Nos encontramos con Mabel Fariña, quien en mayo de este año publicó con nuestro sello su novela “La Nocturna”, que parte de un acontecimiento ocurrido durante la década del setenta en la escuela nocturna de mujeres y hace estallar la vida de las protagonistas, cambiando definitivamente sus destinos.
Mabel vive en Ciudad Autónoma de Buenos Aires y estudió actuación con Raúl Serrano y Rubens Correa, fue docente e investigadora de Historia y Ciencias Sociales. Actualmente se desempeña como actriz y escritora. Fue co-guionista del audiovisual “Roldán” (2021-Dir. C. Grillo) y de la película “Después de los besos” (2022-Dir. C.Grillo y J. Di Silvio). En el ámbito teatral es autora de “La toma de las mil y una” (2018) distinguida con una Mención en el 4o Concurso Universitario de Dramaturgia “Roberto Arlt”, Postgrado en Dramaturgia, UNA) y de “Terminal, la partida” (2019) dirigida por Natalia Braña y estrenada en 2023.
Muy gentilmente nos atendió en su casa para hablar sobre su reciente trabajo.
— Su novela está ambientada en una época específica de la Argentina. ¿Ha sido su intención reflejar ese momento político y social a través de la historia centrada en la escuela?
— La intención inicial no fue reflejar lo social y político de esos años, quizás, porque la presencia del pasado en la ficción me resulta una tarea improbable y por la que tengo mucho respeto. Sé que la imagen resultante será un espejo deformado por nuestra mirada del presente, y al mismo tiempo que, más allá de nuestra voluntad consciente, lo político y social correrá por debajo cualquier historia que contemos, desde las cotidianas hasta las más fantásticas.
Si tomamos ejemplos de lo que llamamos ficciones históricas, notaremos que las obras nos hablan mucho más sobre el momento en que fueron producidas que sobre las épocas elegidas para su ambientación. Películas argentinas como “Camila” o “Asesinato en Senado de la Nación”, transmiten muy bien el imaginario y las preocupaciones de la apertura democrática de los años ochenta, y mucho menos el clima de la época de Rosas o la Década Infame.
Es por eso que comencé por centrarme en historias personales de mujeres que concurren a una escuela nocturna. La educación de adultos y las relaciones entre mujeres en ámbitos femeninos fueron temas que me atrajeron siempre. La ubicación en los años setenta me pareció un escenario apropiado dado que representa, a la vez, el momento final de un sistema educativo autoritario instalado desde el siglo XIX, y una de las bisagras en lo que hace a los roles de género. Por supuesto, también influyó mi subjetividad dado que fui parte de esa generación.
Esas fueron las razones primeras para la elección de época pero muy pronto el contexto histórico ganó relevancia en el proceso de escritura. Los acontecimientos de esos años son tan fuertes y vertiginosos que no podía evitar que penetraran en las situaciones más cotidianas y empujaran a las protagonistas por caminos no previstos. En algún momento, me rendí ante la potencia de la época y comencé a relacionar los episodios que viven los personajes en fechas de hechos históricos significativos. Los acontecimientos del país y la vida de estas mujeres se volvieron dos carriles paralelos, que están fuertemente vinculados pero la mayor parte del tiempo parecen no verse, como dos paralelas que no se tocan.
Las mujeres continuaron siendo las protagonistas, y no cargaron los signos más distintivos asociados a los años setenta. No se trata de militantes ni activistas, sino de mujeres comunes, de a pie, que se esfuerzan por llevar adelante sus propias vidas pero inevitablemente se ven atravesadas por los conflictos de época. Tampoco son seres pasivos y sufrientes del entorno. La trama cuasi policial permitió que cosas nimias como una foto, palabra o recuerdo, disparen preguntas y lancen los personajes a una búsqueda de verdad. A medida que se encadenan pistas, revelaciones y nuevos interrogantes, ellas se convierten actoras que modifican, y se modifican, al tiempo que se pone en evidencia el entramado que une sus vidas.
La pregunta sobre cuál de las dos líneas cobra más peso –si el clima político social o las historias de las protagonistas- es algo que no puedo responder, queda a juicio de los lectores.
— La novela por momentos está escrita en primera persona y por momentos en tercera. ¿La primera persona, corresponde a una intención autobiográfica?
— La primera persona crea una ilusión autobiográfica, pero solo es ilusión.
