Campo de Batalla
Rafael Alberti Merello nació el 16 de diciembre de 1902 en El Puerto de Santa María, Cáliz, y falleció el 28 de octubre de 1999 en su pueblo natal; fue escritor, político, dramaturgo, actor y pintor, pero esencialmente poeta, integrante de la generación del 27. Considerado como uno de los mayores exponentes de la llamada Edad de Plata de la literatura española, recibió innumerables premios y reconocimientos a lo largo de su trayectoria. En 1936, durante la guerra civil española, fue miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas junto a María Zambrano, Ramón Gómez de la Serna, Miguel Hernández, Luis Buñuel, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, entre otros artistas contemporáneos; por esa causa debió exiliarse y se trasladó a París hasta que el gobierno francés lo consideró “comunista peligroso”. Viajó hacia la Argentina y vivió con su mujer en Buenos Aires, donde nació su hija Aitana. En 1963 regresó a Europa y residió en Roma hasta que en 1977, tras la muerte del dictador Francisco Franco, regresó a España. En el mes del aniversario de su nacimiento, a modo de homenaje, publicamos algunos de sus poemas. Campo de Batalla Nace en las ingles un calor callado, como un rumor de espuma silencioso. Su dura mimbre el tulipán precioso dobla sin agua, vivo y agotado. Crece en la sangre un desasosegado, urgente pensamiento belicoso. La exhausta flor perdida en su reposo rompe su sueño en la raíz mojado. Salta la tierra y de su entraña pierde savia, veneno y alameda verde. Palpita, cruje, azota, empuja, estalla. La vida hiende vida en plena vida. Y aunque la muerte gane la partida, todo es un campo alegre de batalla. Si mi voz muriera en tierra Si mi voz muriera en tierra llevadla al nivel del mar y dejadla en la ribera. Llevadla al nivel del mar y nombradla capitana de un blanco bajel de guerra. ¡Oh mi voz condecorada con la insignia marinera: sobre el corazón un ancla y sobre el ancla una estrella y sobre la estrella el viento y sobre el viento la vela! Lo que dejé por ti Dejé por ti mis bosques, mi perdida arboleda, mis perros desvelados, mis capitales años desterrados hasta casi el invierno de la vida. Dejé un temblor, dejé una sacudida, un resplandor de fuegos no apagados, dejé mi sombra en los desesperados ojos sangrantes de la despedida. Dejé palomas tristes junto a un río, caballos sobre el sol de las arenas, dejé de oler la mar, dejé de verte. Dejé por ti todo lo que era mío. Dame tú, Roma, a cambio de mis penas, tanto como dejé para tenerte. Huele a sangre mezclada con espliego... Huele a sangre mezclada con espliego, venida entre un olor de resplandores. A sangre huelen las quemadas flores y a súbito ciprés de sangre el fuego. Del aire baja un repentino riego de astro y sangre resueltos en olores, y un tornado de aromas y colores al mundo deja por la sangre ciego. Fría y enferma y sin dormir y aullando, desatada la fiebre va saltando, como un temblor, por las terrazas solas. Coagulada la luna en la cornisa, mira la adolescente sin camisa poblársele las ingles de amapolas. |
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