La inflación como herramienta de desestabilización
Julián Denaro



El bolsonarismo en Brasil anuncia con bombos y platillos que transformó la inflación en deflación, suponiendo que la inflación es el mal mayor. Sin embargo, el propio Keynes, desde hace cien años, advertía que es peor la deflación que la inflación.
 
El economista británico sostenía que cuando hay deflación, se espera que los precios bajen, postergando el consumo actual hasta el momento en que el precio sea menor. Por lo tanto, el consumo disminuye a cada momento, lo cual reduce la producción y el empleo. En cambio, la inflación precipita el consumo actual, con la intención de comprar antes del encarecimiento. En definitiva, aumenta el consumo actual, que demanda una mayor producción generadora de empleo. En suma, si el problema a resolver es el desempleo, la inflación resulta una mejor aliada que la deflación, ya que esta última empeora las cosas.
 
John Maynard Keynes murió en 1946, medio siglo antes de la deflación causada por la Convertibilidad, lo cual hubiese enriquecido su teoría y fortalecido la sentencia anterior. Durante 1999, 2000 y 2001 en Argentina, ocurrió que los precios tendían a la baja porque los comercios no conseguían vender nada, ya que no había plata en la calle, consecuencia de una industria devastada, una elevadísima tasa de desempleo (27%) y una sociedad desesperanzada. Es decir, lo que conducía a la caída en el nivel general de precios era la extrema pobreza (55%). De este ejemplo se podría inducir que inflación negativa es síntoma de una nación enferma.
 
Atendamos al caso brasilero actual. La FAO, Organización de las Naciones Unidas destinada al cuidado de la alimentación y la agricultura, informa que 33 millones de brasileros enfrentan la situación de inseguridad alimentaria grave, vale decir, el 15% de su población. En línea con lo acontecido en Argentina durante la Convertibilidad, la baja de los índices de inflación hasta transformarse en inflación negativa, da cuenta de los niveles generales de pobreza. En resumidas cuentas, la deflación indica que las cosas están mal.
 
Sin embargo, su opuesta tampoco genera escenarios sanos y favorables, pues no debe olvidarse que elevados coeficientes inflacionarios son demoledores de la actividad económica y del poder adquisitivo de los ingresos. La imprevisibilidad detiene los proyectos productivos y la imposibilidad de los salarios de ganarle a las subas de precios van deteriorando los ingresos reales, enfureciendo el humor social. ¿En dónde está el equilibrio entonces? Es complejo, pero hay razones originarias.
 
A nivel mundial, las grandes corporaciones tienen objetivos que no se corresponden con los intereses nacionales. En Argentina, el objetivo de las empresas exportadoras es venderle al mundo los alimentos, materias primas, minerales y energía que nosotros producimos, pero justamente ahí radica el problema, que es la contraposición de intereses. Cuanto más puedan exportar, mejor para ellos, y eso se va de la mano con el deterioro del poder adquisitivo de nuestra población.
 
Cuanto menor sea nuestro consumo, mayor saldo exportable tienen. Así, el objetivo de las corporaciones se torna en disminuir el nivel de vida de los argentinos, de modo que no consumamos nosotros lo que ellos quieren para exportar.

 
Claramente, uno de los mecanismos para conseguirlo es la generación de elevados niveles de inflación, ante los cuales los ingresos corren desde atrás sin poder alcanzar. Al mismo tiempo, la operación de los formadores de precios aumenta los porcentajes percibidos por ellos, de cada precio final. Por ejemplo, si el precio pasa de 1.000 a 1.400, y sus ganancias por unidad pasan de 300 a 700, el margen de apropiación de valor pasa del 30% al 50%. Pero su contracara es la reducción de lo que queda para el resto de la cadena de producción, distribución y comercialización, que baja en el ejemplo del 70% al 50%. Con evidencia, la concentración de ingresos enriquece a los sectores dominantes, cuyo mecanismo es empobrecer al conjunto de la población.
 
Continuando con el caso argentino, el negocio del alimento lo manejan 6 cadenas de supermercados y 20 empresas. Rafael Klejzer, director de políticas integradoras del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, asegura que la inflación es política, precisamente a raíz de la hiperconcentración de producción y ventas en pocas manos. Para exponerlo con mayor nitidez aún, se observa la evolución de algunas variables.
 
