La primera vez que escuché el nombre Roberto Tito Bardini, fue hace muchos años atrás durante una conversación que mantuve con Stella Calloni, maestra de periodistas, poeta y corresponsal de guerra en distintos conflictos alrededor del mundo. Recuerdo las últimas palabras que utilizó esta legendaria mujer para describir el mundo Bardini: “Tuvo una vida de película”. Esta descripción cinematográfica reflejaba la vida intensa de este hombre de pluma y acción, en su peregrinar por países de África, Medio Oriente y América Central.
A partir de ese momento, Roberto Bardini pasó a formar parte de mis fuentes criollas de enseñanzas en este oficio como ya lo eran Rodolfo Walsh, Rogelio García Lupo, Jorge Ricardo Masetti, Roberto Arlt, Raúl González Tuñón, Osvaldo Bayer o la misma Stella Calloni.
En 2018, mientras estaba cerrando mi investigación sobre otra figura periodística fundamental, que se convirtió en Gregorio Selser. Una leyenda del periodismo latinoamericano, tuve la oportunidad de conocer en persona a Bardini porque había sido amigo y alumno de Selser y me interesaba su testimonio.
Bardini estaba viviendo en el Distrito Federal de México (uno de los tantos destinos consecuencia de exilios políticos o profesionales) y en uno de sus regresos a tierras argentinas, nos encontramos un día de diciembre de ese mismo año en un bar de Buenos Aires. Allí también compartimos con otro amigo en común, Renzo Gostoli, un fotógrafo argentino exiliado que actualmente vive en Brasil y trabajó para las agencias France Presse, Reuters y Associated Press. Las maravillas captadas por su lente están registradas en la prensa mundial y libros.
La conversación con Tito Bardini fue primero de periodismo, literatura, política, utopías y después de la vida misma. Encontré a un personaje afable. La descripción de Stella Calloni era exacta a la figura que estaba conociendo. Tito Bardini era un personaje de película.
Durante años le insistí que su vida merecía ser escrita para que las distintas generaciones que abrazaran esta profesión o cualquier mortal que tuviera inquietud sobre vivir intensamente la vida, conocieran a este personaje novelesco.
Tuve la fortuna y el privilegio de poder funcionar como entrevistador para que pudiera nacer Roberto Bardini. Memorias de un corresponsal con prólogo de Miguel Ángel Trinidad, ex combatiente de Malvinas, amigo de Bardini y compañero de varias aventuras, con el sello editorial Acercándonos.
En este libro, Bardini cuenta su infancia y adolescencia, su militancia juvenil en la organización nacionalista Tacuara, la implosión política que le produjo la Revolución Cubana y el levantamiento popular del Cordobazo, su acercamiento al Peronismo de Base mientras utilizaba el periodismo como herramienta de denuncia. Militancia que lo obligó a exiliarse antes del golpe cívico militar que asoló la Argentina (1976-83) ya que intuía que su destino podía ser la cárcel o la muerte, que lo tuvo por distintos destinos centroamericanos.
Sus corresponsalías para agencias de noticias, diarios y revistas, incluyeron la insurrección sandinista en Nicaragua, la independencia de Belice, las luchas insurgentes en El Salvador, Guatemala y Colombia, la guerra Irán-Irak, el conflicto civil en Líbano y las guerrillas en el ex Sahara Español, al norte de África, experiencias que posteriormente adaptó en forma de libros.
Tito Bardini también trae sus experiencias laborales en Argentina de los últimos años como fue trabajar en la Universidad de Lanús (UNLa), cuya rectora era Ana Jaramillo, donde uno de los logros más destacados e impulsados por él y otros trabajadores de la Casa de Estudios, fue en septiembre del 2010, cuando se realizó el Primer Congreso Latinoamericano “Malvinas, una causa de la Patria Grande”, y asistieron diplomáticos, políticos, periodistas y sindicalistas de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, México, Paraguay, Uruguay y Venezuela, junto con docentes de la universidad, veteranos de guerra y también participaron seis sobrevivientes del Operativo Cóndor del 28 de septiembre de 1966.
