Mahmud Darwish
Oscar Oriolo
El poeta que escribió la Declaración de la Independencia Palestina y desarrolló, en su obra artística, una causa colectiva para resistir la ocupación israelí.


Mahmud Darwish nació en Al Barwa el 13 de marzo de 1941, y falleció en Houston el 9 de agosto de 2008. Fue, sin dudas, el mayor poeta palestino, uno de los más grandes poetas árabes del siglo veinte y una leyenda, tanto como el legado poético arraigado en cada uno de los palestinos que lucha en la defensa de su tierra, su historia y su definitivo futuro de libertad.

Su magia poética se abrió camino desde el fondo de su alma libertaria y honró el sufrimiento y la lucha de su pueblo.

Establecido el Estado de Israel en 1948, sufrió su primer exilio siendo un niño; junto a miles de familias, la suya también huyó de su tierra para salvar la vida. Después de un año de permanecer en El Líbano regresó a Palestina con su familia, pero la aldea en la que habían vivido ya no existía más, el ejército israelí la había arrasado como a tantas otras.


Estando fuera de Palestina vivió exiliado… y exiliado vivió en su propia tierra ocupada. Toda su obra fue concebida en estado de destierro perpetuo, padeciendo, además, cárcel y arresto domiciliario, lo que no le impidió seguir siendo libre y crear…

A su tierra natal donde creció junto con los suyos -allí, en Al Barwa-, su alma inmortal volverá para recitar su canto de libertad cuando Palestina retome su inexorable destino soberano.

Publicamos algunos poemas suyos para honrar su memoria y la digna e inclaudicable lucha del pueblo palestino.


El limonero

Teníamos tras la verja
un limonero. Sus granos amarillos
brillaban como lámparas. Sus flores
eran un fragante abanico en nuestro barrio.
Teníamos tras la verja
un limonero. Nuestro.
Mas, para hacer adorno
de sus galas y diadema y aroma
de sus ramas, nos lo cortaron.
Nos dejaron
sin nuestro limonero. Nuestros ojos
no volvieron a ver la primavera.



Cadáveres anónimos

Cadáveres anónimos.
Ningún olvido los reúne,
ningún recuerdo los separa...
Olvidados en la hierba invernal
sobre la vía pública,
entre dos largos relatos de bravura
y sufrimiento.
“¡Yo soy la víctima!”. “¡No, yo soy
la única víctima!”. Ellos no replicaron:
“Una víctima no mata a otra.
Y en esta historia hay un asesino
y una víctima”. Eran niños,
recogían la nieve de los cipreses de Cristo
y jugaban con los ángeles porque tenían
la misma edad... huían de la escuela
para escapar de las matemáticas
y la antigua poesía heroica. En las barreras,
jugaban con los soldados
al juego inocente de la muerte.
No les decían: dejad los fusiles
y abrid las rutas para que la mariposa encuentre
a su madre cerca de la mañana,
para que volemos con la mariposa
fuera de los sueños, porque los sueños son estrechos
para nuestras puertas. Eran niños,
jugaban e inventaban un cuento para la rosa roja
bajo la nieve, detrás de dos largos relatos
de bravura y sufrimiento.
Luego escapaban con los ángeles pequeños
hacia un cielo límpido.




Recuerdo a Sayyab

Recuerdo a Sayyab gritando en vano en el Golfo:
“¡Iraq, Iraq, nada más que Iraq...!”.
Y sólo le respondía el eco.
Recuerdo a Sayyab: en este espacio sumerio,
una mujer venció la esterilidad de la niebla
y nos legó la tierra y el exilio.
Recuerdo a Sayyab... la poesía nace en Iraq:
sé iraquí, amigo, si quieres ser poeta.
Recuerdo a Sayyab: no halló la vida que
imaginaba entre el Tigris y el Éufrates,
por eso no pensó, como Gilgamesh, en las hierbas
de la eternidad ni en la resurrección...
Recuerdo a Sayyab: tomó el código de Hammurabi
para cubrir su desnudez
y marchó, místico, hacia su tumba.
Recuerdo a Sayyab cuando, febril,
deliro: mis hermanos preparaban la cena
al ejército de Hulagu porque no tenía más siervos que...
¡mis hermanos!
Recuerdo a Sayyab: no habíamos soñado con un néctar
que no merecieran las abejas, ni con más que
dos pequeñas manos saludando nuestra ausencia.
Recuerdo a Sayyab: herreros muertos se levantan
de las tumbas para forjar nuestros grilletes.
Recuerdo a Sayyab: la poesía es experiencia
y exilio: hermanos gemelos. Y nosotros sólo soñábamos
una vida semejante a la vida y con morir a nuestra manera.
“Iraq,
Iraq.
Nada más que Iraq...”.