El tema de lo autobiográfico al igual que del reflejo de época, remite a la relación más compleja entre ficción y realidad. Tomemos el ejemplo de dos tipos de narración parecidas pero formalmente opuestas: la histórica (postulada como objetiva y verdadera) y la novela (subjetiva y ficcional).
La Historia fue definida por el positivismo del siglo XIX como “el relato objetivo de los hechos verdaderos”. Basó su estatus de verdad en el uso de fuentes documentales sometidas a crítica estricta, pero como los datos en sí mismos no significan, alguien debe que organizarlos y relatarlos de modo “objetivo”. Esa es tarea de un historiador que inevitablemente tiene un punto de vista, pero para cumplir con la “objetividad” lo niega y oculta con una simple operación discursiva: el uso de un narrador impersonal y omnisciente que no se muestra ni opina. Ahora bien, si los datos verificables y la forma de narración fueran suficientes para asegurar la verdad, no existirían disputas historiográficas en las cuales las partes utilizan los mismos hechos organizados en relatos “objetivos” antagónicos.
La novela es literatura y se sitúa en el plano opuesto: liberada de la comprobación del dato, puede inventar hechos, seres, mundos, y usar infinidad de formas narrativas. Eso no significa que se desligue de la realidad sino que guarda con ella una relación diferente. Su territorio es la subjetividad y lo particular; pero no nos engañemos, por debajo de esas historias pequeñas corren ríos de problemas humanos, sean sociales, políticos o filosóficos. Por otro lado, cualquier historia que pretenda ser comprensible para el lector debe ser verosímil, lo que implica no sólo la coherencia interna del mundo que crea, sino también, el tener referentes externos reconocibles en la realidad y/o en otras ficciones. Por ello, yo cambiaría esa vieja frase de resguardo judicial: “cualquier hecho parecido a la realidad es pura coincidencia”, y propondría su contraria: “cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia”. Una ficción absoluta sería ininteligible; todas necesitan de referentes externos a ellas para ser verosímiles.
Retomando la pregunta inicial: esta novela no tiene intención autobiográfica, pero contiene elementos autobiográficos. Uno muy claro, es el hecho de que yo abandoné la escuela secundaria de adolescente para trabajar, y poco después, ingresé en una nocturna en la que cursé hasta recibirme. Además, si bien ningún personaje soy yo, quizás en todos ellos haya partes mías, aunque mezcladas y combinadas con rasgos de otras personas conocidas, imaginadas, o leídas. ¿Será la directora esa docente que yo no quería ser? ¿Tuve o deseé tener alguna vez un vestido amarillo? ¿Alguien me contó la experiencia de un incendio? Las preguntas serían interminables.
En cuanto uso de las personas verbales, considero que en la novela, su función principal es otorgar dinamismo a la narración. Varios son los personajes que hablan en primera persona, aunque no siempre del mismo modo ni con igual efecto. Si lo hacen en voz alta y hay alguien que escucha, es probable que el personaje esté confesando una verdad, o todo lo contrario, ocultando y mintiendo. En cambio, cuando la primera persona aparece en forma de pensamiento interno, el personaje queda desnudo y abandonado de todo
control.
La tercera persona también adopta diferentes formas. En gran parte de la novela se usa con la modalidad de testigo que mira desde un lugar, sigue a alguien, trata de entender lo que está viendo. Recién en la última parte, aparece una narradora con voluntad omnisciente, como si reconociendo la parcialidad de los relatos anteriores, intentara y se obligara a buscar la verdad. Aun así, existe un momento en el cual la voluntad de esa narradora se quiebra, abandona la omnisciencia y cede a la tentación de la reflexión y opinión. Como si nos alertara: ¡Ojo! Yo tampoco soy Dios, soy solo otro punto de vista.
— ¿En qué se basó para la construcción de la trama, la relación entre las mujeres alumnas de la escuela, y en especial, para la descripción de tal institución?
— La descripción de la institución se basa en mi experiencia personal, o mejor dicho, en lo que mi memoria subjetiva reelaboró de esa experiencia. Se trata de imágenes y vivencias como la vergüenza que me producía no haber terminado el secundario, la fascinación de conocer mujeres tan diferentes a mí y entre ellas, la humillación de someterse a normas disciplinarias infantiles, o la imagen negativa de profesores y autoridades que, debo confesar, con el tiempo reconocí como una mirada injusta y parcial de mi parte.
