Mucho se habla de la ausencia o la mala representación de las mujeres en las instituciones políticas, destacando incluso que esto manifiesta una grave falla en el funcionamiento del sistema y una falta de representación. En nuestro continente esto es una tendencia de la mayor parte de los países donde la exclusión de los grupos que integran sus sociedades en término de género, raza, migrantes o etnicidad es moneda corriente.
Son muchos los informes que ponen de manifiesto los altos niveles de exclusión política existentes en la región y, en el caso de las mujeres, muestran que existen diferencias significativas entre ellas y los varones respecto al acceso igualitario a la representación y al ejercicio del poder. En América Latina, la política continúa siendo “cosa de hombres”.
De un tiempo a esta parte, el cuarto poder ha condicionado las democracias y a las instituciones que las representan. La Justicia, el Parlamento y el Poder Ejecutivo se ven constantemente amenazados por las corporaciones mediáticas que en pos de sus intereses amenazan el normal funcionamiento del sistema.
¿Por qué es importante que hablemos de los medios y la representación de las mujeres en ellos? Porque actualmente, la democracia se ve condicionada por estructuras donde las mujeres sólo alcanzan a ser el 27%. La principal estructura de poder, que condiciona gobiernos de nuestra región, es también “cosa de hombres”.
Hablamos entonces de periodistas y ‘políticxs’ que forman parte de lo que consideramos sistemas de representación (democráticamente hablando) y sistema de comunicación.
Los medios de comunicación poseen la capacidad de fijar sentidos e ideologías, formar opiniones y trazar líneas de pensamiento predominantes en el imaginario social. No hay delegación social para esto, es el propio sistema quien selecciona lo que puede y debe ser visto, leído u oído. Las “voces” no son todas las voces, cuando estamos inmersos en un sistema patriarcal.
Los sistemas no son hechos naturales, son construcciones sociales. Si los medios construyen realidades, estas construcciones no son ajenas al patriarcado en las que las mismas están enmarcadas. La comunicación es una de las formas en las que nos relacionamos con el mundo, cada vez más mediatizado, necesitamos que la ventana por la que nos miramos incorpore perspectiva de género ya que la manera de ver el mundo sigue siendo absolutamente patriarcal.
Si acordamos con el hecho de que la lógica de los medios de comunicación responde a la lógica de poder, el medio puja por ser dominante, el medio en tanto que empresa busca ser hegemónico y forma parte de lo que De Moraes llama “sistema mediático” (Medios, Poder y Contrapoder, 2012). Las características del sistema de medios son su capacidad para fijar sentidos e ideologías, la apropiación del léxico, la priorización del mercado y la selección y control de la información.
Aquí entonces se ponen en juego lo que llamamos los estereotipos de género. Se trata de creencias, imágenes e ideas generalizadoras y socialmente compartidas acerca de las características que se atribuyen como típicas a los varones por un lado y a las mujeres por el otro. Suelen ser estables y resistentes al cambio. No sólo describen, también prescriben conductas, convirtiéndose en esquemas que detallan las propiedades de los miembros de cada género como grupo, condicionando el comportamiento en función de cumplir con lo establecido.
Si el estereotipo de lo predominante femenino incluye entre sus atributos descriptivos la preocupación por el cuidado de los otros, la prescripción social que deriva de esto es que lo natural es que cuando un integrante de la familia se enferma sea la mujer quien se haga cargo de la situación.
Cuando repasamos los estereotipos presentes en los medios, nos damos cuenta que la construcción cultural de lo femenino se encuentra asociada a la pasividad, la fragilidad, la reproducción, la orientación hacia la familia y el mundo de lo privado, la discreción, la prudencia, lo espiritual, la emocionalidad. Mientras que lo masculino está asociado a rasgos activos, la competitividad, la fortaleza, la agresividad, el liderazgo, la osadía, la racionalidad, lo material y la orientación hacia el mundo público.
