El arduo oficio de vivir y la rara costumbre de escribir
Daniel Fermani
Conversación con Nilda González Monti, autora del libro de cuentos “El cerco de ligustro” Acercándonos Ediciones.



Nilda González Monti es una escritora oriunda de La Plata y radicada desde hace muchos años en Mendoza. Su labor literaria se ha desarrollado en especial en el campo de los relatos breves y de la dramaturgia para radio. Con Acercándonos Ediciones ha publicado “La tierra que yo te mostraré”, extensa obra para radioteatro en la cual se narran las historias de las mujeres inmigrantes en un pueblo de Mendoza a principios del siglo XX. Anteriormente publicó dos libros de cuentos macabros y de terror, y también fue ganadora del Certamen Literario Vendimia de Dramaturgia con su obra “Nieblas del Riachuelo”, en la cual incursiona en la obsesión de un grupo de mujeres que persiguen a uno de los asesinos de la dictadura militar argentina.


– ¿Por qué una niña muy pequeña que se escondía detrás de un cerco de ligustro escribe su historia casi noventa años después?

– Porque los recuerdos de la infancia no caducan. Esa niña que se escondía detrás del cerco para mirar la casa de enfrente, sigue viva. En esa casa ideal, que siempre estaba iluminada, reinaba la felicidad, no había gritos sino una música suave, estaba habitada por seres mágicos que sin duda eran dichosos. Siempre el jardín de al lado es más verde que el propio, en especial cuando en el propio no se es feliz.

La casa del cerco de ligustro estaba en Bernal, en la provincia de Buenos Aires, una de las tantas ciudades y una de las innumerables casas donde vivimos durante mi infancia, signada por las frecuentes mudanzas que justificaba el trabajo de mi padre, y que tal vez sí las teníamos que hacer a causa de mi padre, pero por otros motivos de los que no se podía hablar.


– ¿Y este oficio de escribir data de aquella época?

– Empecé a escribir a los seis años, o sea hace... bueno, cuando la cifra se acerca al siglo es mejor no sacar más cuentas. De todos modos las cosas que escribía en ese entonces las escondía debajo de piedras en el jardín. No eran tiempos para mostrarlas, ni en mi casa reinaba la atmósfera propicia como para que alguien se ocupara en leer mis fantasías.

Después vino la edad adulta, en ese tiempo no existía esa etapa que ahora llaman adolescencia y que se han inventado que es tan conflictiva. Se pasaba de ser un niño a llegar a la edad de trabajar o casarse. Para las mujeres, esta segunda opción era la más habitual. Me casé a los veinte años –edad límite según mi madre, para quien hasta los veinte la mujer podía elegir, después tenía que esperar que la eligieran. Desde ese momento –o sea desde mi casamiento- mi existencia consistió en adaptarme a la vida matrimonial, seguir mudándome donde lo trasladaran a mi marido, llevar una economía doméstica improbable, criar dos hijos... lo que se llamaría un caso más entre los millones de casos de la vida de una mujer común de aquella época.

 

– ¿Los cuentos que recopila este libro son los principales de un conjunto mayor de obras?

– En este libro sólo aparecen algunos de los incontables cuentos que he escrito en muchos años. Tengo cuadernos y cuadernos repletos de cuentos, pero claramente no puedo publicar todos. Por eso elegí algunos, y en especial el que da nombre al libro, que me parece cardinal para entender el porqué de todos los demás cuentos. O sea, la mirada de la niña a través del cerco de ligustro es una mirada de la realidad, una forma y una actitud frente al mundo. No se trata de tristeza, se trata de una cierta melancolía que se desata ante lo imposible. Creo que es una característica humana, algo muy vinculado al arte, la imposibilidad.


¿Cómo fue que esa niña detrás del cerco de ligustro se convirtió en escritora?

