En estos días de coronavirus y de hiperinformación, entre tantas y tantas cosas que circulan por los medios digitales y de pale, se encuentra también la noticia de que Shakespeare habría escrito dos de sus obras más famosas –nada menos que Rey Lear y Macbeth- durante una cuarentena por la peste en Londres. La noticia, que es falsa, está avalada incluso por un medio de difusión muy popular en Argentina, que publica la nota de otro no menos popular director de teatro a la moda.
Sin embargo, no existe en absoluto ningún documento que avale esta noticia, como no existe ningún documento que certifique la actividad de Shakespeare durante su permanencia en Londres, con excepción de las tres firmas autógrafas que de él existen (las otras tres están en cada página de su testamento), que podrían probar que ese día, a esa hora, se encontraba en un sitio como testigo de algún acto jurídico. Naturalmente la última peste que vivió Shakespeare en Londres, y que terminó en 1606, según el anuncio del rey Jacobo I, habrá confinado al dramaturgo en una cuarentena, como a cualquier ciudadano. Pero que Shakespeare haya escrito estas dos obras durante ese confinamiento, no hay ningún documento que lo pruebe.
Cuando Londres era azotada por las pestes, bastante comunes, y más si se piensa en las paupérrimas condiciones higiénicas que padecía esa ciudad a fines del siglo XVI y principios del XVII, los teatros eran cerrados por instigación de los puritanos, que desde los púlpitos de la iglesias lanzaban terribles diatribas contra esos lugares del demonio, desde donde surgían las pestilencias como castigo celestial. Curiosamente, las iglesias no se cerraban, a pesar de ser un foco infeccioso de primer orden, ya que tenían pilas de agua bendita donde todos metían las manos, y había pordioseros que vivían allí dentro. El promedio de vida en la ciudad de Londres era de 30 años, 35 a lo sumo, debido a la extraordinaria contaminación de la ciudad. Se decía que si una persona caía en el Támesis moriría sin duda, pero probablemente no ahogada, sino por haber tragado el agua del río. Las pestes venían a agravar esta situación, si bien los habitantes del campo tenían una expectativa de vida más prolongada –unos diez años más- por su lejanía con la ciudad. Tenemos mucha suerte de que Shakespeare haya nacido y crecido en el campo, o en un pueblo, y mucha más suerte aún de que haya sobrevivido en Londres durante su edad adulta.
| Shakespeare ante sir Thomas Lucy (óleo de Thomas Brooks, 1857)
El cierre de los teatros a causa de la peste solía durar hasta dos años, y obligaba a las compañías a subirse a los carromatos y a recorrer los pueblos llevando sus obras, para no morirse de hambre. Es así como Stratford, una ciudadela relativamente importante para la época debido a su población, era parada obligada de estas compañías devenidas ambulantes. Este hecho, sumado a que John Shakespeare, padre de William, fue durante un tiempo el encargado del municipio para pagar a los artistas que hacían representaciones en la ciudad, alcanza para avalar la hipótesis de que el joven futuro dramaturgo haya visto obras teatrales durante su infancia y adolescencia, y que éstas hayan calado en su espíritu al punto de hacerle elegir su destino como teatrista.
Es necesario recordar que en Stratford, Shakespeare no podía tener ninguna posibilidad de ver teatro local (que no había) ni mucho menos de hacerlo, por lo tanto ¿de dónde habría surgido la vocación teatral en el bardo? Y también podemos citar que aproximadamente en 1587, William dejó a su esposa Anne Hathaway y a sus tres hijos, y se fue a Londres, probablemente con la compañía teatral de los Queen’s men, que acababa de perder un actor y podría haber aceptado al joven aprendiz entre sus filas. Esto también es una suposición, apoyada por la coincidencia de fechas y hechos (la viuda del actor desaparecido, William Knell, poco menos de un año después de la muerte de su esposo se casó con John Heminges, con el tiempo colega y amigo íntimo de Shakespeare, y autor, junto con Henry Condell, del First Folio, la primera edición póstuma de las obras del dramaturgo).