Actualmente las mujeres ocupan únicamente el 27% de los puestos de alta dirección en organizaciones de medios de comunicación en el mundo. Más del 70% de los expertos consultados como fuentes o invitados a opinar en los medios son varones (a pesar de que en la mayoría de los países las mujeres conforman la mayoría de la población graduada en universidades).
De los papeles en las ficciones con diálogo, las mujeres interpretan nada más que el 31%; sólo el 23% de las películas de cine o TV las tienen como protagonistas. Las películas que se catalogan “para la familia” tienen un 28% de mujeres que asumen diálogos protagónicos, en el 72% quienes llevan la voz cantante son varones. Un dato no menor es que en las series que actualmente se emiten por distintos canales y plataformas, por cada cinco varones que interpreta personajes que se desempeñan en carreras vinculadas con la ciencia y la tecnología, una mujer aparece asociada a estas tareas y mayormente en calidad de “ayudante o colaboradora”.
Mientras en el mundo la proporción de hombres y mujeres es casi 50/50, en el horario central de la televisión hay tres varones protagonistas por cada mujer. Esta tendencia no es ajena a los dibujos animados que consumen los niños y niñas en los canales destinados a las infancias. Además, mientras que se desconoce el estado civil de más de dos tercios de los varones que vemos en la pantalla, se sabe si están o no casadas más del 50% de las mujeres.
Los pueblos no comen símbolos, pero los símbolos son la parte esencial de las condiciones bajo las que se piensan los pueblos. Se trata entonces de dar la discusión, de no dejar de mirar pero saber siempre qué miramos, y ser conscientes de que miramos por una ventana una parte de la película que nos dejan ver. Es nuestra responsabilidad completar la imagen, contextualizarla y darle, como a todo un sentido social e histórico tratando de develar los intereses que están detrás. Discutirlo todo.
El patriarcado se va a caer es una consigna que debe trasladarse a cada ámbito. No se puede lograr con tranquilidad. La libertad de prensa requiere que seamos libres de decirlo todo y decirlo bien. Con nuestras propias palabras, con nuestras voces, sin intermediarios, sin condicionamientos. Seremos libres de leernos, de contarnos, de decirnos cuando tomemos la palabra. Para ello hay que disputarla.
Mucho se habla de la ausencia o la mala representación de las mujeres en las instituciones políticas, destacando incluso que esto manifiesta una grave falla en el funcionamiento del sistema y una falta de representación. En nuestro continente esto es una tendencia de la mayor parte de los países donde la exclusión de los grupos que integran sus sociedades en término de género, raza, migrantes o etnicidad es moneda corriente. Son muchos los informes que ponen de manifiesto los altos niveles de exclusión política existentes en la región y, en el caso de las mujeres, muestran que existen diferencias significativas entre ellas y los varones respecto al acceso igualitario a la representación y al ejercicio del poder. En América Latina, la política continúa siendo “cosa de hombres”. De un tiempo a esta parte, el cuarto poder ha condicionado las democracias y a las instituciones que las representan. La Justicia, el Parlamento y el Poder Ejecutivo se ven constantemente amenazados por las corporaciones mediáticas que en pos de sus intereses amenazan el normal funcionamiento del sistema. ¿Por qué es importante que hablemos de los medios y la representación de las mujeres en ellos? Porque actualmente, la democracia se ve condicionada por estructuras donde las mujeres sólo alcanzan a ser el 27%. La principal estructura de poder, que condiciona gobiernos de nuestra región, es también “cosa de hombres”. Hablamos entonces de periodistas y ‘políticxs’ que forman parte de lo que consideramos sistemas de representación (democráticamente hablando) y sistema de comunicación. Los medios de comunicación poseen la capacidad de fijar sentidos e ideologías, formar opiniones y trazar líneas de pensamiento predominantes en el imaginario social. No hay delegación social para esto, es el propio sistema quien selecciona lo que puede y debe ser visto, leído u oído. Las “voces” no son todas las voces, cuando estamos inmersos en un sistema patriarcal. Los sistemas no son hechos naturales, son