Los beneficios que Estados Unidos busca con una guerra en Europa
Sergio Rodríguez Gelfenstein
Estados Unidos necesita una guerra o al menos un conflicto para tratar de sostener su economía maltrecha y sabe que la única vía para lograrlo es a través de la venta de armas, base fundamental de su potencial industrial y de su economía...



La estabilidad internacional y la paz del planeta han llegado a su punto más crítico desde la crisis de los cohetes en Cuba en 1962. Desde entonces el mundo nunca había estado tan cerca de una guerra termonuclear, que en caso de desatarse destruirá buena parte sino todo vestigio de vida humana.

Tal vez estas palabras suenen grandilocuentes y tremendistas, pero lo que hago es repetir los análisis de algunos de los más importantes científicos que han estudiado las posibles repercusiones de una conflagración de este tipo, en la que se enfrentarían los dos países que concentran el 90% de las armas nucleares que existen en la Tierra: Rusia con 6255 ojivas, de ellas 1625 desplegadas y Estados Unidos con 5500 y 1800 respectivamente. A estos habría que sumarle la de los países subordinados a Washington: Gran Bretaña con 260 y 120 y Francia con 290 y 280 todas cifras que aporta el Centro de Investigación de Estocolmo para la Paz (SIPRI).

Para que se tenga una idea de lo que estamos hablando, la bomba atómica lanzada contra Hiroshima tenía 15 kilotones y la utilizada contra Nagasaki, 20. Los artefactos nucleares actuales llegan aproximadamente a tener un “rendimiento” (así se le llama) de entre 25 y 50 megatones. Debe saberse que un kilotón es equivalente a mil toneladas de TNT y un megatón a un millón de toneladas de TNT. En comparación con las armas nucleares actuales las utilizadas en Japón en 1945 son apenas unos “fuegos artificiales” de esos que se usan para entretenimientos y conmemoraciones.

Al ver estas cifras, cualquier neófito como yo, podrá comprender la dimensión del conflicto que podría estallar en Ucrania y el peligro al que Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea están llevando a la humanidad con la intención estratégica de tratar de salvar al capitalismo de su destrucción, mientras que en el corto plazo se proponen resguardar la credibilidad disipada de sus principales líderes: Joe Biden y Boris Johnson.

Más allá de la contingencia ucraniana, debemos ser capaces de desentrañar la intríngulis profunda de lo que está ocurriendo. Aquellos que celebraron el triunfo de Joe Biden y se burlaron de los que dijimos que sería peor que Trump, hoy se estarán preguntando en qué falló su análisis, olvidando que el verdadero partido imperialista en Estados Unidos es el demócrata.



Estados Unidos necesita una guerra o al menos un conflicto para tratar de sostener su economía maltrecha y sabe que la única vía para lograrlo es a través de la venta de armas, base fundamental de su potencial industrial y de su economía, sobre todo cuando el dólar, su otra arma principal para sostener la hegemonía, se debate en una situación de profunda debilidad frente a otras monedas que intensifican y expanden su potencial como instrumento de comercio e intercambio.

Desde 2001, cuando utilizando los ataques de dudoso origen en Nueva York iniciaron su cruzada contra el “terrorismo”, no ha habido un solo día en que sus fuerzas armadas no hayan estado en guerra. Las ventas de armas, ya sea por confrontación bélica abierta o por la generación de conflictos que avivan las “necesidades” de defensa de países subordinados, han sido el motor fundamental de su economía en declive constante desde la década de los 80 del siglo pasado.

A comienzos de este siglo, según el SIPRI, seis de los diez mayores compradores de armas del mundo estaban en Asia Occidental y el norte de África. Eso explica las guerras en Irak, Siria, Yemen y Libia y el acoso a Irán. Pero el acontecer del siglo, -al alimentar la idea de la necesidad de contener a China- ha hecho que el eje del comercio de armas se desplace hacia el Asia Oriental. Aunque en 2019 el mayor comprador de armas era Arabia Saudí con 4 mil millones de dólares, India comenzó a comprar 3 mil millones anuales. Indonesia, China y Corea estuvieron alrededor de los mil millones mientras que Pakistán, Vietnam y Japón gastaron entre los 700 y l 500 millones de dólares. Así mismo, Bangladesh, Tailandia y Filipinas oscilaron entre los 300 y los 270 millones.

Según el portal español Magnet, esta industria “puede llegar a mover alrededor de 2.000 billones de dólares anuales”. Hay que decir que el gasto militar de Estados Unidos es superior al resto de naciones del planeta y supera seis veces al de China su principal enemigo.

En la situación actual, Estados Unidos ha hecho los cálculos de cuán beneficioso podría resultarle una situación de extrema beligerancia como la que se vive en territorio europeo, en el que al igual que la primera y segunda guerra mundial, su espacio geográfico estará alejado del escenario principal de los enfrentamientos y en el que serán los europeos y no ellos, los que paguen los costos en vidas, y también en infraestructura y afectaciones a la economía.


