Javier Milei y su Argentina extinta de cien años atrás. Desmembrando mentiras y ocultamientos de nuestra historia
Eduardo Jorge Orellana
¿Por qué se reivindica a esta Argentina y quienes son realmente los que desean incansablemente volver a ella bajo el mote de “potencia mundial”?.



Cualquiera sean las oportunidades pasadas o venideras, Javier Milei mintió, miente, oculta y ocultó información sobre la Argentina de fines del siglo XIX y principios del XX.

Cuando empezamos a conocer a este personaje allá por 2016, evocaba con energía (y lo sigue haciendo en cada oportunidad que tiene) que la argentina de hace más de 100 años atrás era una “potencia mundial”, y que inclusive llegó a superar a las mediciones econométricas de los Estados Unidos, más precisamente en su PBI per cápita. Sin embargo, tomando el periodo de expansión del Modelo Agroexportador argentino dado en los años 1880-1930, del que Milei se enorgullece, Argentina contaba con un PBI per cápita solo cercano al de los Estados Unidos, y jamás fue una potencia como sí lo era el país del norte.



Argentina en el período liberal y conservador (1880-1916)

La llamada “Organización Nacional”

Hacia 1890 la Argentina ya tenía anexada la región de la Patagonia en su dominio nacional. En esta región, luego de haber aniquilado a sus habitantes originarios, esclavizado a sus sobrevivientes, y secuestrado a sus niños para ser apropiados por familias “civilizadas” (práctica que curiosamente se repetiría durante la última dictadura militar, autodenominada Proceso de Reorganización Nacional), se instalan grupos de inmigrantes ingleses y alemanes que se dedicaran a la cría de ganado bovino y ovino, con el propósito de expandir el comercio de exportación de ganado en pie y materias primas. Otros, ubicados en la región pampeana, se dedicarían a la agricultura extensiva, siempre con el objetivo de abastecer a las demandas internacionales. Así fue como la Argentina comienza a insertarse en lo que supo ser la División Internacional del Trabajo, un modelo de “equilibrio ideal” confeccionado por Inglaterra, en el cual cada nación cumpliría con una actividad productiva determinada.

A comienzos de 1900, y con la aparición de los frigoríficos, se da una industrialización insipiente dedicada 80% al abastecimiento de la demanda internacional en el mercado de la carne. De esta manera nuestro país deja de exportar el ciento por ciento de su ganado en pie, pudiéndole asignar algún valor agregado al fraccionamiento y elaboración de chacinados.

Una mirada desatenta puede suponer que si bien, efectivamente, el modelo agroexportador moderniza al país y lo ubica como uno de los mayores exportadores del mundo, no fue jamás una potencia mundial. Como dije, ese lugar por aquellos años había sido ocupado por Estados Unidos que, dicho sea de paso, también tenía sus intereses puesto en nuestro país mediante los frigoríficos que en su gran mayoría eran de capital estadounidense (SWIFT) e ingleses (ANGLO).



Tampoco una mirada atenta (sobretodo honesta), puede dejar de interesarse en la realidad social de quienes movían el modelo agroexportador, tanto en las zonas rurales como urbanas: los trabajadores.

Distintos gobiernos desde Mitre hasta incluso Irigoyen fomentaron la inmigración. Inicialmente, la idea de la elite gobernante de fines del siglo XIX era la de poblar la nación con el propósito de tener mano de obra para los proyectos del modelo económico citado. Entre los años 1881 y 1914 la argentina recibió a 4.200.000 personas proveniente de distintos países, en su mayoría italianos y españoles; pero también franceses y rusos, entre otras nacionalidades. Escapaban de la situación europea, sea por crisis económicas convencionales o por la primera guerra mundial.

Antes de la primera guerra, Argentina pagaba altos sueldos a trabajadores especializados, inclusive más altos que en sus países de origen. El fenómeno social de la migración comienza a acelerarse posteriormente a la guerra donde llegan a nuestras costas trabajadores de todo tipo.



Breve historia de los migrantes

Para 1880 la población urbana representaba un 29% del total. En Buenos Aires comienzan a proliferar los conventillos, grandes caserones antiguamente habitados por familias de clases altas o patricias que fueron abandonados luego de la gran epidemia de fiebre amarilla que asoló los barrios porteños de San Nicolás, San Telmo y Monserrat como consecuencia de la llegada de las tropas de la Guerra (injusta) del Paraguay.