construcciones sociales. Si los medios construyen realidades, estas construcciones no son ajenas al patriarcado en las que las mismas están enmarcadas. La comunicación es una de las formas en las que nos relacionamos con el mundo, cada vez más mediatizado, necesitamos que la ventana por la que nos miramos incorpore perspectiva de género ya que la manera de ver el mundo sigue siendo absolutamente patriarcal. Si acordamos con el hecho de que la lógica de los medios de comunicación responde a la lógica de poder, el medio puja por ser dominante, el medio en tanto que empresa busca ser hegemónico y forma parte de lo que De Moraes llama “sistema mediático” (Medios, Poder y Contrapoder, 2012). Las características del sistema de medios son su capacidad para fijar sentidos e ideologías, la apropiación del léxico, la priorización del mercado y la selección y control de la información. Aquí entonces se ponen en juego lo que llamamos los estereotipos de género. Se trata de creencias, imágenes e ideas generalizadoras y socialmente compartidas acerca de las características que se atribuyen como típicas a los varones por un lado y a las mujeres por el otro. Suelen ser estables y resistentes al cambio. No sólo describen, también prescriben conductas, convirtiéndose en esquemas que detallan las propiedades de los miembros de cada género como grupo, condicionando el comportamiento en función de cumplir con lo establecido. Cuando repasamos los estereotipos presentes en los medios, nos damos cuenta que la construcción cultural de lo femenino se encuentra asociada a la pasividad, la fragilidad, la reproducción, la orientación hacia la familia y el mundo de lo privado, la discreción, la prudencia, lo espiritual, la emocionalidad. Mientras que lo masculino está asociado a rasgos activos, la competitividad, la fortaleza, la agresividad, el liderazgo, la osadía, la racionalidad, lo material y la orientación hacia el mundo público. Actualmente las mujeres ocupan únicamente el 27% de los puestos de alta dirección en organizaciones de medios de comunicación en el mundo. Más del 70% de los expertos consultados como fuentes o invitados a opinar en los medios son varones (a pesar de que en la mayoría de los países las mujeres conforman la mayoría de la población graduada en universidades). De los papeles en las ficciones con diálogo, las mujeres interpretan nada más que el 31%; sólo el 23% de las películas de cine o TV las tienen como protagonistas. Las películas que se catalogan “para la familia” tienen un 28% de mujeres que asumen diálogos protagónicos, en el 72% quienes llevan la voz cantante son varones. Un dato no menor es que en las series que actualmente se emiten por distintos canales y plataformas, por cada cinco varones que interpreta personajes que se desempeñan en carreras vinculadas con la ciencia y la tecnología, una mujer aparece asociada a estas tareas y mayormente en calidad de “ayudante o colaboradora”. Mientras en el mundo la proporción de hombres y mujeres es casi 50/50, en el horario central de la televisión hay tres varones protagonistas por cada mujer. Esta tendencia no es ajena a los dibujos animados que consumen los niños y niñas en los canales destinados a las infancias. Además, mientras que se desconoce el estado civil de más de dos tercios de los varones que vemos en la pantalla, se sabe si están o no casadas más del 50% de las mujeres. Los pueblos no comen símbolos, pero los símbolos son la parte esencial de las condiciones bajo las que se piensan los pueblos. Se trata entonces de dar la discusión, de no dejar de mirar pero saber siempre qué miramos, y ser conscientes de que miramos por una ventana una parte de la película que nos dejan ver. Es nuestra responsabilidad completar la imagen, contextualizarla y darle, como a todo un sentido social e histórico tratando de develar los intereses que están detrás. Discutirlo todo. El patriarcado se va a caer es una consigna que debe trasladarse a cada ámbito. No se puede lograr con tranquilidad. La libertad de prensa requiere que seamos libres de decirlo todo y decirlo bien. Con nuestras propias palabras, con nuestras voces, sin intermediarios, sin condicionamientos. Seremos libres de leernos, de contarnos, de decirnos cuando tomemos la palabra. Para ello hay que disputarla. |
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