– Todo lo construye el tiempo, en especial cuando acumula deseos y sueños que nunca se pudieron cumplir. Yo tenía un hermano varón, que fue al que le dieron la posibilidad de estudiar y desarrollarse profesionalmente. Mi madre decía que a mí “no me daba la cabeza” para los estudios, a pesar de que era muy
buena alumna en el colegio María Auxiliadora, donde me mandaban. Por lo tanto no tuve oportunidad de expresarme en su momento, ni de desarrollar mis capacidades, que en el transcurso de mi vida encontraron otros cauces y otras maneras. La juventud es un mito de nuestra sociedad, la mente y el espíritu encuentran sus momentos propicios más allá de la edad. La juventud se vive, la vejez se piensa.


– ¿Se podría decir que los temas de estos cuentos de “El cerco de ligustro” vienen de aquella época de la niña triste?

– Sin duda la infancia es un venero. Nada de lo que sucede en ese país perdido de los primeros años nos abandona nunca, sea dichoso o infeliz. Esas primeras experiencias, los primeros sinsabores y las primeras alegrías, van a marcar el camino que seguimos recorriendo toda la vida, cambiando escenarios, inventando
personajes, poniéndoles palabras nuevas. Todo permanece allí, en ese teatro vacío de la infancia lejana, que paradójicamente está cada vez más cerca cuando se alcanza la vejez. Es un mundo propio, cada vez más nítido pero también cada vez más misterioso y mágico. Una vez, ya adulta, le pregunté a mi madre si recordaba la casa con el cerco de ligustro en Bernal, y me respondió con mucha seguridad que jamás habíamos vivido en una casa con cerco de ligustro, ni en Bernal ni en ninguna otra parte. Supongo que ella también habrá necesitado olvidar.


– ¿Y por qué para Nilda en cambio es necesario recordar?

– Supongo que porque son distintos momentos de la vida. La infancia es un recuerdo inevitable, sea doloroso o feliz. Puedo olvidarme de tantas y tantas cosas de la juventud, de la edad adulta, pero los días de la infancia vuelven como escenas de una película que no me canso de ver. Es un mundo perdido que a pesar de su pobreza, de su incesante soledad, está iluminado por algo que se va perdiendo a medida que nos hacemos viejos: la esperanza.


Nilda González Monti es una escritora oriunda de La Plata y radicada desde hace muchos años en Mendoza. Su labor literaria se ha desarrollado en especial en el campo de los relatos breves y de la dramaturgia para radio. Con Acercándonos Ediciones ha publicado “La tierra que yo te mostraré”, extensa obra para radioteatro en la cual se narran las historias de las mujeres inmigrantes en un pueblo de Mendoza a principios del siglo XX. Anteriormente publicó dos libros de cuentos macabros y de terror, y también fue ganadora del Certamen Literario Vendimia de Dramaturgia con su obra “Nieblas del Riachuelo”, en la cual incursiona en la obsesión de un grupo de mujeres que persiguen a uno de los asesinos de la dictadura militar argentina.


– ¿Por qué una niña muy pequeña que se escondía detrás de un cerco de ligustro escribe su historia casi noventa años después?

– Porque los recuerdos de la infancia no caducan. Esa niña que se escondía detrás del cerco para mirar la casa de enfrente, sigue viva. En esa casa ideal, que siempre estaba iluminada, reinaba la felicidad, no había gritos sino una música suave, estaba habitada por seres mágicos que sin duda eran dichosos. Siempre el jardín de al lado es más verde que el propio, en especial cuando en el propio no se es feliz.

La casa del cerco de ligustro estaba en Bernal, en la provincia de Buenos Aires, una de las tantas ciudades y una de las innumerables casas donde vivimos durante mi infancia, signada por las frecuentes mudanzas que justificaba el trabajo de mi padre, y que tal vez sí las teníamos que hacer a causa de mi padre, pero por otros motivos de los que no se podía hablar.


– ¿Y este oficio de escribir data de aquella época?

