500 años y 12.000 kilómetros
Cuando los españoles y portugueses vieron por primera vez a los habitantes del Amazonas dijeron: son pueblos “sin rey, sin fe y sin ley”, se inauguraba, así, larga historia del capitalismo y del eurocentrismo. El “otro” era definido por todo aquello que carecía según el punto de vista europeo. A los indios les faltaba la voluntad de acumular, les falta el Estado, les faltaba la ropa y el crucifijo, les falta, en definitiva, la cultura y el espíritu del progreso.
Con el tiempo, algunas de las ideas de ese eurocentrismo delinearon el concepto de democracia: una sociedad compuesta de individuos que eligen libremente y que progresa en las vías de la modernización. Por fortuna, no podemos más que mirar desde afuera esa definición, aunque a algunos les pese, seguimos siendo parte de esos Otros de Occidente, de ese afuera que todavía le falta para ser como Dios manda. Y entonces podemos ver que detrás del “elegir libremente” se encuentra la libertad de elegir representantes como se eligen objetos de consumo en el mercado: es cierto, ¡podemos elegir entre McDonald’s o Burger King! También podemos ver que detrás de la “modernización” se encuentra la explotación de los recursos naturales en beneficio de una clase muy reducida.
Como nosotros, Rusia siempre se ha debatido su relación con Europa, desde la época de los zares. Hace un tiempo, tuve la oportunidad de tener una agradable charla con unas estudiantes de periodismo en la Universidad de San Petersburgo y algunas de ellas (no todas) me contaban, con naturalidad, que su proyecto era trabajar en EEUU o Alemania o Inglaterra. El mismo sueño que tiene el argentino de llegar a ser como Europa, de estar en vías de ser como Europa. Modernización también quiere decir, según algunos, identificarse con Occidente.
Bajo esos ojos, Rusia es un país “sin democracia, sin auténtica modernización”. A Rusia le falta la democracia como a los indios la fe. Quinientos años y más de diez mil kilómetros de distancia y la mirada sigue igual.
Por suerte, como en nuestro caso, existe en Rusia también una tradición que ha pensado esa relación con la cultura occidental en términos de una tensión: ni identificación ni negación, sino apropiación. Una especie de canibalización de lo extranjero: algo que sabemos gracias a esos mismos habitantes del Amazonas. ¿Qué democracia y qué modernización existe en Rusia? Vamos a intentar responder brevemente desde algunos pensadores rusos actuales.
El “consenso de Putin”
En primer lugar, existe una idea aceptada, incluso entre pensadores críticos como Glev Pavlóvsky, Vyacheslav Glazychev o Modes Kolérov, que nos dice que Putin representa un consenso entre las élites y la población que llena una especie de “miedo al vacío”: fuera de Putin no parece haber mucho en Rusia, más allá de los opositores bloggeros, sin participación política, o del Partido Comunista, con un apoyo minoritario en las elecciones. El “consenso de Putin” se apoya en algo así como 70% de apoyo a la figura del presidente, un apoyo que Vyacheslav Glazychev explica del siguiente modo: “Horror vacui -o el miedo al vacío- es con probabilidad la razón subyacente más importante para explicar la naturaleza inquebrantable de esta fe”. El mismo autor explica, algo contradictoriamente unas líneas más adelante, que ese apoyo se funda también en la identificación que gran parte de la nación tiene con Putin: nos guste o no, su figura representa a gran parte del pueblo ruso.
En efecto, Putin logra todavía, luego de veinte años casi ininterrumpidos de estar en el gobierno, un apoyo que en la historia de Rusia se dio únicamente en dos momentos: en la Asamblea Constituyente de 1917, cuando el 80% de los votantes eligieron a partidos socialistas, y en 1991, cuando el 57% de la población eligió a Yeltsin para salir de la URSS.
En este sentido, el “consenso de Putin” se funda en la experiencia rusa de democracia, que no es para nada un invento de Putin y que se basa en un equilibrio entre: libertad de elección, seguridad, unidad nacional y condiciones de vida de la población. Un concepto de democracia que se aleja, en ciertos aspectos, de la experiencia liberal, fuertemente anclada en la reducida experiencia de la elección y del multipartidismo.
Democracia soberana
El expresidente Dimitry Medvedev explicaba, en una entrevista a The Financial Times del 2008, los dos errores que no debían comenterse a la hora de pensar la democracia en Rusia: el primero, el de creer que la democracia puede aplicarse en cualquier país de la misma manera, sin tener en cuenta su contexto histórico, territorial y su nacionalidad; el segundo, el creer que en Rusia no es posible la democracia porque es un pueblo que solo entiende el autoritarismo.
En aquellos años, Vladislav Surkov, uno de los consejeros más influyentes de Putin, y uno de los ideólogos fundamentales del partido Rusia Unida, puso en voga el concepto de “democracia soberana” que buscaba, de alguna manera, dar cuenta de la experiencia rusa de democracia. “Democracia”, porque el pueblo participa de la elección de sus gobernantes, y “soberana” porque no se deja condicionar por los intereses y las ideas occidentales sobre lo que tiene que ser una democracia. Cuando los analistas liberales, rusos o extanjeros, piensan en ese concepto y en los gobiernos de Putin, leen “autoritaria” donde dice “soberana”, así, por ejemplo, lo hace la socióloga Ol'ga Kryshtanovskaya, que identifica correctamente, sin embargo, las continuidades entre el modelo de modernización soviético con el de Rusia Unida. En realidad, se trata de una democracia que no permite la intervención extranjera en sus planificaciones. Así lo decía Putin en el año 2005: “El camino democrático que hemos elegido es independiente en su naturaleza, un camino a través del cual nos movemos hacia adelante, al mismo tiempo que toma en cuenta nuestras específicas circunstancias internas propias”.
La “soberanía” de Rusia implica no únicamente la no intervención extranjera en sus asuntos, versión westfaliana de la soberanía que el mismo Sergey Lavrov defiende, sino un tipo de nacionalismo entendido en el concepto de “derzhavnost”, que combina la idea de un gran poder de Rusia con el reconocimiento por parte del resto de las naciones. De allí que no sea correcto hablar de “anti-occidentalismo”, como lo plantean los analistas occidentales o incluso teóricos rusos como Alexandr Duguin, sino de un proyecto ruso para recuperar un gran poder, sin que eso implique algún tipo de expansionismo.
Policentrismo
El viejo, aunque todavía vivo, eurocentrismo reclama un único centro para todo el mundo, Europa u Occidente, como la medida universal para todos los humanos, fuera en lo cultural o en lo político. Este reclamo tenía su fundamento económico y político ya que se trataba del origen del capitalismo en tanto sistema-mundial que integraba a todas las economías locales en un único orden con centro en Europa.
Entender la democracia rusa nos obliga a salirnos de la mirada universalizante, eurocéntrica, que solo considera como “democracia” la idea que Occidente proyecta de sí mismo y que ni siquiera es la democracia real que practica. La existencia de una democracia soberana implica romper con el mundo unipolar que Occidente busca mantener, de ahí que lo que esté en juego en la experiencia rusa de la democracia no sea si se respetan los principios abstractos de su versión occidental, sino si el orden mundial unicentrado se está rompiendo.
500 años y 12.000 kilómetros El “consenso de Putin”
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