En el 2021, la oferta monetaria aumentó un 21%, los costos de la energía ascendieron un 16%, los salarios aumentaron en promedio un 54% y el precio del dólar se elevó un 30%. Si el promedio incremental entre las mencionadas fue del 32% y la inflación fue 52%, la diferencia se presume atribuible a los formadores de precios. Entonces, la inflación es política, pues responde a las disputas de poder y a la puja distributiva.
 
Se ha visto un meme que dice lo siguiente: “Hubo un tiempo en que los pobres saqueaban los supermercados. Hoy es al revés. Los supermercados saquean a los pobres”. Así las cosas, la erosión abrupta del poder adquisitivo de las mayorías muestra resultados alarmantes. De los 12 millones de trabajadores registrados, entre asalariados, autónomos, monotributistas y personal de casas de familia, se calcula un promedio de 155.000 pesos de ingreso mensual. Pero para no ser pobre, una familia de matrimonio con dos hijos necesita más de 120.000 pesos mensuales sin contar el alquiler, es decir, solo para costear la canasta básica. El resultado es inaceptable: un porcentaje significativo de trabajadores es pobre.
 
Es innegable que los poderes concentrados están saqueando a las sociedades, y está ocurriendo en todo el mundo. Aunque claro, como manejan los medios de comunicación para engañar, los partidos judiciales para amenazar y disciplinar, y el poder financiero para condicionar y someter a los pueblos, se desentienden de la responsabilidad. A través de difundir noticias falsas, consiguen instalar en buena parte de las sociedades la idea de que la causa del aumento de la pobreza y el hambre es la mala administración de los gobiernos populares, y que ellos vendrán a salvarnos.
 
Se deduce por tanto que la inflación es utilizada por ellos para dos objetivos suficientemente demostrados. Uno es apropiarse de una tajada cada vez mayor del producto de cada nación, lo cual es extraído de los ingresos de los sectores populares, los trabajadores, los jubilados y el presupuesto de inversión para el desarrollo. El otro es provocar un enojo hacia los gobiernos populares, con vistas a triunfar electoralmente.
 

El bolsonarismo en Brasil anuncia con bombos y platillos que transformó la inflación en deflación, suponiendo que la inflación es el mal mayor. Sin embargo, el propio Keynes, desde hace cien años, advertía que es peor la deflación que la inflación.
 
El economista británico sostenía que cuando hay deflación, se espera que los precios bajen, postergando el consumo actual hasta el momento en que el precio sea menor. Por lo tanto, el consumo disminuye a cada momento, lo cual reduce la producción y el empleo. En cambio, la inflación precipita el consumo actual, con la intención de comprar antes del encarecimiento. En definitiva, aumenta el consumo actual, que demanda una mayor producción generadora de empleo. En suma, si el problema a resolver es el desempleo, la inflación resulta una mejor aliada que la deflación, ya que esta última empeora las cosas.
 
John Maynard Keynes murió en 1946, medio siglo antes de la deflación causada por la Convertibilidad, lo cual hubiese enriquecido su teoría y fortalecido la sentencia anterior. Durante 1999, 2000 y 2001 en Argentina, ocurrió que los precios tendían a la baja porque los comercios no conseguían vender nada, ya que no había plata en la calle, consecuencia de una industria devastada, una elevadísima tasa de desempleo (27%) y una sociedad desesperanzada. Es decir, lo que conducía a la caída en el nivel general de precios era la extrema pobreza (55%). De este ejemplo se podría inducir que inflación negativa es síntoma de una nación enferma.
 
Atendamos al caso brasilero actual. La FAO, Organización de las Naciones Unidas destinada al cuidado de la alimentación y la agricultura, informa que 33 millones de brasileros enfrentan la situación de inseguridad alimentaria grave, vale decir, el 15% de su población. En línea con lo acontecido en Argentina durante la Convertibilidad, la baja de los índices de inflación hasta transformarse en inflación negativa, da cuenta de los niveles generales de pobreza. En resumidas cuentas, la deflación indica que las cosas están mal.
 
