Francisco Reynaldo Urondo Invernizzi (tal su nombre completo), nació en la ciudad de Santa Fe el 10 de enero de 1930, y dejó de existir en Guaymallén, Mendoza, el 17 de junio de 1976, en circunstancias de empuñar la palabra justa como arma contra la dictadura genocida que lo mató en un enfrentamiento, mientras él se prestó como blanco fácil para permitir que huyeran y salvaran la vida su pareja y su hija de 11 meses de edad. Los forjadores de la frase El silencio es salud, enfermaron a gran parte de la sociedad pero ni asesinándolo pudieron silenciar su voz de Poeta.
Durante su adolescencia Paco conoció a Fernando Birri, que era unos años mayor que él; ese vínculo enriqueció su espíritu creativo; juntos formaron parte de un colectivo de artistas -llevaban a cabo prácticas de cine, pintura, títeres, teatro y música- con el cual recorrían Santa Fe, montando espectáculos en instituciones de distintos lugares. En 1950 Birri se fue a Italia y Paco siguió esa vida ambulante con la certeza de que las distintas disciplinas artísticas que ejecutaba, eran instrumentos que le permitirían cambiar la realidad social por otra mejor.
Fue titiritero, periodista, narrador, guionista, autor teatral y de televisión, militante político y brillante poeta, sin duda entre los mejores de la generación de los ´60. Fue director de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral, Director General de Cultura de la provincia de Santa Fe y Director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; siempre portando el férreo compromiso forjado en el contexto histórico de La Guerra de Vietnam, El Mayo Francés y el desarrollo de La Revolución Cubana; compromiso que sostuvo hasta las últimas consecuencias como integrante de Montoneros; compromiso con las utopías posibles que asumió con coherencia entre la palabra escrita y la acción: Ese fue el hilo conductor de su vida amalgamada a su obra.
Hoy, desde las páginas de H, lo recordamos con estos poemas suyos:
La pura verdad
Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo.
Después de todo y de pensarlo bien, no tengo
motivos para quejarme o protestar:
siempre he vivido en la gloria: nada
importante me ha faltado.
Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado
de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor
y miedo y apremio.
Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve
sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.
Me avergüenza verme cubierto de pretensiones; una gallina torpe,
melancólica, débil, poco interesante,
un abanico de plumas que el viento desprecia,
caminito que el tiempo ha borrado.
Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin
darme cuenta, voy iniciando
una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a
cualquiera o aburrir de golpe.
Mis errores han sido olvidados definitivamente; mi
memoria ha muerto y se queja
con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.
El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme,
pero lo he derrotado
para siempre; sé que futuro y memoria se vengarán algún día.
Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la
Cenicienta, aunque algunos
me recuerden con cariño o descubran mi zapatito
y también vayan muriendo.
No descarto la posibilidad
de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.
La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado
por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.
Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud
y en mi destino y en la buena suerte:
sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido
y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.
Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;
compartir este calor, esta fatalidad que quieta no
sirve y se corrompe.
Puedo hablar y escuchar la luz
y el color de la piel amada y enemiga y cercana.
Tocar el sueño y la impureza,
nacer con cada temblor gastado en la huida
Tropiezos heridos de muerte;
esperanza y dolor y cansancio y ganas.
Estar hablando, sostener
esta victoria, este puño; saludar, despedirme
Sin jactancias puedo decir
que la vida es lo mejor que conozco.
Fin y principios
Estoy en los ruidos de la tristeza,
en las tablas de la perdición,
en el aire de este tiempo maldito, infortunado;
llovizna criminal y sucia.
En aventuras, en la queja
del muerto y el terror de los vivos y el soplo
de los convalecientes.
Estoy en el clamor encontrado, fuera
de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar
la clausura y la ausencia,
sin tolerar la conmiseración, o desconocer
la alegría o la bondad o el dolor del caído.
Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia
la esperanza, viviendo a mi manera.
No Puedo quejarme
Estoy con pocos amigos y los que hay
suelen estar lejos y me ha quedado
un regusto que tengo al alcance de la mano
como un arma de fuego. Las usaré para nobles
empresas: derrotar al enemigo ?salud
y suerte-, hablar humildemente
de estas posibilidades amenazantes.
Espero que el rencor no intercepte
el perdón, el aire
lejano de los afectos que preciso: que el rigor
no se convierta en el vidrio de los muertos; tengo
curiosidad por saber qué cosas dirán de mi; después
de mi muerte; cuáles serán tus versiones del amor, de estas
afinidades tan desencontradas,
porque mis amigos suelen ser como las señales
de mi vida, una suerte trágica, dándome
todo lo que no está. Prematuramente, con un pie
en cada labio de esta grieta que se abre
a los pies de mi gloria: saludo a todos, me tapo
la nariz y me dejo tragar por el abismo.
El ocaso de los dioses
No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos, en el
vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar
las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado, no hay nada que pueda
favorecernos; ningún aire de inconsciencia, ningún
reino de libertad. Sólo hábitos tolerantes haciendo
crujir nuestra memoria. "Ha estado bien", decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo,
de nuestro hacer, de nuestra música, del único
amor incoherente; soberanos de esa calle donde los
tactos y la impresión hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo
nombre y tu gesto son una forma nocturna que en
esa constelación crece y sabe enrostrar nuestra
culpa.
Y todo termina con una esperanza, con una dilación
–"ha estado bien"–, o en un bostezo, o en otro
lugar donde es menester el coraje.
Fin y principios
Estoy en los ruidos de la tristeza,
en las tablas de la perdición,
en el aire de este tiempo maldito, infortunado;
llvozna criminal y sucia.
En aventuras, en la queja
del muerto y el terror de los vivos y el soplo
de los convalecientes.
Estoy en el clamor encontrado, fuera
de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar
la clausura y la ausencia,
sin tolerar la conmiseración, o desconocer
la alegría o la bondad o el dolor del caído.
Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia
la esperanza, viviendo a mi manera.
Fin y principios
Estoy en los ruidos de la tristeza,
en las tablas de la perdición,
en el aire de este tiempo maldito, infortunado;
llvozna criminal y sucia.
En aventuras, en la queja
del muerto y el terror de los vivos y el soplo
de los convalecientes.
Estoy en el clamor encontrado, fuera
de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar
la clausura y la ausencia,
sin tolerar la conmiseración, o desconocer
la alegría o la bondad o el dolor del caído.
Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia
la esperanza, viviendo a mi manera.
Francisco Reynaldo Urondo Invernizzi (tal su nombre completo), nació en la ciudad de Santa Fe el 10 de enero de 1930, y dejó de existir en Guaymallén, Mendoza, el 17 de junio de 1976, en circunstancias de empuñar la palabra justa como arma contra la dictadura genocida que lo mató en un enfrentamiento, mientras él se prestó como blanco fácil para permitir que huyeran y salvaran la vida su pareja y su hija de 11 meses de edad. Los forjadores de la frase El silencio es salud, enfermaron a gran parte de la sociedad pero ni asesinándolo pudieron silenciar su voz de Poeta.
Fin y principios En aventuras, en la queja Estoy en el clamor encontrado, fuera Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia No Puedo quejarme Espero que el rencor no intercepte El ocaso de los dioses Pero todo está abandonado, no hay nada que pueda Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo, Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo Y todo termina con una esperanza, con una dilación
Fin y principios En aventuras, en la queja Estoy en el clamor encontrado, fuera Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia
En aventuras, en la queja Estoy en el clamor encontrado, fuera Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia |
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