La estabilidad internacional y la paz del planeta han llegado a su punto más crítico desde la crisis de los cohetes en Cuba en 1962. Desde entonces el mundo nunca había estado tan cerca de una guerra termonuclear, que en caso de desatarse destruirá buena parte sino todo vestigio de vida humana.

Tal vez estas palabras suenen grandilocuentes y tremendistas, pero lo que hago es repetir los análisis de algunos de los más importantes científicos que han estudiado las posibles repercusiones de una conflagración de este tipo, en la que se enfrentarían los dos países que concentran el 90% de las armas nucleares que existen en la Tierra: Rusia con 6255 ojivas, de ellas 1625 desplegadas y Estados Unidos con 5500 y 1800 respectivamente. A estos habría que sumarle la de los países subordinados a Washington: Gran Bretaña con 260 y 120 y Francia con 290 y 280 todas cifras que aporta el Centro de Investigación de Estocolmo para la Paz (SIPRI).

Para que se tenga una idea de lo que estamos hablando, la bomba atómica lanzada contra Hiroshima tenía 15 kilotones y la utilizada contra Nagasaki, 20. Los artefactos nucleares actuales llegan aproximadamente a tener un “rendimiento” (así se le llama) de entre 25 y 50 megatones. Debe saberse que un kilotón es equivalente a mil toneladas de TNT y un megatón a un millón de toneladas de TNT. En comparación con las armas nucleares actuales las utilizadas en Japón en 1945 son apenas unos “fuegos artificiales” de esos que se usan para entretenimientos y conmemoraciones.

Al ver estas cifras, cualquier neófito como yo, podrá comprender la dimensión del conflicto que podría estallar en Ucrania y el peligro al que Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea están llevando a la humanidad con la intención estratégica de tratar de salvar al capitalismo de su destrucción, mientras que en el corto plazo se proponen resguardar la credibilidad disipada de sus principales líderes: Joe Biden y Boris Johnson.

Más allá de la contingencia ucraniana, debemos ser capaces de desentrañar la intríngulis profunda de lo que está ocurriendo. Aquellos que celebraron el triunfo de Joe Biden y se burlaron de los que dijimos que sería peor que Trump, hoy se estarán preguntando en qué falló su análisis, olvidando que el verdadero partido imperialista en Estados Unidos es el demócrata.



Estados Unidos necesita una guerra o al menos un conflicto para tratar de sostener su economía maltrecha y sabe que la única vía para lograrlo es a través de la venta de armas, base fundamental de su potencial industrial y de su economía, sobre todo cuando el dólar, su otra arma principal para sostener la hegemonía, se debate en una situación de profunda debilidad frente a otras monedas que intensifican y expanden su potencial como instrumento de comercio e intercambio.

Desde 2001, cuando utilizando los ataques de dudoso origen en Nueva York iniciaron su cruzada contra el “terrorismo”, no ha habido un solo día en que sus fuerzas armadas no hayan estado en guerra. Las ventas de armas, ya sea por confrontación bélica abierta o por la generación de conflictos que avivan las “necesidades” de defensa de países subordinados, han sido el motor fundamental de su economía en declive constante desde la década de los 80 del siglo pasado.

A comienzos de este siglo, según el SIPRI, seis de los diez mayores compradores de armas del mundo estaban en Asia Occidental y el norte de África. Eso explica las guerras en Irak, Siria, Yemen y Libia y el acoso a Irán. Pero el acontecer del siglo, -al alimentar la idea de la necesidad de contener a China- ha hecho que el eje del comercio de armas se desplace hacia el Asia Oriental. Aunque en 2019 el mayor comprador de armas era Arabia Saudí con 4 mil millones de dólares, India comenzó a comprar 3 mil millones anuales. Indonesia, China y Corea estuvieron alrededor de los mil millones mientras que Pakistán, Vietnam y Japón gastaron entre los 700 y l 500 millones de dólares. Así mismo, Bangladesh, Tailandia y Filipinas oscilaron entre los 300 y los 270 millones.

Según el portal español Magnet, esta industria “puede llegar a mover alrededor de 2.000 billones de dólares anuales”. Hay que decir que el gasto militar de Estados Unidos es superior al resto de naciones del planeta y supera seis veces al de China su principal enemigo.

En la situación actual, Estados Unidos ha hecho los cálculos de cuán beneficioso podría resultarle una situación de extrema beligerancia como la que se vive en territorio europeo, en el que al igual que la primera y segunda guerra mundial, su espacio geográfico estará alejado del escenario principal de los enfrentamientos y en el que serán los europeos y no ellos, los que paguen los costos en vidas, y también en infraestructura y afectaciones a la economía.


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