Así las cosas, para los recién llegados inmigrantes estos sitios se transformaron en sus lugares de residencia, al tiempo que fueron una oportunidad lucrativa para sus antiguos habitantes a través de alguna persona que regenteaba dichas propiedades. Estas grandes casas contaban con amplias habitaciones que habían sido subdivididas a 4 metros por 3 metros. En ellas llegaban a convivir hasta un máximo de cinco personas. Una sola persona pagaba por este tipo de habitación mucho más caro que lo que costaba una similar en Londres, y para uno solo. Quienes no podían acceder a este “lujo”, contaban con dos opciones significativamente inferiores: alquilar una cama durante 5 horas ubicada en el patio de las residencias, denominadas “cama caliente” debido a que se alquilaban sin cesar durante las 24 horas del día a diferentes personas, o una última opción poco más económica: una soga con una silla que se colocaban de punta a punta en el patio para que los inmigrantes trabajadores se sentaran y apoyando sus pechos en la soga intentar conciliar el sueño, sumado a condiciones sanitarias pésimas.

Estas condiciones de muerte, se daban bajo una Argentina sin ningún tipo de legislación laboral. En el periodo que nos ocupa, los trabajadores (incluyendo mujeres y niños que hacían las veces las tareas de mantenimiento y aceitado), mantenían una jornada laboral que llegaban a las 16 horas por día, por una paga escasa y condiciones inmundas. Incluso, el tan hoy valorado descanso dominical no había sido conocido por nuestros antepasados trabajadores hasta 1905, donde se sanciona dicha ley.

Cualquier demanda de los trabajadores eran reprimidas por igual, sin importar si en ellas se encontraban mujeres o niños trabajadores, y no con balas de caucho, sino con balas de plomo de máuser o revólveres calibres 38 por la policía de la capital o el ejército nacional; incluso por parte de un grupo jóvenes idealistas facinerosos de la clase alta denominado “liga Patriótica” que salían a la caza de huelguistas y protestantes por las calles de la ciudad, a los ojos de las autoridades. Demasiada sangre trabajadora corría por estos “años de gloria” que evoca nuestro presidente actual.

Un ejemplo de estas duras represiones fue durante la Huelga de Inquilinos en 1907, que consistió en la negativa de pago de la renta exigiendo mejores condiciones sanitarias, la eliminación de los meses de depósito, y la marcha atrás al aumento habilitado por el gobierno nacional sobre los alquileres. Miguel Pepe, un joven de 15 años de edad, muere asesinado por la policía de un tiro en la cabeza.

Saliendo del entorno urbano, pudo también conocerse por aquellos años cual era la realidad social de los trabajadores del interior del país, donde también pudo registrarse a una clase trabajadora bajo condiciones que ni los chanchos podrían tener.

Durante la segunda presidencia de Julio Argentino Roca en 1901, su ministro del interior Joaquín V. González, le encarga al Médico Catalán Juan Bialet Massé un informe que pueda dar cuenta de la situación de la clase obrera en la Argentina. Para 1904, Massé presenta ante el Congreso Nacional el primer tomo de su “Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República Argentina”. Los resultados que expone sobre el mismo fueron categóricos: todo trabajador no goza de ningún descanso semanal. Las jornadas laborales de hombres mayores de 18 años llega a las 16 horas en condiciones de explotación, incluyendo a niños de entre 8 y 10 años. Si bien cada trabajador recibe una paga por sus tareas, ésta se ve comprometida a la baja, o incluso pagada con vales de productos comestibles que se canjeaban en las mismas proveedurías de las patronales que les pagaban.

En su recorrido por el país, Bialet Massé pudo entrevistarse con obreros y patrones, documentando a través de fotografías la realidad social de los trabajadores. Tampoco existía ningún tipo de medidas de seguridad: a los trabajadores se los ve manipulando maquinaria fabril o herramientas rurales con sandalias, pantalones y camisas de salida, escenario que posibilitaba la ausencia de las leyes reguladoras del derecho laboral.