Las alumnas fueron lo primero que tuve. Comencé por ellas. Se inspiraron en mujeres que alguna vez conocí, aun de modo superfluo o de lejos. Eran imágenes incompletas y esquemáticas que contaban sólo con un par de características cada una. Hubo que alimentarlas, darle matices, crearles historias de vida y establecer relaciones entre ellas en el contexto de funcionamiento de la escuela. Ninguna es copia de una persona real, pero todas combinas aspectos de varias, y todas cargan algo inventado por mí.
Finalmente hubo que definir la trama, lo que implicaba encontrar algo que las uniera a todas: eso fue la toma y el incendio. El resto quedó a cargo de la lógica policial del relato. A partir de una intriga, los hechos y personajes se fueron enlazando en búsqueda de una verdad de la cual cada una solo podía aportar fragmentos.
La multiplicidad de narradoras se convirtió en elemento clave de la dinámica: cuando una narradora encuentra su límite, se cambia a la otra. De este modo, el relato se vuelve coral y nos permite acceder, a la vez, a la historia colectiva y a la individual de cada una.
En cuanto a los hechos, en la novela los hay de dos tipos. Los que conforman el carril paralelo del trasfondo histórico, que son reales y aparecen en el texto con marcas que permiten reconocerlos o rastrearlos. Y los que configuran la trama de la ficción, que en ocasiones son semejantes o tienen referentes parciales en acontecimientos de la realidad, aunque ninguno sucedió tal, cómo, cuándo, ni dónde están contados. ¿Existió alguna vez una toma? ¿Un incendio? ¿Una muerte? Sí, claro, pero no son éstas que cuenta la novela.
— A su parecer y como autora de la novela, ¿es más importante la dinámica socio-política que caracteriza la narración, o las historias de las mujeres que la protagonizan?
— No puedo separar ambas cosas. En la vida real lo socio político no se reduce a sus elementos más visibles —acciones públicas, partidos, militantes o discursos- también se expresa en lo individual y cotidiano e impacta de distintos modos en cada persona, por más alejada de la política que parezca.
Y en la literatura sucede lo mismo. Las pequeñas historias individuales no se pueden sustraer a sus contextos sociales que se hacen presentes, ya sea por mención u omisión. Y esto sucede más allá de la voluntad del autor, que no vive en una torre de marfil ni es una entelequia, sino una persona inmersa en el mundo y atravesada por sus tensiones.
En La Nocturna, lo particular son las vidas de estas mujeres, y el contexto socio político se hace presente en ellas. Son las dos caras de una misma moneda.
— ¿Cuál ha sido su intención profunda al escribir esta novela? Nos referimos a lo social, a lo personal, a lo político, etc.
— Nunca me había propuesto escribir narrativa, la novela surgió de una motivación personal en un contexto muy específico.
Hace unos años me retiré de la profesión que ocupó la mayor parte de mi vida y tomé la decisión de dedicarme al teatro en el que había incursionado siendo muy joven. Desde 2016 cursé estudios actorales y realicé talleres de dramaturgia. En 2019 había actuado en tres obras y escrito otras dos. El 2020 se inició lleno de actividades, entre las cuales estaba montar y estrenar una obra de la que soy autora; pero pasó lo inesperado, la pandemia, que obligó de la noche a la mañana, a una situación de aislamiento como medida indispensable para conservar vidas.
No había horizonte para el futuro, y como todos, me pregunté ¿Qué hago ahora? Entretenimientos como cocinar, leer, ver películas o perderme en las redes sociales se agotaron rápidamente. No sabía cuándo volvería la “normalidad” y hasta dudé de que alguna vez sucediera. Sentí que tenía que encontrar un modo de sentirme viva y libre, aún en situación de aislamiento. La lógica dictaba continuar con la dramaturgia; pero el texto dramático para existir plenamente, necesita de actores, director, público, es decir, un encuentro de cuerpos que resultaba totalmente improbable en ese momento. No tenía voluntad ni motivación suficiente para escribir otra obra sin saber cuándo podría cobrar vida en escena.
Así surgió la idea de incursionar en narrativa, y dar una nueva oportunidad a la historia en la que estaba basada mi primera obra teatral, que existía gracias a la mención de un concurso de dramaturgia, pero no había sido montada y en vistas de la situación, quizás no se montara nunca.