Su paso por la agencia de noticias Télam (2011-2012) durante la dirección del publicista Martín García, con Cristina Fernández como presidenta de la Nación, y la creación –junto al escritor argenmex Rolo Diez- de la colección Código Negro, dedicada a la literatura policial, de la cual también participó Carlos Benítez con su sello editorial Punto de Encuentro, en la que se editaron varios libros inéditos de autores latinoamericanos.
Deja reflexiones finales sobre lo que significa ser corresponsal de guerra, y la tarea de alcanzar un periodismo comprometido con la verdad y la ética, que pueda confrontar en estos tiempos con la maquinaria de los oligopolios de la (des)información, traducida en la globalización del producto informativo con sus tentáculos gráficos, radiales, televisivos y digitales, que manipula hasta la alienación de la condición humana.
Desde su casa mexicana, aprovechamos una más de nuestras conversaciones, para celebrar la salida del libro, que puede funcionar como un justo homenaje a este personaje novelesco.
Aquí, deja algunas reflexiones que Revista H comparte con sus lectores.
Dos hechos que marcaron su niñez
Roberto Bardini conserva dos de los primeros recuerdos de su infancia: la muerte de Eva Perón en 1952 y el bombardeo a Plaza de Mayo en 1955. Fueron dos hechos sobre los que años después recabaría datos y escribiría. Del sábado 26 de julio en que falleció Evita rememora: “Fue un día raro, en el que no entendía qué sucedía y nadie me explicaba nada. La radio pasaba música clásica, que me resultaba triste. Mi mamá y la chica que trabajaba en casa lloraban. Papá llegó, me llevó a la cocina y me dijo: ‘Vení, Tito, vamos a dibujar’. Nos sentamos a la mesa y empezamos a copiar personajes de una de las revistas de historietas que él me traía, quizás Misterix o Tit-Bits. Pero yo seguía oyendo la música triste y los sollozos que venían de la sala”
El 16 de junio de 1955 fue jueves y los Bardini estaban en Buenos Aires, visitando a familiares. En la mañana de ese día estaba anunciado un desfile aéreo y el médico fue con su hijo a la Plaza de Mayo, pero lo que iba a ser un día festivo se transformó en una masacre. “De pronto se escucharon truenos, la gente comenzó a correr en todas direcciones y creí que era una tormenta”, recuerda Tito. “Papá me tomó de una mano y corrimos hacia la entrada del subte; después supe que era la estación Catedral, en Diagonal Norte. Estaba pálido –nunca lo había visto así-, subimos a un vagón y a cada rato me repetía: ‘No tengas miedo, no pasa nada’. Yo no entendía por qué podría sentir miedo; sólo lamentaba perderme el desfile de aviones, sobre todo porque tenía seis años y quería ser aviador como dos personajes de historietas: Johnny Hazzard, que aparecía en la revista El Tony, y Terry Lee, que salía como Terry y los Piratas en Pif Paf ”. Pero los “truenos” resultaron ser otra cosa. Aquel día, treinta y cuatro aviones de la Marina y la Fuerza Aérea bombardearon y ametrallaron a población civil indefensa. El plan era asesinar al general Perón y arrojaron catorce toneladas de explosivos. La primera bomba cayó sobre la Casa de Gobierno; la segunda, sobre un trolebús repleto de niños y murieron todos sus ocupantes. El saldo fue de más de trescientos muertos y más de ochocientos heridos y mutilados; setenta y nueve personas quedaron lisiadas en forma permanente. Los golpistas huyeron a Uruguay y fueron recibidos como héroes. Varios políticos elogiaron el ataque, entre otros, Miguel Ángel Zabala Ortiz, de la Unión Radical, el conservador Oscar Vicchi y Américo Ghioldi, del Partido Socialista.
Sus primeras lecturas e influencias
En sus influencias literarias de niño a adolescente, se destacan Colmillo blanco y El llamado de la selva de Jack London, Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway, El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, Cantos, de Ezra Pound, Canto a mí mismo, de Walt Whitman, Cosecha roja, de Dashiel Hammett, y El largo adiós, de Raymond Chandler, entre otros.
