Estamos atravesando una situación inédita a nivel mundial: la aparición del COVID-19 ha generado un nuevo entramado planetario, que viene a desnudar la fragilidad de un sistema capitalista (que en su variante neoliberal destruyó la educación, el trabajo, la salud, los derechos laborales) y que demuestra su precariedad y su incapacidad para resolver las necesidades más urgentes y necesarias. Y no solamente eso, sino que potencia las desigualdades y precariedades existentes en esta situación (desigualdades materiales, sociales y culturales). Pensamos que estamos ante la crisis del paradigma capitalista. La debilidad del sistema capitalista se demuestra en que en solo cuarenta días millones de personas se encuentran en situación de deterioro de sus condiciones de vida. Miles que ya no tienen para comer, que no pueden acceder al sistema de salud, y millones que han perdido su empleo. Al mismo tiempo, miles de personas fallecidas, que corresponden con los sectores más desfavorecidos de las sociedades. La crisis no sólo es sanitaria, sino de todo un sistema que se erige en la desigualdad y en la precariedad.
Hoy Nuestra América está en crisis, saqueada y arrasada. Y en esa crisis se encuentran los sistemas educativos y la escuela. Hoy la principal “solución” que plantean los gobiernos es la conectividad y las clases virtuales, pero sólo en Argentina el 30% de la población está por fuera del acceso a las nuevas tecnologías. En los albores del siglo XXI, en el marco de la cuarta revolución industrial y de la emergencia de la inteligencia artificial, son estos mismos estudiantes los que se encuentran por fuera de este proceso. El acceso a la tecnología es solo instrumental y mínimo, y no está al alcance de todos: el acceso a estos dispositivos sigue siendo una cuestión de privilegio de clase, y lejos está de ser un derecho garantizado para toda la población. En el caso argentino, aunque consideramos que esto podría ser extendido a la región, esta propuesta no hace más que acentuar la brecha, generando un sistema diferenciado de educación según el nivel social de procedencia de los sujetos que habiten esas experiencias. Es decir, la emergencia de la pandemia no golpeó por igual a los diferentes sectores sociales. Mientras que las escuelas de las élites o aquellas escuelas privadas de alto valor adquisitivo en sus cuotas ya disponían al momento de la declaración del aislamiento social y preventivo de plataformas digitales que permitieran el desarrollo inmediato de un sistema virtual tendiente a compensar la ausencia de la presencialidad, las escuelas públicas o estatales carecían de las herramientas mínimas y básicas que permitieran sustentar y desarrollar propuestas alternativas de este tipo. Así, docentes y profesores/as se encuentran teniendo en muchos casos que aprender a utilizar los dispositivos necesarios para afrontar la situación, para la que no han sido capacitados/as. Lo mismo sucede con los sujetos destinatarios de dicha educación, que sobre la marcha y en base a un sistema de prueba y error se encuentran haciendo malabares para poder ¨ser parte¨ de estas propuestas pedagógicas que poco contemplan sus realidades y necesidades más urgentes. Tampoco este sistema del trabajo virtual da cuenta de las múltiples opresiones de género que día a día sufren especialmente las mujeres y que en esta coyuntura no hacen más que profundizarse.