Con todo lo dicho hasta aquí, cabe entonces preguntarse: ¿por qué se reivindica a esta Argentina y quienes son realmente los que desean incansablemente volver a ella bajo el mote de “potencia mundial”?.


Cualquiera sean las oportunidades pasadas o venideras, Javier Milei mintió, miente, oculta y ocultó información sobre la Argentina de fines del siglo XIX y principios del XX.

Cuando empezamos a conocer a este personaje allá por 2016, evocaba con energía (y lo sigue haciendo en cada oportunidad que tiene) que la argentina de hace más de 100 años atrás era una “potencia mundial”, y que inclusive llegó a superar a las mediciones econométricas de los Estados Unidos, más precisamente en su PBI per cápita. Sin embargo, tomando el periodo de expansión del Modelo Agroexportador argentino dado en los años 1880-1930, del que Milei se enorgullece, Argentina contaba con un PBI per cápita solo cercano al de los Estados Unidos, y jamás fue una potencia como sí lo era el país del norte.



Argentina en el período liberal y conservador (1880-1916)

La llamada “Organización Nacional”

Hacia 1890 la Argentina ya tenía anexada la región de la Patagonia en su dominio nacional. En esta región, luego de haber aniquilado a sus habitantes originarios, esclavizado a sus sobrevivientes, y secuestrado a sus niños para ser apropiados por familias “civilizadas” (práctica que curiosamente se repetiría durante la última dictadura militar, autodenominada Proceso de Reorganización Nacional), se instalan grupos de inmigrantes ingleses y alemanes que se dedicaran a la cría de ganado bovino y ovino, con el propósito de expandir el comercio de exportación de ganado en pie y materias primas. Otros, ubicados en la región pampeana, se dedicarían a la agricultura extensiva, siempre con el objetivo de abastecer a las demandas internacionales. Así fue como la Argentina comienza a insertarse en lo que supo ser la División Internacional del Trabajo, un modelo de “equilibrio ideal” confeccionado por Inglaterra, en el cual cada nación cumpliría con una actividad productiva determinada.

A comienzos de 1900, y con la aparición de los frigoríficos, se da una industrialización insipiente dedicada 80% al abastecimiento de la demanda internacional en el mercado de la carne. De esta manera nuestro país deja de exportar el ciento por ciento de su ganado en pie, pudiéndole asignar algún valor agregado al fraccionamiento y elaboración de chacinados.

Una mirada desatenta puede suponer que si bien, efectivamente, el modelo agroexportador moderniza al país y lo ubica como uno de los mayores exportadores del mundo, no fue jamás una potencia mundial. Como dije, ese lugar por aquellos años había sido ocupado por Estados Unidos que, dicho sea de paso, también tenía sus intereses puesto en nuestro país mediante los frigoríficos que en su gran mayoría eran de capital estadounidense (SWIFT) e ingleses (ANGLO).



Tampoco una mirada atenta (sobretodo honesta), puede dejar de interesarse en la realidad social de quienes movían el modelo agroexportador, tanto en las zonas rurales como urbanas: los trabajadores.

Distintos gobiernos desde Mitre hasta incluso Irigoyen fomentaron la inmigración. Inicialmente, la idea de la elite gobernante de fines del siglo XIX era la de poblar la nación con el propósito de tener mano de obra para los proyectos del modelo económico citado. Entre los años 1881 y 1914 la argentina recibió a 4.200.000 personas proveniente de distintos países, en su mayoría italianos y españoles; pero también franceses y rusos, entre otras nacionalidades. Escapaban de la situación europea, sea por crisis económicas convencionales o por la primera guerra mundial.

Antes de la primera guerra, Argentina pagaba altos sueldos a trabajadores especializados, inclusive más altos que en sus países de origen. El fenómeno social de la migración comienza a acelerarse posteriormente a la guerra donde llegan a nuestras costas trabajadores de todo tipo.



Breve historia de los migrantes

Para 1880 la población urbana representaba un 29% del total. En Buenos Aires comienzan a proliferar los conventillos, grandes caserones antiguamente habitados por familias de clases altas o patricias que fueron abandonados luego de la gran epidemia de fiebre amarilla que asoló los barrios porteños de San Nicolás, San Telmo y Monserrat como consecuencia de la llegada de las tropas de la Guerra (injusta) del Paraguay.