Llamé a mi amigo y profesor de dramaturgia, Claudio Grillo, y le pregunté tímidamente si pensaba como algo posible que yo escribiera una novela a partir de esa obra. Del otro lado del teléfono escuché una corta risita de agrado y afecto, un “sí, claro”, y la advertencia de que llevaría mucho trabajo y tiempo. Era exactamente lo que necesitaba. Tiempo tenía. Y el trabajo implicaría un aprendizaje, más allá del resultado que produjera.
Se puede decir, entonces, que la motivación para escribir la novela fue muy personal: crear un espacio de libertad para continuar viva y aprendiendo en un contexto donde todas las puertas estaban cerradas.
Mabel vive en Ciudad Autónoma de Buenos Aires y estudió actuación con Raúl Serrano y Rubens Correa, fue docente e investigadora de Historia y Ciencias Sociales. Actualmente se desempeña como actriz y escritora. Fue co-guionista del audiovisual “Roldán” (2021-Dir. C. Grillo) y de la película “Después de los besos” (2022-Dir. C.Grillo y J. Di Silvio). En el ámbito teatral es autora de “La toma de las mil y una” (2018) distinguida con una Mención en el 4o Concurso Universitario de Dramaturgia “Roberto Arlt”, Postgrado en Dramaturgia, UNA) y de “Terminal, la partida” (2019) dirigida por Natalia Braña y estrenada en 2023. Muy gentilmente nos atendió en su casa para hablar sobre su reciente trabajo.
— La intención inicial no fue reflejar lo social y político de esos años, quizás, porque la presencia del pasado en la ficción me resulta una tarea improbable y por la que tengo mucho respeto. Sé que la imagen resultante será un espejo deformado por nuestra mirada del presente, y al mismo tiempo que, más allá de nuestra voluntad consciente, lo político y social correrá por debajo cualquier historia que contemos, desde las cotidianas hasta las más fantásticas. Si tomamos ejemplos de lo que llamamos ficciones históricas, notaremos que las obras nos hablan mucho más sobre el momento en que fueron producidas que sobre las épocas elegidas para su ambientación. Películas argentinas como “Camila” o “Asesinato en Senado de la Nación”, transmiten muy bien el imaginario y las preocupaciones de la apertura democrática de los años ochenta, y mucho menos el clima de la época de Rosas o la Década Infame. Es por eso que comencé por centrarme en historias personales de mujeres que concurren a una escuela nocturna. La educación de adultos y las relaciones entre mujeres en ámbitos femeninos fueron temas que me atrajeron siempre. La ubicación en los años setenta me pareció un escenario apropiado dado que representa, a la vez, el momento final de un sistema educativo autoritario instalado desde el siglo XIX, y una de las bisagras en lo que hace a los roles de género. Por supuesto, también influyó mi subjetividad dado que fui parte de esa generación. Esas fueron las razones primeras para la elección de época pero muy pronto el contexto histórico ganó relevancia en el proceso de escritura. Los acontecimientos de esos años son tan fuertes y vertiginosos que no podía evitar que penetraran en las situaciones más cotidianas y empujaran a las protagonistas por caminos no previstos. En algún momento, me rendí ante la potencia de la época y comencé a relacionar los episodios que viven los personajes en fechas de hechos históricos significativos. Los acontecimientos del país y la vida de estas mujeres se volvieron dos carriles paralelos, que están fuertemente vinculados pero la mayor parte del tiempo parecen no verse, como dos paralelas que no se tocan. Las mujeres continuaron siendo las protagonistas, y no cargaron los signos más distintivos asociados a los años setenta. No se trata de militantes ni activistas, sino de mujeres comunes, de a pie, que se esfuerzan por llevar adelante sus propias vidas pero inevitablemente se ven atravesadas por los conflictos de época. Tampoco son seres pasivos y sufrientes del entorno. La trama cuasi policial permitió que cosas nimias como una foto, palabra o recuerdo, disparen preguntas y lancen los personajes a una búsqueda de verdad. A medida que se encadenan pistas, revelaciones y nuevos interrogantes, ellas se convierten actoras que modifican, y se modifican, al tiempo que se pone en evidencia el entramado que une sus vidas. La pregunta sobre cuál de las dos líneas cobra más peso –si el clima político social o las historias de las protagonistas- es algo que no puedo responder, queda a juicio de los lectores.