La sabiduría del condenado a muerte

Tengo la sabiduría del condenado a muerte:
No tengo cosas que me posean.
He escrito mi testamento con mi sangre:
“¡Confiad en el agua, moradores de mis canciones!”.
He dormido ensangrentado y coronado con mi mañana...
He soñado que el corazón de la tierra era mayor que
su mapa
Y más claro que sus espejos y mi cadalso.
He creído que una nube blanca me
ascendía,
Como si yo fuera una abubilla con el viento por alas.
Y al alba, la llamada del sereno
me despierta de mi sueño y de mi lenguaje:
Vivirás en otro cadáver.
Modifica tu último testamento.
Se ha retrasado la fecha de la segunda ejecución.
¿Hasta cuándo?, pregunto.
Esperaré a que mueras más.
No tengo cosas que me posean, respondo,
he escrito mi testamento con mi sangre:
“¡Confiad en el agua,
moradores de mis canciones!”
Y yo, aunque fuera el último,
encontraría las palabras suficientes...
Cada poema es un cuadro.
Pintaré ahora para las golondrinas
el mapa de la primavera,
para los que pasan por la acera, el azufaifo
y para las mujeres el lapislázuli...
El camino me llevará
y yo le llevaré a hombros
hasta que las cosas recobren su imagen
verdadera,
Luego oiré lo genuino:
Cada poema es una madre
que busca a su hijo en las nubes,
cerca del pozo de agua.
“Hijo, te daré el relevo.
Estoy encinta”.
Cada poema es un sueño.
He soñado que soñaba.
Me llevará y le llevaré
hasta que escriba la última línea
en el mármol de la tumba:
“Me he dormido para volar”.
Y llevaré al Mesías zapatos de invierno
para que camine como los demás
desde lo alto de la montaña hasta el lago.

Mahmud Darwish nació en Al Barwa el 13 de marzo de 1941, y falleció en Houston el 9 de agosto de 2008. Fue, sin dudas, el mayor poeta palestino, uno de los más grandes poetas árabes del siglo veinte y una leyenda, tanto como el legado poético arraigado en cada uno de los palestinos que lucha en la defensa de su tierra, su historia y su definitivo futuro de libertad.

Su magia poética se abrió camino desde el fondo de su alma libertaria y honró el sufrimiento y la lucha de su pueblo.

Establecido el Estado de Israel en 1948, sufrió su primer exilio siendo un niño; junto a miles de familias, la suya también huyó de su tierra para salvar la vida. Después de un año de permanecer en El Líbano regresó a Palestina con su familia, pero la aldea en la que habían vivido ya no existía más, el ejército israelí la había arrasado como a tantas otras.


Estando fuera de Palestina vivió exiliado… y exiliado vivió en su propia tierra ocupada. Toda su obra fue concebida en estado de destierro perpetuo, padeciendo, además, cárcel y arresto domiciliario, lo que no le impidió seguir siendo libre y crear…

A su tierra natal donde creció junto con los suyos -allí, en Al Barwa-, su alma inmortal volverá para recitar su canto de libertad cuando Palestina retome su inexorable destino soberano.

Publicamos algunos poemas suyos para honrar su memoria y la digna e inclaudicable lucha del pueblo palestino.


El limonero

Teníamos tras la verja
un limonero. Sus granos amarillos
brillaban como lámparas. Sus flores
eran un fragante abanico en nuestro barrio.
Teníamos tras la verja
un limonero. Nuestro.
Mas, para hacer adorno
de sus galas y diadema y aroma
de sus ramas, nos lo cortaron.
Nos dejaron
sin nuestro limonero. Nuestros ojos
no volvieron a ver la primavera.