Estamos atravesando una situación inédita a nivel mundial: la aparición del COVID-19 ha generado un nuevo entramado planetario, que viene a desnudar la fragilidad de un sistema capitalista (que en su variante neoliberal destruyó la educación, el trabajo, la salud, los derechos laborales) y que demuestra su precariedad y su incapacidad para resolver las necesidades más urgentes y necesarias. Y no solamente eso, sino que potencia las desigualdades y precariedades existentes en esta situación (desigualdades materiales, sociales y culturales). Pensamos que estamos ante la crisis del paradigma capitalista. La debilidad del sistema capitalista se demuestra en que en solo cuarenta días millones de personas se encuentran en situación de deterioro de sus condiciones de vida. Miles que ya no tienen para comer, que no pueden acceder al sistema de salud, y millones que han perdido su empleo. Al mismo tiempo, miles de personas fallecidas, que corresponden con los sectores más desfavorecidos de las sociedades. La crisis no sólo es sanitaria, sino de todo un sistema que se erige en la desigualdad y en la precariedad. La nueva situación mundial generada por la Pandemia del COVID-19 nos obliga como educadores/as populares a plantearnos nuevos desafíos y ubicarnos frente a una nueva situación. Se vuelve a profundizar la brecha educativa, entre aquellos que cuentan con los recursos para acceder a las nuevas tecnologías y aquellos que están por fuera, los sectores más vulnerables: los pobres, los campesinos, los trabajadores/as precarizados, los/as jóvenes que en las grandes urbes se encuentran en la marginación, los adultos/as que siempre estuvieron postergados. Si el uso de la tecnología y su implementación desde una perspectiva de la educación popular resulta de por sí una de las grandes deudas pendientes de este paradigma, en este entramado a les educadores populares se nos ha quitado nuestra principal estrategia de intervención: la posibilidad del encuentro, la posibilidad del contacto con el otro y la otra, para desde allí realizar una verdadera educación emancipadora, que esté comprometida con la transformación social; emancipadora porque busca impulsar procesos de concientización para que los sujetos identifiquen las opresiones que atraviesan sus vidas y pongan en marcha acciones de resistencia y lucha. La educación popular parte de no sólo de reconocernos como sujetos oprimidos/as sino constituirnos en sujetos políticos/as revolucionario/as: que busquen la desnaturalización del capitalismo y del patriarcado; la descolonización de nuestro sentido común en otros sentidos; que cuestionen los modelos eurocentristas; que incorporen el feminismo y la cuestión de géneros como proyecto político, que trabajen realmente con las disidencias y desde las disidencias. Hoy la situación de la pandemia nos sacó de la calle, del territorio, y de la lucha en la calle como praxis pedagógica. Es necesario pensar ese gran movimiento social que es la pedagogía crítica como un proceso revolucionario, proceso que no puede pensarse desde las lógicas de lo establecido, de lo instituido en tensión con lo instituyente. Hoy estamos en una encrucijada. Creemos que es imperioso que esta situación vuelva a plantear el papel que como educadores populares tenemos en la sociedad y el debate conjunto que debemos dar ante el conjunto del sistema educativo. Debemos pensar qué escuela queremos y hacia dónde queremos que vaya. Repensarla, reconstruirla, trascenderla. Pero como educadores/as debemos repensar las relaciones con las nuevas tecnologías, repensar la nueva etapa del capital (la cuarta revolución industrial). Una vez que termine la pandemia no podemos volver a la “normalidad” capitalista. No debemos volver a ella, porque tenemos la posibilidad histórica de escribir un nuevo capítulo de la historia y, en ese horizonte, quizás escribir la historia de una educación popular que pueda insertarse en todos los territorios y en los sistemas educativos. Debemos generar un gran movimiento pedagógico que incluya a todos los actores vinculados a la comunidad educativa para pensar otra educación en los marcos de las desigualdades actuales. Debemos pensar estrategias conjuntas y específicas según cada situación particular, local, provincial, nacional y como región para dar la batalla cultural. Debemos partir de nuestras realidades hacia un horizonte común, tendiendo puentes y diálogos con los/as educadores/as populares y los/as pedagogos/as críticos/as que busquen otras formas de construir desde la educación otra sociedad cuestionadora de las relaciones establecidos, del neoliberalismo, del fascismo y del capitalismo actual en su etapa financiera. Una educación que esté destinada a formar sujetos políticos/as para la transformación social, desde el amor, desde el compromiso, desde el diálogo. Recuperando los saberes soterrados, los saberes y las estrategias de lucha de los sectores históricamente postergados, así como también las visiones de mundo de las comunidades originarias, negras, de todas las identidades y del llamado buen vivir. Solo de esa manera podremos trascender la crisis que este virus no hizo más que desnudar una vez más: es que el verdadero virus es el capitalismo en todas sus formas y expresiones. En estos tiempos tan turbulentos y de tanta fragilidad, quizás podamos tener la oportunidad de erradicarlo completamente y construir una nueva sociedad y nuevas relaciones sociales más igualitarias, más dialógicas, más esperanzadoras, en términos freirerianos, más humanas. |
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