Por lo tanto hay más hechos consistentes sobre la formación de Shakespeare antes de que saliera de Stratford que sobre su vida en Londres, acerca de la cual sólo se sabe que rápidamente ganó fama como dramaturgo de The Globe, del cual después fue accionista, que escribió obras de teatro, sonetos de amor –algunos dedicados a un hombre y algunos a una mujer, ambos de identidad desconocida- y dos poemas elegíacos de tema mitológico. Sobre su vida privada no se sabe absolutamente nada, no hay registros ni sugerencias de posibles amoríos o querellas. Cuando poco antes de morir se trasladó a Stratford, escribió aún algunos textos, pareciera que en colaboración, y dictó su ambiguo testamento, en el que dejó a su mujer su “segunda mejor cama”. Por lo tanto, acerca de su carácter, de sus aficiones, de sus sentimientos, de sus pasatiempos, no se sabe absolutamente nada. Lo que expresan sus personajes no puede atribuírsele al autor, ya que éstos cubren un espectro que va desde la más sublime honradez a la más abyecta maldad. Quizás los sonetos de amor nos revelarían a un Shakespeare emotivo y sentimental, si se supiera a quién estaban destinados y qué tipo de relación el autor tuvo realmente con esas personas.
Por lo tanto, todo lo que pueda decirse acerca del Cisne de Avon que exceda el análisis de su obra, es pura conjetura, o por decirlo de otra manera, es falso. Se sabe que existió, cuándo y dónde, se sabe que su obra revela una genialidad sin comparación en el mundo de las letras y el teatro, pero nada más que eso. Afirmar que escribió encerrado en una cuarentena por la peste es tan válido como afirmar que no escribía en los días nublados. Suposiciones, y desgraciadamente, sobre Shakespeare y su vida, hay más suposiciones que certezas.
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Para saber más acerca de Shakespeare, visitar el sitio de youtube “Ónfalos el centro del mundo”, de Daniel Fermani
En estos días de coronavirus y de hiperinformación, entre tantas y tantas cosas que circulan por los medios digitales y de pale, se encuentra también la noticia de que Shakespeare habría escrito dos de sus obras más famosas –nada menos que Rey Lear y Macbeth- durante una cuarentena por la peste en Londres. La noticia, que es falsa, está avalada incluso por un medio de difusión muy popular en Argentina, que publica la nota de otro no menos popular director de teatro a la moda. La peste sí es importante en la biografía de Shakespeare, pero no la peste de las hipótesis sobre qué obras habría escrito en cuarentena y cuáles no, sino las pestes de su infancia y primera juventud, cuando el dramaturgo todavía vivía en Stratford Upon Avon, su pueblo natal.
Cuando Londres era azotada por las pestes, bastante comunes, y más si se piensa en las paupérrimas condiciones higiénicas que padecía esa ciudad a fines del siglo XVI y principios del XVII, los teatros eran cerrados por instigación de los puritanos, que desde los púlpitos de la iglesias lanzaban terribles diatribas contra esos lugares del demonio, desde donde surgían las pestilencias como castigo celestial. Curiosamente, las iglesias no se cerraban, a pesar de ser un foco infeccioso de primer orden, ya que tenían pilas de agua bendita donde todos metían las manos, y había pordioseros que vivían allí dentro. El promedio de vida en la ciudad de Londres era de 30 años, 35 a lo sumo, debido a la extraordinaria contaminación de la ciudad. Se decía que si una persona caía en el Támesis moriría sin duda, pero probablemente no ahogada, sino por haber tragado el agua del río. Las pestes venían a agravar esta situación, si bien los habitantes del campo tenían una expectativa de vida más prolongada –unos diez años más- por su lejanía con la ciudad. Tenemos mucha suerte de que Shakespeare haya nacido y crecido en el campo, o en un pueblo, y mucha más suerte aún de que haya sobrevivido en Londres durante su edad adulta. --- |
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