Sin embargo, su opuesta tampoco genera escenarios sanos y favorables, pues no debe olvidarse que elevados coeficientes inflacionarios son demoledores de la actividad económica y del poder adquisitivo de los ingresos. La imprevisibilidad detiene los proyectos productivos y la imposibilidad de los salarios de ganarle a las subas de precios van deteriorando los ingresos reales, enfureciendo el humor social. ¿En dónde está el equilibrio entonces? Es complejo, pero hay razones originarias.
 
A nivel mundial, las grandes corporaciones tienen objetivos que no se corresponden con los intereses nacionales. En Argentina, el objetivo de las empresas exportadoras es venderle al mundo los alimentos, materias primas, minerales y energía que nosotros producimos, pero justamente ahí radica el problema, que es la contraposición de intereses. Cuanto más puedan exportar, mejor para ellos, y eso se va de la mano con el deterioro del poder adquisitivo de nuestra población.
 
Cuanto menor sea nuestro consumo, mayor saldo exportable tienen. Así, el objetivo de las corporaciones se torna en disminuir el nivel de vida de los argentinos, de modo que no consumamos nosotros lo que ellos quieren para exportar.

 
Claramente, uno de los mecanismos para conseguirlo es la generación de elevados niveles de inflación, ante los cuales los ingresos corren desde atrás sin poder alcanzar. Al mismo tiempo, la operación de los formadores de precios aumenta los porcentajes percibidos por ellos, de cada precio final. Por ejemplo, si el precio pasa de 1.000 a 1.400, y sus ganancias por unidad pasan de 300 a 700, el margen de apropiación de valor pasa del 30% al 50%. Pero su contracara es la reducción de lo que queda para el resto de la cadena de producción, distribución y comercialización, que baja en el ejemplo del 70% al 50%. Con evidencia, la concentración de ingresos enriquece a los sectores dominantes, cuyo mecanismo es empobrecer al conjunto de la población.
 
Continuando con el caso argentino, el negocio del alimento lo manejan 6 cadenas de supermercados y 20 empresas. Rafael Klejzer, director de políticas integradoras del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, asegura que la inflación es política, precisamente a raíz de la hiperconcentración de producción y ventas en pocas manos. Para exponerlo con mayor nitidez aún, se observa la evolución de algunas variables.
 
En el 2021, la oferta monetaria aumentó un 21%, los costos de la energía ascendieron un 16%, los salarios aumentaron en promedio un 54% y el precio del dólar se elevó un 30%. Si el promedio incremental entre las mencionadas fue del 32% y la inflación fue 52%, la diferencia se presume atribuible a los formadores de precios. Entonces, la inflación es política, pues responde a las disputas de poder y a la puja distributiva.
 
Se ha visto un meme que dice lo siguiente: “Hubo un tiempo en que los pobres saqueaban los supermercados. Hoy es al revés. Los supermercados saquean a los pobres”. Así las cosas, la erosión abrupta del poder adquisitivo de las mayorías muestra resultados alarmantes. De los 12 millones de trabajadores registrados, entre asalariados, autónomos, monotributistas y personal de casas de familia, se calcula un promedio de 155.000 pesos de ingreso mensual. Pero para no ser pobre, una familia de matrimonio con dos hijos necesita más de 120.000 pesos mensuales sin contar el alquiler, es decir, solo para costear la canasta básica. El resultado es inaceptable: un porcentaje significativo de trabajadores es pobre.
 
Es innegable que los poderes concentrados están saqueando a las sociedades, y está ocurriendo en todo el mundo. Aunque claro, como manejan los medios de comunicación para engañar, los partidos judiciales para amenazar y disciplinar, y el poder financiero para condicionar y someter a los pueblos, se desentienden de la responsabilidad. A través de difundir noticias falsas, consiguen instalar en buena parte de las sociedades la idea de que la causa del aumento de la pobreza y el hambre es la mala administración de los gobiernos populares, y que ellos vendrán a salvarnos.
 
Se deduce por tanto que la inflación es utilizada por ellos para dos objetivos suficientemente demostrados. Uno es apropiarse de una tajada cada vez mayor del producto de cada nación, lo cual es extraído de los ingresos de los sectores populares, los trabajadores, los jubilados y el presupuesto de inversión para el desarrollo. El otro es provocar un enojo hacia los gobiernos populares, con vistas a triunfar electoralmente.
 

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