Cadáveres anónimos

Cadáveres anónimos.
Ningún olvido los reúne,
ningún recuerdo los separa...
Olvidados en la hierba invernal
sobre la vía pública,
entre dos largos relatos de bravura
y sufrimiento.
“¡Yo soy la víctima!”. “¡No, yo soy
la única víctima!”. Ellos no replicaron:
“Una víctima no mata a otra.
Y en esta historia hay un asesino
y una víctima”. Eran niños,
recogían la nieve de los cipreses de Cristo
y jugaban con los ángeles porque tenían
la misma edad... huían de la escuela
para escapar de las matemáticas
y la antigua poesía heroica. En las barreras,
jugaban con los soldados
al juego inocente de la muerte.
No les decían: dejad los fusiles
y abrid las rutas para que la mariposa encuentre
a su madre cerca de la mañana,
para que volemos con la mariposa
fuera de los sueños, porque los sueños son estrechos
para nuestras puertas. Eran niños,
jugaban e inventaban un cuento para la rosa roja
bajo la nieve, detrás de dos largos relatos
de bravura y sufrimiento.
Luego escapaban con los ángeles pequeños
hacia un cielo límpido.




Recuerdo a Sayyab

Recuerdo a Sayyab gritando en vano en el Golfo:
“¡Iraq, Iraq, nada más que Iraq...!”.
Y sólo le respondía el eco.
Recuerdo a Sayyab: en este espacio sumerio,
una mujer venció la esterilidad de la niebla
y nos legó la tierra y el exilio.
Recuerdo a Sayyab... la poesía nace en Iraq:
sé iraquí, amigo, si quieres ser poeta.
Recuerdo a Sayyab: no halló la vida que
imaginaba entre el Tigris y el Éufrates,
por eso no pensó, como Gilgamesh, en las hierbas
de la eternidad ni en la resurrección...
Recuerdo a Sayyab: tomó el código de Hammurabi
para cubrir su desnudez
y marchó, místico, hacia su tumba.
Recuerdo a Sayyab cuando, febril,
deliro: mis hermanos preparaban la cena
al ejército de Hulagu porque no tenía más siervos que...
¡mis hermanos!
Recuerdo a Sayyab: no habíamos soñado con un néctar
que no merecieran las abejas, ni con más que
dos pequeñas manos saludando nuestra ausencia.
Recuerdo a Sayyab: herreros muertos se levantan
de las tumbas para forjar nuestros grilletes.
Recuerdo a Sayyab: la poesía es experiencia
y exilio: hermanos gemelos. Y nosotros sólo soñábamos
una vida semejante a la vida y con morir a nuestra manera.
“Iraq,
Iraq.
Nada más que Iraq...”.




La sabiduría del condenado a muerte

Tengo la sabiduría del condenado a muerte:
No tengo cosas que me posean.
He escrito mi testamento con mi sangre:
“¡Confiad en el agua, moradores de mis canciones!”.
He dormido ensangrentado y coronado con mi mañana...
He soñado que el corazón de la tierra era mayor que
su mapa
Y más claro que sus espejos y mi cadalso.
He creído que una nube blanca me
ascendía,
Como si yo fuera una abubilla con el viento por alas.
Y al alba, la llamada del sereno
me despierta de mi sueño y de mi lenguaje:
Vivirás en otro cadáver.
Modifica tu último testamento.
Se ha retrasado la fecha de la segunda ejecución.
¿Hasta cuándo?, pregunto.
Esperaré a que mueras más.
No tengo cosas que me posean, respondo,
he escrito mi testamento con mi sangre:
“¡Confiad en el agua,
moradores de mis canciones!”
Y yo, aunque fuera el último,
encontraría las palabras suficientes...
Cada poema es un cuadro.
Pintaré ahora para las golondrinas
el mapa de la primavera,
para los que pasan por la acera, el azufaifo
y para las mujeres el lapislázuli...
El camino me llevará
y yo le llevaré a hombros
hasta que las cosas recobren su imagen
verdadera,
Luego oiré lo genuino:
Cada poema es una madre
que busca a su hijo en las nubes,
cerca del pozo de agua.
“Hijo, te daré el relevo.
Estoy encinta”.
Cada poema es un sueño.
He soñado que soñaba.
Me llevará y le llevaré
hasta que escriba la última línea
en el mármol de la tumba:
“Me he dormido para volar”.
Y llevaré al Mesías zapatos de invierno
para que camine como los demás
desde lo alto de la montaña hasta el lago.


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