Así las cosas, para los recién llegados inmigrantes estos sitios se transformaron en sus lugares de residencia, al tiempo que fueron una oportunidad lucrativa para sus antiguos habitantes a través de alguna persona que regenteaba dichas propiedades. Estas grandes casas contaban con amplias habitaciones que habían sido subdivididas a 4 metros por 3 metros. En ellas llegaban a convivir hasta un máximo de cinco personas. Una sola persona pagaba por este tipo de habitación mucho más caro que lo que costaba una similar en Londres, y para uno solo. Quienes no podían acceder a este “lujo”, contaban con dos opciones significativamente inferiores: alquilar una cama durante 5 horas ubicada en el patio de las residencias, denominadas “cama caliente” debido a que se alquilaban sin cesar durante las 24 horas del día a diferentes personas, o una última opción poco más económica: una soga con una silla que se colocaban de punta a punta en el patio para que los inmigrantes trabajadores se sentaran y apoyando sus pechos en la soga intentar conciliar el sueño, sumado a condiciones sanitarias pésimas.

Estas condiciones de muerte, se daban bajo una Argentina sin ningún tipo de legislación laboral. En el periodo que nos ocupa, los trabajadores (incluyendo mujeres y niños que hacían las veces las tareas de mantenimiento y aceitado), mantenían una jornada laboral que llegaban a las 16 horas por día, por una paga escasa y condiciones inmundas. Incluso, el tan hoy valorado descanso dominical no había sido conocido por nuestros antepasados trabajadores hasta 1905, donde se sanciona dicha ley.

Cualquier demanda de los trabajadores eran reprimidas por igual, sin importar si en ellas se encontraban mujeres o niños trabajadores, y no con balas de caucho, sino con balas de plomo de máuser o revólveres calibres 38 por la policía de la capital o el ejército nacional; incluso por parte de un grupo jóvenes idealistas facinerosos de la clase alta denominado “liga Patriótica” que salían a la caza de huelguistas y protestantes por las calles de la ciudad, a los ojos de las autoridades. Demasiada sangre trabajadora corría por estos “años de gloria” que evoca nuestro presidente actual.

Un ejemplo de estas duras represiones fue durante la Huelga de Inquilinos en 1907, que consistió en la negativa de pago de la renta exigiendo mejores condiciones sanitarias, la eliminación de los meses de depósito, y la marcha atrás al aumento habilitado por el gobierno nacional sobre los alquileres. Miguel Pepe, un joven de 15 años de edad, muere asesinado por la policía de un tiro en la cabeza.

Saliendo del entorno urbano, pudo también conocerse por aquellos años cual era la realidad social de los trabajadores del interior del país, donde también pudo registrarse a una clase trabajadora bajo condiciones que ni los chanchos podrían tener.

Durante la segunda presidencia de Julio Argentino Roca en 1901, su ministro del interior Joaquín V. González, le encarga al Médico Catalán Juan Bialet Massé un informe que pueda dar cuenta de la situación de la clase obrera en la Argentina. Para 1904, Massé presenta ante el Congreso Nacional el primer tomo de su “Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República Argentina”. Los resultados que expone sobre el mismo fueron categóricos: todo trabajador no goza de ningún descanso semanal. Las jornadas laborales de hombres mayores de 18 años llega a las 16 horas en condiciones de explotación, incluyendo a niños de entre 8 y 10 años. Si bien cada trabajador recibe una paga por sus tareas, ésta se ve comprometida a la baja, o incluso pagada con vales de productos comestibles que se canjeaban en las mismas proveedurías de las patronales que les pagaban.

En su recorrido por el país, Bialet Massé pudo entrevistarse con obreros y patrones, documentando a través de fotografías la realidad social de los trabajadores. Tampoco existía ningún tipo de medidas de seguridad: a los trabajadores se los ve manipulando maquinaria fabril o herramientas rurales con sandalias, pantalones y camisas de salida, escenario que posibilitaba la ausencia de las leyes reguladoras del derecho laboral.

Con todo lo dicho hasta aquí, cabe entonces preguntarse: ¿por qué se reivindica a esta Argentina y quienes son realmente los que desean incansablemente volver a ella bajo el mote de “potencia mundial”?.


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