También Tito leía libros de la colección Robin Hood: Julio Verne, Emilio Salgari, Mark Twain y Harold Foster. O devoraba las revistas El Tony, D’Artagnan y las creaciones de Héctor Germán Oesterheld, Hora Cero y Frontera.
“Leía mucho, pero me aburría en clases”, recuerda. “Devoraba libros sobre la antigüedad: asirios, griegos, espartanos, romanos y árabes. Me gustaban las leyendas celtas y las sagas vikingas, las crónicas sobre incas, mayas y aztecas, la Edad Media y las cruzadas en Jerusalén, las dos guerras mundiales y, fundamentalmente, historia argentina… pero era un asno en todo lo demás. Matemáticas, física y química me causaban dolor de cabeza. Es el día de hoy que sólo puedo multiplicar mentalmente hasta la tabla del cinco y tengo dificultad para dividir entre tres cifras o números decimales”
¿Por qué el periodismo?
Bardini comenzó a leer a Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Juan José Hernández Arregui. Pero sus comienzos en el periodismo se los debe a Rodolfo Walsh con Operación Masacre y ¿Quién mató a Rosendo?, Gregorio Selser con Sandino. General de Hombres Libres y al periodista Ignacio Ezcurra, que murió con solo 28 años de edad en 1968 mientras cubría la guerra de Vietnam para el diario La Nación: “Fueron espejos con los que comencé a mirarme a mis 20 años”.
¿Ser corresponsal de guerra?
Acerca de por qué eligió ser corresponsal de guerra, nombra algunos destacados como Heródoto, Hemingway, Phillip Knightley, John Reed o Ryszard Kapuscinski y lo que uno puede llegar a comprender filosóficamente o antropológicamente, con respecto a la razón de ser del ser humano en momentos de conflictos donde reina la muerte, el dolor, la solidaridad y la supervivencia:
“En veintiún años como enviado y corresponsal en algunas zonas en conflicto, que se iniciaron en 1979 con la caída del dictador Anastasio Somoza en Nicaragua y concluyeron en 2000 en la frontera de México-Estados Unidos, tuve la oportunidad de ver de cerca la lucha de liberación en el ex Sáhara Español, el enfrentamiento Irak-Irán, la contienda civil en Líbano, la independencia de Belice y las guerrillas salvadoreñas, guatemaltecas y colombianas. Esas experiencias fueron un privilegio del oficio y nunca estuve en peligro, salvo en mayo de 1986, cuando casi caímos en una emboscada de los “contras” con el fotógrafo italiano Bonaventura de Carolis, que me acompañaba cerca de la frontera entre Honduras y Nicaragua. Si nos hubieran matado, la noticia hubiese sido una breve nota de cinco o seis párrafos en las páginas interiores de algunos periódicos. ¿Valía la pena?
“En algunas ocasiones porté armas –como en Nicaragua y el Sáhara Occidental o cuando me sentí amenazado en Honduras y México- pero nunca me vi obligado a utilizarlas. Siempre estuve protegido por insurgentes, soldados o compañeros. Nunca corrí riesgos. No tengo ningún episodio “heroico” para relatar en ninguno de los nueve países en los que trabajé. Y el recuerdo que conservo del trabajo en América Central, Medio Oriente y el norte de África es el de la contemplación de unos cuantos cadáveres resecos esparcidos bajo el sol, prisioneros atemorizados, aldeas destruidas, cosechas incendiadas, tierra arrasada, víctimas de bombardeos que deambulaban con la mirada perdida, campesinos desplazados de sus hogares, niños huérfanos, madres aterrorizadas, deprimentes campos de refugiados... Es decir, nada de arriesgado, romántico o heroico. Por eso, más que relatar combates o “hazañas” he preferido limitarme a las causas y consecuencias de los enfrentamientos.”
A partir de ese momento, Roberto Bardini pasó a formar parte de mis fuentes criollas de enseñanzas en este oficio como ya lo eran Rodolfo Walsh, Rogelio García Lupo, Jorge Ricardo Masetti, Roberto Arlt, Raúl González Tuñón, Osvaldo Bayer o la misma Stella Calloni.
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