– Empecé a escribir a los seis años, o sea hace... bueno, cuando la cifra se acerca al siglo es mejor no sacar más cuentas. De todos modos las cosas que escribía en ese entonces las escondía debajo de piedras en el jardín. No eran tiempos para mostrarlas, ni en mi casa reinaba la atmósfera propicia como para que alguien se ocupara en leer mis fantasías.

Después vino la edad adulta, en ese tiempo no existía esa etapa que ahora llaman adolescencia y que se han inventado que es tan conflictiva. Se pasaba de ser un niño a llegar a la edad de trabajar o casarse. Para las mujeres, esta segunda opción era la más habitual. Me casé a los veinte años –edad límite según mi madre, para quien hasta los veinte la mujer podía elegir, después tenía que esperar que la eligieran. Desde ese momento –o sea desde mi casamiento- mi existencia consistió en adaptarme a la vida matrimonial, seguir mudándome donde lo trasladaran a mi marido, llevar una economía doméstica improbable, criar dos hijos... lo que se llamaría un caso más entre los millones de casos de la vida de una mujer común de aquella época.

 

– ¿Los cuentos que recopila este libro son los principales de un conjunto mayor de obras?

– En este libro sólo aparecen algunos de los incontables cuentos que he escrito en muchos años. Tengo cuadernos y cuadernos repletos de cuentos, pero claramente no puedo publicar todos. Por eso elegí algunos, y en especial el que da nombre al libro, que me parece cardinal para entender el porqué de todos los demás cuentos. O sea, la mirada de la niña a través del cerco de ligustro es una mirada de la realidad, una forma y una actitud frente al mundo. No se trata de tristeza, se trata de una cierta melancolía que se desata ante lo imposible. Creo que es una característica humana, algo muy vinculado al arte, la imposibilidad.


¿Cómo fue que esa niña detrás del cerco de ligustro se convirtió en escritora?

– Todo lo construye el tiempo, en especial cuando acumula deseos y sueños que nunca se pudieron cumplir. Yo tenía un hermano varón, que fue al que le dieron la posibilidad de estudiar y desarrollarse profesionalmente. Mi madre decía que a mí “no me daba la cabeza” para los estudios, a pesar de que era muy
buena alumna en el colegio María Auxiliadora, donde me mandaban. Por lo tanto no tuve oportunidad de expresarme en su momento, ni de desarrollar mis capacidades, que en el transcurso de mi vida encontraron otros cauces y otras maneras. La juventud es un mito de nuestra sociedad, la mente y el espíritu encuentran sus momentos propicios más allá de la edad. La juventud se vive, la vejez se piensa.


– ¿Se podría decir que los temas de estos cuentos de “El cerco de ligustro” vienen de aquella época de la niña triste?

– Sin duda la infancia es un venero. Nada de lo que sucede en ese país perdido de los primeros años nos abandona nunca, sea dichoso o infeliz. Esas primeras experiencias, los primeros sinsabores y las primeras alegrías, van a marcar el camino que seguimos recorriendo toda la vida, cambiando escenarios, inventando
personajes, poniéndoles palabras nuevas. Todo permanece allí, en ese teatro vacío de la infancia lejana, que paradójicamente está cada vez más cerca cuando se alcanza la vejez. Es un mundo propio, cada vez más nítido pero también cada vez más misterioso y mágico. Una vez, ya adulta, le pregunté a mi madre si recordaba la casa con el cerco de ligustro en Bernal, y me respondió con mucha seguridad que jamás habíamos vivido en una casa con cerco de ligustro, ni en Bernal ni en ninguna otra parte. Supongo que ella también habrá necesitado olvidar.


– ¿Y por qué para Nilda en cambio es necesario recordar?

– Supongo que porque son distintos momentos de la vida. La infancia es un recuerdo inevitable, sea doloroso o feliz. Puedo olvidarme de tantas y tantas cosas de la juventud, de la edad adulta, pero los días de la infancia vuelven como escenas de una película que no me canso de ver. Es un mundo perdido que a pesar de su pobreza, de su incesante soledad, está iluminado por algo que se va perdiendo a medida que nos hacemos viejos: la esperanza.


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