Toda afirmación encierra su contrario y en este caso, si hablamos de poetas naturales de la tierra, estaríamos diciendo en principio que hay quienes no lo son. Se abre así una primera dicotomía que es (en mi opinión) la que surge entre un saber formal (y en algunos casos hasta libresco) y otro vital y por ende praxiológico. El primero tiene al conocimiento como objeto y el segundo (podríamos decir) como herramienta. La objetivación del conocimiento es un proceso relativamente tardío que tiene que ver con la historia del poder y de manera más estrecha con la aparición de la mercancía . La segunda de las posibilidades está más relacionada con la historicidad del hombre, con su vocación filosófica y con una cultura de la entrancia . Como veremos más adelante la poesía (que de eso se tratan estos apuntes) ha sido ubicada ya desde lo antiguo, en un territorio singular, a medio camino entre la filosofía y el arte, situación esta que nos llevaría a desestimar, ya desde el comienzo, que pueda ser reducida a mera literatura. Esto estaría reforzado por el hecho de que sí bien la palabra escrita tiene ya varios miles de años (lo cual es realmente poco si se tiene en cuenta que el hombre moderno –sapiens/sapiens- tiene al menos 150.000) no ha sido sino hasta casi finales del siglo XV que los textos estuvieron al alcance del hombre común . Por tanto, la oralidad es un componente fundamental de la poesía y la literalidad (del latín litteralis: de letras, epistolar) una consecuencia de su devenir histórico . Es a partir, precisamente, del texto escrito que la palabra comienza el largo camino hacia su objetivación (el pergamino es objeto y la palabra en él impresa pronto lo será); de este modo se establece la segunda dicotomía (o se recicla aquella otra de la que hablamos al principio), es decir la que surge entre la palabra objeto y la palabra viva.
El otro problema que se nos presenta es el de la absolutización, la generalización en que toda disciplina con pretensiones universales ha necesariamente de caer. Si bien se puede hablar de “la poesía” (en tanto y en cuanto se puede arquitectar una historia de la misma) esa historia sería tan vasta y diversa, e incluso irreconciliable, que esa pretendida universalidad se desvanecería de inmediato. Al igual que en filosofía, sería mejor hablar de ella a través de sus cultores y de lo que han podido o pretendido comunicarnos o comunicarse. “La poesía” no puede ser otra cosa que “los poetas y sus poéticas”. La generalización (y es bueno decirlo en el contexto de este trabajo) no pasa, la mayor de las veces, por ser la opinión, el gusto, la epistemología del crítico o “especialista”, qué dicho sea de paso no sabemos aun que tipo de personaje es en realidad, en cuanto generalmente no es creador pero aparentemente si persona autorizada (incluso por encima del artista) para dirimir estas cuestiones para nada simples y lineales . Por eso sin la harto pretenciosa intención de saldar estas discusiones que vienen con nosotros desde siempre, vamos a tratar al menos de fundamentar la existencia de una poesía natural y no solo de fundar sino de establecer su genealogía. Vamos a tratar de demostrar también que la falsa dicotomía entre lo popular y “lo culto” (la falsa erudición y la naturaleza diría Martí) es solo una cuestión epistemológica y no una categorización valorativa; que esta intencionalidad evidente está más allá del hecho poético y que en realidad es la imposición encubierta (subliminal pero no menos poderosa), del “concepto burgués de la cultura”, valiéndose de todo el andamiaje superestructural del estado al que pertenece. Desde ya decimos que no estamos planteando un fundamentalismo inverso. No estamos negando la posibilidad de otros posicionamientos filosóficos del artista frente a la realidad, ni tampoco de un arte objetivado, de lo que se trata aquí es de destruir la mitología “del buen burgués”, su pretensión de excluir, denostar y negar todo aquello que no sigue sus cánones. Vamos a demostrar en definitiva que nuestros “poetas naturales de la tierra” no eran menos poetas que los otros, sino que las diferencias éticas y estéticas (que si las hubo) tienen su origen en las diferentes formas de posicionarse ante el hecho de “estar aquí sobre la tierra”.
Por último, no fue este nunca un territorio abismado, sino y por sobre todo fronterizo; un territorio de hombres que dialogan y se retroalimentan más allá y a pesar de, su irreconciliable destino.