— La primera persona crea una ilusión autobiográfica, pero solo es ilusión. La Historia fue definida por el positivismo del siglo XIX como “el relato objetivo de los hechos verdaderos”. Basó su estatus de verdad en el uso de fuentes documentales sometidas a crítica estricta, pero como los datos en sí mismos no significan, alguien debe que organizarlos y relatarlos de modo “objetivo”. Esa es tarea de un historiador que inevitablemente tiene un punto de vista, pero para cumplir con la “objetividad” lo niega y oculta con una simple operación discursiva: el uso de un narrador impersonal y omnisciente que no se muestra ni opina. Ahora bien, si los datos verificables y la forma de narración fueran suficientes para asegurar la verdad, no existirían disputas historiográficas en las cuales las partes utilizan los mismos hechos organizados en relatos “objetivos” antagónicos. La novela es literatura y se sitúa en el plano opuesto: liberada de la comprobación del dato, puede inventar hechos, seres, mundos, y usar infinidad de formas narrativas. Eso no significa que se desligue de la realidad sino que guarda con ella una relación diferente. Su territorio es la subjetividad y lo particular; pero no nos engañemos, por debajo de esas historias pequeñas corren ríos de problemas humanos, sean sociales, políticos o filosóficos. Por otro lado, cualquier historia que pretenda ser comprensible para el lector debe ser verosímil, lo que implica no sólo la coherencia interna del mundo que crea, sino también, el tener referentes externos reconocibles en la realidad y/o en otras ficciones. Por ello, yo cambiaría esa vieja frase de resguardo judicial: “cualquier hecho parecido a la realidad es pura coincidencia”, y propondría su contraria: “cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia”. Una ficción absoluta sería ininteligible; todas necesitan de referentes externos a ellas para ser verosímiles. Retomando la pregunta inicial: esta novela no tiene intención autobiográfica, pero contiene elementos autobiográficos. Uno muy claro, es el hecho de que yo abandoné la escuela secundaria de adolescente para trabajar, y poco después, ingresé en una nocturna en la que cursé hasta recibirme. Además, si bien ningún personaje soy yo, quizás en todos ellos haya partes mías, aunque mezcladas y combinadas con rasgos de otras personas conocidas, imaginadas, o leídas. ¿Será la directora esa docente que yo no quería ser? ¿Tuve o deseé tener alguna vez un vestido amarillo? ¿Alguien me contó la experiencia de un incendio? Las preguntas serían interminables. En cuanto uso de las personas verbales, considero que en la novela, su función principal es otorgar dinamismo a la narración. Varios son los personajes que hablan en primera persona, aunque no siempre del mismo modo ni con igual efecto. Si lo hacen en voz alta y hay alguien que escucha, es probable que el personaje esté confesando una verdad, o todo lo contrario, ocultando y mintiendo. En cambio, cuando la primera persona aparece en forma de pensamiento interno, el personaje queda desnudo y abandonado de todo La tercera persona también adopta diferentes formas. En gran parte de la novela se usa con la modalidad de testigo que mira desde un lugar, sigue a alguien, trata de entender lo que está viendo. Recién en la última parte, aparece una narradora con voluntad omnisciente, como si reconociendo la parcialidad de los relatos anteriores, intentara y se obligara a buscar la verdad. Aun así, existe un momento en el cual la voluntad de esa narradora se quiebra, abandona la omnisciencia y cede a la tentación de la reflexión y opinión. Como si nos alertara: ¡Ojo! Yo tampoco soy Dios, soy solo otro punto de vista.
