Este mes de marzo se cumplen siete años de la insólita Orden Ejecutiva 13692 firmada por Barak Obama en marzo del 2015, en la que se afirma que el país caribeño constituye una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de los Estados Unidos, declarando una emergencia nacional para hacer frente a esa “amenaza”.
Esa orden se prorroga anualmente, por lo que la han ratificado también Trump y Biden, dejando claro que no importa quién ocupe la Casa Blanca la política hacia la Revolución Bolivariana es invariable. Las medidas coercitivas unilaterales que se sustentan en esa orden de Obama, también aumentan cada año.
Estas medidas coercitivas contra Venezuela, del mismo modo que las implementadas contra Cuba, Irán, Siria, Yemen, etc. Son un exabrupto jurídico político. Se trata de medidas que pretenden aplicarse extra territorialmente, que violan el derecho internacional y sobre todo vulneran los derechos humanos de los pueblos sobre los cuales se aplica.
Las consecuencias de dichas medidas se cuentan en millones de dólares y hasta en miles de vidas de venezolanos y venezolanas que han muerto por ejemplo, por falta de trasplantes en el exterior o medicamentos especializados.
Pero siete años después la Revolución Bolivariana sigue en pie, el presidente Maduro continúa en su cargo y la democracia venezolana goza de tan buena salud, que ha realizado la elección número 29 desde el triunfo del presidente Chávez en 1998.
La pandemia por su parte, que ha agudizado la crisis capitalista y aumentado la concentración de riquezas en el mundo, ha causado menos víctimas en Venezuela que en los países más ricos del mundo, donde los estados liberales dan más importancia a la salud del mercado que la de su población.
Al igual que Cuba, Venezuela ha sido ejemplo de cómo países con economías mucho más pequeñas que la estadounidense y las europeas, pueden dar una respuesta mucho más adecuada a su población desde los principios socialistas, a pesar de estar sometidas a infames bloqueos y asedios permanentes a su soberanía, eso sí con grandes esfuerzos y mucha solidaridad. Aun a pesar de que estas medidas imperialistas dificultaron la compra de vacunas e insumos médicos para enfrentar la pandemia.
En este sentido el pasado 28 de febrero de este año, el Presidente Nicolás Maduro en su intervención ante la 49 sesión regular del Consejo de Derechos Humanos de la ONU denunció cómo estas medidas contra Venezuela violan los derechos humanos de las venezolanas y los venezolanos, recordando que esto fue constatado el año pasado por la relatora de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, Alena Douhan, reconoció que las acciones coercitivas y unilaterales por parte de Estados Unidos y la Unión Europea contra Venezuela han ocasionado graves problemas en la alimentación, salud y educación de la población, resumiendo en la frase: “La calidad de vida de los venezolanos ha disminuido por causa de las sanciones coercitivas unilaterales”, Douhan también exhortó a bancos de Inglaterra y Portugal, a que devuelvan los activos para ser usados en la atención de la crisis económica.
Esa orden se prorroga anualmente, por lo que la han ratificado también Trump y Biden, dejando claro que no importa quién ocupe la Casa Blanca la política hacia la Revolución Bolivariana es invariable. Las medidas coercitivas unilaterales que se sustentan en esa orden de Obama, también aumentan cada año. El presidente denunció como estas medidas son solo parte de una guerra multidimensional de los Estados Unidos contra Venezuela en la que Colombia como gobierno subordinado, se ha convertido en cabeza de playa para todas sus operaciones. Estas incluyen, en palabras del presidente, una campaña mediática contra la Revolución Bolivariana, intentos de magnicidio y golpes de estado, operaciones mercenarias, invasión de grupos paramilitares colombianos, financiamiento de bandas criminales en el territorio nacional. Todo esto para lograr lo ellos denominan “el cambio de régimen” es decir, la pretensión de sacar al gobierno bolivariano del poder para colocar en su lugar un gobierno subordinado que les garantice la recuperación del poder político en la región y el apropiarse de los inmensos recursos que posee el país. Denunció también que para este fin, se está usando a la migración venezolana y al “sistema internacional de Derechos Humanos para sustituir gobiernos no alineados a los intereses económicos de occidente e imponer contra los países del sur, fórmulas de colonialismo judicial en las cuales los sistemas nacionales pretenden ser sustituidos por mecanismos intervencionistas, colonialistas, foráneos en contravención de los principios de soberanía, autodeterminación y complementariedad”. A pesar de la dura situación que aún enfrenta el país y las graves denuncias hechas por el presidente ante la ONU, el ambiente en Venezuela hoy es de paz e impera la percepción de que la economía comienza a estabilizarse y recuperarse lentamente, aún habiendo llegado en estos años a una disminución del 99% de sus ingresos, producto del bloqueo. Obviamente esto no ha sido sencillo y obedece entre otras cosas a que, aunque pretendan negarlo, el chavismo sigue vivo en buena parte del pueblo y que los venezolanos y venezolanas tienen una resiliencia admirable. Pero también ha sido fundamental el hecho de que el gobierno sigue dando prioridad a las políticas de protección social, manteniendo públicos los servicios básicos, garantizando atención médica gratuita, educación gratuita, continuando con la Misión Vivienda, entregando bonos a través del Sistema Patria, sosteniendo desde la organización popular los CLAP (Comité Local de Abastecimiento y Producción) y algunas otras resoluciones que han logrado disminuir el impacto de estas criminales medidas en la población. También se han promulgado leyes como la “ley constitucional antibloqueo para el desarrollo nacional y la garantía de los derechos humanos”, entre otras muchas que se promulgaron o reformaron a través de la última Asamblea Nacional Constituyente. Pero algo que ha sido fundamental para superar la presión imperialista sobre Venezuela, ha sido la unión con otros pueblos del sur sancionados por la potencia del norte. Así se ha logrado una hermandad y solidaridad con Cuba e Irán, y apoyo de las potencias emergentes Rusia y China, lo que va fortaleciendo la construcción del mundo multicéntrico y pluripolar al que la Revolución Bolivariana apuesta y que quedó plasmado por el Comandante Chávez en el Plan de la Patria como la única garantía de paz. En medio de esta arremetida, algunas personas que desde Nuestra América se definen progresistas e incluso de izquierda, no solo temen levantar la voz a favor de Venezuela sino que incluso respaldan directa o indirectamente el discurso hegemónico con el que el imperialismo se reivindica y justifica su grosero injerencismo. Parecen olvidar que se puede ser antiimperialista y no ser de izquierda, pero ser de izquierda y no ser antiimperialista es imposible. La cobardía tiene un costo que la historia nunca perdona, amanecerá y veremos quien mantuvo firme su voz para enfrentar a este peligroso tigre de papel herido que es el imperio estadounidense y defender la soberanía de Nuestra América y quiénes tuvieron miedo de arriesgarse por temor a contaminarse de realidad, afrontando las contradicciones que nos impone la historia y la imperfección de los procesos históricos, tan distantes de los procesos ideales de las diatribas intelectuales alrededor de, como diría Silvio Rodríguez, una mesa con mantel. |
Últimos Libros editados
|