi Bartolini en 1945 y llevada al cine por Cesare Zavattini y Vittorio De Sica, Ladrón de bicicleta cuenta la historia de Antonio Ricci y su familia. Ricci ha estado desempleado por dos largos años debido a una cruda crisis económica producto de los estragos causados por la II Guerra Mundial. Todo cambia cuando consigue un trabajo en una empresa de cartelería, por lo que compra, gastando sus ahorro una bicicleta para desempeñar la tarea, ya que es indispensable para lograr el objetivo que pide la empresa contar con una. |
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