— La descripción de la institución se basa en mi experiencia personal, o mejor dicho, en lo que mi memoria subjetiva reelaboró de esa experiencia. Se trata de imágenes y vivencias como la vergüenza que me producía no haber terminado el secundario, la fascinación de conocer mujeres tan diferentes a mí y entre ellas, la humillación de someterse a normas disciplinarias infantiles, o la imagen negativa de profesores y autoridades que, debo confesar, con el tiempo reconocí como una mirada injusta y parcial de mi parte. Las alumnas fueron lo primero que tuve. Comencé por ellas. Se inspiraron en mujeres que alguna vez conocí, aun de modo superfluo o de lejos. Eran imágenes incompletas y esquemáticas que contaban sólo con un par de características cada una. Hubo que alimentarlas, darle matices, crearles historias de vida y establecer relaciones entre ellas en el contexto de funcionamiento de la escuela. Ninguna es copia de una persona real, pero todas combinas aspectos de varias, y todas cargan algo inventado por mí. Finalmente hubo que definir la trama, lo que implicaba encontrar algo que las uniera a todas: eso fue la toma y el incendio. El resto quedó a cargo de la lógica policial del relato. A partir de una intriga, los hechos y personajes se fueron enlazando en búsqueda de una verdad de la cual cada una solo podía aportar fragmentos. La multiplicidad de narradoras se convirtió en elemento clave de la dinámica: cuando una narradora encuentra su límite, se cambia a la otra. De este modo, el relato se vuelve coral y nos permite acceder, a la vez, a la historia colectiva y a la individual de cada una. En cuanto a los hechos, en la novela los hay de dos tipos. Los que conforman el carril paralelo del trasfondo histórico, que son reales y aparecen en el texto con marcas que permiten reconocerlos o rastrearlos. Y los que configuran la trama de la ficción, que en ocasiones son semejantes o tienen referentes parciales en acontecimientos de la realidad, aunque ninguno sucedió tal, cómo, cuándo, ni dónde están contados. ¿Existió alguna vez una toma? ¿Un incendio? ¿Una muerte? Sí, claro, pero no son éstas que cuenta la novela.
— No puedo separar ambas cosas. En la vida real lo socio político no se reduce a sus elementos más visibles —acciones públicas, partidos, militantes o discursos- también se expresa en lo individual y cotidiano e impacta de distintos modos en cada persona, por más alejada de la política que parezca. Y en la literatura sucede lo mismo. Las pequeñas historias individuales no se pueden sustraer a sus contextos sociales que se hacen presentes, ya sea por mención u omisión. Y esto sucede más allá de la voluntad del autor, que no vive en una torre de marfil ni es una entelequia, sino una persona inmersa en el mundo y atravesada por sus tensiones. En La Nocturna, lo particular son las vidas de estas mujeres, y el contexto socio político se hace presente en ellas. Son las dos caras de una misma moneda.
— Nunca me había propuesto escribir narrativa, la novela surgió de una motivación personal en un contexto muy específico. Hace unos años me retiré de la profesión que ocupó la mayor parte de mi vida y tomé la decisión de dedicarme al teatro en el que había incursionado siendo muy joven. Desde 2016 cursé estudios actorales y realicé talleres de dramaturgia. En 2019 había actuado en tres obras y escrito otras dos. El 2020 se inició lleno de actividades, entre las cuales estaba montar y estrenar una obra de la que soy autora; pero pasó lo inesperado, la pandemia, que obligó de la noche a la mañana, a una situación de aislamiento como medida indispensable para conservar vidas. No había horizonte para el futuro, y como todos, me pregunté ¿Qué hago ahora? Entretenimientos como cocinar, leer, ver películas o perderme en las redes sociales se agotaron rápidamente. No sabía cuándo volvería la “normalidad” y hasta dudé de que alguna vez sucediera. Sentí que tenía que encontrar un modo de sentirme viva y libre, aún en situación de aislamiento. La lógica dictaba continuar con la dramaturgia; pero el texto dramático para existir plenamente, necesita de actores, director, público, es decir, un encuentro de cuerpos que resultaba totalmente improbable en ese momento. No tenía voluntad ni motivación suficiente para escribir otra obra sin saber cuándo podría cobrar vida en escena. Así surgió la idea de incursionar en narrativa, y dar una nueva oportunidad a la historia en la que estaba basada mi primera obra teatral, que existía gracias a la mención de un concurso de dramaturgia, pero no había sido montada y en vistas de la situación, quizás no se montara nunca. Llamé a mi amigo y profesor de dramaturgia, Claudio Grillo, y le pregunté tímidamente si pensaba como algo posible que yo escribiera una novela a partir de esa obra. Del otro lado del teléfono escuché una corta risita de agrado y afecto, un “sí, claro”, y la advertencia de que llevaría mucho trabajo y tiempo. Era exactamente lo que necesitaba. Tiempo tenía. Y el trabajo implicaría un aprendizaje, más allá del resultado que produjera. Se puede decir, entonces, que la motivación para escribir la novela fue muy personal: crear un espacio de libertad para continuar viva y aprendiendo en un contexto donde todas las puertas estaban cerradas. |
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